Uno de los principales defectos de algunos historiadores y de la mayoría de
los lectores es el presentismo: analizar con los conocimientos culturales actuales
cuestiones del pasado. Se incrementa, en el caso de la Historia de la Ciencia,
con el positivismo iniciado por Augusto Comte (1798-1857), quien creía posible
alcanzar un grado de desarrollo absoluto en la Ciencia y, por tanto, en su Historia
sólo buscaba antecedentes y prioridades, jamás la comprensión de la misma en su
contexto y diacronía.
Distinto fue el Servet de Calvino (1509-1564) en su Defensio orthodoxae
fidei de sacra Trinitate1, al de Sebastián Castellio (1515-1563)2 o de Casiodoro
de la Reina (c. 1520-1594), de quien se dice lloraba cada vez que pasaba delante
del lugar en donde quemaron a su compatriota y, muy diferente, la repercusión
de su obra y muerte en el mundo protestante o en España.
En nuestro suelo se debió de tener noticia de su terrible suerte ginebrina, pues
en la iglesia de su villa natal su hermano y madre hicieron levantar un retablo3,
muy probablemente para hacerse perdonar la familiaridad con sus heréticas cul-
pas. No se volvió a hablar de él, entre otras circunstancias porque todas sus obras
entraron en el Índice de libros prohibidos desde 1559.
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