De la Alegoría a la Anagoge: la cuestión de la percepción simbólica en un mundo literal
Angela Voss, Universidad de Kent (artículo para la Sophia Conference, junio 2003)
Versión original en inglés
Traducción de Enrique Eskenazi
Ciertamente debemos estar de acuerdo en que desde Descartes el
movimiento general de la vida intelectual occidental ha sido hacia mayor
observación objetiva, pensamiento compartimentado y explicación
racional. Ya no vivimos en un mundo de misterio. Empero en el corazón de
la enseñanza y la práctica astrológica yace un proceso que desafía las
expresiones de la mente y es él mismo profundamente misterioso: cómo
“ver” simbólicamente. ¿Cómo ayudamos a los consultantes a captar el
significado subyacente de sus dilemas vitales concretos, y cómo
enseñamos a los estudiantes a comenzar a desplazarse de la acumulación
de hechos a la conciencia de un tipo diferente de conocimiento, uno que
surge en la interfaz de su alma con el mundo? Este es un desafío con el
que nos encontramos tanto en os niveles de graduación como de posgrado
en nuestros cursos de Cosmología y Adivinación en la Universidad de
Kent, y hoy quisiera presentar un modelo o imagen que facilita un
alejamiento del pensamiento “literal” que invade nuestra sociedad con su
pragmatismo y hacia un modo más rico, profundo y significativo de
enfocar el estudio del simbolismo astrológico y las prácticas
adivinatorias. Surgió al comienzo en el contexto de la observación de la
Primavera de Botticelli, un cuadro que se presta a múltiples niveles de
interpretación. Es central en el cuadro la relación entre Venus y
Mercurio, cuya conjunción desposa imaginación e intelecto, amor y razón.
En las tradiciones platónicas y herméticas que inspiraron la obra de
Botticelli, la fusión de estos dos modos de percepción siempre se ha
considerado como la base para un conocimiento humano que sea filosófico
en el verdadero sentido, y que se despierta por el poder evocativo de un
símbolo. La Primavera también nos da la clave para el modo de conseguir
este conocimiento, al cual regresaré.
Al discutir el modelo de los cuatro niveles de interpretación
-literal, alegórico, moral y anagógico o místico- ubico la astrología en
un principio hermenéutico que nos capacita para articular y entrar en
el misterio de la percepción simbólica. Este principio, explícito en la
antigua teología cristiana y medieval y en la teología poética de Dante,
está implícito en la imagen platónica del Cosmos como esferas
ascendentes desde la tierra material hasta el Uno inteligible; y es
demasiado tentador tomar literalmente el esquema de este modelo. Pero no
hablamos aquí de una jerarquía de niveles discretos donde uno va más y
más allá del mundo hacia algún tipo de verdad abstracta inmutable, lo
cual es una crítica común al platonismo, sino de un proceso de
profundización perceptiva o despliegue de conciencia, como el quitar
capas de una cebolla, que gradualmente se aleja de la objetividad
causa-efecto, “allí afuera- aquí adentro” de muestro modo habitual de
pensar, hacia una conciencia creciente de la unidad de sujeto y objeto,
hasta que se alcanza el tipo de conocimiento que sólo puede describirse
como espiritual en tanto que abarca tanto lo interno como lo externo, o
la realidad psíquica y la material en un solo acto de percepción. Es un
modelo que permite que algo se revele como algo que siempre hemos
sabido- un conocimiento innato de cómo reflejamos el mundo, de un cosmos
interno tan vasto y tan sorprendente como el exterior. Este tipo de
conocimiento tiene poco o ningún papel en los programas de nuestras
escuelas y universidades.
