Por
José Antonio Gómez Di Vincenzo
La
astrología ha sido duramente vapuleada por la crítica meta científica
contemporánea, esa que desde hace décadas, ha emprendido una cruzada contra
ella, contra el psicoanálisis y contra el marxismo. Con la férrea razón en sus
manos, los críticos han sostenido que la astrología se encuentra más ligada a
lo irracional, a las supersticiones, a lo primitivo, a la charlatanería que
impregnada por aquellos elementos que según ellos caracterizan a la ciencia: su
objetividad, método, criterios de validación de las teorías y demás factores
duros que dan cuenta del alto estatus de las disciplinas occidentales. Sostener
que haya existido una influencia de la astrología sobre las disciplinas
científicas mientras ellas iban encontrando los causes de sus respectivos
desarrollos implica, a priori, una toma de posición epistemológica que corre el
eje de la discusión sobre el estatus de las disciplinas de un enfoque
prescriptivo a uno descriptivo tomando en cuenta el contexto social, político y
económico en el cual se dan los desarrollos teóricos y las influencias que
dichos adelantos pueden recibir en términos de presupuestos metafísicos,
metáforas, analogías, folclore y cultura en general. Una vez más, hereje hay
que ser para comprender la herejía.
Que
la poca valoración que hoy tiene la astrología no nuble nuestra mirada acerca
de su influencia e importancia histórica en el pensamiento y la cultura de los
pueblos sería la consigna. Y como sostiene el brillante historiador de la
ciencia David Lindberg “debemos perdonar
a los estudiosos medievales por ser medievales y dejar de castigarlos por no
ser modernos”.
En otras palabras, no juzguemos a los pensadores medievales por ser medievales,
tratemos de comprender sus presupuestos y en una de esas entenderemos mejor el
sentido de sus desarrollos y sus aportes. La astrología medieval se elaboraba
en una cocina plagada de recetas e ingredientes medievales: una cosmovisión,
criterios de racionalidad específicos y criterios de validación, también
particulares.
Lindberg
sostiene que hay dos formas de considerar la astrología:
A)
Como un conjunto de influencias físicas astrales.
B)
Como el arte de la predicción por medio de horóscopos.
La
primera, más vinculada a los aspectos metafísicos y cosmológicos, rara vez era
cuestionada en el Medioevo; mientras la segunda, era más proclive a ser
discutida desde diversos espacios: reclamo por evidencia empírica, objeciones
filosóficas y teológicas.
Desde
tiempos antiguos se creía que los cielos y la tierra estaban conectados de
algún modo, que lo que ocurría en las esferas celestes determinaba lo que
sucedía en la región terrestre. Las estaciones se vinculaban con el tránsito
del Sol por la elíptica, las mareas con la posición de la Luna. El calor
proveniente del Sol y su luz inundando la tierra y todo lo viviente fortalecían
la imagen de una conexión astral. El descubrimiento de la brújula en China y su
posterior difusión en occidente hacia fines del siglo XII, potenció la idea de
que del mismo modo que los polos terrestres influían magnéticamente sobre los
minerales, todos los astros podían intervenir sobre lo inanimado y lo animado.
A
este tipo de cuestiones, más bien empíricas, debemos agregar todo un conjunto
de creencias ligadas con las religiones antiguas, el folclore y la tradición. En
otro artículo
hemos visto que los viejos estoicos creían en la influencia de una fuerza que
mantenía cohesionado el cosmos, el pneuma.
La idea de una divinidad en los cielos que influía en el ámbito terrestre, de
que los sucesos estelares y planetarios eran signos (hacen bien Lindberg y
otros historiadores en remarcar que lo eran más que causas) y anticipaban
eventos en terrestres se había extendido antes que en Grecia, en la
Mesopotamia. Fue entonces cuando comenzó a pensarse que el conocimiento de la
posición de los astros en el momento del nacimiento de una persona podía ayudar
a anticipar las características de su personalidad y detalles de su vida. Lo
astral y lo psíquico quedaban así ligados, unidos por una fuerza cósmica. Y la
lectura y comprensión de los presagios demandaba, entonces, el estudio refinado
de los astros y sus movimientos.
En
la antigua Grecia, Platón y Aristóteles hicieron interesantes aportes a la
cuestión. Platón sostuvo, en el Timeo,
que el Demiurgo delegaba en los dioses planetarios la labor de hacer nacer las
cosas en el mundo sublunar. Platón sostuvo, al igual que posteriormente lo
hicieran los estoicos, la continuidad o analogía entre el macrocosmos y el
microcosmos. El estagirita, por su
parte, mantuvo la idea de que el motor inmóvil era el causante del cambio y el
movimiento en el sector sublunar del cosmos. El tránsito de las estaciones, la
generación y la corrupción terrestres eran producto del movimiento solar. Los ya
nombrados estoicos sostuvieron una visión del cosmos activo y orgánico y como
se ha dicho líneas arriba, también cohesionado y caracterizado por la unidad y
la continuidad.
