Para abordar el rasgo distintivo de una visión tan compleja y proteica como la de los griegos, comencemos por examinar una de sus peculiaridades más asombrosas: la tendencia enormemente diversificada a interpretar el mundo en términos de principios arquetípicos. Esta tendencia se manifestó a lo largo de la cultura griega ya a partir de la épica homérica, aunque su forma filosóficamente elaborada aparezca por primera vez en el crisol de Atenas, entre la última parte del siglo V a. C. y la mitad del IV. Asociada a la figura de Sócrates, fue en los diálogos de Platón donde recibió su formulación fundacional y, en ciertos aspectos, definitiva. Básicamente se trataba de una visión del cosmos como expresión ordenada de ciertas esencias primordiales o ciertos principios trascendentes, diversamente concebidos como Formas, Ideas, universales, absolutos inmutables, deidades inmortales, archai divinos y arquetipos. A pesar de que esta perspectiva adoptó inflexiones diferentes y aun cuando no faltaran importantes contracorrientes, no sólo Sócrates, Platón y Aristóteles, Pitágoras antes que ellos y Plotino después, sino también Homero, Hesíodo, Esquilo y Sófocles expresaron algo semejante a una visión común, que reflejaba una propensión típicamente griega a ver esclarecedores universales en el caos de la vida.
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