Francisco Pejanaute Rubio
La hermosa joven, Naturaleza, que se aparece en sueños a Alain para
hacerle saber el disgusto que le embarga ante los extravíos sexuales de
los hombres de su tiempo, va envuelta en maravillosas prendas y
adornada con espléndidas joyas, de las cuales la primera que se describe
es una diadema formada por doce maravillosas gemas que representan los
doce signos del Zodíaco y, junto con ellas, otras siete piedras preciosas, en continua danza, con las que se alude a los siete Planetas. Cuando describe las piedras que representan los signos zodiacales, Alain
no desvela a qué signo en concreto corresponde cada gema, pero en el
caso de los planetas cada gema es asignada expresamente a cada uno de
ellos.
Dos son los puntos que pretendemos examinar en el texto de Alain1: el orden en que el “doctor universalis” presenta los planetas y las gemas con las que identifica a cada uno de ellos.
1 Las referencias a la obra de Alain estarán hechas siguiendo la edición de N. HÄRING, Alan of Lille, “De Planctu Naturae”, Studi Medievali, 3ª serie, 19, 1978, 797-879, que ha venido a sustituir la desfasada de la Patrologia Latina.
1. El orden de los planetas
Los antiguos, cuando
ofrecen, con sus nombres, la lista de los planetas, siguen uno de estos
dos sistemas: o el conocido como “caldeo”, en el que el Sol aparece en
medio, o el “egipcio”, en el que la Luna y el Sol aparecen, juntos, al
principio o al final de la serie. En uno y en otro caso podríamos
considerar como sistema “recto” al que ofrece los nombres de los
planetas siguiendo el criterio de la mayor a menor distancia de la
tierra, e “invertido” al que los presenta de menor a mayor.
Macrobio nos ha
descrito los dos sistemas, ofreciendo los nombres de Platón y de Cicerón
como representantes de los seguidores del sistema “egipcio” y “caldeo”
respectivamente2. Ahora bien, como vamos a decir más adelante, la afirmación de Macrobio
debe ser matizada debidamente. El sistema “caldeo”, el de uso más
extendido, a partir sobre todo de época romana, fue atribuido a diversos
pensadores griegos: a Pitágoras, a los Pitagóricos o a Arquímedes3.
2 MACROBIO, Commentarium in “Somnium Scipionis”,
I 19, 2 ss.: “Ciceroni Archimedes et Chaldaeorum ratio consentit, Plato
Aegyptios omnium philosophiae disciplinarum parentes secutus est, qui
ita solem inter lunam et Mercurium locatum uolunt, ut rationem tamen et
deprehenderint et edixerint, cur a non nullis sol supra Mercurium
supraque Venerem esse credatur (…)”.
3 Cfr. J. SOUBIRAN, en nota a VITRUVIO, De architectura, IX 1,5 (Vitruve, De l’architecture, livre IX. París, “Les Belles Lettres”, 1969, p. 86).
El empleo mayoritario de estos dos sistemas no es óbice para que se hayan usado otros. J. Soubiran4 alude a la variante ofrecida por Aquiles Tacio, en la que el Sol aparece situado entre Venus y Mercurio.
Nosotros, por nuestra
parte, en una racionalización de las distintas series, introduciríamos
un tercer sistema: aquel en el que las posiciones de Júpiter y Saturno
están invertidas (las inversiones de Venus y Mercurio, como tendremos
ocasión de decir, no son significativas), circunstancia sorprendente ya
que las órbitas de ambos planetas están muy distantes una de otra y ya
los antiguos habían valorado acertadamente sus diferencias. Tal
inversión de posiciones se dan tanto en la serie corta (la limitada a
los auténticos cinco planetas) como en la larga (la que incluye la
mención de la Luna y del Sol). Tendríamos, por consiguiente, tres
sistemas: el “caldeo”, el “egipcio” y el sistema con Júpiter y Saturno
invertidos.
