Alfonso X y los orígenes de la astrología hispánica
Julio Samsó
Obviamente la
astrología es un tema infortunado cuyo interés para
la historia de la astronomía no ha sido puesto de relieve
hasta hace relativamente pocos años. Y si lo que acabo de
mencionar puede aplicarse a cualquier texto astrológico,
¿qué podremos decir cuándo un gran maestro
como el prof. Otto Neugebauer juzga
de una manera particularmente lapidaria el Libro de las
Cruzes alfonsí del que afirma que contiene
«una enumeración interminable de combinaciones triviales de influencias astrológicas lo que revela [por parte de su autor] una torpeza de mente poco usual»?1 El punto de partida no puede ser más descorazonador y, sin embargo, una buena dosis de paciencia puede, como veremos, resultar rentable. Partamos de la base de que Astronomía y Astrología son términos habitualmente sinónimos a lo largo de toda la Edad Media y resulta obvio que Alfonso X creía en la Astrología: este monarca aprueba, en las Partidas, la adivinación del futuro mediante las estrellas realizada por los que tienen buenos conocimientos de astronomía, mientras prohíbe otras formas de adivinación, así como castiga con la pena de muerte a los que conjuren a los espíritus malignos o hagan figuras de cera, metal o de otro material, con el fin de dañar a otra persona2. Astronomía y Astrología forman parte de las siete artes liberales por las que se interesó el Rey Sabio, según el testimonio de D. Juan Manuel en el Libro de la Caza3, y a las dos disciplinas a las que me estoy refiriendo dedicaron los colaboradores de D. Alfonso buena parte de sus esfuerzos que debían concretarse en la elaboración de tres grandes colecciones misceláneas. La primera tendría carácter mágico y a ella debía pertenecer la versión alfonsí del Picatrix. La segunda sería propiamente astronómica y está constituida por los célebres Libros del saber de astronomía. La tercera sería fundamentalmente astrológica y de ella sólo conservamos parte de los Lapidarios alfonsíes. A las tres colecciones anteriores, hay que añadir varias obras independientes como la Astronomía de Ibn al-Haytam, los Cánones de al-Battānī, el Cuadripartito de Ptolomeo con el comentario de 'Alī b. Ridwān, el Libro conplido de Aly Aben Ragel y nuestro Libro de las Cruzes4.
El interés
por la astrología que aparece patentemente en las
referencias anteriores puede comprobarse con facilidad si
recurrimos al Libro de las Cruzes, en cuyo prólogo
leemos lo siguiente:
«Onde nostro
sennor, el muy noble rey don Alfonso, rey d'Espanna [...] en qui
Dyos puso seso, et entendemiento et saber sobre todos los principes
de su tyempo, leyendo por diuersos libros de sabios, por
alumbramyento que ouo de la gracia de Dyos de quien uienen todos
los bienes, siempre se esforço de alumbrar et de abiuar los
saberes que eran perdidos al tyempo que Dyos lo mando regnar en la
tierra. Et por que el leyera, et cada un sabio lo affirma, el dicho
de Aristotil que dize que los cuerpos de yuso, que son los
terrenales, se mantenen et se gouiernan por los mouementos de los
corpos de suso, que son los celestiales, por uoluntat de Dyos
entendio et connocio que la scientia et el saber en connocer las
significationes destos corpos celestiales sobredichos sobre los
corpos terrenales era muy necessaria a los
homnes»5.
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Ahora bien, este
interés por la astrología por parte de un monarca
puede traer consigo, en algunas ocasiones, una motivación
para compilar nuevas tablas astronómicas que permitan
elaborar pronósticos más fiables. Sin que aparezca en
ellas una referencia explícita, es un hecho que el
prólogo de las Tablas Alfonsíes6
insiste en que las Tablas de Toledo se encuentran ya muy
pasadas de moda, puesto que han transcurrido doscientos años
desde
«el rectificar de Azarquiel». Mucho más claro resulta, a este respecto, el prólogo a las Tablas de Barcelona de Pedro el Ceremonioso, de contenido enteramente astrológico, con referencias a la astrología mundial, genetlíaca y de elecciones, en el que el monarca catalán manifiesta:
«Considerant aquests principis Nos en Pere, per
la gracia de Deu Rey de Aragó [...], Sentint nos esser
inclinats a natura en amar sercar e inuestigar sciences e en
special de les steles, e per actes e affers consaquents nostre
regne personalment no ayam pogut entendre en provar los moviments
dels corssos celestials per socor en la major part de nostre temps
ayam agut entendre en fets cavallarivols e militats per deffensar e
mantenir nostres Regnes. E sabent que la part judiciaria della
sciencia delles stelles suposa los vers moviments dels corsos
celestials, e los moviments liurats per los antichs Philosofs sien
al dia de vuy luny de veritat, Nos volent lliurar e demostrar a
aquells que apres de nos vendran los vers moviments dels corsos
celestials, hauem cercat dels pus suficients e mes aptes homens que
auem poguts atrobar que complissen nostre voler en cercar veritat
en les dites nostres
consideracions»7.
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En casos como el
de Pedro el Ceremonioso y, con toda probabilidad, en el de Alfonso
X, parece claro que el interés por la astrología ha
motivado en monarcas y mecenas de otra índole el que
éstos subvencionaran costosos programas de
investigación de carácter puramente
astronómico. Por otra parte, es obvio que la
astrología ha sido contemplada como una disciplina
sospechosa por parte de la ortodoxia tanto cristiana como musulmana
o judía. Consideremos únicamente un ejemplo, ya que
se trata de un autor contemporáneo de Alfonso X: se trata
del teólogo y polemista Abū 'Alī 'Umar b. Muhammad
al-Sakūnī al-Išbīlī, cuya familia, de
origen sevillano, emigró a Túnez a mediados del siglo
XIII. Dos obras suyas publicadas recientemente8
contienen pasajes de un cierto interés en los que el autor
ataca violentamente la astrología con las consecuencias que
veremos.
Leer, en un
principio, a al-Sakūnī puede producirnos una
sensación de asentimiento y darnos la impresión de
que nos encontramos ante un crítico racionalista del estilo
de un Avicena9.
Nada hay que objetar a su manera de censurar el que, cuando un
individuo ha recibido algún beneficio, lo atribuya a su
buena estrella o a las características de su
horóscopo, ya que, en buena ortodoxia, sólo la
voluntad divina determina lo que sucede en el mundo. Las estrellas
no producen beneficio ni perjuicio alguno10,
y es obvio que no existe relación de causa-efecto entre el
movimiento de un cuerpo celeste y un suceso afortunado o
infortunado que tenga lugar sobre la tierra y que los
astrólogos cometen frecuentemente errores en sus
predicciones, ya que un mismo horóscopo puede dar resultados
distintos (afortunados o nefastos, larga o corta vida) para
distintas personas mientras que un grupo de hombres con
horóscopos distintos pueden tener el mismo fin, por ejemplo,
si navegan juntos en un mismo barco y éste
naufraga11.
No es de extrañar, por tanto, el que al-Sakūnī
abomine de los pronósticos basados en horóscopos
natalicios o de las predicciones de astrología mundial
basadas en las grandes conjunciones astrales12.