¿De modo que qué significa ver detrás de lo literal? Comencemos
considerando las palabras de San Agustín y de Tomás de Aquino, que
escriben específicamente sobre la interpretación alegórica y simbólica
de la lectura de la Escritura. Agustín acentúa desde el comienzo que la
intuición del significado más profundo de un texto estimula el propio
deseo de aprender del estudiante, y que la penetración de este
significado es una actividad placentera porque conduce hacia el júbilo
último de la unión con Dios. Ciertamente hemos hallado que los
estudiantes responden a la “apertura” del simbolismo astrológico con
cierta sorpresa, ya que en ninguna otra esfera de sus estudios
encuentran este elemento de revelación. Por supuesto, la capacidad del
texto, imagen o símbolo para descubrir su significado de este modo es la
razón por la que lo consideramos “sagrado” antes que nada.
Al definir los cuatro niveles, Agustín y Aquino hablan de la
literalidad del texto como una realidad material, la historia tomada al
pie de la letra. Aquí encontramos el sentido o la significación de las
palabras mismas en sus contexto histórico, lingüístico y literario;
afirmaciones de hecho, de las cuales Aquino no excluye la metáfora y la
analogía. Un ejemplo que da es la afirmación de que “Cristo se siente a
la Mano Derecha de Dios”, que es una afirmación ‘literal’ del poder de
Dios pero dada como una metáfora. Ambos teólogos aclaran que en este
nivel no hay sentido “espiritual”, aunque esto no disminuye su
importancia, y debemos advertir que Agustín advierte explícitamente
contra los peligros de no creer en la realidad de una verdad histórica y
factual subyacente. Podemos quizás definir el discurso literal como
“horizontal”, que expande el entendimiento medieval hacia una mesura
cuantitativa, comparación, discusión, clarificación, conceptualización y
racionalización, lo cual naturalmente tiene su valor. Pero aún queda
una demostración de una realidad desde una posición que aún no participa
en esa realidad, que no está comprometida en ella sino que permanece
aparte; es lo que llamamos “saber”; es como se nos ha enseñado a pensar,
a evaluar. Comenzando aquí, empero, con la separación y clarificación
de las cosas - la “episteme” de los filósofos- se pone la piedra
fundamental para el significado ulterior, para el proceso de descubrir
lo que significan las cosas mismas significadas por las palabras. Sto.
Tomás de Aquino nos dice: “ese significado por el cual las cosas
significadas por las palabras tienen ellas mismas también una
significación, se llama el sentido espiritual, que se basa en el literal
y lo presupone. Ahora bien, este sentido espiritual tiene una triple
división”.
Esto nos lleva al terreno de la alegoría, el “hablar de otra manera”
(del griego, allegoria) o, en el caso de las fábulas de los poetas, la
verdad “disfrazada” por la metáfora poética. Para Aquino, la alegoría es
el primer estadio en el discernimiento del significado “divino” en la
Escritura, por ejemplo la “cosa significada” por las palabras puede ser
Cristo. El pensamiento académico tradicional no tiene problemas con la
alegoría como un artificio literario, porque aún no exige que entremos
en el proceso de conocer, o seamos cambiados por él. Como explica Henri Corbin:
“La diferencia entre ‘símbolo’ y lo que hoy usualmente se llama
‘alegoría’ es fácil de captar. Una alegoría permanece en el mismo plano
de evidencia y percepción, mientras que un símbolo garantiza la
correspondencia entre dos universos pertenecientes a diferentes niveles
ontológicos: es el medio, y el medio único, de penetrar en lo invisible,
en el mundo del misterio, en la dimensión esotérica”.
La alegoría es el modo en que usualmente explicamos la astrología,
el símbolo “representando” la emoción, o la persona o el acontecimiento.
Pero cuando avanzamos en los dos estadios ulteriores de la
interpretación, ya no podemos preservar nuestra distancia. Aquí comienza
un proceso de “ver a través” de lo literal o alegórico que despierta la
auto-reflexión; Corbin describe este movimiento de la percepción
sensible a la simbólica como “una transmutación de los datos inmediatos
(los datos literales y sensibles) que los vuelve transparentes”- Es esta
misma transparencia que posibilita que tenga lugar la transición, y
paradójicamente, permite que se entiendan simultáneamente los sentidos
literal y espiritual.
