Introducción
La astrología es, hoy por
hoy, un espacio ajeno a la cultura dominante en nuestra sociedad, un
ámbito a medio camino entre lo tolerado y lo rechazado, un cuerpo de
doctrina desconocido por lo común en sus auténticos términos y
fundamentos, y del que sólo resulta fácilmente accesible la imagen
caricaturizada, deforme y equívoca, que los medios de comunicación
suelen ofrecer de ella.
Frente a semejante estado
de cosas, se alzan las voces de quienes comprendemos lo que la
astrología ha sido y, remozadamente, puede volver a ser en nuestra
historia, reclamando que se le otorgue atención y estudio primero,
reconocimiento y apoyo después.
Estamos también quienes, a
nuestras voces, añadimos acciones de compromiso, en el ánimo de abrir
nuevas vías para que el saber astrológico encuentre eco en ámbitos hasta
hoy difícilmente accesibles.
Imprudente de todo punto
sería que, aun asumiendo sin arredrarnos las innegables dificultades por
afrontar, avanzásemos prescindiendo de una reflexión detenida,
concienzuda, pormenorizada, respecto a la coyuntura de lo astrológico,
sus dinámicas, los planteamientos, tácitos o expresos, existentes tanto
fuera como dentro de su ámbito, coadyuvantes o antagónicos a ese proceso
de apertura y reintegración de la astrología a la corriente principal
de nuestra cultura.
Sería totalmente
pretencioso por mi parte siquiera plantearme llevar a cabo, en tan
breves páginas, un repaso detallado, y menos aún exhaustivo, de dicho
estado de cosas.
Como lo sería tratar de
zanjar estas o aquellas cuestiones sobre el particular o, más todavía,
presumir la posibilidad de aportar en solitario las claves resolutorias
de las mismas.
Mi ánimo es, por el
contrario, tal cual indica el título de mi ponencia, ofrecer unos breves
apuntes com los que animar la detenida consideración de tales
cuestiones, subrayando a tal fin ciertos interrogantes cuya oportuna
respuesta encuentro perentoria, estimulando un debate que, hoy por hoy,
considero imprescindible.
Un debate, claro está, en
el mejor de los sentidos de la palabra, y cuyo oportuno desarrollo
habría de extenderse a la totalidad del colectivo astrológico, para
empezar, pero luego también fuera del âmbito estrictamente astrológico.
En él habrían de considerarse, necesariamente, puntos tan ineludibles como la naturaleza de lo astrológico (apartado 1), sus posibles aportaciones diferenciales frente a otras disciplinas (apartado 2), su situación con respecto a la cultura actual (apartado 3), la viabilidad (o no) de su reencuentro con y su reintegración a ella (apartado 4), amén de todo lo relativo al avance del cuerpo de doctrina astrológico (apartado 5), la transmisión del mismo (apartado 6) y su práctica (apartado 7).
Tras un mínimo repaso a todas y cada una de tales cuestiones, unas breves consideraciones finales (apartado 8) cerrarán el conjunto de mis comentarios.
1. ¿Qué es la astrología?.
Definir equivale,
etimológicamente hablando, a poner límites, de ahí las diferentes
definiciones posibles para una misma realidad, dependiendo de los
límites que nos sirvan de referente a tal fin, es decir de los esquemas o
presupuestos conceptuales desde los que pretendamos expresarla, o bien
de nuestro grado de comprensión de ella.
Así la astrología pasa,
simultáneamente, por ser, para quienes se asoman a su amplitud desde
territorios de saber ajenos a ella, tanto “la más grandiosa tentativa de
una visión sistemática y constructiva del mundo jamás concebida por el
espíritu humano” (Kna 88), aunque sea una perspectiva bien minoritaria,
como, mucho más frecuentemente, “superstición culta” (Cum 97) o “pseudociencia” (Der 99), o bien “arte adivinatoria”, siendo finalmente confundida, en consecuencia, con la astromancia (Lar 77).
Valoraciones que contrastan
llamativamente con las de quienes, inmersos en el saber astrológico,
tienden a considerarlo preponderantemente como “ciencia” (Wei 73) o como “pensamiento simbólico” (Cor 98),
pero que casi nunca lo relacionan con el mundo de la adivinación, antes
al contrario, establecen una clara diferenciación entre las
características formales y metodológicas de uno y outro ámbito (Cor 98).
