La Vigencia de la astrología –
Enrique Eskenazi (Publicado en “La Vanguardia”)
La astrología, de la cual nacerá
mucho más tarde la astronomía, es casi tan antigua como el alfabeto y ha sido
patrimonio de sociedades tan arcaicas como los asirios y los babilonios. Se ha
practicado en culturas tan dintistas como la hindú, la china, la egipcia o las
culturas pre-colombinas. Esencialmente podría definirse, con todas las
limitaciones en que incurren las definiciones, como el estudio de las
relaciones entre las configuraciones celestiales y los acontecimientos
terrenales, sean éstos personales, sociales o naturales. Es asombroso constatar
que la humanidad podía determinar las posiciones astrales mucho antes de contar
con instrumentos tales como el telescopio, es decir: se han requirido
generaciones y generaciones de “observadores del cielo” para poder diferenciar
entre constelaciones (llamadas “estrellas fijas”) y planetas (los cuerpos que
integran el sistema solar), y para poder estimar los ciclos planetarios, es
decir: el tiempo aproximado que tarda un planeta determinado en dar la vuelta
al Sol y recorrer así los doce signos.
Es probable
que la astrología se haya constituído a partir de la necesidad humana de
orientación. Antes de la brújula, los navegantes se orientaban -y también lo
hacen hoy- por las posiciones celestiales. Esta necesidad de orientación (
palabra que proviene de “oriente”, es decir: por donde nace el Sol) no era sólo
geográfica, sino y ante todo existencial: en medio del laberinto de
incertidumbres que configuran la existencia terrenal, el cielo muestra un
modelo de orden y de regularidad en la constancia de los ciclos día-noche, de
las estaciones, de las fases de la luna y así sucesivamente. La palabra “astro”
significa “errante” Es casi natural que el ser humano haya percibido una
similitud entre la situación de los “errantes en el cielo” y los “errantes en
la tierra” . Ha habido filósofos que han caracterizado la situación existencial
del hombre como “errancia”, por ejemplo Kostas Axelos: estamos aquí en la
tierra provisionalmente, y nuestro paso por la existencia es asimilable a un
viaje. El tema del “viaje” y del “viajero” es tan antiguo que se pierde en la
memoria de los tiempos, y se expresa en todas las culturas: desde la metáfora
bíblica del “pueblo elegido” en exilio y en busca de la “tierra prometida”
hasta la Odisea homérica, desde el clásico de Hollywood “El mago de Oz” hasta
la saga de “Star Treck”. Los planetas -y en especial el Sol y la Luna- son
viajeros que atraviesan diversas “estaciones” significadas por los signos del
zodíaco. El “viaje anual” del Sol a través de los doce signos del zodíaco es
asimilable a tantos temás míticos como Hércules y sus doce trabajos, o a
imágenes simbólicas como la de Cristo entre sus doce apóstoles. Este viaje del
Sol por el zodíaco, se refleja en las cuatro estaciones terrestres, y ha sido
dramatizado como un tema de nacimiento , muerte y renacimiento. Estos ritmos
cuaternarios se manifiesten de diversidad de maneras: las 4 fases lunares, las
4 edades de la vida (infancia, juventud, madurez y vejez), los 4 puntos
cardinales, los 4 momentos fundamentales del día (alba, medio día, ocaso, media
noche), los cuatro temperamentos hipocráticos, etc. En astrología este
cuaternario se expresa mediante las imágenes de los cuatro elementos: fuego,
tierra, aire y agua.
La
Astronomía se constituye en una ciencia tanto por su método como por su objeto.