En este contexto la argumentación de al-Sakūnī
tiene un carácter filosófico-teológico y,
obviamente, en los ejemplos o anécdotas que cita, el
astrólogo lleva siempre la peor parte. Veamos algunos de
ellos:
«Dijo un
monoteísta13
a un astrólogo que pretendía conocer todo lo que
sucedería: "Para ponerte a prueba tomo en mi mano este
anillo. Mira lo que te indican, sobre él, las estrellas. Si
me respondes que indican que lo voy a mantener sujeto, lo
tiraré; si, en cambio, me dices que manifiestan que va a
caer, me quedaré con él. Digas lo que digas,
haré lo contrario con lo que quedará patente tu
vergüenza". El astrólogo quedó entonces sin
saber qué decir».
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Igualmente
afirma:
«Todos los
astrólogos están de acuerdo en que los cuerpos
celestes [kawākib] superiores14
son simples, sin que haya en ellos composición alguna.
Puede, por tanto, decírseles: cuando tiene lugar una
conjunción astral, si nada se añade a lo que ya
había en los cuerpos celestes, que se quedan como estaban al
igual que los terrestres, no puede entonces pensarse que se
produzcan influencias ni cambios en estos últimos. Por el
contrario, si algo se añade a lo que había en los
cuerpos celestes, debe aceptarse que en ellos se produce
composición [tarkīb], algo que todos
están de acuerdo en considerar inconcebible. Cualquiera que
sea la postura que adopte su escuela [madhab], será
vana.
Dijo cierto sabio:
un musulmán ortodoxo [sunnī] era vecino de un
astrólogo y éste le decía: los astros indican
prosperidad o carestía este año. El
sunnī se mostraba, en sus acciones y actividades
comerciales, siempre en desacuerdo con él, lo que
motivó un aumento de sus riquezas y prosperidad en su vida.
Sus mentiras siguen estando patentes para cualquier persona
inteligente»15.
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Por otra parte
al-Sakūnī muestra especial interés en traer a
colación anécdotas en las que su postura
antiastrológica se vea sustentada por una actitud similar en
personajes de los primeros tiempos del Islam, representantes de la
más pura y estricta ortodoxia. Veamos dos ejemplos:
«Refirió al-Mubarrad en su libro denominado
al-Kāmil16,
que nuestro señor 'Alī17
-Dios ennoblezca su rostro- salió a combatir a los
jāriŷíes18,
y un hombre19
le dijo: "Emir de los Creyentes, no salgas ahora ya que este
momento es favorable a tu enemigo y desfavorable para ti".
'Alī respondió entonces al pueblo: "Este hombre
pretende conocer la hora favorable a mí y contraria a mi
enemigo, así como la que es favorable a mi enemigo y
contraria a mí. En cambio yo confío en Dios, mi
Señor y vuestro Señor, y me rebelo en contra de la
opinión de los adivinos". Dicho esto, salió
inmediatamente a combatir al enemigo y lo destrozó por
completo»20.
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La segunda
anécdota resulta, en cambio, más ambigua en cuanto su
protagonista no es un personaje bien conocido como 'Alī, sino
un monarca innominado, por más que al-Sakūnī se
muestra interesado en señalar que vivió «en los
primeros tiempos del Islam»:
«Refirieron
ciertos sabios que eran ôrtodoxos [sunníes] y
pertenecían a la comunidad de los creyentes
[ŷamā'a] que un monarca de los primeros tiempos
del Islam salió a combatir a los infieles. Tanto su
ejército como el del enemigo estaba ya formado, dispuesto
para el combate, pero el rey permanecía estático, sin
luchar, y lo mismo sucedía con sus tropas que rehusaban la
lid. Llegó entonces un sabio ortoxo y preguntó:
"¿Qué le pasa a esta gente que no combate?". Le
respondieron: "El astrólogo ha aconsejado al rey de los
musulmanes que no luche en este momento". Entonces aquel sabio
avanzó hasta llegar junto al monarca y le dijo
(basīt):
"Deja las
estrellas al viajero nocturno que con ellas vive. Levántate
al momento y álzate, oh rey.
Tanto el Profeta
como sus Compañeros prohibieron recurrir a las estrellas y
ya has visto lo que llegaron a poseer"21.
El monarca,
entonces, se puso en pie y ordenó combatir a su gente.
Derrotaron a los infieles gracias al permiso y al éxito que
Dios, ensalzado sea, les concedió, por haber sido fieles a
la ortodoxia de su Profeta, sobre él sea la bendición
y la paz»22.
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Hasta aquí
nada que objetar del mismo modo que nada podemos decir cuando
al-Sakūnī se opone a los pronósticos basados en el
vuelo de las aves23.
Mis suspicacias empiezan cuando el providencialismo de
al-Sakūnī objeta a las predicciones meteorológicas
basadas en el sistema de los anwā': en efecto, este
sistema pretende predecir el clima basándose en la
sincronía existente entre ciertos fenómenos
meteorológicos que son recurrentes cíclicamente
(lluvias, temperatura, etc.) y
ciertos fenómenos astronómicos (ortos helíacos
y ocasos acrónicos de determinadas estrellas)24,
por lo cual nada tiene de astrológico aunque pudo ser
interpretado como tal en los ambientes populares de la Arabia
preislámica. A esto alude al-Sakūnī cuando
establece una equivalencia entre la creencia en el naw'
(ocaso acrónico) de una estrella y en un horóscopo
astrológico propiamente dicho, así como cuando
menciona el siguiente dicho atribuido al Profeta:
«Dice Dios, alabado y ensalzado sea: entre mis siervos los hay creyentes y los hay infieles. Quién afirma "Hemos recibido la lluvia del naw' tal o cual", ese hombre no cree en Mí y sí en las estrellas. En cambio, el que dice "Hemos recibido la lluvia por la gracia y la misericordia divina", es hombre que cree en Mí y no en las estrellas»25. Reducir la cuestión a estos términos es indicio de una actitud que puede resultar anticientífica según veremos enseguida.
En efecto, en el
hilo de su argumentación antiastrológica,
al-Sakūnī trae a colación el ejemplo del famoso
teólogo y jurista oriental al-Baqillānī
(m. 1013)26
y de su visita a la corte de Bizancio. La anécdota es
reveladora del papel social que desempeña el
astrólogo en una corte oriental a fines del siglo X y
principios del XI:
«Refirió también Abū 'Abd Allāh
al-Adarī27,
que al cadí Abū Bakr [al-Baqillānī] -Dios
esté satisfecho de él- le sucedió que cuando
el rey Fannā Jusraw Buwayh28
le envió al rey de Bizancio con el mensaje del Islam
[al-risāla], compareció en su presencia para
despedirse. El monarca le preguntó: "¿Cuándo
te vas?". "Mañana, si Dios quiere", le respondió.
"¿Has levantado el horóscopo?", preguntó el
rey. Prosigue refiriendo el cadí: "Me hice, entonces, el
tonto y le pregunté: ¿Qué es el
horóscopo?. ¿No eres, pues, partidario de las
estrellas?" preguntó el rey. "En mi opinión
-respondió el cadí- las estrellas del cielo son
piedras arrojadas a los diablos y las gentes se guían por
ellas en la tierra y en el mar29.
Pero no creo que determinen nada del universo ni que sean causa de
bien ni de mal ni que nada de lo que sucede a las criaturas sobre
la tierra sea resultado de influencia suya, tal como pretenden los
astrólogos".
Dijo entonces el
rey: "Traed a Ibn al-Sūfī30
para que sea él quien le hable de este asunto: me importa
que lo conozca mucho más que el que vaya a ver al rey de
Bizancio". Compareció Ibn al-Sūfī, el
astrólogo: era un anciano cuya habilidad no tenía
parangón en país alguno. A su llegada, dijo: "Soy un
técnico, no un polemista". Sugirió entonces que
trajeran a Abū Sulaymān al-Mantiqī31.
