domingo, 8 de julio de 2018
Sotos contra Riquelmes. De Jaime Contreras.
Todo parece que comenzó un día indeterminado de un año también impreciso en torno a 1550. Aquel día el alcalde mayor de Lorca –oficio que representaba a la autoridad del rey y que se ejercía en nombre del corregidor residente en Murcia–, el licenciado Quevedo hablaba un tanto desaforadamente en la plaza mayor de la ciudad. Era aquel un lugar concurrido y, en orgullosa altanera ostentación del poder, el dicho Quevedo amenazó públicamente a tal Magdalena López, mujer ya entrada en años y viuda de «un tal Monzón». A grandes voces, aquel Licenciado Quevedo decía en la plaza que «…juraba a Dios y a la señal de la Cruz que traía en las manos que había de hacer que los inquisidores quemaran a aquella perra de Magdalena López». Duras palabras que no ocultaban la acusación de herejía. ¿Era hereje Magdalena López? La publicación a principios de los años noventa de Sotos contra Riquelmes. Inquisidores, regidores y criptojudíos, revolucionó el panorama historiográfico en lengua española, brindando el que había de ser el gran ensayo microhistórico español. Relato vívido y emocionante y agudo análisis se unen en la que, hoy día, sigue siendo una lectura indispensable para todo lector que se adentre en la historia de Inquisición española y de la España moderna.
El médico en la palestra. Diego Jiménez Zapata ( 1664- 1745 ). Por José Pardo Tomás.
Este es un libro fascinante, de una riqueza y de un calado de los que me va a ser difícil dar cuenta en este breve espacio. Supera con mucho lo que es su objetivo primordial: la biografía vital e intelectual de un médico judeoconverso a partir de su abundante obra escrita y de sendos procesos inquisitoriales particularmente ricos en documentación, que se conservan entre los fondos del Tribunal de la Inquisición de Cuenca.A partir de este material, inédito y prácticamente desconocido hasta la fecha, Pardo ha ampliado su atención al número de personas y movimientos con los que Zapata entró en contacto, reconstruyendo su entorno, multiplicando los ejemplos de otras vidas que tuvieron convergencia o paralelismo con la suya. De este modo, revela una red de relaciones entre diversos tipos de médicos y entre éstos y sus pacientes, al tiempo que presenta la lucha entre la tradición y la renovación en la medicina española de la época, la participación del elemento judeoconverso generalmente del lado de la renovación, la estrategia de adquisición de protagonismo social y cultural entablada por los médicos a través de la publicación de escritos polémicos, los motivos ideológicos y sociales de la persecución inquisitorial, el aparato y el procedimiento del Santo Oficio...
Diego Mateo Zapata fue una figura distinguida en los círculos médicos de su época. De origen murciano y perteneciente a una familia de judeoconversos, estudió, tras un periplo italiano, medicina en Valencia y llegó en torno a 1686 a Madrid, donde fue admitido como practicante de medicina en el hospital general. Sus padres y casi todos sus parientes habían sido detenidos por la Inquisición cuando él tenía unos catorce años y él mismo fue detenido por primera vez por el Santo Oficio en 1691 a los veintisiete. Su primer proceso fue declarado suspenso. Fue médico del duque de Medinaceli y de otras personalidades importantes de la corte como los cardenales Borja y Portocarrero. Fue también un prolífico autor de obras de medicina, y un polemista: primero en defensa del galenismo, aunque más tarde se identificó con el movimiento llamado novator. Alzándose, en fin, en contra del galenismo tradicional, Zapata fue uno de los fundadores de la «Veneranda Tertulia» establecida en Sevilla en 1697 y oficialmente reconocida como «Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias» en 1700, de la cual fue presidente. A pesar de su actividad novatora, consiguió amplio respaldo de figuras poderosas, lo cual no evitó que fuera arrestado por la Inquisición en 1721. Su proceso se sitúa en el momento de la última gran represión contra la minoría judeoconversa, que suscitó una intensa actividad inquisitorial entre 1715 y 1730, represión que alcanzó su culmen entre los años 1720 y 1725. Perseguido bajo la acusación de ser criptojudío, al tiempo que requerido por su saber, Zapata es uno de los veintisiete médicos, junto con cinco barberos, tres cirujanos, un estudiante de medicina..., que fueron procesados por judaizantes en esos cinco tremendos años. Marrano por su origen social y rival de muchos por su éxito profesional, Zapata estaba en una situación de vulnerabilidad extrema frente a la Inquisición. A pesar de ello, sobrevivió a su proceso y continuó practicando la medicina hasta el final de su vida.
