
¿Cómo
se consigue que toda una población lleve una máscara sin ninguna prueba
de la utilidad de llevarla? ¿Cómo es posible proponer el principio de
un pasaporte vacunal para un virus poco letal, mutante y que mata
principalmente a personas mayores de 80 años?
¿Y cómo es que estas propuestas, soluciones o requerimientos desencadenan tan pocas reacciones de las poblaciones afectadas?
Ciertas técnicas de manipulación de masas permiten explicar la rápida
evolución de los contenidos del pensamiento a escala de la población y
la adhesión de una gran parte de ésta a un nuevo programa.

La
manipulación de masas no es nueva. Las herramientas para su aplicación
se han vuelto más modernas y rápidas. La manipulación permitirá la
difusión a gran escala de una propaganda destinada a modificar los
puntos de referencia y las creencias habituales, para luego sustituirlos
por otros nuevos, sin que se detecte ningún engaño.
En la actualidad, la rápida difusión de la propaganda del estado se
realiza a través de la televisión, que sigue siendo la principal
herramienta de información diaria para la mayoría de las personas. Esta
verdadera “institución” que es esta herramienta de comunicación e
información ocupa generalmente un lugar central en una sala de estar o
una habitación donde se toman las comidas. La televisión capta las
miradas y las conversaciones.
Los experimentos realizados a finales de los años 60 (Thomas Mulholland,
Herbert Krugman) demuestran que, tras sólo un minuto de visionado, la
actividad cerebral del espectador cambia de frecuencias beta a
frecuencias alfa. Este cambio señala el embotamiento del pensamiento
lógico y crítico a una relajación cercana a la hipnosis, lo que puede
explicar a muchas personas que se quedan dormidas frente al televisor.
Por lo tanto la propaganda utilizará la actividad hipnótica de esta
herramienta omnipresente.

La televisión ofrece actualmente una programación continua en que se dan dos elementos:
– La repetición de informaciones idénticas a las poblaciones en estado
semihipnótico permite anclar mejor esta información en el cerebro. La
población que recibe las mismas informaciones adquiere un modo de
pensamiento único que crea una presión social, una presión de grupo, un
mecanismo de autorregulación de las personas por sí mismas. Una función
natural del hombre es seguir inconscientemente el modelo social; a nivel
del individuo, se establece un nuevo modelo que corresponde al
pensamiento dominante. El instinto de manada y la obediencia a la norma
transforman a los ciudadanos en guardianes del orden establecido.
– La generalización de programas no hace intervenir la reflexión, la
difusión de programas de telerrealidad que apelan a la distracción
contribuye a desviar la atención y a atontar a la población
distrayéndola de los verdaderos problemas sociales.

Los
programas, por lo tanto, ofrecen una alternancia de informaciones
inquietantes y programas alienantes que permiten la relajación.
La televisión es el medio más eficaz para condicionar a las poblaciones.
Los periódicos, los debates de ideas durante las reuniones, por
ejemplo, son menos eficaces porque no son hipnóticos. Los lectores u
oyentes mantienen una mente crítica, una reflexión, que hace más difícil
acceder al subconsciente para introducir nuevos conceptos.
El bombardeo de los medios de comunicación televisivos utiliza ciertas
estrategias para promover la modificación de las creencias. La
ingeniería social se ha desarrollado desde los años 30 y más
concretamente después de la guerra. Se aceleró con la llegada de la
televisión, que ha permitido introducirse rápidamente en todos los
hogares.
Sobre una población hipnotizada el objetivo es borrar progresivamente
ciertos programas mentales existentes y sustituirlos por otros nuevos.
Como en un ordenador.

–
La estrategia de choques tiene como objetivo iniciar y mantener el caos
social. El caos creado por un anuncio, una imagen, un comentario puede
provocar un estado de estupefacción (recordemos la visualización en
bucle de las imágenes del World Trade Center). Las imágenes de los
hospitales desbordados, pacientes evacuados en convoyes especiales,
comentarios alarmantes que especulan sobre el número de muertes que se
avecinan, y los fragmentos de sonido, han favorecido el condicionamiento
según un patrón pavloviano. Los sucesivos choques han sido destilados
de forma aleatoria y bastante próximos entre sí. Las masas, por
condicionamiento gradual, esperaban ansiosamente un choque siguiente
proporcionado por las intervenciones del ejecutivo.
Los choques sucesivos han ido acompañados de una estrategia destinada a
hacer creer a la población que los sacrificios eran dolorosos pero
necesarios y que todo iría mejor mañana. Esta estrategia permitió
amplificar la cohesión social en torno a la narrativa oficial.
También ha estado acompañada de una herramienta de manipulación
especialmente formidable, que es la infantilización. Por ejemplo,
autorizarse a sí mismo un desplazamiento a menos de un kilómetro de su
casa, durante un periodo de tiempo limitado, con la condición de llevar
una máscara, es infantilizante, humillante y altamente condicionante;
coloca al gendarme dentro de cada uno de nosotros y obliga a la
transgresión en conciencia. Las estúpidas exigencias impuestas forman
parte de la carta de coerción de Biderman
(esta carta define una serie de criterios de tortura. Las técnicas son
utilizadas por los padres o cónyuges maltratantes, las sectas y, a gran
escala, todos los regímenes totalitarios; permiten crear el sometimiento
y romper toda resistencia).