Cuando compareció este último, nos
encontrábamos contemplando el Tigris desde arriba. Dijo
entonces [Abū Sulaymān]: "Este hombre no tiene en cuenta
[la siguiente posibilidad]: [supongamos que] diez hombres se han
embarcado en la ariyya32
y atraviesan [el Tigris] hasta la otra orilla. En el momento en que
llegan no son ya diez sino once. Les preguntan entonces:
['¿De dónde ha salido] este undécimo?'.
Responden: 'Dios lo ha creado'. Si yo afirmo que esta respuesta es
absurda me tacharán de infiel y, quien se encuentre en esta
situación, lo mejor que puede hacer es callarse".
Me preguntó
entonces el rey: "¿Dices tú esto?" Respondí
"Sé que Dios es todopoderoso y que es capaz de crear, dentro
del barco, a quien no se embarcó en él. No obstante,
El no suele violar la costumbre: sólo lo hizo en tiempo del
Profeta. Creo que, hoy, Dios no crea animales si no es por el
intermedio de sus padres. Pero no hablamos aquí ni de la
omnipotencia divina ni de cuestiones relacionadas con ella. Si este
hombre está insistiendo sobre el tema, ello se debe a que no
se siente, en absoluto, capacitado para entablar una
discusión. Y si ésta es la razón por la que
rehúsa la polémica, yo ya tengo bastante".
Observó
entonces el rey [a Abū Sulaymān]: "Te ha dicho que esto
es absurdo en las circunstancias actuales por más que Dios
tenga poder para realizarlo".
Dijo entonces
[Abū Sulaymān]: "Estas gentes están acostumbradas
a hablar con autosuficiencia y lo que defienden tiene siempre
carácter polémico. Nosotros, en cambio, nos dedicamos
a estudios científicos y exactos: hablamos de cosas
verdaderas y dejamos de lado disputas obstinadas".
Por mi parte
respondí: "Estas gentes carecen de todo aquello de lo que
presumen en este campo. Pero si realmente sabe algo que tenga
carácter exacto y preciso, que lo diga para que yo pueda
discernir claramente su secreto".
El monarca
zanjó la cuestión: "El secreto depende de la
bendición de Dios, ensalzado sea. El hombre ya se ha
excusado por rehusar la polémica"»33.
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La larga cita
anterior muestra claramente el miedo que astrónomos y
astrólogos debían sentir frente a teólogos y
alfaquíes, incluso en un ambiente tan ilustrado y
favorecedor de las investigaciones astronómicas como el de
la corte de 'Adud al-Dawla. La actitud de Ibn al-Sūfī y
de Abū Sulaymān al-Mantiqī al rehuir la
polémica debido a razones que se explicitan claramente
(«parábola» de los diez pasajeros que cruzan el
Tigris) me hace pensar en un cervantino
«Con la Iglesia hemos topado, Sancho». En el contexto anterior no hay duda del lado en el que se encuentra la ciencia que nos aparece aquí claramente aliada a la astrología. La evidencia resulta aún más clara cuando leemos que al-Sakūnī defiende, basándose en el versículo coránico
«Dios extendió la tierra»(Corán, 13,3), que la Tierra es plana y no esférica34. Esta actitud, un tanto extremista, tiene antecedentes en la Córdoba del siglo X y se encuentra reflejada, de nuevo, en otro curiosísimo pasaje del mismo autor también a propósito de la visita de al-Baqillānī a la corte de Bizancio. Allí un cristiano plantea al teólogo musulmán el problema del milagro de la partición de la Luna35 realizado por Mahoma. ¿Por qué, si tal milagro tuvo lugar, sólo los musulmanes fueron capaces de verlo? Según al-Sakūnī36, la polémica discurre del modo siguiente:
Vemos, pues,
aquí a un Baqillānī escéptico que, con una
cierta ironía, hace volver en contra del cristiano la
célebre demostración aristotélica [De
coelo, 11,14] de la esfericidad de la Tierra. Al comentar la
anécdota al-Sakūnī37,
tal vez temeroso de que la ironía de al-Baqillānī
pudiera ser mal interpretada, afirma categóricamente que la
Tierra es plana, pues tal es la opinión de los ortodoxos
(ahl al-haqq).
Vemos, pues, con
claridad que -dada la estrecha relación existente a lo largo
de toda la Edad Media entre Astronomía y Astrología-
el rechazo de la Astrología no implica necesariamente una
actitud racionalista y científica tal como cabría
esperar. Ésta es, por consiguiente, una razón
poderosa que debe impulsar a los historiadores de la ciencia a
ocuparse de la Astrología: cada época elabora su
propio canon o clasificación de las ciencias al que el
historiador debe ajustarse so pena de cometer un flagrante delito
de anacronismo si pretende proyectar las categorías
actuales. Existe, por otra parte, una segunda razón que nos
mueve al estudio de esta disciplina: es bastante frecuente que en
los períodos oscuros de la historia de la astronomía
aparezca mucho antes la documentación astrológica que
la propiamente astronómica y que aquélla pueda
proporcionarnos cierta información clarificadora acerca de
las ideas astronómicas en vigor. Un ejemplo claro nos lo
ofrecen en el Oriente Islámico los horóscopos del
judío iraquí Mašāllāh (fl. 762-c.
815), los cuales, analizados por Kennedy y Pingree38,
nos han proporcionado una información de enorme valor acerca
de las Zīŷ al-Šāh, iranias,
posiblemente las primeras tablas astronómicas utilizadas en
el mundo árabo-islámico. Algo similar, salvando las
distancias, sucede en la España Musulmana. Consideremos este
caso abriendo el Libro de las Cruzes alfonsí. En su
prólogo podemos leer las siguientes palabras:
«Onde este
nostro sennor sobredicho [i. e. D. Alfonso] qui tantos et diuersos dichos de sabios
uiera [...] falló el Libro de las Cruzes que fizieron
los sabios antigos, que esplanó Oueydalla el sabio
[...]; et mandólo transladar de arauigo en lenguage
castellano, et transladolo Hyuhda fy de Mosse al Choen Mosca, su
alfaquim et su merçed; et por que este libro en el arauigo
non era capitulado, mandólo capitular [...]; et esto
fízolo maestre Johan a su seruitio»39.
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Tenemos, pues, que
este libro, en versión árabe, fue
«hallado» por D. Alfonso,
quien lo hizo traducir al castellano por Yehudá b.
Moshé (fl. 1225-1276) con la colaboración de Johan
Daspa, y que, a su vez, la versión árabe era una
reelaboración de un texto «antiguo» realizada
por un tal «Oueydalla» ('Ubayd Allāh),
identificado conjeturalmente por Millàs40
con Abū Marwān 'Ubayd Allāh b. Jalaf
al-Istiŷī, astrólogo del siglo XI. El texto suele
referirse a «Oueydalla» como «el
esplanador» y hace hincapié en el hecho de que este
autor «halló» el libro, lo reescribió y
lo explicó dejándolo en su forma actual.
Existía, pues, una versión anterior del mismo a la
que alude el segundo prólogo del libro, escrito por el
propio Oueydalla:
«et estos son los
iudiçios generales et antigos, et son los iudizios que
usauan los de las partidas de occidente del tempo antigo, et los de
tierra de Affrica, et los de Barbaria et una partida de los romanos
dEspanna [...]. Mas los persios et los griegos auian muchas
sotilezas en esta scientia, et en departir las razones della [...].