El tercer estadio es llamado Moral o Tropológico, que deriva de la
palabra “tropos” o vuelta (turn), y que de hecho forma un punto de
conversión (turning point) para los estudiantes. Exige un darse la
vuelta (girarse) -convertirse uno mismo a fin de entender, y así tiene
implicaciones y efectos que son morales en tanto influencian cómo
actuamos. En este punto, entramos en un modo de conocimiento comúnmente
llamado esotérico. En contextos cristianos, esta es la interpretación
que lleva a una mayor imitación a Cristo. En un contexto astrológico,
pone en juego la relación del astrólogo con el consulta y su
participación en la circunstancia particular dentro de la cual se
“manifiesta” el símbolo. Puede surgir en el momento en que uno se da
cuenta de que la carta o tema natal del consultante refleja la propia
preocupación actual, cuando uno dice palabras que no pretendían y que le
sorprenden con su verdad, o cuando uno se conmueve por la significación
de un acontecimiento sincronístico que convoca a la acción. Se
experimenta como una revelación que surge en el momento y
espontáneamente conecta la vida interior con el acontecimiento o imagen
exterior, más allá de la intención consciente. Este es un conocimiento
que no aumenta por el esfuerzo humano. Marsilio Ficino lo llama “un don
del alma” que depende de la Gracia. Ahora el astrólogo ya no es el
observador objetivo de la creación de Dios, sino que se ve desafiado a
reconocer esa “mutua connivencia secreta”, como decía Jung, entre sí
mismo y el mundo que percibe. No es cómodo, porque supone la ruptura con
nuestros supuestos sobre la naturaleza de la realidad; y es muy difícil
de aceptar. No todos los estudiantes son capaces de tener un sentido de
este tropos, pero la belleza del modelo como un todo es que permite a
cualquiera entrar en el mundo de la interpretación simbólica a su propio
nivel, incluso si es tan sólo para dar el primer paso del hecho a la
metáfora.
A aquellas raras almas que pueden penetrar más allá de la percepción
moral, les aguarda la dimensión anagógica o mística. Para Aquino, este
nivel, el “sentido más allá”, sólo puede significar la gloria final de
la redención, la vida con Cristo en el paraíso. Es acerca de la unión,
unión del acto de percepción con lo percibido, unión de literal y
simbólico, mundo y psique. El mundo ya no imita a la palabra divina,
como en la alegoría, sino que deviene la palabra divina. En este estadio
todas las divisiones son trascendidas y abarcadas, en tanto los cuatro
niveles devienen contenidos en uno. El neoplatónico Jámblico dice que
este es el modo de conocimiento verdadero de la adivinación, “suspendido
de los Dioses, espontáneo e inseparable de ellos”.
Al considerar el conocimiento de este modo, se hace claro que no hay
una “verdad” desencarnada aparte de la visión del lector o del
estudiante. El grado de compromiso de la persona con el símbolo o texto o
imagen ES la “verdad” revelada a esa persona en ese momento, y sin
embargo siempre es posible ir más al fondo. Comenzamos a darnos cuenta
de que, si tomamos en serio a nuestras autores, el mismo proceso de
desarrollo de la percepción simbólica tiene profundas implicaciones
espirituales. Aquino dice “ha de decirse que la Sagrada Escritura está
divinamente ordenada a esto: que mediante ella, pueda hacerse conocida
la verdad necesaria para la salvación”; y Ficino remarca que cuando uno
penetra en el significado más profundo de un texto, es la palabra de
Dios lo que uno oye. Asemeja la naturaleza y la cualidad del
“significado” aprehendido mediante las palabras actuales a la presencia
del alma en el cuerpo humano: “El alma humana será inmortal e
introducida por Dios en nuestro cuerpo, como la significación
introducida en el aire por Dios. Si se presta atención a esta
significación, lo que uno comprende es el pensamiento de Dios que
habla”. Por lo que legítimamente podrías ubicar la astrología dentro de
los Estudios Religiosos e incluso, sugeriría yo, entenderla como una
práctica iniciatoria.