–
La estrategia de los pequeños pasos: desde los primeros anuncios,
insensiblemente, las libertades han sido reducidas. Un buen anuncio para
la población de hoy es que no hay nuevas privaciones. Un año después
del inicio de la crisis, estamos en estado de emergencia, bajo toque de
queda, con vigilancia en las fronteras, tests sistemáticos y bajo la
amenaza de una vacunación obligatoria. Insensiblemente, nuestras
libertades están siendo recortadas, mientras el gobierno ajusta con
habilidad el cursor para minimizar los riesgos de salir de la hipnosis.
Las técnicas utilizadas, una vez infundido el miedo para conseguir el
caos, consisten en distorsionar deliberadamente la reflexión
orientándola de manera deliberada hacia nuevos conceptos o un nuevo
lenguaje. Más adelante, un salvador puede proponer un nuevo orden para
resolver la crisis.

El
Gobierno, durante la crisis sanitaria, ha utilizado ampliamente
técnicas destinadas a hacer que la situación parezca totalmente nueva:
Una nueva lengua: la noción de cluster apareció al principio de la
crisis. La población descubrió esta palabra y le atribuyó el tono
emocional dramático del momento y la conservó. En resumen, la agrupación
es igual al peligro. Los grupos se multiplicaron, llevando consigo el
miedo. También lo hizo el paciente cero, los tests PCR, los gráficos
ascendentes, las variantes, etc. La presentación pseudocientífica, y por
tanto creíble, de estas nociones ha construido un mundo aterrador día
tras día.
-pseudoconceptos:
“El mundo del después”: a las pocas semanas del inicio de la epidemia,
se utilizó la presentación del “mundo después” para dar un colorido
dramático al virus. El mundo del después remite en el subconsciente a
las grandes catástrofes, ya sean naturales, atómicas o víricas, que
tanto gustan a las películas de catástrofes. Este concepto elimina
efectivamente cualquier posible retorno al viejo orden.

“Tendremos
que vivir con el virus”: el público desinformado pensaba que no
teníamos, hasta ahora, que convivir con los virus de forma duradera, que
éstos desaparecían después de las epidemias y que, por tanto, no nos
quedaba más esperanza que la vacunación para librarnos de ellos (ya que
oficialmente no hay ningún tratamiento eficaz).
“Objetivo cero covid”. En contradicción con el concepto anterior, hace
imposible cualquier salida de la crisis. La yuxtaposición de estas dos
declaraciones muestra el sinsentido que tanto gusta en la comunicación
gubernamental. Siendo el objetivo irrealizable, prepara el siguiente
concepto.
“La única salida posible a la crisis es la vacunación”: esta afirmación
soslaya las cuestiones de sentido común sobre la necesidad de dicho
tratamiento, las condiciones para su desarrollo, etc. Unida a la amenaza
de la perpetuación de las restricciones a los viajes a las que la
vacunación podría poner fin, muchas personas están pensando en
vacunarse, permitiendo, sin saberlo, que se aplique dicha medida. De
hecho, sin la vacunación masiva, el pasaporte sanitario o un equivalente
sería imposible. Este es claramente un caso de fabricación de
consentimiento.

Estos
procedimientos no permiten un debate sosegado sobre las cuestiones
reales y eliminan cualquier discusión constructiva. El asombro de las
mentes ya no permite a cada uno restablecer el sentido común que habría
permitido preguntarse, por ejemplo: “¿cómo hemos actuado con las
anteriores epidemias?” o “¿por qué hablar tan pronto de un mundo futuro o
de una guerra por un virus?“, “¿Por qué apresurarse a encontrar una
vacuna sin saber si una vacuna es una solución para el episodio
actual?“, “¿Por qué numerosos países disponen de un tratamiento?“. Por
lo tanto, se han evitado cuidadosamente las preguntas básicas que
permitirían una reflexión estructurada y argumentada.
Neolenguaje y pseudoconceptos, renovados una y otra vez, permiten
mantener el terror y suprimir el sentido de la información. Poco a poco,
un hecho o una situación serán nombrados por palabras degradadas
desviadas de su significado original.
De este nuevo lenguaje han desaparecido las palabras “tratar” y
“enfermos”, ya que el concepto de epidemia debe separarse de la idea de
enfermos a tratar. La epidemia se convierte en una epidemia de casos
positivos que hay que aislar y de contactos que hay que identificar. Las
personas pasan de tener miedo a estar enfermas al miedo de ser
“positivas” o incluso al “contacto” y aceptan dócilmente los tests y los
aislamientos.