Durante los siglos XVI y XVII , la medicina fue una rama profesional particularmente frecuentada por judeoconversos y por moriscos. Era la única profesión que permitía, a diferencia de las leyes o la carrera eclesiástica, ser practicada con posibilidad de tener acceso a honores y a contacto con las clases privilegiadas, sin ser sometido a los expedientes de limpieza de sangre. Era también una profesión «universal», es decir, que podía practicarse en otras regiones, en otros países, lo cual era sin duda importante para sectores de población para quienes el exilio, cuando no la expulsión, constituían perspectivas verosímiles.A los ojos de las autoridades, y en particular de la Inquisición, era peligroso que un médico converso, fuera de origen judío o musulmán, siempre sospechoso de practicar en secreto su antigua religión, atendiera a pacientes cristianos. Como enemigos de éstos que eran, no sólo podían «perder los cuerpos» de sus pacientes sino, aún peor, «perder las almas», pues el médico podía ser un obstáculo para que los moribundos solicitaran la confesión y la extremaunción. Por el hecho de su origen, estos médicos se convertían en una víctima propiciatoria para médicos rivales o para pacientes insatisfechos con el tratamiento recibido. La denuncia a la Inquisición era un arma fácil y ahora constituye un documento extraordinario para trazar las rivalidades entre médicos o entre médicos, cirujanos y sanadores, así como entre éstos y sus pacientes. Este libro muestra, entre otras cosas, que, precisamente por las conexiones entre diferentes grupos de médicos, los de origen converso no fueron siempre y únicamente víctimas de la Inquisición, al tiempo que suscita cuestiones de importancia respecto a las relaciones entre la medicina y la ley, no sólo en el plano teorético, sino en el de la práctica. Matiza, sobre todo, el papel de la Inquisición como represora de todo lo que significara renovación científica y filosófica. El Santo Oficio fue, qué duda cabe, un aparato formidable de disciplina y control social, pero no pudo evitar ser instrumentalizado por otras instancias de poder, además de servir de escenario de resolución de tensiones entre diversos grupos sociales. Lo habíamos visto así en el caso de las esferas políticas del poder local (hay que recordar el estupendo Sotos contra Riquelmes de Jaime Contreras) o en las tensiones entre las minorías morisca y judeoconversa. Pardo muestra aquí cómo los renovadores intelectuales no dudaron en valerse de la Inquisición cuando se trataba de destruir a rivales profesionales.
El libro está dividido en tres partes tituladas «Marrano», «Polemista» y «Médico». Sin preámbulo o introducción alguna, sin explicación del propósito o plan de la obra, el libro comienza con los familiares del Santo Oficio llamando (aporreando, uno imagina) a la puerta de la casa de Zapata en Madrid una mañana de marzo de 1721.A través de la detención y de su procedimiento, del inventario de sus propiedades, de las testificaciones que han llevado a iniciar el proceso, nos adentramos en esta primera parte del libro, dedicada a esclarecer qué significaba y qué implicaba ser de origen judeoconverso en una España que ya llevaba un cuarto del siglo que suele llamarse de la Ilustración. Una España aún dominada por un concepto exacerbado de la honra que identificaba con la pureza del linaje, con la limpieza de sangre y obsesionada, por tanto, no con la asimilación de esos cristianos nuevos (con más de dos siglos de «novedad» y perfectamente asimilados), sino por el temor a la desaparición de la diferencia evidente y la consecuente «infiltración».
Pardo es historiador de la medicina y, por ello, adopta una óptica específica al considerar aspectos de los procesos inquisitoriales, distinta de la de los historiadores de la Inquisición, o de las minorías morisca o judeoconversa. Me refiero en particular a las magníficas páginas que dedica a la circuncisión, esa marca indeleble del cuerpo de los acusados. La circuncisión ritual había casi desaparecido en la España de finales del XVII , pero no había desaparecido ni de los libros de cirugía de la época ni del imaginario colectivo de los inquisidores, ni de los cristianos viejos ni de los nuevos. Los cirujanos expedían documentos notariales para justificar la circuncisión terapéutica, o cauterio o lesión genital, con lo cual tenían en su mano conceder el pasaporte que dejara a salvo al paciente o condenarlo al albur de la intervención inquisitorial. La literatura quirúrgica de la época analizada por Pardo se hace eco de la propaganda cristiana antijudía al defender cuestiones tales como la capacidad de los cristianos de proporcionar placer sexual a las mujeres precisamente gracias a ese trozo de piel que judíos y moros no tenían, dando de paso por segura la infidelidad conyugal de sus mujeres, que buscaban (por ejemplo, en el caso de las turcas, en cautivos cristianos) el placer que sus maridos no podían darles. La literatura quirúrgica ofrecía un soporte de prestigio a ese tipo de ideas (incluida aquella que mantenía que los hombres judíos tenían la menstruación) otorgándoles legitimidad «científica».También son específicas de la óptica de un historiador de la medicina las páginas dedicadas a las sesiones de tortura sufridas por Zapata y a su aparición en ellas de otro tipo de médicos, no aquellos que eran víctimas de la Inquisición, sino de los que participaban activamente en sus procedimientos. La Inquisición usaba de la tortura como cualquier otro tribunal contemporáneo y, en contra de lo que se piensa, de una manera menos cruel, por mucho que la lectura de las actas de las sesiones, con su minuciosa prosa burocrática, resulte intolerable. Pero es que la crueldad no radicaba tanto en lo físico como en la intención que la guiaba, es decir, en conseguir una admisión de culpa que se daba por supuesta, para poder salvar el alma del procesado de la condena eterna. La resistencia a la tortura no probaba la inocencia en ningún caso, sino la obstinación y pertinacia del encausado. Y el cuerpo de los procesados, marcado, roto, derrotado, se convertía en ingrediente fundamental de una retórica de legitimidad, a la vez que era vehículo del temor y del deseo de purificación del cuerpo social.Y, sobre todo, del control social por medio de las emociones: miedo, dolor, vergüenza. Pero, sobre todo, por medio de la infamia.
