Cuando en los comienzos de 1975 ingresé por primera vez en las aulas de Centro Astrológico de Buenos Aires para comenzar formalmente mis estudios de astrología, traía como hándicap el hecho de haber aprendido por mis propios medios a levantar correctamente una carta natal. Ese Universo desconocido, ese monstruo oculto y desalentador de la formación astrológica que consistía en comenzar a remontar algunos viejos conceptos matemáticos, adquiridos durante el paso por la escuela primaria, sumados a una básica y elemental incorporación de conocimientos astronómicos, ya no eran un misterio, dada esa supuesta facilidad matemática con que para el resto de la gente yo venía dotado.
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