Personaje polémico y extraño, al parecer nacido en 1384, tal vez en Alarcón, y muerto en Madrid cincuenta años después, Enrique de Aragón, o de Villena, conocido también como “Enrique el Astrólogo” o “Enrique el Nigromante”, gozará de una larga fortuna literaria, más como personaje que como literato. Pocos como él han sido objeto de atención de otros escritores a través de los siglos, desde sus coetáneos (Juan de Mena, el marqués de Santillana o Pérez de Guzmán), al cosmógrafo Pedro de Medina, Jerónimo Zurita y Rades y Andrada, o a Fernando de Rojas, Juan Ruiz de Alarcón, Quevedo, Larra y Hartzenbusch, que le añaden un halo de misterio, a Menéndez Pelayo y Cotarelo, que lo desmitifican desde fines del siglo XIX, y a los estudiosos actuales, como Elena Gascón y Pedro Cátedra, que lo tienen por un renovador de la lengua y las ciencias y uno de los pioneros que introducen a España en el Renacimiento. Y, desde luego, pocos han visto amontonarse sobre ellos tal cúmulo de injustas patrañas infamantes y alabanzas sin justificación. La verdad es que su fama –buena y mala- no está justificada por su obra y su vida, que resulta patética e ininteligible, si no se tiene en cuenta su personalidad extraña y vacilante, marcada por los traumas de una infancia sin padre (muerto en Aljubarrota cuando él tenía un año), sin madre (apartada de él a poco de enviudar) y sin el marquesado de Villena, que debía heredar, pero fue arrebatado a la familia cuando apenas contaba once años
https://www.academia.edu/17906094/Don_Enrique_de_Villena_Retrato_de_un_perdedor?auto=download&email_work_card=download-paper
La adoración de esos seudodioses llamados estrellas es, tal vez, la creencia religiosa más antigua de la humanidad, y probable...
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