– Sistema “caldeo”: de entre los autores que nos han servido de base para el análisis presentan este sistema Gémino5, Cicerón6, en ambos casos con el sistema invertido; Higino7, con el sistema invertido; Vitruvio8, igualmente con el sistema invertido; Manilio9; Plinio10; Macrobio11, con el sistema invertido; Marciano Capella12 y Bernardo Silvestre13, con el sistema invertido.
5 Eisagogue eis ta phainómena, I 24 ss.
6 De diuinatione, II 91 y Somnium Scipionis, 4 (17).
7 De Astronomia, IV 14.
8 O. c., IX 1,5.
9 Astronomica, I 806-8 y V 5-7.
10 Naturalis Historia, II 32 ss.
11 O. c., II 3, 13.
12 De Nuptiis Philologiae et Mercurii,
I 28. Capela enumera los planetas en su relación con las Musas. De las
nueve Musas, Urania, musa de la Astronomía, está sentada en la órbita
más alejada, donde están colocadas las estrellas fijas, mientras que
Talía lo está en la tierra porque, como dice el autor, “sólo Talía,
porque el cisne que la transportaba, sin poder resistir la carga ni el
remonte de su vuelo, se había dirigido a sus nutricios lagos, quedaba
sentada, abandonada, en la fecundidad misma de la floreciente campiña”
(traducción de Pedro-Manuel Suárez Martínez), mientras que las otras
siete Musas están, cada una, ligadas a los distintos planetas: Polimnia a
Saturno; Euterpe a Júpiter; Erato a Marte; Melpómene al Sol; Terpsícore
a Venus; Calíope a Cilenio [= Mercurio] y Clío a la Luna.
13 Cosmographia, I (“Megacosmus”), 3, 137-154.
– Sistema “egipcio”: es el seguido por Platón14, Cicerón15, Vitruvio16 y Apuleyo17.
14 Timeo, 38 y, tal vez también, República, 616e-617a.
15 De natura deorum, II 50-53.
16 O. c., IX 1, 5-9.
17 De Platone et eius dogmate, I 203 y De mundo, 292-3.
– Sistema con inversión de Júpiter y Saturno: Higino18, san Isidoro19 y Petrus Compostellanus20.
Los dos primeros ofrecen la serie reducida (sólo los auténticos cinco
planetas), mientras que el Compostelano ofrece la plena abriendo la
serie con el Sol y terminándola con la Luna.
18 O. c., II 42.
19 Etymologiae, III 71, 20-21.
20 De Consolatione Rationis, pp. 69-70 de la ed. de P.Blanco Soto: Petri Compostellani “De Consolatione Rationis” libri duo. Münster i. W., 1912.
Una presentación extraña,
en la que no se adivina el criterio sobre el que está hecha la
enumeración (a no ser que hayan influido razones puramente literarias)
es la ofrecida por Claudio Claudiano21: Marte, Tonante (= Júpiter), Luna, Saturno, Citerea (= Venus), Cilenio (= Mercúrio) y Sol.
21 De consulatu Stilichonis, II 437-440.
Antes de pasar a examinar la actitud adoptada por Alain
en la presentación de los nombres de los planetas, hagamos alguna
ligera observación a las presentaciones de algunos de los autores
mencionados.
a) Platón, según Macrobio (como ya hemos apuntado) representa a los seguidores del sistema “egipcio”. Es verdad que en Timeo 38
distingue, por un lado, la Luna y el Sol y, por otro, los otros cinco
planetas, con lo que tiene que ser incluido entre los seguidores del
sistema “egipcio”, pero al enumerar los auténticos cinco planetas, sólo
menciona por su nombre a Venus y “al que está consagrado a Hermes” (=
Mercúrio), pasando por alto los otros tres, porque, dice, “en cuanto a
los otros planetas, si se quisiera exponer con detalle dónde y por qué
razones Dios los ha colocado, este tema, que no es más que accesorio,
nos exigiría más trabajo que el tema en relación con el cual lo
trataríamos. Más tarde, cuando estemos más desocupados, volveremos sobre
esta cuestión con todo el desarrollo que ella merece”. En la República,
por su parte, habla de los movimientos de los planetas y de los colores
que se les atribuyen pero no los menciona por sus nombres.