Zapata fue condenado por la Inquisición, en este segundo proceso, «abjurar de vehementi», a salir en auto de fe con sambenito, a un año de cárcel y diez de destierro de las ciudades de Madrid, Cuenca y Murcia, a la pérdida de la mitad de sus bienes. Su proceso se llevó a cabo en Cuenca para evitar el escándalo en la corte, y allí salió en procesión pública el 14 de enero de 1725 en un auto de fe en el que dos mujeres fueron quemadas por judaizantes y otros seis, acusados también de judaizar, en efigie.Y, aun así, Zapata sobrevivió como médico de la corte: le encontramos en Madrid de nuevo antes de acabarse el plazo de su destierro practicando en casas aristocráticas, asistiendo al duque de Medinaceli, participando en juntas de médicos, polemizando. Consiguió, pues, no sólo sobrevivir sino recuperar su posición, lo cual suscitó el resentimiento violento de algunos colegas que no permitieron nunca que se borrara su infamia, con la que tuvo que lidiar Zapata hasta el final de sus días, poniendo para ello todos los medios a su alcance. Esos medios (tales como invertir en las obras de la parroquia de San Nicolás en Murcia, donde había sido bautizado y en cuyo altar mayor, por él financiado, sería enterrado a su muerte) y los ataques de los que fue objeto los utiliza Pardo para hacernos comprender los mecanismos sociales por los que se regían, se instauraban o se modificaban la buena o la mala fama: están estrechamente imbricados en las formas de establecer polémica, que son objeto de la segunda parte del libro.
La historia de la medicina hace tiempo que no se limita a ser la narración historiada de las contribuciones que los médicos del pasado hicieron a la disciplina, sino que convierte en su objeto de estudio la difusión, la recepción y la asimilación de ideas nuevas. Se plantea estudiar el punto de vista del lector profano, del paciente en el caso de la literatura médica, y muy en particular, en el de la literatura médica polémica. Esta literatura polémica responde en gran medida a una estrategia de adquisición de protagonismo social y cultural por parte de los médicos autores. La polémica se entabla no tanto en defensa de una verdad considerada como tal, sino con la intención de salir a la palestra, de hacerse nombrar y, así, conseguir renombre, muy a menudo acrecentado éste en función de lo agrio del debate. En la polémica se usa del sarcasmo y el vituperio del adversario (o de la calumnia), así como de la manipulación del miedo o de la esperanza del prospectivo enfermo.Y es que el éxito de un médico, basado en que los pacientes recurrieran a él y no a otro, requería de unas expectativas suscitadas por el tipo de medicina que éste practicaba. En estas expectativas era factor importante el de la recepción y asimilación de unas determinadas doctrinas, que, en el caso que nos ocupa, se centra en el debate entre los diversos galenistas y entre éstos y los renovadores, novatores o chymicos.
En el siglo XVII , los conceptos acerca de la salud y de la enfermedad venían marcados todavía por un complejo sistema de interpretación racional basado en los tratados atribuidos a Hipócrates y a Galeno y en los textos de múltiples autores (cristianos, musulmanes, judíos) que se dedicaron a lo largo de toda la Edad Media a comentar estos textos. Es lo que se conoce con el nombre de galenismo o medicina galénica. El galenismo concebía la salud como un estado de equilibrio perfecto entre los humores del cuerpo, cuatro humores que tenían su correspondencia con los cuatro elementos constitutivos de la materia. De acuerdo con los conceptos de equilibrio y desequilibrio humoral, para la medicina galénica el principal objetivo terapéutico era la expulsión de la «materia pecante», el humor excedente, responsable de la aparición de los síntomas de una enfermedad. El humor pecante debía ser expulsado por medio de la purga o de la sangría. Hasta tal punto prescribían los médicos galenistas a sus enfermos esta técnica que acabaron por granjearse la crítica de quienes veían en el abuso de la sangría el argumento fundamental para poner en tela de juicio todo el sistema galénico.
