Era el 3 de marzo de 1605. Gaspar de Quiroga, inquisidor de Toledo, se encontraba paseando por la villa de Escalona. No lo hacía por ocio ni por entretenerse. Se encontraba en el pueblo manchego echando un vistazo a los sambenitos que había colgados en sus iglesias. Eran tiempos donde en aquella localidad se habían notificado casos de herejía que iban desde procesos a judaizantes hasta focos de reuniones de miembros de la secta de los alumbrados.
La noticia de que el inquisidor se encontraba en tierras de Escalona corrió rápido entre los vecinos. Uno de los que se enteró fue Gaspar de Montemayor, de 45 años de edad contador mayor del marqués de Villena y que vivía en el pueblo. En cuanto se enteró no dudó en salir al paso de Gaspar de Quiroga, pues tenía que revelarle un secreto que podría interesarle.
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