La figura de Hermes Mercurio Trismegisto no ha dejado
de ejercer su fascinación en los lectores desde la Antigüedad
hasta nuestros días. Es precisamente ese halo de miste-
rio que lo rodea, amén de la profusión de escritos diver-
sos que se le atribuyen, lo que tal vez haya reforzado este
atractivo, al que sucumbieron también grandes pensado-
res medievales. Su legendaria personalidad lo caracteri-
za como rey, filósofo e incluso como un dios del antiguo
Egipto, que entrega a los hombres iniciados los secretos de
la vida y de la divinidad.1 A este inasible autor se le atribu-
yen innumerables obras desde la Antigüedad tardía hasta el
Renacimiento.
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