La medicina galénica produjo en la Península, a partir del Renacimiento, un sinfín de textos a través de los cuales los médicos aspiraban a regir la vida entera de sus pacientes tanto cuando estaban sanos como cuando estaban enfermos, pretendiendo convertir la medicina en un modo de vida. La literatura médica se convierte así, como demuestra Pardo, en un territorio privilegiado para la lectura plural de los textos. Conecta mundos intelectuales con saberes y prácticas aparentemente diversos (de la filosofía a la cirugía, de la fisiología a la reflexión sobre el alma, sobre la materia y sus accidentes). Además, este tipo de literatura médica tenía una explícita voluntad de llegar a un público más amplio que el meramente médico, en particular pacientes reales o potenciales. Al mismo tiempo, la amplia difusión de los textos galénicos y sus conceptos de purga y de sangría explica, creo, una suerte de metáfora de las prácticas sociales vinculadas al concepto de limpieza de sangre y parecen traducirse casi literalmente en una sociedad empeñada en purgarse a sí misma de una supuesta «materia pecante». Se nos hace evidente la aplicación de la idea medicinal a la salud del cuerpo social.
Por su parte, los novatores fueron un grupo de eruditos y médicos que, a finales del siglo XVII , en Valencia, comenzaron a reunirse en tertulias y a publicar estudios donde se hacían eco de las novedades de la revolución científica, defendiendo los nuevos saberes físicos y experimentales y denunciando el atraso de los planes de estudio de los colegios y universidades españolas, que daban la espalda a toda innovación. Pues bien, Zapata sale a la palestra, en la primera fase de su carrera, como acendrado defensor de la tradición, es decir, del lado del galenismo, y en una segunda fase, tras seis años de silencio publicista y polemista, en defensa de la renovación: su postura debe entenderse, nos explica Pardo, en relación con sus dificultades para su ubicación profesional y para adquirir las acreditaciones necesarias para su examen ante el Protomedicato, el tribunal encargado de autorizar y controlar el ejercicio de las profesiones sanitarias. Este examen, que le abriría las puertas para ejercer libre e independiente de la medicina, era el único camino con que contaba para progresar social y económicamente.
Y es que, para entender qué era ser médico en aquella sociedad, necesitamos conocer las posibilidades de estabilidad o ascenso social que ofrecía tal oficio, las disyuntivas que había que afrentar a la hora de definir estrategias de carreras profesionales, los modos de obtener ingresos y las formas de relacionarse con los demás, ya fueran clientes o médicos competidores. Los médicos debían mantener su lugar en espacios que tenían que compartir con clérigos y juristas, en especial las aulas universitarias y los hospitales. Con ellos tenían también que disputarse el patronazgo de los poderosos. Todos esos factores son explorados ampliamente en este libro, que examina cada faceta, cada conexión, cada posibilidad, desde las amistades a las lecturas de su biblioteca o los libros pedidos en préstamo, desde los contertulios a los rivales. Lo más difícil, sobre todo cuando está intentando restituirse y comprenderse una individualidad tan compleja como la de Zapata y algunos de sus colegas, es percibir, descontando la «estrategia» (que tiene una connotación tan negativa) de adquisición de protagonismo social y cultural, la convicción, el cambio de opinión sincero, la influencia de los amigos.
Se trata, en fin, de un libro de muy recomendable lectura. Se percibe que es fruto de muy largos años de trabajo y de reflexión plasmada en una voluntad de distancia objetivista que trasluce al tiempo una cierta emotividad moral; está escrito con un grado de compromiso intelectual que lo hace sumamente atractivo. A mí me parece un libro espléndido.Tras la lectura de sus densas 456 páginas se decanta como una de las principales preocupaciones del autor (o quizá lo leo así porque en ella se refleja la mía) la cuestión del peso de la estrategia, de la planificación de las acciones necesarias para conseguir autoridad y legitimidad intelectual a los ojos de los pares y de los receptores, sobre la producción de la ciencia, tan a menudo sujeta a intereses particulares o de grupo; los modos por los cuales se construye o se destruye una reputación intelectual o científica y una idea nueva es ignorada o aceptada; el uso, en fin, de la ciencia como soporte que legitime posturas ideológicas que nada tienen que ver con ella, o para favorecer a determinados grupos en pugna por el ejercicio del poder. Es por ello, quizá, me parece a mí, por lo que Pardo ha prescindido de buena parte de las convenciones formales que se usan en la escritura de la historia: no sólo de la introducción, como ya dije, sino de las notas de referencia, a pie de página o al final de capítulo. Quedan sustituidas por uno conclusivo llamado «Para discutir: fuentes, notas y bibliografía» en el que explica que las notas al pie de página han ido excediendo los fines para los cuales aparecieron (los de referenciar lo que se afirma y proporcionar las fuentes en que uno se basa) para adquirir fines espurios, incluidos los de cumplir con compromisos personales e institucionales. Probablemente el lector no profesional se alegrará de esta falta de notas que a menudo sobrecargan un texto e intimidan al lector no especialista.Yo las he echado de menos.
