Historia de la Astrología
Introducción
El ser humano es la más noble criatura terrestre,
pues es la única que posee no sólo la facultad de percibir el ambiente
mediante sus sentidos, sino también el don de representarlo en síntesis
puramente espiritual. Tal “visión del mundo” constituye el más precioso
caudal de su sabiduría, tanto más valioso para él dado que sustenta la
creencia de haberlo producido en virtud de un acto volitivo y libre de
creación. Sin embargo, y aunque dicha creencia sea propia de la
naturaleza humana, es en realidad errónea o por lo menos, sólo
parcialmente exacta, porque está probado que el alcance de los
conocimientos depende en sí de la facultad perceptiva humana, es decir
de los sentidos y, en consecuencia, es de índole subjetiva. Así lo
comprendió Pitágoras, al resumirlo en su lapidaria frase de: “El hombre
es la medida de las cosas”.
Por otra parte, existen en el mundo influencias
quizás más efectivas que la impresión de nuestros sentidos, pero que
escapan a su percepción y que con harta frecuencia no se incorporan a su
visión del mundo. Participan de estas influencias las relativas
a las fuerzas que estudia la astrología, que revisten suma importancia
en la función de los procesos vitales y en la concreción del éxito; pero que los pocos practicantes de dicha ciencia han limitado a un sólo aspecto, si bien de importancia particular.
De ninguna manera debe olvidarse que las fuerzas
consideradas por la astrología, que revisten suma importancia son de
carácter universal, vale decir que influyen en la totalidad de los
sucesos terrestres. En la producción de los fenómenos terrestres, tal
ingerencia se combinará siempre con condiciones puramente terrestres.
Existirá por doquier, aunque no participará en la misma proporción. Así,
por ejemplo, el factor astral de la combinación se hará valer en el
hombre como excitación y en el terrestre como amplitud de reacción.
Dentro de una observación científica del mundo, fundada en la ley de
causa y efecto, es natural que todo acontecimiento en el ilimitado
universo, por más exiguo y sencillo que sea, debe provocar a su vez una
serie de acontecimientos. Y ese mismo acontecimiento no es otra cosa que una consecuencia de otros.
Por nuestra parte, los astrólogos, hemos
constatado que la astrología es susceptible de desentrañar las
relaciones del Todo con el acaecer terrestre. Que es la ciencia
del determinismo cósmico y que, en su especial aplicación al hombre,
investiga los nexos existentes entre los factores astronómicamente
determinables de un cuadro natal celeste (carta astral) y los
acontecimientos de la vida del sujeto de aquella carta astral, ya se
trate de individuos o de colectividades.
Este documento ha sido extraído del libro “Astrología Racional”
Reproducido con autorización de la Editorial Kier, S.A.
La Astrología en la Antigüedad
Tenemos constancia documental de prácticas
astrológicas a partir de la época del florecimiento de las grandes
civilizaciones antiguas de Egipto, Mesopotamia y Grecia. Se tienen
indicios, por ejemplo, de que el rey asirio Asurbanipal (668-625 a. C.)
poseía manuscritos astrológicos procedentes de Egipto que quizá podían
remontarse al tercer milenio a. C. Lo que sí se conserva es un
calendario fechado hacia el año 1300 a. C. que contiene un elenco de
días favorables y desfavorables. También han sido descubiertas en
numerosas tumbas de aquellas civilizaciones tablillas que indican
posiciones y cursos de astros. Una de ellas describe todos los eclipses
lunares que hubo en Babilonia durante 400 años, hasta el año 317 a. C. Este
tipo de documentos se hizo más abundante a partir del siglo IV a. C., y
entre sus referencias figuran las que vaticinan o interpretan
astrológicamente eclipses, meteoros, tormentas, demonios, apariciones de
fantasmas, construcciones de casas, muertes de reyes, invasiones,
guerras, epidemias, cosechas, etc…
En la llamada tablilla de Cambises aparecen ya signos
muy parecidos a los del zodíaco moderno. Está comprobado que los
astrólogos babilonios y caldeos conocieron y estudiaron los cinco
planetas visibles a simple vista desde la Tierra (Mercurio, Venus,
Marte, Júpiter y Saturno), realizaron estudios comparativos de las
posiciones de cada uno de ellos, y dieron nombres a numerosas
constelaciones y astros (por ejemplo, al Sol le llamaron Shamash y a la
Luna, Sin). El desarrollo de la astrología mesopotámica quedó reflejado
en la Biblia hebrea (por ejemplo, en el libro de Daniel), que documentó,
hacia el año 600 a. C., diversas prácticas de adivinación astrológica
realizadas en las tierras de Caldea y Babilonia donde reinaba
Nabucodonosor.