Quisiera ahora considerar la naturaleza del conocimiento simbólico
en relación con el platonismo, pues en las obras de Platón y sus
seguidores hallamos mitos y alegorías que hablan claramente a los
estudiantes de las diferencias entre pensamiento literal y metafórico.
La más directa y poderosa de estas debe ser la alegoría de la caverna,
en La República. Aquí Platón hace la distinción entre el mundo literal
de la región de las sombras, y el mundo espiritual o inteligible del
conocimiento verdadero. La gente en la caverna no tiene libertad de
movimiento. Están encadenados, y sólo pueden ver sombras de objetos
llevados detrás de ellos, proyectados por la luz de una hoguera en el
fondo de la caverna. Cuando se los libera y pueden girarse, entonces ven
representaciones de objetos reales que son transportados por un sendero
con paredes. Podríamos comparar este estadio a la interpretación
alegórica, y es el primer paso hacia ver las cosas “tal como realmente
son”. Platónicamente, la hoguera es una imagen del Sol, cuya luz nutre
el entendimiento; pero también es algo más. Fuego es pasión, deseo,
anhelo, es el poder conmovedor de la imaginación. En las tradiciones
platónicas y sufi, uno no es conducido a la percepción anagógica
mediante esfuerzos intelectuales, sino que uno es llevado allí por el
deseo de unión. Involucración mediante el amor es lo que lleva a una
percepción cambiada, como todos sabemos cuando estamos “enamorados”, y
por esto Cupido o Eros vuela sobre Venus en La Primavera y está a punto
de herir la Gracia Castidad con un amor ardiente por Mercurio, que ha
penetrado con su caduceo en cada nivel de realidad. Eros -el hijo de
Mercurio y Venus- lo saca a uno del mundo literal mediante el amor y
señala al tipo de conocimiento que Platón llama inteligible, que para el
Sócrates platónico incluía la contemplación de las estrellas y el sol
como la causa de todas las cosas. Esto es, la contemplación de los
cielos “reales”, que permanecen bajo las estrellas en reverencia a su
majestad. Las estrellas son símbolos supremos precisamente porque sus
poderes dadores de vida se manifiestan tan evidentemente en todos los
niveles.
El pensamiento positivista moderno ahora toma las sombras de la
caverna de Platón por el mundo “real” y reduce sus Ideas a meras
abstracciones. El mundo más allá de lo literal se vuelve sombrío, jerga y
mescolanza supersticiosa, inevitablemente, en tanto que no puede
revelar su significado en la luz cruda del experimento científico o el
análisis racional. Si queremos enseñar astrología en la Universidades,
tendremos que exigir nuestra base, la base sobre la cual nos deleitamos
en el misterio con el “divino entusiasmo” de los magos neoplatónicos. En
el nivel intelectual o anagógico de percepción puede no haber
distinción entre nuestro pensamiento y el pensamiento del Cosmos; pero
en el simbólico entramos en la vida intermedia, ya sea mediante el uso
de una imagen o un acto de adivinación. El lenguaje de la astrología,
poesía, arte y música ES el lenguaje de este reino medio, equilibrado
entre el intelecto puro y la percepción sensorial y, a la vez,
abarcándolos a ambos; inspirándose en la realidad anagógica y
desplegándola a los sentidos mediante la belleza de sus múltiples
formas. La “metáfora poética” de la astrología, como diría Ficino, no ha
de confundirse con “razón o conocimiento”. Cuando enseñamos astrología
seguramente estamos activando lo que Henri Corbin llama “la imaginación
cognitiva”, un órgano de verdadera percepción que refleja las Imágenes
del mundo arquetipal. Darse cuenta de esto ayuda a los estudiantes a
liberarse de la tendencia de nuestra sociedad a arrastrar la astrología,
gritando, a un mundo literal al que no pertenece, un mundo en el que la
visión es opaca, donde lo imaginal se reduce a mero imaginario.
