Quiero agradecer especialmente a Howard Sasportas el amor y el
afecto, profundos y perdurables, que compartimos, el júbilo que ali
mentó en ambos el fuego de la inspiración, y -a la luz de mi propio tra
bajo personal- la fortaleza que me dio para tomarme el tiempo, hacer el
esfuerzo y asumir la disciplina que exige el hecho de escribir. Gracias,
Howard, por haber sido «Paul» y haber escuchado el interminable des
pliegue de teorías a medida que emergían y se consolidaban, por las no
ches que pasamos delirando sobre múltiples temas y las tardes en la es
cuela de verano en «Kansas». Sé que ahora estás en el «gran Kansas» y
seguiré haciendo lo que tú viste en mi futuro. Lo que hiciste lo hiciste a
la perfección hasta el último aliento. Te amaré siempre ... y ya nos vol
veremos a ver.
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