No está muy clara, aunque nadie la discute, la
influencia egipcia sobre la astrología de las antiguas civilizaciones
que florecieron entre el Tigris y el Éufrates. Se tiene constancia de
que los egipcios adoraron a los astros, especialmente al Sol, y se sabe
que en el tarot egipcio, que fue la base de los diversos tipos de tarot
modernos, se representan elementos astrológicos como los planetas y
estrellas. Algunos autores creen además que la representación como leona
de la diosa egipcia Sekmet es un antecedente del signo de Leo, y que el
carnero antropomorfizado con que se identifica el signo de Aries
procede de la iconografía del Amón egipcio.
La aplicación de los cálculos astrológicos no
a sucesos generales o colectivos, sino a la elaboración de horóscopos
individuales, la carta natal, está documentada en tablillas
mesopotámicas a partir del siglo IV a. C. También a partir del siglo I a. C. se documentan papiros egipcios y helenísticos con este tipo de informaciones.
Aunque en la Grecia arcaica y en la clásica no se
documentan de manera significativa las tradiciones astrológicas, puesto
que hay que considerar el pitagorismo como un fenómeno independiente, en
el período helenístico tardío, particularmente en la época de máxima
influencia alejandrina, sí se escribieron muchos tratados de astrología.
Según la leyenda, la astrología fue importada a Grecia desde el país de
los caldeos por Beroso, quien, hacia el 330 a. C., fundó una célebre
escuela de astrología en Cos. La astrología helenística fundiría, a
partir de entonces, la tradición importada de Oriente con numerosos
elementos y conceptos de la filosofía patrimonial griega, como los de
los cuatro elementos, los cuatro humores, los cuatro temperamentos, etc.
sobre los que habían hablado Empédocles, Aristóteles e Hipócrates. Un
discípulo de Platón, Filipo de Oponto, fue quien atribuyó a los planetas
astrológicos el nombre de diversos dioses del panteón griego. La
trascendencia de todas estas aportaciones griegas ha llevado a algún
investigador moderno a definir la astrología como “el resultado típico
del cruce entre la ciencia astral oriental, la sabiduría de los templos
egipcios, la astronomía babilónica, y la matemática y la filosofía
naturalista griegas”.
Hiparco de Nicea, en el siglo II, fue una astrólogo
de importancia fundamental, a quien se deben las primeras observaciones y
análisis de los desajustes provocados por el desplazamiento continuo
del punto vernal como consecuencia del movimiento del eje de rotación de
la Tierra. Ello provoca un desplazamiento de 30º en cada signo del
Zodíaco por cada 2.160 años que no ha podido ser solucionado de forma
satisfactoria por ninguna escuela astrológica. Además, perfeccionó la
teoría de la ascensión de los signos del zodíaco en las diferentes
latitudes, que había elaborado el geómetra Hipsicles.
Pero la figura más relevante de toda la tradición astrológica antigua fue, sin duda, Ptolomeo (90-168 d. C.),
quien elaboró en torno al año 150 a. C. su fundamental Tetrabiblos o
Quadripartitus, obra básica sobre los astros y sus influencias que
mantuvo plena vigencia y aceptación hasta el Renacimiento europeo.