b) Cicerón emplea los dos sistemas, como lo hemos hecho notar: en De Diuinatione y en el Somnium Scipionis sigue el “caldeo”, pero en De Natura Deorum emplea
el “egipcio”. Lo mismo hace Vitruvio pero con la particularidad de que
no sólo se trata dentro de la misma obra sino incluso en dos pasajes
seguidos: cuando los enumera simplemente, sigue el “caldeo” invertido,
pero cuando pasa a describirlos, se vuelve al “egipcio”.
c) Mercurio y Venus,
para los antiguos, describen órbitas muy similares y acompañan al Sol
constantemente, unas veces precediéndolo y, otras, siguiéndolo; de ahí
que a veces los designan con expresiones como “satellites” o “asseclae”.
Ello explica que, en las enumeraciones de los planetas, no sólo van
siempre juntos sino que unas veces Mercurio precede a Venus y otras le
sigue, sin que el dato sea significativo.
En cuanto a Alain, enumera los planetas tanto en el De Planctu Naturae como en la otra obra literaria, el Anticlaudianus. En el primer caso, cuando describe a la hermosa doncella Naturaleza y, en el segundo, cuando Phrónesis, en su viaje al Cielo, atraviesa las órbitas planetarias.
En este segundo caso en dos pasajes distintos: en IV 43-6, donde
solamente se hace una presentación de los astros y en IV 333 ss., donde
se describe cada uno, ofreciéndose sus propiedades e informando acerca
de la música que cada astro, por separado, genera con su movimiento. Lo
particularmente curioso es que en las tres ocasiones utiliza un sistema
distinto en cada caso: el “caldeo” en De Planctu, el “egipcio” en Anticlaudianus IV 333 ss. y el “sistema con Júpiter y Saturno invertidos” – en una presentación plena de los planetas – en Antic. IV 43-6, con la Luna y el Sol abriendo la serie.
2. Gemas y planetas
Como hemos dicho más arriba, Alain atribuye una gema a cada planeta o, por mejor decir, habla de las gemas como representantes de los planetas22.
22 Entre los diversos lapidarios que Alain pudo conocer a la hora de componer su De Planctu están, como más importantes, los de PLINIO, N.H., XXXVII, san ISIDORO, Etymologiae, XVI y MARBODO, Liber lapidum. A ellos haremos referencia, a continuación, a propósito de cada gema.
Según Alain, a Saturno le corresponde el diamante; a Júpiter, el ágata; a Marte, la asterites; al Sol, el carbunclo o rubí; a Mercurio, el jacinto; a Venus, el zafiro y a la Luna, la margarita o perla, que, aunque no es un mineral, suele aparecer entre los minerales en muchos lapidarios23.
23 PLINIO no la incluye en el l. XXXVII, reservado a los minerales preciosos, sino en IX, 106 ss.; s. ISID., 10, 1; MARB., L.
Las razones que han movido a Alain
a aplicar una determinada gema a un determinado planeta no están claras
en la mayor parte de los casos. En otros autores el criterio seguido
parece haber sido el del color y el brillo de los minerales,
relacionándolos, por una parte, con los colores y brillos de los
planetas y, por otra, con determinadas cualidades de los dioses cuyos
nombres ostentan dichos astros. En el caso de Alain, un cierto criterio podría rastrearse en alguno de los casos: por ejemplo, el diamante, una de cuyas cualidades, puesta de relieve por los lapidarios, es su propiedad de no ser atacado por ningún fuego24,
permaneciendo inalterable ante el mismo, va bien a Saturno, el planeta
frío por excelencia por ser el que más alejado está del sol. Es evidente
la relación entre el carbunclo o rubi con el Sol: dicha gema, como dice el autor de las Etimologías,
de color encendido como el carbón, supera a todas las gemas ígneas,
“cuyo fulgor ni siquiera la noche lo vence, pues luce en medio de las
tinieblas, de tal manera que lanza llamas hasta los ojos”. También
parece bien establecida la relación entre la perla o margarita,
de color blanco lechoso (a la que san Isidoro califica de “prima
candidarum gemmarum”) con la pálida Luna. En los restantes casos, otras
posibles relaciones se nos figuran mucho más laxas y dudosas.
