No es mi ánimo el escribir la historia de la In-
quisición de España: mi tarea es más modesta. Nues-
tra Inquisición ha sido rudamente combatida en todo
lo que va de siglo, en su origen, en su organización
intrínseca, en la licitud de su instalación y en la
naturaleza de sus actos externos, judiciales y religio-
sos. Se la ha presentado como mero instrumento poli-
tico de los monarcas, como coartadora de los más
justos y razonables fueros de la libertad del hombre,
como tribunal que detuvo con mano incivil y bárbara
el vuelo de los ingenios nacionales, como elemento,
en fin, que saturó del cárdeno color de sus hogueras
tres bien cumplidos siglos de nuestra historia patria.
Gran parte del pueblo español ha abrazado estas
doctrinas como ciertas é inconcusas, merced á los
libelos, á las narraciones exageradas, y, sobre todo,
al haber sido suprimida la Inquisición por unas Cor-
tes que, como las de 1812, á su augusto carácter de
tales, reunían el de muro y baluarte de la independen-
cia y libertad de España.