Et esto todo departyan lo por grandes sotilezas et de muchas
carreras desta scientia de cuemo dan las planetas las fuerzas unas
a otras, et de cuemo las reciben unas de otras [...] segund que
todo esto es departido en los libros de los sabios orientales, et
de los de Babilonia, et de los egiptios, et de los persios, et de
los griegos, que todos estos sonsacauan los iudizios et las
significationes desta scientia de todas estas carreras
sobredichas»41.
|
Debió,
pues, existir una versión antigua del libro que
correspondería a una tradición astrológica
occidental -«africana» e hispano-romana- distinta y
menos elaborada que la oriental. Así estaban las cosas
cuando Vernet, en primer lugar, y Rafael Muñoz, más
tarde, descubrieron dos manuscritos árabes conservados en la
Biblioteca del Monasterio del Escorial que contenían una
serie de pasajes de la versión árabe del Libro de
las Cruzes42.
El manuscrito encontrado por Vernet tiene una importancia especial
no sólo porque confirma plenamente las afirmaciones
básicas del texto antes citado acerca del carácter
occidental de la tradición astrológica representada
por el Libro de las Cruzes, sino sobre todo porque los
pasajes árabes del mismo terminan con la cita de treinta y
nueve versos de un poema didáctico escrito por 'Abd
al-Wāhid b. Ishāq al-Dabbī, que constituyen una
versificación del capítulo 57 del Libro de las
Cruzes. Este autor era contemporáneo del emir
cordobés Hišām I (788-796), quien le hizo
comparecer en su corte inmediatamente después de su subida
al trono. Al-Dabbī acudió a Córdoba desde
Algeciras, y el encuentro entre los dos personajes -tal como nos lo
refiere el historiador al-Maqqarī43
-resulta curiosísimo en cuanto nos muestra los esfuerzos del
príncipe omeya para saciar su curiosidad por conocer el
pronóstico de al-Dabbī acerca del futuro de su reinado
sin que ello afecte a la ortodoxia de sus convicciones religiosas.
En efecto, el monarca empieza por afirmar que, pese a las preguntas
que dirige al astrólogo, no cree en sus respuestas ya que se
relacionan con cosas ocultas de las que sólo Dios tiene el
conocimiento exclusivo. No obstante, cuando al-Dabbī informa
al emir de que su reinado será afortunado, pero que
sólo durará unos ocho años -un
pronóstico realmente acertado- Hišām acepta su
predicción y consagra el resto de su vida a la piedad y las
buenas obras porque ha creído oír, en las palabras de
al-Dabbī, una advertencia que, sin duda, procede de Dios.
Sea o no
auténtica la anécdota referida por al-Maqqarī,
nos encontramos sin duda ante un personaje (al-Dabbī) y una
obra (los treinta y nueve versos de su archuza) de una muy
venerable antigüedad dentro de la historia de la
astrología hispánica. Veamos rápidamente
algunos pasajes de este texto44
y cotejémoslos con los correspondientes del Libro de las
Cruzes45,
empezando por la introducción escrita por el
astrólogo marroquí del siglo XV
al-Baqqār46,
autor de la antología de pasajes del texto árabe del
Libro que se conserva en el manuscrito 916 de El
Escorial:
«Como
confirmación de lo que acabamos de exponer citamos las
palabras de 'Abd al-Wāhid b. Ishāq al-Dabbī al final
de su archuza, con el fin de apoyarnos en su autoridad en este tipo
de astrología judiciaria, con la bendición de Dios,
ensalzado sea. En efecto, 'Abd al-Wāhid b. Ishāq
al-Dabbī, el astrólogo, compuso una archuza para
predecir los acontecimientos atmosféricos y las vicisitudes
de los monarcas, de acuerdo con el procedimiento judiciario antiguo
corriente en el Magrib, es decir, el sistema de predicción
de las cruces, en tiempos de al-Hakam [I], Dios esté
satisfecho de él. Este sistema judiciario era el habitual
entre los antiguos Rūm47
en al-Andalus, Ifrīqīya y el Magrib y se basa en
fundamentos sanos, buenos y sólidos, tal como hemos expuesto
anteriormente. Dijo al-Dabbī al final de su
archuza:»
|
1. Si ves que
su fuerza está en los signos de agua48
[puedes pronosticar que] el año carecerá de
vegetación. Luego se verá abundante circulación de agua en virtud del poder de tu Señor el Generoso. En las montañas habrá enfermedad en los cultivos, frutos y ganado. El reino y la alabanza corresponden al Señor de la gente49, Creador de todas las especies que desea. |
Qvando fallares las significationes del anno et el mayor poder de las planetas en los signos aqueos, et aquellos signos fueren apoderados et sus sennores en ellos, judga que aquel anno será abondado50 et las messes serán buenas, et mayormenter en las tierras et en los logares que son riberas, et iudga que los áruoles crecerán, et serán buenos, et farán muchos fruytos et buenos. Et iudga otrossí que auerá y muchas aguas et muchas lluuias prouechables, et los ríos et las aguas crecerán, et todo esto será en los logares llanos et en las uegas. Mas los logares que son en los montes et en los logares altos, judga que lo que y fuere de áruoles et de plantas que se dannan. |
5. Si ves que
su fuerza está en signos de tierr51a,
puedes predecir un año lleno de verdor. Habrá fertilidad en llanuras y tierras áridas, así como en ciudades y valles. E incluso en arenales y desiertos y en todas las estepas de extensos límites. Su buena fortuna no afectará, en cambio, a las frutas y en todo el año habrá indisposiciones y melancolía. Gloria a Aquel que permite la curación del pecador enfermo y fornicador52. |
Et quando
uieres las significationes et los poderes del anno en los
signos térreos, et los signos térreos fueren
apoderados et fueren sus sennores en ellos, judga que todos los
logares que son en uegas, et en llano, et en arenales, todos
serán abondados en toda uianda, et en todo pan, et
todas las messes, et toda uegetable que non a madero, todos
farán sus frutos complidos, et crecerán et se
multiplicarán. Mas todos los áruoles que an pye et madera se dannarán, et non farán fruytos acabados nin por su drecho. Et accaecerá en los hombres emfermedades melancólicas, assí cuemo es la emfermedat del baço, et estas cosas tales. |
Lo anterior sirve,
de momento, como muestra. Se trata de una lista de
pronósticos muy simples acerca de la meteorología del
año con las correspondientes consecuencias en el orden de la
prosperidad y pobreza del mismo, salud o enfermedades que cabe
esperar, etc. Las predicciones
se basan en la presencia de los dos planetas más citados en
el sistema de las cruces -Saturno y Júpiter- en los signos
de agua, tierra, aire y fuego, o en combinaciones de ambos. Puede
observarse fácilmente que el texto alfonsí
está mucho más desarrollado que los versos de
al-Dabbī, aunque su contenido sea sustancialmente el mismo, y
que estos últimos contienen siempre una serie de alusiones
piadosas que nada llaman la atención en un astrólogo
como al-Dabbī, que pasó parte de su vida oficial en el
entorno de un emir tan ortodoxo como Hišām I.