Ptolomeo fue el primero en reconocer que la astronomía, como disciplina
eminentemente positiva, era superior a la astrología, que no dejaba de
ser una disciplina especulativa. Sin embargo, defendió que ésta era un
método válido para conocer mejor a los hombres, su constitución y
caracteres. El sistema de Ptolomeo se basaba en la observación y
medición rigurosa de las posiciones del Sol, de la Luna y de los demás
planetas con respecto a la Tierra; en su concordancia con los elementos y
humores (fríos, calientes, húmedos y secos), que determinaban que el
Sol fuese un astro cálido y seco, la Luna fría y húmeda, Saturno frío y
seco, etc. De ello podían deducirse, según él, supuestas influencias
sobre el carácter y la vida de las personas nacidas bajo la influencia
de cada planeta. Defendió también que los astros pueden ser masculinos
(Saturno, Júpiter, Marte…) y femeninos (Venus, la Luna…), y que ello
influía también sobre el carácter de las personas nacidas bajo su signo.
Los profundos conocimientos geográficos de Ptolomeo le llevaron también
a establecer relaciones entre el carácter físico y moral de las
personas y la localización de sus regiones natales con respecto al Sol y
a los astros. Señaló por ejemplo que “los países que en el primer
cuadrante de Europa están situados en la puesta solsticial poseen la
naturaleza de la triplicidad Aries-Leo-Sagitario, y están gobernados por
Júpiter y Marte occidentales. Estos países son Bretaña, Bélgica,
Italia, Galia, Hispania… sus habitantes están prestos a servir, son
amantes de la libertad, aficionados a las armas y a la guerra, pacientes
en el trabajo…”.
La astrología romana fue una réplica de la griega,
desprovista de su dimensión intelectual, y potenciadora de su dimensión
supersticiosa, mágica y comercial. Se dejó influir mucho por escuelas
astrológicas sincréticas de Oriente y por tradiciones mágicas
germánicas, celtas y del resto de los pueblos indígenas con los que los
romanos tuvieron contacto. Los astrólogos romanos constituyeron una
casta profesional muy abundante, puesta al servicio de muchos señores
sobre cuyas vidas y negocios llegaron a ejercer gran influencia. Los de
prestigio más bajo ejercían su oficio en calles, mercados y ferias. Numerosos
astrólogos, como el célebre Trasilo, fueron protegidos por emperadores
como Tiberio, a quien profetizaron su ascensión. Otros corrieron peor fortuna, como los que fueron castigados tras difundir vaticinios desfavorables sobre Calígula. Otro
emperador, Claudio, tuvo a su servicio a un hijo de Trasilo, Balbillus,
que acabaría siendo preceptor de Nerón. Una sobrina de Balbillus fue la
también astróloga Julia Balbilla, que alcanzaría a ser consejera del
emperador Adriano. Fueron escasos los astrólogos romanos que
realizaron labores de tipo tratadístico e intelectual. Se sabe que, por
aquellos años, Doroteo de Sidón escribió un tratado astrológico que
alcanzó gran renombre, pero que no se ha conservado. También a Clemente
de Alejandría se le han atribuido diversos escritos, llamados
pseudo-clementinos, que defendían que la astrología era una ciencia que
tenía bases matemáticas, aunque sus cómputos tenían una dimensión más
bien mágica, porque defendía que eran un arte que podían realizar las
almas de los muertos y los demonios a través de los humanos.
Numerosos escritores latinos, como Vitrubio,
Plutarco, Fonteius Capito, Manilio y Apuleyo, reflejaron en sus obras
sus difusas creencias astrológicas. Otros como Virgilio, Ovidio
y Horacio también se refirieron ocasionalmente a la influencia de los
astros, aunque no se puede llegar a saber su grado efectivo de creencia.
Plinio el Viejo pensaba que los astros no ejercían ninguna influencia
sobre la vida o sobre el carácter de las personas, pero sí sobre el
medio físico terrestre. Otros autores latinos fueron, en cualquier caso,
muy críticos con estas creencias. Su mayor detractor fue, sin duda,
Cicerón, quien las atacó violentamente en tratados como De la naturaleza
de los dioses, Sobre la adivinación y Sobre el destino. Señaló, por
ejemplo, que las personas muertas en una misma batalla nacieron
indudablemente en instantes, lugares y bajo distintos astrológicos
distintos…, lo cual no les sirvió a unos más que a otros cuando todos
debieron enfrentarse a su destino fatal. Además, llamó la atención sobre
el hecho de que individuos nacidos en el mismo lugar y en el mismo
momento tuvieran caracteres y destinos diferentes. Otro de los autores
latinos más críticos con las prácticas astrológicas fue Luciano de
Samosata.
