Tenía nombre de mariposa, como si la hubiesen destinado a provocar un huracán con el movimiento de sus alas. Fue la rica heredera del imperio Rothschild, la mujer del embajador de París por medio mundo. Y lo abandonó todo por una melodía.
Las últimas décadas de su vida las pasó rescatando a músicos de los suburbios de Nueva York. Una judía blanca y millonaria, alejada de la comodidad propia de su clase por una pasión desbordada: el jazz. Su nombre acabó como título de decenas de canciones, en un cuento de Julio Cortázar y convertido también en grito de medianoche en las orillas del río Hudson, mientras desde un barco una abigarrada y colorida tribu de seres dañados esparcían sus cenizas ante la atenta mirada de cientos de jazzistas negros.
Le he dado un Ascendente en Sagitario, y esta podría ser hipotéticamente su carta.
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