Con los versos de
al-Dabbī nos encontramos, pues, ante la versión
más antigua conocida del Libro de las Cruzes,
versión que, como hemos visto, está documentada a
fines del siglo VIII o principios del siglo IX, momento en que, tal
como ha señalado Vernet53,
no se ha producido aún la introducción en al-Andalus
de ningún texto astrológico árabe oriental de
tradición helenística. Este hecho fundamental, unido
a la insistencia, tanto del texto alfonsí como del texto
árabe conservado, en que el sistema de las cruces era el
antiguo sistema astrológico utilizado en España y el
Norte de África y en el que no se utilizaban las sutilezas
orientales, llevó a mi maestro a una conclusión
inevitable: el sistema de las cruces parece de origen latino y,
anterior a la versión de al-Dabbī, debió existir
un texto astrológico bajolatino conocido en la España
visigoda. Esta conclusión es muy defendible si recogemos las
alusiones a la difusión de la astrología en nuestro
país en tiempos de Isidoro (c. 560-636): a
pesar de la lucha oficial que el obispo sevillano mantuvo contra
las convicciones astrológicas, es obvio que en su obra
quedan restos de este tipo de creencias que Fontaine atribuye a la
persistencia de la herejía priscilianista -que
mantenía dogmas astrológicos-, a la presencia en la
Bética de fenicios, cartagineses y sirios que seguían
practicando religiones astrales, a la permanencia de judíos
helenizados que habían conciliado su fe con la
astrología y, finalmente, a influencias
bizantinas54.
Un análisis
detallado de la versión alfonsí del Libro de las
Cruzes55
muestra que, con toda probabilidad, podemos distinguir tres etapas
sucesivas en su elaboración: 1) Una versión anterior
al siglo XI, claramente ejemplificada por la archuza de
al-Dabbī; 2) La revisión llevada a cabo en el siglo XI
por el llamado 'Ubayd Allāh; y 3) La versión
alfonsí que introdujo asimismo ciertas
adiciones56.
Algunos capítulos (57, 60-63) parecen corresponder al
estadio más primitivo en la formación del texto.
Todos ellos se refieren al pronóstico de lluvias y
sequías y a sus consecuencias: precios, agricultura,
vegetación, enfermedades, etc. Esto coincide con el contenido de las
dos versiones árabes conocidas del Libro de las
Cruzes: el manuscrito 916 de El Escorial contiene una
antología de pasajes titulada Kitāb al-amtār
wa-l-as'ār («Libro de las lluvias y de los
precios»), mientras que los textos contenidos en el
manuscrito 918 de la misma biblioteca -descubierto por Rafael
Muñoz- llevan el título de Bāb al-as'ār
wa-l-amtār 'alà ra'y ahl al-sulūb. Nada de
particular tiene este hecho en la Península Ibérica,
en la que los siglos VIII, IX y X se caracterizaron por largos
períodos de sequía57.
Frente a este tipo de calamidades atmosféricas, dos eran las
posibles actitudes a adoptar por la sociedad andalusí: por
una parte implorar el auxilio divino mediante rogativas ad petendam pluviam
(istisqā') a las que alude, por ejemplo, el
calendario de Ibn al-Bannā'58
y que, en Córdoba, solían realizarse en la mezquita
aljama o, más frecuentemente, en una de las dos
al-musallà-s (oratorios al aire libre situados
extramuros) cordobeses, la del arrabal y la de la
almuzara59.
Gran número de datos de esta índole, referidos al
reinado de 'Abd al-Rahmān III (912-961), nos aparecen, por
ejemplo, en el recién editado tomo V del Muqtabis
de Ibn Hayyān: en él se nos ofrecen datos concretos
acerca de las sequías de los años 302/914-15 (y el
hambre consiguiente en el 303/915-16), 314/926-27, 317/929-30,
324/935-36 y 330/941-42, y en muchas de ellas el historiador nos
describe con precisión el ritual seguido al
respecto60.
No obstante, junto a estos recursos de carácter religioso,
aparece esporádicamente alguna referencia al uso de medios
astrológicos para determinar el momento en el que
aparecerá la lluvia benefactora. Veamos como ejemplo un
pasaje del Musnad de Ibn Marzūq (c.
1310-1379) en la versión de M.ª Jesús
Viguera61.
El autor pone el relato en boca del poeta cortesano Ibn 'Abd
Rabbihi (860-940), del que sabemos que fue un furibundo enemigo de
los astrólogos:
«Entré a presencia del visir Ibn
Ŷahwar62
a fines del verano; la sequía se había hecho pertinaz
y la lluvia no caía; la gente estaba inquieta y los
astrólogos opinaban sobre el excesivo retraso de la lluvia.
Encontré en su casa a Ibn 'Uzarā, el astrólogo,
y a un grupo de colegas suyos que habían hecho
pronósticos63,
calculado y decidido que la lluvia tardaría aún un
mes. Yo le dije al visir: "Esto pertenece al misterio de Dios y
pido a Dios que les deje en mentira por Su Gracia". Me fui a mi
casa, llegó la noche y el cielo estaba nublado; dormí
por espacio de una hora, y hete aquí que me despertó
[el ruido de] la caída del agua; me desvelé, me
acerqué al candil, pedí tintero y cálamo y de
un tirón escribí estos versos; por la mañana
se los llevé al visir».
|
Siguen, a
continuación, los versos en los que satiriza al
astrólogo Ibn 'Uzarā. La cita tiene, ante todo, el
interés de mostrar cómo un grupo de astrólogos
se muestran interesados por este tipo de astrología
meteorológica característica del Libro de las
Cruzes: la determinación del momento preciso en el que
aparecerá la lluvia es problema del que se ocupa el citado
libro, quien suele resolverlo recurriendo a la posición de
la Luna64.
En estos
capítulos que parecen más primitivos en la obra
alfonsí la técnica utilizada para el
pronóstico es relativamente sencilla: sólo se
consideran -como en la archuza de al-Dabbī- las posiciones de
Saturno y Júpiter en las cuatro triplicidades (aire, agua,
tierra y fuego) y los capítulos antes citados desarrollan
las posibilidades del sistema y estudian la presencia de estos dos
planetas en la misma o distinta triplicidad. Esporádicamente
se considera también la posición del nodo ascendente
de la Luna (cap. 63) o el
autor estudia las consecuencias de que los eclipses solares o
lunares tengan lugar en las triplicidades de agua o tierra (cap.
64).
Lo anterior puede
servirnos para empezar a aclarar la cuestión que se plantea
a cualquier lector de la introducción al Libro de las
Cruzes: ¿en qué consiste este método
simplificado de pronóstico astrológico utilizado en
la España visigoda y el Norte de África antes de la
invasión musulmana? ¿En qué difiere de los
procedimientos más sofisticados propios de los autores
orientales? Una primera respuesta ya la hemos encontrado en el
grupo de capítulos que parece más primitivo y en el
que sólo se consideran signos zodiacales y triplicidades.
