El principio de autoridad, tan arraigado en todo el Mundo Antiguo, fue para una
ciencia que se sentía espuria en Grecia baza fundamental de su supervivencia entre los
filósofos socráticos y de su integración en las ciencias matemáticas, naturales y biológicas,
conectada con la astronomía y con la medicina.
Su aceptación en Grecia vino de la identificación de sus principios con corrientes
filosóficas genuinas (especialmente el pitagorismo y el estoicismo, pero también la
Academia y el Perípato) de las que tomó elementos teóricos esenciales; sin embargo,
ya desde el comienzo encontró una actitud hostil (Eudoxo, por ejemplo) y el rechazo luego
de las filosofías providencialistas y antideterministas. De ahí su necesaria proyección apo-
logética y la reivindicación de su antigüedad griega, buscando arcagetas en los héroes de la
mitología (Prometeo, Atlante, Heracles, Orfeo, etc.) y remontando sus postulados teóricos
al prestigio de los sabios orientales (Zoroastro, Salomón, Hermes) y de las grandes figuras
del pensamiento griego: Pitágoras, Demócrito, Platón, Aristóteles, que constituyeron su
legado histórico y engrosaron las filas de sus practicantes como autores de pseudepígrafos
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