Quizás más importante aún, el modelo de los cuatro niveles da a los
estudiantes un marco de referencia dentro del cual referir los enormes
temas de Fatalidad o Destino que han de plantearse en cualquier estudio
de astrología, cosmología o magia. Ya he acentuado la premisa esencial
del platonismo -y de la alquimia- de que el alma humana tiene la
capacidad innata de desarrollar un modo de conocimiento que progresa
desde una clara separación del conocedor y lo conocido a una experiencia
del mundo y de sí mismo como una unidad, y que esto es una búsqueda
espiritual. Se entendía que cuando se alcanzaban las profundidades de la
percepción anagógica el alma lograba la inmortalidad de los dioses.
Desde esta perspectiva, una inclinación a o una práctica de la
adivinación que permanezca en el nivel “literal” de causa y efecto,
inevitablemente originará las limitaciones de las pronunciaciones
destinales, y el cumplimiento de estas pronunciaciones por el mundo “ahí
fuera”. Los astrólogos que dan juicios puramente por inferencia
racional y los libros de reglas son los “ogros malos” que Ficino
despreciaba, porque meramente tratan con las sobras en la caverna y por
ello mantienen encadenados a los prisioneros. Es posible vivir en este
mundo y funcionar por sus leyes, pero eso no lo liberará a uno.
El modelo Ptolomaico de astrología es literal y alegórico, pero no
va más allá, en tanto intenta asumir el manto de la ciencia natural
aristotélica. El modelo
platónico puede ir más allá precisamente porque acepta el misterio de
la imagen simbólica, y la posibilidad de que algo de otro orden de
realidad pueda revelarse a los seres humanos. En el nivel de
entendimiento moral, la predicción astrológica se acerca a la profecía y
la fatalidad deviene destino en tanto el astrólogo se conmueve por el
símbolo y el consultante reconoce su propio deseo y libertad de
elección. Finalmente, anagógicamente, el tiempo linear deja de imperar y
el alma profética percibe pasado, presente y futuro como uno. El Pseudo
Ptolomeo, Ficino y William Lilly nos dicen que el verdadero juicio
astrológico proviene de una fusión de “la oportunidad divina” del alma
“volviéndose” hacia su propia sabiduría con estudio diligente y
práctica, y el mismo Lilly señala que “mientras más santo eres... más
puro el juicio que darás”. Nuestro mundo literal no reconoce “la divina
oportunidad” porque depende de la captación del significado de un signo,
la “mera coincidencia”, el sueño, el momento en que nuestro sueño se
revela. Pero la misma palabra deseo -desidere (de la estrella)- nos
remite a las estrellas, y si somos capaces de evocar este deseo en los
corazones de nuestros alumnos, entonces realmente podemos comenzar a
estudiar astrología con ellos. Plotino habla de la divinidad presente en
el mundo literal, concreto, material como una “atracción” o “anzuelo”
para encantar y atraer la gente a una percepción espiritual. “El mundo
está lleno de signos”, dice, y “el hombre sabio es aquél que en una cosa
lee otra”. Sugeriría que la misma astrología puede actuar como tal
anzuelo para estudiantes hambrientos de un significado más profundo en
sus estudios, precisamente porque los planetas existen literalmente
pueden percibirse mediante la vista. A partir de allí pueden comenzar y
los cuatro niveles hermenéuticos les capacita para moverse en un proceso
de interiorización de modo que pueden integrar, más que simplemente
aprender acerca de, el significado de un símbolo. Esto con seguridad
tiene implicaciones profundas, porque podría comenzar a revolucionar los
presupuestos de un método académico que separa el conocimiento del
conocedor, el pensamiento del ser, la concepción de la realidad de su
experiencia.
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