Las nociones, más elaboradas, de casas y aspectos aparecen
en el resto del libro y parecen corresponder a un nivel más
elaborado. Encontramos asimismo un cierto número de
capítulos en los que se combinan ambos sistemas y aparecen
triplicidades y aspectos (capítulos 25, 26, 45 y 65), signos
y domicilios (cap. 39), casas y triplicidades (caps. 28 y 31). Resulta interesante
señalar, por último, que, en una serie de
capítulos (15, 23, 24, 33, 34, 35, 36, 48), las casas
parecen identificarse con los signos zodiacales de tal manera que
-utilizando un expediente que no es desconocido en la
astrología árabe oriental65-
el principio de las casas se hace coincidir con el comienzo de los
signos. Conviene señalar también que si el Libro
de las Cruzes considera los aspectos usuales de la
astrología helenística (conjunción,
oposición, cuadratura y trino) que no habían sido
olvidados por la tradición isidoriana66,
añade asimismo un aspecto nuevo: la
«quemazón» (ihtirāq,
«combustión»). La noción de
combustión surge en la astrología
greco-latina67y
es desarrollada por los autores árabes. Uno de estos
últimos, al-Bīrūnī68,
define un planeta superior o inferior como combusto cuando se
encuentra a una distancia del sol comprendida entre los 16' y
6º. No es éste, no obstante, el valor con el que se
utiliza el término «quemazón» en el
Libro de las Cruzes69:
hay «quemazón» cuando todos los planetas
considerados o la mayoría de ellos se encuentran en las
triplicidades de fuego o aire o en las triplicidades de agua o
tierra70,
o bien cuando los cuatro «planetas altos» (Saturno,
Júpiter, Marte y Sol) se encuentran juntos en el mismo signo
o dispersos en la misma triplicidad71.
Lo anterior
resume, de una manera aproximada, lo que parecen ser las
características básicas de la versión
primitiva del libro que fue objeto de revisiones en el siglo XI (a
manos del llamado 'Ubayd Allāh) y en el XIII (por los autores
alfonsíes). No deseo introducirme en este tema que sale de
lo que es, estrictamente, el objeto del presente discurso, pero
sí llamar la atención sobre el interés de un
pasaje del Libro en el que 'Ubayd Allāh censura la
poca seriedad científica de los pronósticos basados
en métodos rudimentarios de predicción
astrológica para los que sólo se requiere determinar
la posición media (no verdadera) de los
planetas:
«Et estas
coniunctiones sobredichas fueron fechas et endreçadas segund
las equationes uerdaderas, endreçando todos los mouementos
de los cielos et endreçando todas las maneras de las
equationes et de los mouementos, que estas coniunctiones non
fueron fechas segund fazen los que non saben uerificamiento de los
fechos et de los poderes de las estrellas, de que manera
pareçen en el mundo de generation et de corruption, que
fazen las coniunctiones por los meyos cursos non mas, et non
paran mientes a al. Et los fechos de las planetas non
paresçen si non segunde sus equationes et segunde sos
logares endreçados con todas sus equationes, et con todas
sus diuersidades, et guardando el mouemento tardío, que es
el mouemento de la ochava espera el que por el su mouemento se
camyan todos los otros mouimentos, que muchos de los que
compusieron las tablas oluidaron este mouimento, et noi
guardaron72,
et fizieron la coniunctiones grossament, et muchos dellos que
las fazen por los meyos cursos no mas. Et assí son de
guardar estas cosas sobredichas en las coniunctiones de las
planetas, assi son de aguardar en las coniunctiones et en las
oppositiones de las luminarias; ca si assi no fueren
endreçadas, non se ueriguarán los sus fechos et
errarán los iudizios et las significationes que dellas
salen»73.
|
Creo que,
posiblemente, esta alusión llena de reproches a los
astrólogos que levantaban horóscopos basándose
únicamente en las longitudes medias de los planetas puede
referirse precisamente a los primitivos astrólogos
andalusíes que utilizaban el rudimentario sistema de las
cruces. En efecto: resulta dudoso que los astrólogos que
trabajaban en España a finales del siglo VIII y principios
del IX dispusieran ni de tablas, ni de efemérides anuales,
almanaques o ecuatorios, recursos utilizados por los
astrólogos de siglos posteriores para calcular las
longitudes verdaderas de la Luna, el Sol y los cinco planetas,
así como la de uno de los nodos lunares, necesarios para
levantar un horóscopo. Las efemérides anuales parecen
surgir en Oriente en torno al siglo X74,
mientras que almanaques y ecuatorios se desarrollan en
España a partir del siglo XI75.
En lo que respecta a las tablas astronómicas, su
introducción en al-Andalus parece producirse a mediados del
siglo IX, en el que se da a conocer en nuestra Península el
Sindhind: una de las primeras referencias
cronológicamente claras son unos versos de 'Abbās b.
Firnās (m. 887), en los que este
poeta solicita se le permita utilizar las tablas que había
manejado Ibn al-Šamir (m. c.
850)76.
Es un indicio de que las tablas eran aún mercancía
rara en la segunda mitad del siglo.
Ante esta
situación la anterior cita de 'Ubayd Allāh puede
resultar bastante aclaratoria. En efecto, al no disponer de tablas
o de otros medios más sofisticados, los astrólogos de
fines del siglo VIII pudieron optar por otros procedimientos que
les permitieran computar las posiciones medias, no las verdaderas,
de los planetas. Estos recursos pueden ser de dos tipos: reglas
aproximativas similares a las que expone Vettius Valens para
determinar las posiciones de los planetas77
o tablas -como las que tenemos documentadas en textos griegos y
demóticos del Bajo Imperio Romano- que permitían
establecer a simple vista el signo en el que se encontraba un
planeta en una fecha determinada78.
Ahora bien, ambos géneros de procedimientos pudieron ser
conocidos por los astrólogos de este período a
través de la tradición latino-eclesiástica de
los tratados de cómputo. Examinemos rápidamente esta
cuestión:
1. En lo que
respecta al Sol, la astronomía árabe
conoció reglas para determinar, aproximadamente, su longitud
media, ya que son expuestas en un tratado escrito por
al-Jwārizmī sobre el calendario judío79,
el cual da, asimismo, reglas análogas para computar la
posición de la Luna. Procedimientos similares, aunque mucho
más elementales, se encuentran en dos tratados sobre el uso
del cuadrante šakkāzī, un instrumento de
clara tradición hispánica80.
Este tipo de métodos es tan simple, en el caso del Sol, que
es más que probable que hubiera sido conocido por el
cómputo visigótico, aunque no puedo demostrarlo. En
cambio, resulta obvio que esta tradición latina sí
conoció tablas o diagramas que establecían una
correspondencia biunívoca entre la fecha del año
juliano y la longitud del Sol: un manuscrito del siglo IX de la
Biblioteca Nacional de Madrid contiene una tabla de cómputo
para los 19 años del ciclo metónico, uno de cuyos
elementos establece precisamente la correspondencia entre los meses
del año y los signos zodiacales81.
Otro manuscrito latino más tardío (fechado en 1026),
que contiene materiales de la misma índole, introduce una
rueda que indica, para cada mes del año, las posiciones del
Sol en relación a los signos zodiacales82.
Este tipo de tablas o diagramas es bastante común en los
tratados de cómputo hispánicos desde una época
bastante antigua, ya que, para dar otro ejemplo, la mencionada
tabla aparece también en los famosos códices
Aemilianensis y Vigilanus, ambos fechados en el
siglo X83.
Un indicio de que este tipo de procedimientos para determinar,
aproximadamente, la longitud del Sol pudo ser transmitido al mundo
hispanoárabe lo tenemos en los calendarios zodiacales que
aparecen, de manera característica, en los astrolabios
andalusíes y norteafricanos. Este diagrama es muy elemental:
estos instrumentos suelen llevar, en su reverso, dos
círculos no concéntricos en uno de los cuales
-dividido en 365 partes- se encuentran representados los doce meses
y los días del año, mientras que en el otro -dividido
en 360º- aparecen los doce signos zodiacales, cada uno de los
cuales consta de 30°. Resulta fácil de comprender que,
si ambos círculos están correctamente trazados,
podemos utilizar la alidada del astrolabio como regleta y
establecer con enorme facilidad la longitud del Sol para cada
día del año. Este dispositivo está documentado
en España desde muy pronto84
y ha dado lugar a que Michel caracterice, debido precisamente a su
presencia, el tipo de astrolabio que denomina
«hispano-moresque»85.
