En primer lugar, existe una analogía, simpatía o comunión entre cada división zodiacal
y una determinada zona del cuerpo. Su localización es amplia aunque marcadamente defi-
nida. El niño, en la matriz, es un epítome del duodenario zodiacal. Al nacer, las divisiones
celestes ya vienen determinadas. En lo sucesivo, todos los atributos de tales divisiones
están comprendidos dentro del cuerpo que se convierte en un exponente del Zodíaco. Este
Zodíaco, el macrocosmos, está concentrado en el microcosmos de la humanidad. Gracias al
conocimiento de esta analogía existente, es posible en astrología, relacionar los efectos de
uno en términos del otro o viceversa para deducir leyes y hacer predicciones, aunque estas
últimas no son hechas hasta que, en el tema natal, no se han hallado varias pruebas que lo
confirmen.
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