Su objeto, grosso modo, es el estudio de la naturaleza física de los planetas y
del universo. La astrología, en cambio, pertenece al reino de lo simbólico: el
astrólogo estudia a los planetas como símbolos de experiencias esencialmente
humanas (o de maneras fundamentales de categorizar las experiencias). Así, para
el astrónomo Venus es un planeta relativamente cercano al Sol, con una
determinada constitución material, mientras que para el astrólogo Venus
simboliza la fuerza de atracción que se expresa en el amor, en la aspiración a
la armonía, en la apreciación de la belleza, en la búsqueda del acuerdo, y en
lo que los griegos llamaron el ideal de “kalokagathía”: la unidad, la belleza,
la bondad. Así, el planeta Venus más que un objeto en sí, es para el astrólogo
un símbolo que puede manifestarse en una inagotable diversidad: en el plano
físico (como as venas en el cuerpo), en el plano personal (el sentido de
belleza, el establecimiento de sistemas de valores, la capacidad de amar), en
el plano social (el matrimonio, las asociaciones), en el plano político (las
relaciones diplomáticas, los acuerdos), etc. Es este arraigo en la actitud
simbólica lo que, a mi juicio, implica que la astrología no es, ni será, una
disciplina científica, lo cual no tiene acento peyorativo: al fin y al cabo ni
la filosofía, ni el arte, ni la religión, ni la búsqueda de la felicidad son
actividades “científicas”, ni tienen por qué serlo. Es más, la astrología parte
de una colocación ante la existencia esencialmente no-científica: el
presupuesto de que en el cosmos hay una serie de “afinidades” o “similitudes”,
de tal manera que “todo” resuena en “todo”.
Sin duda,
hay astrólogos que intentan establecer una justificación científica de la
astrología, pero no veo cómo puede “probarse” que hay una correspondencia
“objetiva” entre la Luna, los sueños, la imaginación, los sentimientos, la
intuición, el agua, la familia, el aparato digestivo, la infancia, la madre, la
maternidad, la matriz, la brujería, la “feminidad”…y tantas otras
“correspondencias” que, sin embargo, parecen validadas por la mitología, la
poesía o la actividad onírica. En mi opinión, la astrología pertenece al ámbito
de lo imaginario -o para decirlo aún con más precisión: de lo imaginal. La
astrología es ante todo un lenguaje surgido de la imaginación, que no es en
absoluto arbitrario. La imaginación tiene sus propias leyes, y son estas las
leyes que se expresan en la investigación astrológica.
Así, hay una
técnica astrológica sumamente difundida, que se conoce como “progresiones
secundarias”. Esta técnica consiste en averiguar las posiciones planetarias a
partir de “x” días del nacimiento de una persona, y establecer una afinidad con
los procesos y acontecimientos que le afectarán a los “x” años de su vida. Es
decir: las posiciones celestiales que se hayan formado a los 20 días de mi
nacimiento estarán en correspondencia con mis experiencias (tanto íntimas como
“externas”) a los 20 años de edad. Este analogía: un día de vida-un año de
vida, es totalmente simbólica y no puede justificarse por ninguna influencia
“causal”. Dicho de otro modo: es imposible que las posiciones planetarias que
había en el cielo el vigésimo día de mi nacimiento “causen” o “provoquen” las
situaciones que aparecen en mi vida a mis veinte años.
Dicho de
otro modo, el modo de enfoque “causal” es inoperante en la astrología. ¿Implica
ésto que la astrología carezca de validez? En absoluto, si por validez se
entiende capacidad de “orientación” y “reconocimiento”. Así, el tema natal (es
decir, el mapa de las posiciones de los planetas del sistema solar para el
momento y lugar del nacimiento) se constituye en un “símbolo” que preside, orienta
y configura el propio desarrollo y, si se quiere decir, el propio “destino”.
Pero la cuestión del “destino” elude también la problemática científica y nos
remite a una preocupación existencial. ¿Hay algo así como el “destino” y, de
haberlo, es equivalente a la “fatalidad”? Mientras más se sumerge uno en el
estudio de la astrología, más y más respuestas iluminadoras aparecen a estas
cuestiones. En mi experiencia, la astrología no hace sino confirmar lo que ya
Heráclito expresó al decir: “El caracter es, para el hombre, su destino”. Esto
es una traducción aproximada, ya que la expresión empleada por Heráclito por
“carácter” es “ethos”, y “destino” es una traducción aproximada de la expresión
“daimon”. “Ethos antrophos daimon” puede entenderse como: la manera de
instalarse en la existencia rige el despliegue de la propia vida. En mi
experiencia, la astrología no hace sino confirmar una y otra vez este adagio.