Su origen fue discutido hace bastantes años por
Zinner86
y Millàs87
y, a la vista, del conjunto de datos que conocemos hoy cabe
plantearse si, realmente, puede tener raíces
latino-mozárabes y entroncarse con los tratados de
cómputo antes aludidos.
2. Para determinar
la longitud media de la Luna disponemos de una regla
simple conservada en el manuscrito 167 (fol. 8 v., col. b.) del Museo Diocesano de Vich (fechado en
1235), que contiene, entre otros materiales, una nueva (?)
traducción latina del Calendario de
Córdoba88,
distinta de la atribuida a Gerardo de Cremona. En ella se establece
lo siguiente: se toma la longitud de la Luna en el momento de su
conjunción con el Sol (Luna nueva anterior a la fecha que se
considera), en el que la posición de ambos astros
será forzosamente la misma. A continuación se obtiene
la «edad de la Luna» (o sea el día del mes
lunar), cifra que se multiplica por 4 y se divide por 10. El
resultado se suma a la posición de la Luna en la
última luna nueva y se obtendrá el signo zodiacal en
que se encuentra nuestro satélite en el día de
referencia.
En efecto, el
mismo manuscrito nos indica que la luna recorre diariamente 13;
10,35° cada día, ya que su mes trópico es de 27
días, 7 horas y 45 minutos. Ahora bien, el parámetro
13; 10,35° expresado en signos zodiacales equivale a:
13; 10,35° | ||
______________ | = | 0,44 |
30° |
(en notación decimal). Por
tanto resulta aceptable el que la regla del manuscrito de Vich
establezca que hay que multiplicar la edad de la Luna por 4 y
dividirla por 10, ya que esto equivale a multiplicar por 0,4,
obteniéndose el resultado en signos zodiacales.
El inconveniente
fundamental que podemos oponer al hecho de que la regla anterior
hubiera sido conocida por los astrólogos de la España
del emirato lo tenemos en el hecho de que está documentada
en fuentes muy tardías. No ocurre lo mismo con la llamada
«tabla cuadrática de los signos zodiacales» que
remonta, por lo menos, al siglo VIII, aunque los manuscritos
antiguos en los que aparece son del siglo IX. En España
está documentada, por lo menos, desde el siglo X, al que
corresponde el manuscrito 106 del scriptorium de la Abadía de Ripoll,
conservado en el Archivo de la Corona de Aragón89.
Por otra parte, esta tabla debió ser muy popular en la Baja
Edad Media, ya que aparece con frecuencia en textos
hispánicos de los siglos XIV y XV90.
La característica externa más notable de esta tabla
es que, en ella, los signos zodiacales aparecen repetidos en
diagonal. Su uso es simple y se basa en dos principios
erróneos: 1) La Luna recorre un signo zodiacal en 2,5
días, lo que equivale a afirmar que nuestro satélite
recorre diariamente sólo 12°, parámetro que -de
acuerdo con el Tratado de Astrología atribuido a
Enrique de Villena91-
deriva del cómputo eclesiástico; 2) el comienzo de
cada mes coincide con la entrada del sol en un signo zodiacal (el
1.° de marzo en Aries, el 1.° de abril en Tauro,
etc.). Sobre las dos bases
anteriormente citadas y teniendo en cuenta que, en la tabla, la
hilera superior horizontal lleva los nombres de los doce meses del
año y la columna de la izquierda tiene distribuidos -en doce
casillas- los 29 ó 30 días del mes lunar, se empieza
por averiguar cuántos días han transcurrido desde la
luna nueva y se busca el número correspondiente en la
columna de la izquierda. Se considerará, luego, el mes del
año en la hilera superior horizontal: la intersección
de ambas hileras, horizontal y vertical, indicará la casilla
correspondiente al signo zodiacal de la Luna. Obviamente el
resultado será sólo vagamente aproximado, pero el
procedimiento podía ser utilizado con propósitos
meramente astrológicos.
3. Para determinar
la longitud media de los planetas la evidencia conservada
es más escasa, ya que los tratados de cómputo se
interesan necesariamente por el Sol y la Luna al estudiar el
calendario lunisolar eclesiástico, pero es menos frecuente
que se ocupen de cuestiones relativas a astronomía
planetaria. De todos modos este tipo de referencias aparece
esporádicamente y debía ser conocido en la
España altomedieval. Así, el manuscrito 167 de Vich
(fol. 8 v., col. b) contiene una regla muy incompleta para
determinar la posición media de Saturno, que parte de la
base de que 59 años es el período de tiempo que este
planeta invierte en realizar dos revoluciones sidéreas.
Indicios más completos aparecen en el escrito De planetarum et signorum
ratione atribuido a Beda, pero que no parece ser de este
autor92.
En este texto aparece una doble serie de reglas que utilizan como
época el año de la creación del mundo (3761
a. de C.), en el cual las
posiciones iniciales de los planetas serían las
siguientes:
-
1.ª serie
- Saturno: Libra
- Júpiter: Aries
- Marte: Capricornio
- Venus: Libra
- Mercurio: ?
-
2.ª serie
- Saturno: Capricornio
- Júpiter: Sagitario
- Marte: Scorpio
- Venus: Libra
- Mercurio: Virgo
Desconozco el
origen del primero de estos dos horóscopos
«fundacionales» del Universo, pero no el del segundo:
se trata del característico thema mundi de la tradición
astrológica grecolatina, posiblemente de origen egipcio, con
el cual se ha pretendido justificar la teoría de los
domicilios planetarios93.
Las dos series de reglas pretenden, simplemente, determinar el
signo zodiacal en el que se encuentra un planeta en un momento
dado. Para ello la primera serie -la única que voy a
comentar aquí- empieza por establecer que debe dividirse el
número de años transcurridos desde la Creación
por el período sidéreo redondeado del planeta
(Saturno, 30 años; Júpiter, 12 años; Marte,
1,5 años) y el resto se divide, a su vez, por el tiempo que
tarda cada planeta en recorrer un signo zodiacal (Saturno, 2,5
años; Júpiter, 1 año; Marte, 45 días).
El resultado de esta segunda operación (un número
entero de signos zodiacales) se suma al que corresponde a la
posición del planeta en el momento de la
Creación.
Para los planetas
inferiores (Venus y Mercurio), el autor insiste en que éstos
tienen una elongación limitada con respecto al Sol: Venus
nunca se encuentra a una distancia de más de tres o cuatro
signos con respecto al Sol, mientras que Mercurio está
siempre en el signo del Sol, en el que le precede o en el que le
sigue94.