https://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible.php?art=3376&t=articulos
Médicos e Inquisición en el siglo XVII. Por Adelina Sarrión Mora.
Médicos, boticarios, cirujanos y barberos son los protagonistas de este estudio. Los procesos inquisitoriales que algunos de estos profesionales sufrieron durante el siglo XVII nos servirán para conocer su vida y su personalidad. Acusados de judaizantes, luteranos, astrólogos, blasfemos o herejes tuvieron que comparecer ante el tribunal del Santo Oficio. Las actas de sus procesos nos acercarán a la práctica de la medicina en el mundo Barroco español. La abundante información que dicha documentación proporciona nos permite conocer la vida cotidiana de los profesionales de la medicina y contemplar su manera de comportarse y de relacionarse con los demás, así como su forma de pensar o la consideración que merecían a sus convecinos.
sábado, 7 de julio de 2018
Alonso de Salazar y Frías, el abogado de las brujas. Por R. Pérez Barredo.
Hace 400 años se celebró el mayor
proceso inquisitorial contra la brujería de la historia. Un burgalés
salvó de la hoguera a 5.000 personas
Cerca de la aldea navarra de Zurragamurdi hay un manantial que se
conoce como Arroyo del Infierno. La voz popular ha conservado por toda
la comarca nombres como ese, que remiten a uno de los episodios más
oscuros de la historia de España, cuando la Inquisición perseguía con
vehemencia todo paganismo. En aquellos primeros años del siglo XVII el
Santo Oficio se volcó con la brujería. Algunos de sus más siniestros
ministros alertaron de una oleada de hechicería en las Vascongadas. El
Tribunal de Logroño fue el encargado del proceso -considerado el más
importante en la historia de tan perversa organización- que hubiera
llevado a la hoguera a cientos de personas de no haber sido por uno de
los tres juristas del tribunal: un burgalés llamado Alonso de Salazar y
Frías.
Nacido en Burgos capital en 1564, en el seno de una próspera familia de comerciantes, estudió Derecho Canónico en las universidades de Salamanca y Sigüenza antes de hacerse sacerdote. Trabajó en las diócesis de Jaén y Toledo de la mano de Bernardo de Sandoval y Rojas, obispo de ambas y hermano del que fuera el más influyente valido del rey Felipe III, el duque de Lerma. Según su biógrafo, Gustav Henningsen, el jurista y diplomático burgalés fue «uno de los clérigos más brillantes de la Corte». En 1609 se convirtió en inquisidor de Logroño, formando triunvirato con los exaltados Alonso Becerrra y Juan del Valle Alvarado, quienes tenían abierto un proceso contra la brujería absolutamente escalofriante: contaban, a la llegada del burgalés, con miles de informes que, según ellos, confirmaban la estrecha relación con la brujería de otros tantos seres humanos en distintos puntos de la geografía Navarra y vasca.
El salvador
Salazar y Frías poco pudo hacer en los primeros meses; sus colegas, que llevaban tiempo controlando el proceso, celebraron en 1610 un auto de fe con 31 personas, de las once fueron quemadas en la hoguera ante 30.000 personas, que parecieron disfrutar viendo cómo las llamas enviaban al infierno a aquellos pobres diablos. El burgalés cuestionó algunas de las sentencias, consiguiendo evitar el ajusticiamiento de dos reos. Por eso al año siguiente, el burgalés decidió, contra la opinión de sus compañeros, que comenzaron a insinuar que su colega era ministro del diablo, iniciar un viaje por aquellas zonas en las que parecía haberse disparado una epidemia demoníaca. Durante meses, Salazar recorrió las aldeas recabando miles de confesiones y otras tantas denuncias sobre brujería que lo dejaron estupefacto. En muchos casos, tomó declaraciones de niños que decían haber soñado con su participación en aquelarres; constató cómo unos vecinos se denunciaban a otros; cómo algunos se tomaban la justicia por su mano en linchamientos o piras improvisadas. Había una violencia desatada y un clima de contaminación que se había alejado de los cánones de la realidad cobrando un cariz onírico y salvaje que asustó al letrado, convencido de que no había secta alguna y de que todo aquel fenómeno paranormal se había contagiado precisamente por publicidad, esto es, por insistir en la existencia de hechiceros y brujas.