Al final de la época romana, el ascenso del
cristianismo trajo consigo una desigual oposición intelectual a la
astrología. Sectas como las de los gnósticos y los maniqueos se
mostraron muy permeables a las creencias astrológicas. Pero
autores de credo más ortodoxo, como Orígenes, atacaron fervientemente
los horóscopos, aunque este pensador, por ejemplo, reconoció una cierta
influencia y utilidad de la astrología. En el siglo III d. C., el
neoplatónico Plotino se distinguió también por su rechazo de la
astrología, aunque sus obras tardías parecen indicar una progresiva
aceptación de algunos de sus principios. Muchos autores de la época,
aunque negasen algunas dimensiones de la astrología, aceptaban otras,
como la influencia de los astros en las catástrofes naturales y en la
comisión de crímenes. El llamado Libro de Enoch, que a veces se atribuyó
a Hermes Trimegistro, parece recoger antiguas tradiciones astrológicas
hebreas y arameas. Tuvo tanta influencia que incluso San Agustín, en La
ciudad de Dios, admitió la veracidad de algunas de sus partes.
Reproducido con autorización de la “Enciclopedia Universal Micronet”
La Astrología en la Edad Moderna
El cultivo de la astrología en la Edad Moderna ha
tenido épocas de máximo desarrollo y de intensa decadencia. El
Renacimiento coincidió, efectivamente, con una época de gran vitalidad,
pero en los siglos XVII, XVIII y XIX la suma de prohibiciones religiosas
y legales, y el rápido desarrollo de un nuevo espíritu científico
racionalista, apagaron en buena medida su vigencia. El siglo XX
ha visto un potente renacimiento de la astrología, en paralelo con un
aumento de los credos místicos e ideológicos alternativos y heterodoxos…
El primer acontecimiento que reforzó a la disciplina
astrológica a finales de la Edad Media fue la invención y el desarrollo
de la imprenta. Su concurso permitió, a partir del siglo XV, la
impresión de las tablas de efemérides planetarias, que dieron un gran
impulso a la difusión de la astrología. En el tercer cuarto del
siglo XX, Johann Müller de Königsberg, llamado Regiomontanus, calculó
unas tablas de efemérides muy elaboradas por encargo de un arzobispo
húngaro; y después publicó otras más perfeccionadas que
alcanzaron una gran difusión impresa, y que, según algunos estudiosos,
llevaron Cristóbal Colón y Vasco de Gama en sus viajes. Regiomontanus
llegó a ser incluso un influyente consejero del papa Sixto IV, a quien
ayudó a elaborar sus propios horóscopos.
Es bien sabido que todos los Papas de finales
del siglo XV y de comienzos del XVI, especialmente Pablo III, gustaron
de rodearse de astrólogos y videntes que llegaron a ejercer gran
influencia en la curia romana. A comienzos del siglo XVI, la
astrología era una disciplina formal no sólo en la Universidad papal,
sino también en todas las grandes universidades de Occidente. Y, además
de los Papas, la mayoría de los reyes y nobles de la cristiandad tenían
también astrólogos a su servicio. Incluso se tienen indicios de que
entre los primeros teólogos protestantes tuvo una cierta vigencia una
especie de astrología luterana. Se sabe de la existencia de un horóscopo
de Lutero.
El astrólogo más célebre del siglo XVI fue, indudablemente, el francés Michel de Nostre-Dame, conocido como Nostradamus.
Nostradamus fue uno de los personajes más famosos de su tiempo, y sus
consejos eran disputados por reyes y nobles que le solicitaban
constantemente sus horóscopos. Entre sus mayores logros figura el
vaticinio, con cuatro años de anticipación, de la muerte de Enrique II, y
de muchos más sucesos que, según parece, resultaron ciertos.