Por esta razón el texto del pseudo-Beda no establece una
regla para determinar el signo de Mercurio y no determina tampoco
-en la serie que comento- la posición de este planeta en el
momento de la Creación, sino que afirma que la longitud
media de Mercurio puede encontrarse muy fácilmente. No
sucede lo mismo en el caso de Venus, en el que la regla establecida
-más compleja que las referentes a los planetas superiores-
tiene algunos puntos de contacto con la correspondiente de Vettius
Valens95:
Su autor empieza
por afirmar que debe dividirse por 8 el número de
años transcurridos desde la Creación. Ocho
es uno de los «goal-years»
babilónicos, conocidos por la tradición ptolemaica,
conservados asimismo por la astronomía
bajolatina96
y que fueron extensamente utilizados por los autores de almanaques
a partir de Azarquiel97:
en 8 años Venus recorre 13 revoluciones sidéreas (de
224,7 días) y 5 revoluciones sinódicas (de 593,95
días). El resto obtenido se divide, a su vez por 300
días, lo que supone una aproximación demasiado burda
a la revolución sidérea de 224,7 días. Al
nuevo resto, por su parte, se le suman 40 [días], lo que
parece suponer un cambio de época que no puedo explicar: la
correspondiente regla de Vettius Valens resta 120 días. El
resultado, finalmente, se divide de nuevo por 25, que es el
número de días que tarda Venus en recorrer un signo
zodiacal si se acepta que cruza los doce signos en 300 días
(300:12 = 25). Tanto el goal-year de 8 años como los 25 días
utilizados por Venus para desplazarse a lo largo de un signo son
parámetros que aparecen asimismo en la obra de Valens.
Con lo expuesto
hasta aquí parece, pues, que podemos obtener algunas
conclusiones. Conviene señalar, en primer lugar, que mis
afirmaciones son, en buena parte, simples hipótesis: la de
mi maestro Vernet, en primer lugar, acerca del origen latino del
Libro de las Cruzes, que suscribo enteramente; la
mía, por otra parte, sobre la supervivencia de reglas y
tablas elementales para calcular aproximadamente la posición
media del Sol, la Luna y los planetas en tratados de cómputo
que pudieron haber sido conocidos por los astrólogos de
fines del siglo VIII. En cualquier caso se impone el concebir la
obra de Alfonso X como resultado de un cruce de culturas: latina
(por sus fuentes últimas, en este caso), árabe (por
sus fuentes inmediatas), hebrea (por sus traductores judíos)
y romance (por la lengua utilizada en su exposición).
Un último
inciso para situar el contenido básico de mi
exposición: el origen latino del sistema de las cruces y del
sistema de cálculo de posiciones planetarias tal vez
utilizado por los primitivos astrólogos andalusíes no
son hechos aislados. En los primeros tiempos de la invasión
musulmana resulta bastante lógico el que los conquistadores,
que no eran hombres cultos, recurrieran con frecuencia a las
aportaciones de la cultura local. Los indicios a este respecto son
relativamente numerosos: por una parte debe pensarse en el
códice Ovetense, que fue propiedad de Eulogio de
Córdoba (m. 859) y que contiene, amén de la primera
mención de los numerales árabes, glosas escritas en
esta lengua que también aparecen en manuscritos de las
Etimologías98
y en códices procedentes del scriptorium de Ripoll99.
Estos casos no son, en sí, muy concluyentes, ya que cabe
pensar en notas escritas por escritores mozárabes. Menos
ambiguo resulta el célebre mapa isidoriano en T conservado
en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, con leyendas
en árabe que tanto pueden deberse a un musulmán
conocedor de la tradición isidoriana como a un cristiano
profundamente arabizado: conviene señalar que, en el mismo
códice, la lista de las diócesis españolas se
encuentra escrita en árabe y en latín100.
Otro capítulo clarísimo es el constituido por las
fuentes latinas de los historiadores árabes que hace suponer
a Menéndez Pidal la existencia de una compilación
mozárabe de la segunda mitad del siglo VIII o principios del
IX, que sería la fuente común del Orosio interpolado,
de la historia universal mozárabe del manuscrito de
Qayrawān, de la crónica de al-Rāzī y de la
crónica pseudo-isidoriana101.
Lo mismo puede decirse de la crónica de los reyes francos
descubierta por el historiador al-Mas'ūdī en Fustīt
(cerca de El Cairo) en el 947 y cuyo autor sería Godmar (?),
obispo de Gerona, el cual lo habría compuesto a solicitud de
al-Hakam II102.
Si de este tipo de fuentes pasamos a otras de carácter
más científico, debemos mencionar, en primer lugar,
el Calendario de Córdoba, en el que se mezclan una
tradición latino-mozárabe, otra árabe y una
tercera de carácter helenístico103.
Más reveladora aún resulta la lectura del
capítulo dedicado a los médicos andaluces en el
Libro de las categorías de los médicos de
Ibn ŶulŶul104,
en cuanto este autor nos marca claramente los límites
cronológicos de la influencia latina en al-Andalus: en
efecto, Ibn Ŷulŷul nos señala que la medicina
andalusí estuvo controlada por los cristianos hasta la
época de 'Abd al-Rahmān III (912-961) y que
«en al-Andalus se practicaba la medicina según uno de los libros de los cristianos que había sido traducido. Se titulaba Aforismo, palabra que significa "suma" o "compilación"». La referencia anterior no debe interpretarse como una alusión a los Aforismos de Hipócrates, ya que, indudablemente, este término designa un género literario dentro de la literatura médica105. Por otra parte, las afirmaciones generales de Ibn Ŷulŷul que acabo de mencionar vienen complementadas por el hecho de que, de los seis médicos que menciona bajo el emirato de Muhammad (852-886), al-Mundir (886-888) y 'Abd Allāh (888-912), cinco son cristianos y dos de ellos llevan nombres tan característicos como Hamdīn b. Ubbā (= Oppas) y Jālid b. Yazīd b. Rumān. Asimismo de uno de estos médicos citados, Ŷawād, se nos dice que es autor del «medicamento del monje». Esta situación cambiará a partir del reinado de 'Abd al-Rahmān III por más que todavía parece persistir la tradición médica latina personificada en Yahyà b. Ishāq, hijo de un médico cristiano, autor de cinco cuadernos de «aforismos», a quien vemos consultando con un monje de un monasterio un caso de otitis que sufría el califa.
Existe, pues, una
humilde tradición científica latina que perdura, en
al-Andalus hasta principios del siglo X y cuyos últimos ecos
todavía se advierten en el siglo XI. Por más que
investigaciones recientes parecen descartar la existencia de una
tradición directa de Columela en la Península tal
como se había afirmado siempre106,
parece claro que los agrónomos andalusíes de la
época de los taifas se vieron sometidos a ciertas
influencias de la tradición agropónica
latina107.
En conjunto, las influencias predominantes parecen corresponder a
una tradición de carácter eclesiástico y surge
la tentación de atribuir a la cultura eclesiástica
hispana un papel análogo al que desempeñan las
comunidades cristianas nestoriana y monofisita en la
helenización del mundo árabe oriental108.
No obstante, tal postura resultaría, evidentemente,
exagerada, ya que la ciencia eclesiástica latina
tenía, obviamente, muy poco que transmitir y sólo
sobrevivió, en los primeros tiempos, debido al vacío
cultural de una época en la que todavía no se
había producido la recepción de la ciencia
greco-oriental. En este contexto el capítulo
astrológico que nos conserva cuidadosamente el Libro de
las Cruzes constituye, simplemente, un dato más que
debe movernos a analizar con detalle la obra astronómica de
Alfonso X que, si bien tiene interés en sí misma, es,
sobre todo, una prodigiosa colección de materiales para el
estudio de la astronomía española anterior al siglo
XIII. Desgraciadamente esta investigación está, en
muy buena parte, aún por hacer.
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/alfonso-x-y-los-orgenes-de-la-astrologa-hispnica-0/html/023b93aa-82b2-11df-acc7-002185ce6064_12.html#I_0_