24 “Nec unquam incalescit” dice san Isidoro y “nulloque domabilis igne”, Marbodo.
Alain, a la hora de
relacionar los planetas con determinadas gemas tuvo algún precedente,
aunque no muchos. Pero, antes de hablar de ellos, queremos detenernos en
la influencia que Alain ejerció, en este campo como en numerosos otros de su obra, sobre el autor de otro prosímetro –De Consolatione Rationis-, es decir, Petrus Compostellanus que, según la tesis tradicionnal, sería un hispano del s. XII25, pero que, según quiere María González Haba en un trabajo muy convincente26, no es hispano sino italiano y no pertenece al s. XII sino al XIV27.
25 Para citar sólo un par de testimonios, cfr. M. MANITIUS, Geschichte der lateinischen Literatur des Mittelalters, München, 1964 (= 1931), T. III, p. 154 y F. RICO, “Las letras latinas del s. XII en Galicia, León y Castilla”, en Abaco. Estudios sobre literatura española, 2. Madrid, 1969, p. 58.
26 La obra “De Consolatione Rationis” de Petrus Compostellanus, München, 1975, especialmente en pp. 24 ss.
27
La obra del Compostelano, editada por Pedro Blanco Soto como se ha
dicho en n. 20, necesita una revisión a fondo y una nueva edición (así
lo hacía constar ya M. Manitius en el pasaje citado en n. 35), que ponga
remedio a los múltiples errores que contiene: cfr. Mª González Haba, o. c., p. 8.
Las jóvenes que acompañan a Astrología en el De Consolatione Rationis llevan
cada una, en sus guirnaldas, una gema representando a un planeta. Las
muchachas son la personificación de siete virtudes, las cuatro
cardinales y las tres teologales:
Prudencia lleva un carbunclo con la imagen del Sol; Justicia, un ágata con la imagen de Júpiter; Templanza, un diamante con la de Saturno; Fortaleza, una asterites con la imagen de Marte; Fe, un zafiro con la de Venus; Esperanza, un jacinto con la imagen de Mercurio y Caridad, un crisolito con la de la Luna.
Como se ve, en el Compostelano los siete planetas están relacionados con las mismas gemas que en Alain. La única excepción es la Luna, ligada a la margarita en Alain y al crisolito en el Compostelano.
Ahora bien, en el primer lapidario astrológico, de los dos que ofrece
(antes de la descripción pormenorizada de las piedras) el conocido como “lapidario de Damigerón-Evax”28, el crisolito se aplica al Sol, pero en el segundo lapidario, se atribuye a la Luna, como en el Compostelano.
28 El lapidario de Damigerón, autor de época de Tertuliano, se nos ha conservado en una traducción latina – Liber de lapidibus – del s. VI. Editado por E. ABEL en 1881 (Orphei lithica. Accedit Damigeron de lapidibus, Berlín, reimpr. en Hildesheim, 1971), forma parte de Les lapidaires grecs, publicados por R. HALLEUX y J. SCHAMP, París, “Les Belles Lettres”, 1985.