Por otra parte, las
comprensiones de lo astrológico se orientan actualmente, como es
fácilmente constatable en aquéllas que simultanean planteamientos de
modernidad y referencias a los conceptos tradicionales, hacia una
concepción armónica, holográfica, relacional, interdependiente y
holística tanto del universo como de sus dinámicas, remitiendo a la
sintonía y la resonancia como claves subyacentes a los nexos entre “lo
de arriba” y “lo de abajo” (San 85, Gar 98, Nav 02, Nav 03).
Parece también que el
pensamiento astrológico viene decantándose progresivamente hacia la
percepción de la astrología como referente más que como causante, como
elemento excitador antes que como elemento provocador (Wei 73, Who 81)
y, en consecuencia, viéndola menos cada vez como pauta normativa sobre
lo terrestre y más como vía de comprensión, mediante el espejo de las
dinámicas cósmicas, de los procesos evolutivos y existenciales, sean
individuales sean colectivos, que tienen lugar sobre nuestro planeta y,
gracias a ello, como vía de ayuda para una mejor gestión de los mismos (Rup 78, For 99).
Esta perspectiva hace
honor, por lo demás, a la que brota de las propias raíces conocidas del
saber astrológico, tal cual nos llega desde las primeras referencias
disponibles al respecto (Enu 94), detectable a su vez en las obras de Ptolomeo (Pto 80) y que alcanza, a través de los árabes (Rag 97),
las universidades medievales y renacentistas, pudiendo sobrevivir, más o
menos oscuramente, em siglos posteriores, hasta reaparecer con fuerza
en nuestros días (Nav 03).
En ella se nos indica cómo “los dioses” ponen “la tarea del Destino” en manos de los hombres (Enu 94),
si bien se comprende que la descripción de la persona humana no es
factible completarla acudiendo únicamente a lo astrológico, sino que,
para dar razón suficiente de ella, han de ser oportunamente tenidos en
cuenta también otros factores: como el genético, el ambiental, el
social, etc. (Pto 80, Rag 97).
Sin embargo, la tendencia a
explicarlo todo, absolutamente todo, desde lo astrológico sigue
perviviendo en nuestros días, como también la de otorgarle carácter
‘a-divinatorio’, sea en el sentido etimológico del término (en los
mejores casos) sea en el sentido vulgar del mismo (en la mayoría de las
ocasiones), por no hablar de la astrología “popular” (o pseudoastrología
de mercachifle) (Cel 95), frente al
interés manifiesto de quienes preferiríamos una más directa integración
del saber astrológico en el cuerpo de conocimientos actuales,
llevándolo hacia el territorio de lo académico y el ámbito de lo
científico (Mer 02).
Frente a todo este abanico de alternativas, ¿por qué no existe todavía un posicionamiento formal de los/as astrólogos/as españoles
as que marque unas líneas, de mínimos si se quiere, pero en cualquier
caso claras y precisas sobre qué es y qué no es la astrología?.
Unas líneas maestras que,
de existir, permitirían precisar coherentemente sus opciones tanto a
quienes pretenden integrarse o reconocerse en ese colectivo como a
quienes, permaneciendo fuera del mismo, tratan de situarse honestamente a
propósito de lo astrológico.
¿O es que se pretende la
“solución” (sólo aparente, pero a todas luces contraproducente) de la
callada o, lo que sería todavía peor, la “indefinida” por respuesta,
dejando la astrología a merced de advenedizos/as de todo tipo y
condición (Cel 95)?.
La respuesta que se dé (o
deje de darse) acerca de la naturaleza del saber astrológico, sobre el
‘qué’ de la astrología en definitiva, orientará automática e
inexorablemente la línea de respuesta a todas y cada una de las
preguntas que a dicha cuestión subyacen, cimentando o socavando la
coherencia y credibilidad del discurso astrológico.
Comentario, este último,
que puede resultar hasta perogrullesco, por su obviedad, al plantearnos
el interrogante de si existen posibles aportaciones de la astrología
que, en la coyuntura actual, sean de interés para los miembros de
nuestra sociedad, o para ésta en su conjunto.
Una cuestión que nos lleva directamente a las consideraciones del apartado siguiente.
2. ¿Qué puede aportar hoy la astrología?.
Aunque perdura la imagen de lo astrológico, ampliamente difundida además, como perteneciente al territorio de la futurología (Eys 82), debido fundamentalmente a esa pseudo-astrología “popular” tan en boga en ciertos ámbitos y medios (Cel 95),
también es cierto que va haciéndose cada vez más firme la constatación
del interés de lo astrológico en la comprensión de la naturaleza humana,
sus características y sus procesos (Eys 82, For 99).
