Sé que hay un motivo para todo. Tal vez en el momento en que se produce un hecho no
contamos con la penetración psicológica ni la previsión necesaria para comprender las
razones, pero con tiempo y paciencia saldrán a la luz.
Así ocurrió con Catherine. La conocí en 1980, cuando ella tenía veintisiete años. Vino a
mi consultorio buscando ayuda para su ansiedad, sus fobias, sus ataques de pánico.
Aunque estos síntomas la acompañaban desde la niñez, en el pasado reciente habían
empeorado mucho. Día a día se encontraba más paralizada emocionalmente, menos
capaz de funcionar. Estaba aterrorizada y, comprensiblemente, deprimida.
En contraste con el caos de su vida en esos momentos, mi existencia fluía con
serenidad. Tenía un matrimonio feliz y estable, dos hijos pequeños y una carrera
floreciente.
Desde el principio mismo, mi vida pareció seguir siempre un camino recto. Crecí en un
hogar con amor. El éxito académico se presentó con facilidad y, apenas ingresado en la
facultad, había tomado ya la decisión de ser psiquiatra.
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