Que el Compostelano ha
seguido fielmente a Alain lo vemos en el hecho de que, a la hora de
describir las propiedades de las distintas gemas, toma de Alain
expresiones incluso al pie de la letra (también aquí la única excepción
es la descripción de la Luna):
Saturno: Alain: “motu ceteris avarior (…) tanti frigoris gelicidio senescebat ut (…) genialis nature probaret conformitas”. Compostelano: “(…) sororibus in motu tardior sue frigiditatis gelicidiis corpora videbantur afficere”.
Júpiter: Alain: “qui (…) quorundam inimicitias transformabat in graciam”. Compostelano: “vicinas astantium inimicitias transformabat in gratiam”.
Marte: Alain: “(…) qui, minaci sue fulgurationis vultu terribilis, ceteris minabatur perniciem”. Compostelano: “(…) qui (…) inferioribus caliditatis sue imperiali minabatur pernicie”.
Sol: Alain: “carbunculus, qui solis gerens ymaginem, sue radiationis cereo noctis proscribens umbracula (…)”. Compostelano: “carbunculus, qui solis gerens ymaginem, tenebrositatis opasce proscribebat umbraculum”.
Mercurio y Venus (Alain
los enumera y los describe juntos): “(solis) insistendo vestigiis, ipsi
velut assecle ancillando prefati luminis nunquam fraudabantur aspectu.
Brevique interiecta distancia circa eius orbem currunt pariter (…)”. Compostelano: Venus: “sui luminis claritate parva spacii distancia interiecta soli precursor ancillabatur ad ortum”. Mercurio: “communi quadam familiaritate solis nunquam fraudabatur aspectibus”.
Decíamos más arriba que, a la hora de relacionar los planetas con determinadas gemas, Alain había podido contar con algún precedente. Este es el caso del lapidario de Damigerón-Evax.
El lapidario contiene dos cartas introductorias, dos breves lapidarios
astrológicos y la descripción de 86 piedras preciosas. La primera carta
(traducción, al parecer, de un original griego procedente de Egipto) no
contiene ni nombre de signatario ni de destinatario, mientras que la
segunda ofrece ambos: “Evax”, rey de los árabes, el signatario, y “el
emperador Tiberio”, el destinatario.
El segundo lapidario
contiene la enumeración de los siete planetas relacionados con otras
tantas gemas: a Saturno le corresponde el ágata, al Sol el heliotropo, a
la Luna el crisolito, a Marte el sardio, a Mercurio la hematites, a
Júpiter la herbosa y a Venus la egyptila.
El primero, por su parte, parece un lapidario astrológico zodiacal
truncado ya que en él se pasa revista a sólo siete signos del Zodíaco a
los que corresponden determinadas gemas. Ahora bien, la enumeración de
sólo siete signos, coincidiendo con el número de planetas invita a
reemplazar los signos zodiacales en cuestión por los planetas de los que
son domicilio o sede en la Astrología29 (sabido es que los auténticos cinco planetas tienen dos domicilios en el Zodíaco: uno diurno y otro nocturno, mientras que el Sol sólo tiene uno, el diurno, y la Luna sólo uno, el nocturno), con lo que en Damigerón-Evax
tenemos un lapidario indirectamente planetario: al Sol, con domicilio
en Leo, le corresponde la gema crisolito; a la Luna, con domicilio en
Cáncer, la afroselina; a Marte, con sede en Aries, la hematites; a
Júpiter, con domicilio en Sagitario, la ceraunia; a Venus, con domicilio
en Tauro, la “medos”; a Mercurio, con sede en Virgo, la arábiga, y a
Saturno, con sede en Capricornio, la ostraquita30.
29 La lista completa de los domicilios o sedes las ofrece, por ejemplo, FÍRMICO MATERNO en su Mathesis sive Astronomica, II 2, 3-5, y algunos datos aparecen en Lucano, Pharsalia, I 625-60.
30 El tercer lapidario de la obra conocida como Lapidario de Alfonso X el Sabio, el que trata de “las piedras según la conjunción de los Planetas” (pp. 190 ss. de Alfonso X. “Lapidario”. (Según el manuscrito escurialense H.I. 15).