– La exaltación de ciertos valores morales: la solidaridad y sentido de la ética.
Llevar una máscara, al igual que la vacunación, se convierte en un acto
del que se puede estar orgulloso porque es filantrópico. Incluso son
filmados por los medios de comunicación para ser mejor destacados.
Los confinamientos, los cierres de establecimientos, el declive de la
economía, las depresiones, los suicidios, los retrasos en el tratamiento
de otras patologías, son justificables porque estamos protegiendo a los
frágiles. La hipnosis de las pantallas permite eludir la catástrofe
sanitaria creada por estas medidas supuestamente salvadoras. Al proteger
a los más frágiles, se paraliza la vida de millones de personas sin que
esto suponga un problema lógico.
Este caos social está organizado por una “célula” (en este caso, un
consejo de defensa, un consejo científico) que propone, de forma poco
transparente, las medidas liberticidas a aplicar. De forma arbitraria,
sin recurrir a argumentos científicos, aunque los haya, y sin tener en
cuenta las numerosas voces que se han alzado para denunciar la
ineficacia y la nocividad de estas medidas, esta célula no ha dudado en
variar la intensidad de los choques asestados a toda la población, con
alternancia de confinamientos y toques de queda, sin que nadie o casi
nadie se cuestione realmente la finalidad de estas medidas. Esta célula
utilizó el sinsentido para desconectar aún más a la población de
cualquier razonamiento (cuántos debates sobre el uso de mascarillas
estando de pie, sentado, distancias de seguridad, y cuántas medidas
inútiles como el cierre de espacios de convivencia preservando el acceso
a los lugares más frecuentados).

Los
sucesivos choques permiten destruir la capacidad de reflexión de las
masas y aturdirlas, borrar todos los puntos de referencia anteriores.
Sobre este trasfondo de turbulencia, de desorganización, es posible
injertar cualquier programa que pretenda resolver el caos y
proponer/organizar/imponer una vuelta a la calma.
El programa actual es un programa de terror cuyo escenario se basa en la propagación de uno o varios virus.
El trance hipnótico en el que está inmersa una parte de la gente ya no
permite rectificar la información mediante la observación. El mundo
caótico que se ofrece en la pantalla ha entrado en el subconsciente de
todos y se refuerza constantemente con las medidas visibles en la vida
cotidiana, como el uso de una máscara.
Sobre la tabula rasa cognitiva lograda en poco tiempo por el poder
mediático y las técnicas de manipulación mental aparece un nuevo mundo
en el que es necesario protegerse de todo, aunque eso signifique
disolver las libertades fundamentales.

Comportamientos
que habrían sido juzgados como aberrantes ayer son hoy las reglas
sociales establecidas. Los mejores guardianes de estas nuevas reglas son
los lavados de cerebro. El éxito de la manipulación lleva a la masa
manipulada a creer que ella misma la que decide su comportamiento. Pasa
de un mundo a otro atravesando de una crisis desencadenada y resuelta
por otros (estrategia del pirómano).
El mundo del después se instala como anunciado. El virus ha sido el
pretexto, la manipulación de las masas el medio. Hoy, sin apenas
control, la gente lleva máscara, incluso en zonas donde no es
obligatoria, se reprenden unos a otros por no respetar la norma, es
normal que los niños lleven máscara en el colegio, que los ancianos se
aíslen en las residencias, y el pasaporte vacunal ya no escandaliza a
más de la mitad de la población y se considera una posible, incluso
deseada, salida de la crisis.

En
definitiva, hemos vivido una epidemia estacional cuyo tratamiento
político y mediático ha reducido nuestros derechos fundamentales, ha
trastocado todos los puntos de referencia anteriores y ha establecido
nuevas normas, totalmente ajenas a la realidad, ineficaces cuando no
contraproducentes, y que nos han sumido en el sometimiento y la
indignidad de un modo que amenaza con ser irreversible.
La potencia de fuego de la díada político-mediática ha fabricado el consentimiento.
Frédéric Badel
(Fuente: https://anthropo-logiques.org/; visto en https://ejercitoremanente.com/
https://astillasderealidad.blogspot.com/2021/03/control-mental-y-manipulacion-de-masas.html