El Banquete de Platón es sin lugar a dudas una de sus obras más importantes, más perfectas, conocidas y que más influencia ha tenido en todo el pensamiento universal. El esquema que sigue la obra no es exactamente el de los diálogos, sino que es algo más complejo, ya que hay partes en las que se da el diálogo, y otras partes en las que se da la contraposición de discursos. No sigue por lo tanto un desarrollo habitual hasta cierto punto en las obras de Platón.
El nivel en que se sitúa el narrador también es
bastante complejo. En el comienzo de la obra Apolodoro informa a un
amigo de la conversación mantenida entre Sócrates y otros comensales en
un banquete, recordando esta conversación a través de Aristodemo, que sí
la había presenciado. Además se establece un nivel más cuando Sócrates
refiere el diálogo que había mantenido con la sabia Diotima. Y por
encima de todos estos niveles está el propio Platón, informando al
lector de estos diálogos. Se trata, por tanto, de una estructura de
cajas chinas, en que unas narraciones entran dentro de otras
narraciones, a través de referencias. Esta estructura no es demasiado
habitual en Platón, y su uso ha interpretado de diferentes maneras.
Podría ser tal vez un intento por parte de Platón de justificar que él
no había estado presente en el diálogo, pero en todo caso esto no queda
del todo claro.
El contexto en el que se sitúa la obra es un
banquete, en el que los comensales, embriagados por el alcohol, deciden,
a petición de Erixímaco, que será el moderador, hablar del Amor, o más
concretamente de Eros. La obra no se limita a exponer las teorías de
Platón en boca de Sócrates, sino que ensarta una serie de episodios
secundarios, de carácter narrativo, y no teórico, como es el
ensimismamiento de Sócrates antes de llegar al banquete, o el hipo que
impide a Aristófanes pronunciar su discurso. Estos episodios hacen que
la obra no esté constantemente en un nivel filosófico puro, y además nos
indica el carácter de ciertos personajes, lo cual es sobre todo
importante en el caso de Sócrates.
Pero la obra, salvo en momentos concretos, no es
un diálogo. Lo que Erixímaco propone es que cada uno de los comensales
haga un discurso laudatorio sobre las virtudes de Eros. Antes de que
Sócrates pronuncie su discurso, que es el motivo central de la obra, se
producen otros cinco discursos. Algunos de ellos son más acertados que
otros. Estos cinco discursos anteriores a la intervención de Sócrates
sirven de aproximación al tema central, y aportan algunas ideas
interesantes. Otros en cambio son meros elogios, y poco o nada se puede
sacar en claro de ellos.
El primer discurso es el de Fedro. Sirve para
introducir el tema, ya que trata sobre la naturaleza de Eros, como el
más antiguo de los dioses, basándose en la autoridad de Hesíodo, y tal
vez el principio original de todo el universo. Lo más interesante de su
discurso tal vez sea que el Amor lleva al hombre a hacer grandes cosas,
entre ellas el sacrificio por el ser amado, utilizando como ejemplos a
Alcestis, Orfeo y Aquiles. A continuación se produce el discurso de
Pausias, que aporta como idea más importante la doble naturaleza de
Eros. Por un lado existe el Eros Pandemo, que se inclina al amor del cuerpo, a lo físico, a lo mortal y perecedero; y por otro lado está el Eros Uranio,
que es el amor elevado, el amor del alma, hacia lo inmortal y lo bello.
Era imprescindible hacer esta distinción, ya que de lo que se trata en
el Banquete es del Amor Uranio, del amor del alma, que es de lo
que más tarde va a hablar Sócrates. Después se produce el discurso de
Eríximaco, que vuelve a reiterar la teoría de los dos tipos de Amor, y
propone la armonía entre ambos, el término medio, la reconciliación de
los opuestos. El discurso de Aristófanes es más interesante porque
propone el mito de que el ser humano originariamente poseía dos cuerpos,
dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, y dos sexos -masculino y
masculino, femenino y femenino, o masculino y femenino-, separados a
causa de la hibris en dos mitades, y condenadas a buscarse y a
morir de nostalgia si no se encontraban y completaban: el Amor es la
búsqueda de la otra mitad, y el ser humano es por naturaleza un ser
incompleto y mortal, que sólo se completa a través del Amor. El último
de los discursos antes de la intervención de Sócrates es el de Agatón,
que repite las ideas que hasta ahora se han ido diciendo y aporta poco
nuevo.
