Quienquiera que haya contemplado el cielo tachonado de estrellas en una límpida noche de verano, dificílmente habrá podido escapar a la sobrecogedora admiración que tal espectáculo produce.
Observando la infinita grandeza de la bóveda celeste, la súbita comprensión de nuestra insignificancia frente a un universo inconmesurable en el espacio y en el tiempo, nos lacera el alma.
https://www.acta.es/medios/articulos/cultura_y_sociedad/057047.pdf
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