«En el insano clima actual es pernicioso nombrar esas cosas públicamente, puesto que sólo pueden acarrear al pueblo mayor daño del que ya ha experimentado», escribió tras concluir su viaje. Constató el clérigo burgalés que en la epidemia de brujomanía confluían tres factores: adoctrinamiento previo, sueños estereotipados y confesiones extraídas a la fuerza.
Miles de seres humanos
A su regreso, el tribunal tenía sobre la mesa 5.000 nombres de personas sospechosas de estar relacionadas con la brujería. Aunque presionado y hostigado por los otros dos jueces del tribunal, el burgalés se mostró metódico y se centró en los argumentos jurídicos y la veracidad de las pruebas frente a la apuesta nada científica de sus colegas, creídos del rumor y las denuncias que habían llevado a todas aquellas almas a la terribe causa que se estaba enjuiciando. Pasó por un calvario Salazar y Frías. «Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos», escribió en una ocasión.
Pero defendió su tesis contra viento y marea. «No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se llegó a tratar y escribir de ello», recogió en su dictamen, que tiene aseveraciones que hablan magníficamente del papel racional de este buen inquisidor: «Mis colegas pierden el tiempo cuando aseguran que los aspectos más complicados y difíciles de este asunto solamente pueden ser comprendidos por aquellos iniciados en los misterios de la secta, puesto que las circunstancias, pese a todo, requieren que el caso sea juzgado en este mundo por jueces que no son brujos. Nada consiguen arreglar con decir que el demonio es capaz de esto o aquello, mientras machaconamente repiten la teoría de su naturaleza angélica y hacen referencia a los sabios doctores de la Iglesia. Todo ello resulta aniquilante, ya que nadie ha puesto en duda esas cosas. El problema es: ¿hemos de creer que en tal o cual ocasión determinada hubo brujería, solamente porque los brujos así lo dicen? No, naturalmente, no debemos creer a los brujos, y los inquisidores creo que no deberán juzgar a nadie a menos que los crímenes puedan ser documentados con pruebas concretas y objetivas, lo suficientemente evidentes como para convencer a los que las oyen». Exigía, pues, demostraciones empíricas de la cosa.
Becerra y Valle, por su parte, se mantuvieron en sus trece, rebatiendo al burgalés que el demonio había «hecho trampas» sirviéndose «de engaños y comedias para cegar la razón de muchos» y haciendo detallado hincapié de los ritos demoníacos que, según ellos, se practicaban en tierras navarras y vascas. Por fortuna para aquellas miles de personas, el burgalés se salió con la suya. Remitidos a Madrid los informes de la causa, el Consejo General decidió decretar la suspensión del proceso en 1614. Salazar consiguió además que se utilizase el silencio como el mejor mecanismo contra la expansión de la brujería. Funcionó. Además, su gestión en el mayor proceso inquisitorial de la historia evitó la hoguera a miles de personas vinculadas a la brujería cien años antes que en toda Europa. En adelante, cualquier persona acusada de ello sería castigada a penas leves cuando no declarada inocente. El biógrafo del clérigo y juez burgalés ha escrito que «el mundo siempre tendrá necesidad de alguien que se atreva a desenmascarar al verdugo: de hombres tan enteros como Salazar».
http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z9088D503-E7FA-2EDE-DB2433324F53A862/20120304/alonso/salazar/frias/abogado/br
Nacido en Burgos capital en 1564, en el seno de una próspera familia de comerciantes, estudió Derecho Canónico en las universidades de Salamanca y Sigüenza antes de hacerse sacerdote. Trabajó en las diócesis de Jaén y Toledo de la mano de Bernardo de Sandoval y Rojas, obispo de ambas y hermano del que fuera el más influyente valido del rey Felipe III, el duque de Lerma. Según su biógrafo, Gustav Henningsen, el jurista y diplomático burgalés fue «uno de los clérigos más brillantes de la Corte». En 1609 se convirtió en inquisidor de Logroño, formando triunvirato con los exaltados Alonso Becerrra y Juan del Valle Alvarado, quienes tenían abierto un proceso contra la brujería absolutamente escalofriante: contaban, a la llegada del burgalés, con miles de informes que, según ellos, confirmaban la estrecha relación con la brujería de otros tantos seres humanos en distintos puntos de la geografía Navarra y vasca.