Resulta
claro que, en la antigüedad, hubiese sido excepcional encontrar algún pensador
que rechazara la idea de que existe una conexión entre los astros y los sucesos
terrestres. Ptolomeo, por ejemplo, reconocido como un gran astrónomo antiguo en
nuestras universidades contemporáneas mas no como astrólogo, aseguraba en su Tetrabiblos, la existencia de fuerzas
celestes y defendía la validez de los pronósticos astrológicos.
Como
quiera que sea, la resistencia hacia la astrología no es un fenómeno moderno.
Nada más alejado de la realidad. Quienes más la atacaron fueron los denominados
padres de la Iglesia Católica para quienes era totalmente inaceptable la idea
de determinismo y la atribución de divinidad (al estilo platónico, por ejemplo)
a las estrellas y planetas. Así los debates entre intelectuales de la edad
media temprana matizaban diversas posiciones. Estas iban desde una influencia
determinante hasta una indeterminación total, pasando por cierto
condicionamiento en algún punto de la vida para luego, dar lugar al libre
albedrío más adelante.
Hay
que aclarar que ningún intelectual, por entonces, centraba su crítica en la
influencia cósmica. Esta era comúnmente aceptada. Lo que se debatía era el
fatalismo y el determinismo de los astros por sobre la naturaleza, en
particular, por sobre la naturaleza humana. Agustín (354 – 430), por ejemplo, defendía
la libertad de la voluntad por sobre el determinismo, rescatando el tema de la
responsabilidad humana en las acciones. Si hubiera un determinismo férreo y un
fatalismo absoluto, junto a la ausencia de libertad, voluntad y responsabilidad
por parte de los seres humanos, no cabría lugar para que el pecado sea castigo.
Pero Agustín no iba tan lejos. Aseguraba que podía existir cierta influencia
cósmica sobre el cuerpo de los hombres. Pero esta fuerza física influía sólo
sobre el cuerpo y no sobre la mente.
A
pesar de las condenas propias de la literatura medieval temprana, la astrología
logro hacerse camino en las cortes, gracias al cada vez más extendido
convencimiento de la influencia estelar y planetaria sobre cosas físicas como
la salud, la enfermedad, las tormentas o sobre el temperamento, y la
posibilidad de realizar pronósticos a partir del estudio de las posiciones de
los astros.
Hacia
el siglo XII, gracias a la influencia del astrólogo árabe Albumasar y su Introducción a la ciencia de la astrología,
la ciencia de los astros logró un fundamento filosófico apropiado al integrarse
sus saberes con la filosofía aristotélica. La adopción de la metafísica del
estagirita, junto con la afirmación de que los cuerpos celestes son los
causantes de la generación y corrupción terrestre, reforzaron los saberes
astrológicos dándoles estatus en diversos espacios del saber.
Por
supuesto, los teólogos continuaron obsesionados con el tema de la
determinación. Pero ocurrió con la astrología algo similar a lo acontecido con
todo el corpus aristotélico. Los pensadores se esforzaron por analizar los
conocimientos astrológicos con el objeto de ajustarlos a las prescripciones
dogmáticas y tomando aquello que les era de provecho. Así, a pesar de las penalidades
(la cuestión del determinismo, por ejemplo, fue objeto de sanción en la famosa condena
de Étienne Tempier de 1277) y a pesar de que los practicantes de la astrología
eran acusados de charlatanes, hasta los críticos aceptaban ciertas influencias
de los astros. Es el caso de Oresme, un ácido censor de la astrología, que aún
así, creía en la influencia de los astros en la aparición de plagas,
mortandades hambruna, inundaciones, grandes guerras, la aparición de profetas y
catástrofes de diverso tenor.
La
astrología, en definitiva, se desarrollaría hasta el siglo XII y tal vez, un
tiempo más en occidente, perdiendo impulso con el advenimiento de la
modernidad. No obstante, fue por la obsesión a la hora de medir la posición
exacta en la banda del zodíaco que los astros tendrían en un determinado
período del año para la realización de pronósticos y predicciones que la
astrología ayudó a la confección de tablas astrales cada vez más exactas,
demandando a su vez de un refinamiento en las tecnologías de medición y un
desarrollo en las matemáticas aplicadas.