El escepticismo es la castidad del intelecto, dijo Santayana, y la
metáfora es adecuada. La mente que busca la realización intelectual
más profunda no se entrega a cualquier idea pasajera. Sin embargo,
a veces se olvida la finalidad más amplia de tal virtud. Porque, en
última instancia, la castidad no se preserva por su valor en sí misma,
pues sería estéril, sino como la mejor preparación para el momento
de rendirse al ser amado, al pretendiente con un propósito verdade-
ro. Ya se trate de conocimiento, ya de amor, la capacidad para reco-
nocer y abrazar ese momento cuando finalmente se presente, tal vez
en circunstancias completamente inesperadas, es esencial a esta vir-
tud. Sólo con ese discernimiento y la apertura interior puede desple-
garse el pleno compromiso de participación que alumbre nuevas
realidades y nuevo conocimiento. Sin esta capacidad, al mismo
tiempo activa y receptiva, la disciplina, por larga que fuese, sería
inútil. Escrupulosamente cultivada, la postura escéptica terminaría
por convertirse en prisión vacía, en estado acorazado de frustración,
en fin que sin cesar se encierra en sí mismo en lugar de constituirse
en medio riguroso de un resultado sublime.
https://www.academia.edu/46930482/TarnasRichard_COSMOS_Y_PSIQUE