El salvador
Salazar y Frías poco pudo hacer en los primeros meses; sus colegas, que llevaban tiempo controlando el proceso, celebraron en 1610 un auto de fe con 31 personas, de las once fueron quemadas en la hoguera ante 30.000 personas, que parecieron disfrutar viendo cómo las llamas enviaban al infierno a aquellos pobres diablos. El burgalés cuestionó algunas de las sentencias, consiguiendo evitar el ajusticiamiento de dos reos. Por eso al año siguiente, el burgalés decidió, contra la opinión de sus compañeros, que comenzaron a insinuar que su colega era ministro del diablo, iniciar un viaje por aquellas zonas en las que parecía haberse disparado una epidemia demoníaca. Durante meses, Salazar recorrió las aldeas recabando miles de confesiones y otras tantas denuncias sobre brujería que lo dejaron estupefacto. En muchos casos, tomó declaraciones de niños que decían haber soñado con su participación en aquelarres; constató cómo unos vecinos se denunciaban a otros; cómo algunos se tomaban la justicia por su mano en linchamientos o piras improvisadas. Había una violencia desatada y un clima de contaminación que se había alejado de los cánones de la realidad cobrando un cariz onírico y salvaje que asustó al letrado, convencido de que no había secta alguna y de que todo aquel fenómeno paranormal se había contagiado precisamente por publicidad, esto es, por insistir en la existencia de hechiceros y brujas.
«En el insano clima actual es pernicioso nombrar esas cosas públicamente, puesto que sólo pueden acarrear al pueblo mayor daño del que ya ha experimentado», escribió tras concluir su viaje. Constató el clérigo burgalés que en la epidemia de brujomanía confluían tres factores: adoctrinamiento previo, sueños estereotipados y confesiones extraídas a la fuerza.
Miles de seres humanos
A su regreso, el tribunal tenía sobre la mesa 5.000 nombres de personas sospechosas de estar relacionadas con la brujería. Aunque presionado y hostigado por los otros dos jueces del tribunal, el burgalés se mostró metódico y se centró en los argumentos jurídicos y la veracidad de las pruebas frente a la apuesta nada científica de sus colegas, creídos del rumor y las denuncias que habían llevado a todas aquellas almas a la terribe causa que se estaba enjuiciando. Pasó por un calvario Salazar y Frías. «Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos», escribió en una ocasión.
Pero defendió su tesis contra viento y marea. «No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se llegó a tratar y escribir de ello», recogió en su dictamen, que tiene aseveraciones que hablan magníficamente del papel racional de este buen inquisidor: «Mis colegas pierden el tiempo cuando aseguran que los aspectos más complicados y difíciles de este asunto solamente pueden ser comprendidos por aquellos iniciados en los misterios de la secta, puesto que las circunstancias, pese a todo, requieren que el caso sea juzgado en este mundo por jueces que no son brujos. Nada consiguen arreglar con decir que el demonio es capaz de esto o aquello, mientras machaconamente repiten la teoría de su naturaleza angélica y hacen referencia a los sabios doctores de la Iglesia. Todo ello resulta aniquilante, ya que nadie ha puesto en duda esas cosas. El problema es: ¿hemos de creer que en tal o cual ocasión determinada hubo brujería, solamente porque los brujos así lo dicen? No, naturalmente, no debemos creer a los brujos, y los inquisidores creo que no deberán juzgar a nadie a menos que los crímenes puedan ser documentados con pruebas concretas y objetivas, lo suficientemente evidentes como para convencer a los que las oyen». Exigía, pues, demostraciones empíricas de la cosa.
Becerra y Valle, por su parte, se mantuvieron en sus trece, rebatiendo al burgalés que el demonio había «hecho trampas» sirviéndose «de engaños y comedias para cegar la razón de muchos» y haciendo detallado hincapié de los ritos demoníacos que, según ellos, se practicaban en tierras navarras y vascas. Por fortuna para aquellas miles de personas, el burgalés se salió con la suya. Remitidos a Madrid los informes de la causa, el Consejo General decidió decretar la suspensión del proceso en 1614. Salazar consiguió además que se utilizase el silencio como el mejor mecanismo contra la expansión de la brujería. Funcionó. Además, su gestión en el mayor proceso inquisitorial de la historia evitó la hoguera a miles de personas vinculadas a la brujería cien años antes que en toda Europa. En adelante, cualquier persona acusada de ello sería castigada a penas leves cuando no declarada inocente. El biógrafo del clérigo y juez burgalés ha escrito que «el mundo siempre tendrá necesidad de alguien que se atreva a desenmascarar al verdugo: de hombres tan enteros como Salazar».