El centro de toda la obra es sin lugar a dudas el
discurso que hace Sócrates sobre el Amor. Un discurso muy particular, ya
que recupera el esquema de diálogo, propio de las intervenciones de
Sócrates. Platón quiere hacer ver que Sócrates siempre enseña a través
del diálogo, y que aún cuando hace discursos, los hace a su manera.
Sócrates refiere un diálogo que había tenido años atrás con la sabia
sacerdotisa Diotima, personaje del que se duda si existió realmente o si
es un hábil recurso de Platón. El discurso de Sócrates, por supuesto,
supera a todos los anteriores y aporta una gran cantidad de ideas acerca
de Eros: no es un dios sino algo intermedio, un demon, una
especie de puente que une lo mortal con lo inmortal; es hijo de Penía
-Pobreza- y de Poros -Recurso-, y como tal tiene características de
ambos, de ahí su naturaleza muchas veces contradictoria; es deseo de lo
bueno y de poseer siempre lo bueno; y al mismo tiempo es un deseo por
inmortalizarse e inmortalizar lo bueno y bello a través de la
procreación, ya sea física, ya sea la procreación del alma, es decir, la
virtud; al Amor se llega a través de la Belleza. Son algunas de las
ideas que Sócrates trata en su discurso.
A continuación aparece el personaje de Alcibiades,
que transforma un diálogo sobre las virtudes del Amor, en un elogio
sobre la persona de Sócrates. Alcibiades se queja de que no ha podido
conquistar el amor físico de Sócrates, el cual, muestra en todo momento
un interés por el alma de sus discípulos, más que por sus cuerpos. Este
elogio de Sócrates sirve en cierto modo para confirmar el discurso de
Diotima sobre el propio Sócrates: lo que Diotima había explicado sobre
el Amor Sócrates lo cumple. En este sentido hay que interpretar como
mucho más complejo de lo que parece la aparente pederastia y
homosexualidad de la cultura griega.
Quedarse en la superficie de la homosexualidad y
pederastia griega sería caer en una gran simplificación y un grave
error. Es cierto que en los discursos de muchos de los comensales se
puede detectar una defensa de la homosexualidad y de la pederastia, por
ejemplo en el discurso de Aristófanes, pero prácticamente en todos,
excepto en el de Sócrates. Para poder interpretar esta situación
correctamente hay que basarse en una distinción que ya ha sido
establecida: el Eros Pandemo y el Eros Uranio, el Amor del cuerpo y el Amor del alma. Una defensa de la homosexualidad y de la pederastia se situaría en el nivel del Eros Pandemo,
del amor del cuerpo. Es decir, es el Amor simple, el mortal y
perecedero. Hacia ese amor van encaminadas las defensas que se hacen de
la homosexualidad y de la pederastia.
No así ocurre con Sócrates. En el diálogo de Diotima se ha alabado el Eros Uranio,
el Amor del alma. Por eso no es posible que Sócrates cediera ante las
proposiciones carnales de Alcibiades. Lo que ama Sócrates de sus
discípulos, y de Alcibiades, no son sus cuerpos, sino sus almas. Lo que
ocurre es que se dan las circunstancias de que en la época la mujer
tenía un papel secundario y poco importante (en el banquete no se
encuentra presente ninguna mujer), y los discípulos siempre son hombres.
Es por eso que Sócrates siente Amor por los hombres, y es en ese
sentido en el que hay que interpretar la homosexualidad y la pederastia,
que tomados al pie de la letra tal y como se entienden hoy día carecen
de sentido.
Al mismo tiempo es curioso el hecho de que Platón
elija a una mujer, Diotima, para transmitir a Sócrates todos sus
conocimientos sobre el Amor, relacionada a su vez con la figura de Safo.
Esto tal vez se podría deber a que Platón no concibiera el Amor como
necesariamente homosexual; y el darle ese papel a una mujer supone una
gran modernidad para la época.
El banquete desencadena una fiesta, que acaba al
amanecer. Algunos de los comensales se han marchado, mientras otros
duermen. Sócrates continúa despierto, incansable, conversando como si el
sueño o el alcohol no le afectara en absoluto. La figura de Sócrates
queda totalmente exaltada. Finalmente se retira al Liceo, a hacer sus
tareas habituales.
Bibliografía:
C. García Gual, M. Martínez Hernández E. Lledó Íñigo (traducciones, introducciones y notas de), Diálogos III. Fedón, Banquete, Fedro. Platón, Madrid, Editorial Gredos, 1997.
http://lapiedradesisifo.com/2005/02/03/el-banquete-de-plat%C3%B3n/
http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf05285.pdf
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