Introducción, edición, notas y vocabulario de Sagrario Rodríguez M.
Montalvo. Madrid, Gredos, 1981), relaciona a los planetas con gemas; y
es que “se camian muchas vezes las uertudes delas piedras segund el
estado delas planetas”.
Como es bien sabido, el “Lapidario” de Alfonso X contiene, en realidad, cuatro lapidarios: el primero (traducido por Yhuda Mosca el Menor y atribuido a Abolays)
presenta las piedras preciosas según los signos del Zodíaco; el segundo
(anónimo, aunque también traducido o compuesto, probablemente, por Yhuda Mosca)
trata de las gemas según las fases de los signos zodiacales; el tercero
(anónimo), trata de las piedras, como se ha dicho, según los planetas; y
el cuarto (atribuido a Mahomat Aben Quich) las presenta por orden alfabético.
En el tercero (que es el
que a nosotros nos interesa) los planetas están presentados siguiendo el
sistema “caldeo”, en su versión recta, es decir: Saturno, Júpiter,
Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna. En este caso no es una sola piedra
la atribuida a cada uno de los planetas, sino varias; por lo general las
gemas están mencionadas con sus nombres árabes. En solo un caso una
piedra coincide, en su atribución a un planeta, con la misma piedra
atribuida por Alain (y el Compostelano) a ese planeta: se trata del diamante,
atribuído a Saturno, el planeta por el que comienza la serie, debido a
que “es mas alta planeta que todas las otras, et desi vernemos
descendiendo fasta la Luna, que es la más baxa, por quien recebimos
uertud delas otras planetas, según la puso Dios en ellas”.
Para terminar, y aprovechando la referencia al primer lapidário de Damigerón-Evax,
hagamos constar las relaciones que se han establecido, en diversas
ocasiones y por distintos autores, entre las gemas y los signos del
Zodíaco. Es una cuestión sumamente atractiva, aunque, por el momento,
sólo vamos a aludir a algunos aspectos de la misma.
Como se ha dicho más arriba, Alain, cuando habla de las gemas y de los signos zodiacales,
no menciona los nombres de las piedras preciosas. Sí lo hace Marciano
Capella, que tal vez pudiera ayudar a la hora de identificar las
relaciones que Alain parece querer establecer entre signos zodiacales y gemas. Es parecer generalmente admitido31 que el primero que relacionó gemas con signos zodiacales fue Filón, en su Vita Mosis,
interpretando alegóricamente las gemas del pectoral de Aarón. Las
piedras, en dicho pectoral, aparecen ordenadas en líneas de tres (como
en Capela, en donde cada trío de gemas representa una estación del año).
31 Véase, por ejemplo, Danuta SHANZER, A Philosophical and Literary Commentary on Martianus Capella’s “De Nuptiis Philologiae et Mercurii” Book I, Berkeley, Los Angeles, Londres, 1986, p. 163.
En Apocalipsis, por
su parte, las hiladas del muro de la nueva Jerusalén están formadas por
un conjunto de doce piedras preciosas (ocho de las cuales coinciden con
ocho del pectoral de Aarón).
Parece, pues, que la
relación de gemas con signos zodiacales es un tema judío que ha tomado
origen de la interpretación alegórica del pasaje del Éxodo.
Hildeberto de Lavardin, en el s. XI, en el poema 42 de sus Carmina Minora, hace una interpretación alegórica de las doce gemas del Apocalipsis (las
mismas doce y, además, ofrecidas en el mismo orden) relacionándolas con
los doce patriarcas, hijos de Jacob. El mismo título del poema en la
edición de la Patrologia Latina hace referencia a tal
interpretación: “De duodecim patriarchis, allegorice per lapides
Rationarii summi pontificis designatis”. (En la edición de A.B.Scott:
“De XII lapidibus et nominibus filiorum Israel”).
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