http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z9088D503-E7FA-2EDE-DB2433324F53A862/20120304/alonso/salazar/frias/abogado/br
Flores de Abu Ma'shar
Ja'far ibn Muhammad al-Balkhī (787–886), conocido como Abu Ma'shar, vivió en Bagdad en el siglo IX. Originalmente un erudito islámico de hadices (las tradiciones proféticas de Mahoma) y contemporáneo del famoso filósofo al-Kindī, Abu Ma'shar desarrolló un interés en la astrología a la edad relativamente tardía de 47 años. Se convirtió en el más importante y prolífico escritor sobre astrología en la Edad Media. Sus discursos incorporaron y se expandieron sobre los estudios de eruditos anteriores de origen islámico, persa, griego y de la Mesopotamia. Sus obras fueron traducidas al latín en el siglo XII y, debido a su amplia circulación en forma de manuscrito, tuvieron una gran influencia sobre los eruditos occidentales. Este libro es la primera edición de Abū Ma‘shar’s Kitāb tahāwīl sinī al-‘ālam (también conocido como el Kitāb al-nukat) traducido al latín por el traductor del siglo XII Johannes Hispalensis (Juan de Hispalense). El texto hace referencia a la naturaleza de un año (o mes o día), según lo determina el horóscopo y fue concebido como un manual práctico para la instrucción y la formación de los astrólogos. En el libro se incluyen numerosas ilustraciones de los planetas y las constelaciones. La impresión de Erhard Ratdolt, un famoso impresor de Augsburgo, Alemania quien, con dos compatriotas, estableció una sociedad de impresión en Venecia en 1475.
https://www.wdl.org/es/item/2997/
La Bula " Caeli et Terrae " de Sixto V.
Sixto V, papa entre 1580 y 1587 emitió un decreto por el cual prohibió la práctica de la ciencias ligadas a la Astrología o adivinación mientras que instaban a los inquisidores a erradicar a la faz de la tierras a los que las practiquen. Veamos los términos con que terminaba la bula papal.
"Estos pues, tan livianos y tan
temerarios hombres, en miserable ruina suya de sus almas, en grande
escándalo de los Fieles, y detrimento de la fe Cristiana los
acaecimientos, que han de ser de las cosas quando han de suceder
prosperas, o adversas, los humanos actos, y finalmente las cosas que
dependen de la voluntad libre de los hombres atribuyen a los astros, y a
las estrellas, y danles tanto poder, tanta fuerza, virtud, y eficacia
para significar lo que está por venir, y de inclinar a lo que antes se
conoce, de tal manera, que haya de suceder necesarimente, por lo qual no
dudan de preciarse públicamente, y toman para los juicios, y
pronósticos de todas las cosas, conociéndolas, y diciéndolas antes que
sean".
Sin decirlo, el decreto papal mandaba eliminar astrólogos sin posibilidad que medien autoridades ni leyes de otros países.
Y
continúa: "Y es así que por las reglas del Índice de los libros
prohibidos, hecho por Decreto del Sagrado Concilio general de Trento,
entre las demas cosas se les encarga a los Obispos provean con
diligencia que no se lean, ni se tengan semejantes libros de Astrología
judiciaria, tratados, o índices, que de los futuros contingentes,
sucesos, casos fortuitos, o aquellas acciones que dependan del hombre,
osan afirmar que alguna cosa ha de ser cierta, permitiéndose los
juicios, y observaciones naturales que para ayudar a la navegación,
agricultura, o al arte de Medicina se han escrito".
Para los matemáticos también
"Por
esta constitución que para siempre ha de valer, por la autoridad
Apostólica estatuimos, y mandamos, que así contra los Astrólogos,
Matemáticos, y otros que se atreven a afirmar, que ha de suceder alguna
cosa de los que son sucesos por venir contingentes, y casos fortuitos,
acciones que dependen de la voluntad del hombre, aunque ellos digan, y
protesten que no lo afirman de cierto, contra esos hombres, o mujeres, a
los Obispos y Prelados, superiores, y otros Ordinarios de los lugares,
como también los Inquisidores de la herética pravedad, que donde quiera
están diputados, unque en muchos d'estos casos no procedían antes, o no
podían proceder con diligencia, hagan Inquisición, y procedan, y los
castiguen severamente con las penas Canónicas, y las demás que les
pareciere, prohibiendo todos, y qualesquier libros, obras, tratados de
esta judiciaria Astrología, Geomancia, Hidromancia, Aeromancia.
Y
por la misma autoridad estatuimos y mandamos que contra los que a
sabiendas leen, o retienen los dichos libros, o aquellos en que se
contienen tales cosas, por el semejante de los mismo Inquisidores libre,
y licitamente procedan, y puedan proceder, apremiar, y castigar con
penas, sin que estorven constituciones, y ordenaciones Apostólicas".
viernes, 6 de julio de 2018
Marte retrógrado, 2018
Marte se ha puesto retrógrado el dia 27 de Junio de 2018, y se pondrá directo el dia 28 de Agosto de 2018.
Sería interesante observar como afecta a las personas que tengan a Marte como Grado del Divisor o como Planeta Participante en su carta natal, durante este período de dos meses..
También si hay alguna Dirección Primaria o Progresión Secundaria en la que Marte tenga protagonismo.
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