Cuando los árabes entran en la historia de las ciencias y de las creencias,
se encuentran con una larga tradición que, en el ámbito de los astros,
remonta sus orígenes sobre todo a Mesopotamia y Egipto. Con respecto a la
región asiática, aunque el hecho astronómico que determinó su religión
astral fue la marcha (oblicua en relación con el horizonte celeste) del sol por
el centro de una franja de estrellas de 12º de ancho que dividieron en
distintos sectores o constelaciones (el Zodíaco) su astro principal era la
Luna (Sim) que constituye con Shamash (el Sol) y con Isthar (Venus) la
tríada sagrada de los pueblos del Tigris y el Éufrates (fig. 1). El paso de la
luna por los signos tuvo ya gran importancia para las predicciones
astrológicas y hay indicios de que, hacia el siglo VI a.C. los babilonios
tenían una lista de diecisiete “constelaciones que están en el camino de la
Luna”, así como un Zodíaco de dieciocho signos relacionado también con
la Luna1. En cuanto a la división en veintiocho casas, que está en la base de
nuestra doctrina, estudios como los de Weinstock y Chatley las ligan a los
días propicios y adversos de los egipcios2.
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