Por encima de la colosal rueda del zodiaco, el cristianismo neoplatonizado colocó su jerarquía de seres espirituales en la escala de perfección que lleva hasta Dios. Fue en muchos sentidos un conocimiento que despertó el interés y la imaginación de los poetas y escritores, sobre todo los más apegados a la idea del poeta sabio, el poeta filósofo, el poeta que podía leer el universo como un espejo alegórico de verdades profundas. Los dezires del siglo XV por su vocación oracular, por su tono solemne y épico, usaron el cañamazo de símbolos astrológicos para construir las virtudes de sus patrocinadores. Así se hizo un zodiaco a la carta para cada uno de los personajes nobles que protagonizaban los poemas. Y también se hizo un zodiaco a lo divino. Tampoco eso era nuevo: en el tetramorfo, con el emblema de los cuatro evangelistas, vemos también el símbolo de los cuatro signos fijos del zodiaco: El león de San Marcos y de Leo; el toro de San Lucas y de Tauro; el águila de San Mateo y de Escorpio y el hombre de Acuario y de San Juan. La analogía entre los símbolos del zodiaco y algunas figuras religiosas se pierde en el tiempo.
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