Nostradamus puso por escrito, en forma poética, unas Centurias
astrológicas (1555) en las que, en tono críptico, muchos han querido
reconocer profecías de sucesos que tendrían lugar hasta el año 3797. Sus
defensores afirman, por ejemplo, que predijo la Revolución Francesa,
las muertes de Luis XVI y de María Antonieta, la Revolución Rusa, las
dos Guerras Mundiales, la creación del estado de Israel, etc. Otras de
sus profecías se refieren a la invasión de Europa a fines del siglo XX
por una alianza de pueblos árabes y eslavos, al asesinato de un papa en
Lyon, a la caída de París y de Occidente, y a la llegada del Anticristo.
Aunque el siglo XVI fue uno de los de máximo
prestigio intelectual y social de la astrología, el siglo XVII marcó un
período de rápida decadencia. Los descubrimientos astronómicos de
Copérnico, Galileo y Kepler asestaron duros golpes a algunos de sus
principios (a pesar de que Kepler practicase también la astrología).
Todavía algunos autores intentaron defenderla. Por ejemplo, Jean
Baptiste Morin (1583-1650), astrólogo del duque de Luxemburgo y del
cardenal Richelieu, escribió un tratado de Astrologia gallica que ha de
considerarse como uno de los más profundos e importantes de su época. Y
el benedictino Placidus de Titis (1603-1668) también llegó a desarrollar
nuevas y complejas técnicas de cómputo relacionadas sobre todo con la
fijación de las casas zodiacales.
La opinión mayoritaria de teólogos,
intelectuales y científicos iba, sin embargo, orientándose rápidamente
hacia una actitud de crítica radical de la astrología. En 1582,
la Inquisición española comenzó a poner trabas importantes a que en las
universidades se impartiesen la astrología y la nigromancia como
asignaturas formales. El papa Sixto V promulgó en 1585 una bula que
condenaba rotundamente todas las modalidades de adivinación, astrología,
encantamiento, brujería y hechicería. Y en el Concilio de Malinas de
1607 se dictó otra condena muy dura dirigida de forma especial contra la
astrología.
Por otro lado, el pensamiento racionalista de René
Descartes desautorizó radicalmente la astrología en el terreno
filosófico. En el político, el primer ministro Colbert prohibió su
práctica en Francia y clausuró el Colegio astrológico de París en la
década de 1660. En 1710 incluso se prohibió en Francia la impresión de
tablas de efemérides planetarias. Algunos reyes ilustrados, como
Federico II de Prusia, pretendieron erradicar no sólo la astrología de
élite, sino también las creencias populares al respecto; y María Teresa
de Austria ordenó la destrucción de numerosos libros sobre estos temas.
La Enciclopedie francesa de Diderot y D’Alembert atacó con inusitada
dureza las creencias astrológicas. También en España el cultivo de la
astrología pasó por un período de ostracismo, aunque algunas de sus
manifestaciones más populares, en forma de almanaques, horóscopos
generales, etc., mantuvieron una cierta vigencia. Se conocen, por
ejemplo, algunos almanaques astrológicos españoles del siglo XVIII,
algunos elaborados por intelectuales de la talla de Diego Torres
Villarroel.
Hay que señalar, en cualquier caso, que
algunas instituciones masónicas de la época, que integraron tímidamente
algunos de sus elementos en ciertas prácticas rituales, mostraron algún
grado de tolerancia hacia la astrología.
También en Inglaterra hubo un cierto grado de
flexibilidad hacia la astrología. Nunca dejaron de imprimirse abundantes
almanaques y tablas de efemérides, que llegaron a tener tiradas muy
abundantes. Es bien sabido que en la misma corte de la reina Victoria se
confeccionaban horóscopos con motivo del nacimiento de algún príncipe.
Algunos astrólogos se convirtieron en personajes muy destacados de la
vida social. Por ejemplo, Richard James Morrison, llamado Zaquiel,
alcanzó enorme fama y prestigio al predecir la muerte del príncipe
consorte Alberto en 1861. Muy famosos se hicieron también Robert Cross
Smith, que usó el seudónimo de Raphael, y Alan Leo, fundador de la
revista Astrologer’s Magazine. La aceptación social de la astrología
llegó al extremo de que médicos y científicos importantes la cultivaron y
contribuyeron a un aumento extraordinario de su bibliografía.
Reproducido con autorización de la “Enciclopedia Universal Micronet
http://www.tarotjuansantacruz.com/historia-de-la-astrologia/