Sometidos a lo largo de su historia a sucesivas diásporas, los judíos asimilaron
diligentemente las lenguas y culturas de los países en los que se establecían, lo
que les facilitó la integración en su civilización e instituciones sin renunciar a sus
creencias ni a su apego por la lengua hebrea. Durante la época helenística, por
ejemplo, destacaron sabios judíos que compusieron en griego obras históricas
como Flavio Josefo (Yosef ben Matatías)2, filosóficas, como Filón de Alejandría
(Philo Judaeus), o religiosas, como la traducción al griego de la Biblia hebrea
conocida como Septuaginta.