Esto último, en cualquier caso, ha sido antigua y modernamente defendido por astrólogos del mayor renombre (Pto 80, Wei 73), de modo que pudiera parecer ocioso insistir reiteradamente en ello.
Sin embargo, la imagen tópica, y distorsionada, de lo astrológico en nuestra cultura (Eys 82, Ami 98)
requiere, incluso exige, para ser convenientemente reconducida, un
compromiso y una actividad expresos por parte del colectivo astrológico.
En cualquier caso, el
énfasis en la faceta psicológica y de evolución personal viene a ser un
rasgo diferencial de la astrología de los últimos decenios, del último
siglo en realidad (Rup 78, Rud 83, Arr 85), que entiendo oportuno subrayar.
Esta proclividad a lo psicológico viene asociada, como es bien sabido, al positivo eco que el saber astrológico tuvo en Jung y su escuela (Arr 85),
y viceversa, lo que une a la ventaja del correspondiente reconocimiento
sociocultural el posible inconveniente de un cierto sincretismo de “lo
arquetípico” con “lo simbólico” astrológico que pudiera acabar
difuminando los perfiles diferenciales de este último saber frente al
psicológico.
De hecho, entre los
modernos astro-psicólogos/as más en boga es, por lo general, escasa o
nula la referencia a las pautas conceptuales y metodológicas propias de
la astrología tradicional, prefiriendo aportar su personal perspectiva
simbólica, así como “nuevas” técnicas astrológicas (innovaciones en no
pocas ocasiones sólo aparentes, por desconocimiento de las obras
astrológicas clásicas), antes que ir a unas fuentes menos familiares,
pues de hecho no son las suyas, ya que beben preferencialmente de los
estudios psicológicos y mitológicos desarrollados a lo largo del siglo
XX y muy poco, prácticamente nada, de la cultura astrológica del pasado,
lo que hace de ellos más psico-astrólogos/as que lo contrario.
En cualquier caso, su
trabajo ha sido claramente significativo para que lo astrológico haya
ganado un margen de credibilidad social que antes no tenía, pero bueno
sería, sin dejar de reconocer esto, no caer en el error de relegar las
riquezas del pasado por lo perentorio del presente, pues, como muy bien
se subraya en (Arr 85), el propio C. G. Jung reconocía cómo es más lo que la astrología puede ofrecer a la psicología que a la inversa.
Pero hay bastante más en lo
astrológico que el hecho, con ser determinante, de lo instrumental, lo
clínico, la asesoría evolutiva, llámese como mejor se prefiera, según va
siendo paulatinamente reconocido incluso en ámbitos académicos (Eys 82, Kpc 00, Scb 02).
Son sus propias raíces
conceptuales, filosóficas, epistemológicas, es su visión del mundo, del
universo como cosmos, característica de lo astrológico frente a la
cultura desarraigada del cientifismo positivista (Nav 02, Nav 03), lo que hace a la astrología tan relevante, tan valiosa, y ello más aún si cabe en el momento histórico en que vivimos.
Esa comprensión de un
universo y una humanidad interdependientes, dinámica y evolutivamente
interconectados, es una aportación diferencial de lo astrológico a la
cultura del presente que, convenientemente explicitada y comprendida,
habría de coadyuvar positivamente a ese cambio radical de orientación
que nuestra civilización está demandando y que, parece, comienza a
explicitarse a nivel conceptual en algunas de las propuestas más
avanzadas de la física teórica y de la cosmología de ahora mismo (Smo 97, Smo 00, Nav 02, Nav 03).
Pero ¿es consciente de esto
el colectivo astrológico?. Y, en cualquier caso, ¿a qué nivel de
profundidad está considerando dicho colectivo, si es que lo hace, el
impacto que su saber puede significar para el decurso histórico presente
y futuro de nuestra sociedad?.
Encarar la amplitud de
implicaciones de todo tipo que, a corto, medio y, especialmente, largo
plazo puede tener el hecho astrológico para la evolución de nuestra
cultura, para las dinámicas de futuro de la civilización occidental, sin
duda requeriría un serio replanteamiento de ciertos posicionamientos,
personales y/o de grupo, en el seno del colectivo de astrólogos/as, pero
¿se está realmente por llevar adelante tal tipo de reflexión y, más
todavía, por asumir los compromisos derivables de sus resultados?.
Nos hallamos considerando
en este apartado, evidentemente, una cuestión de gran calado, una
cuestión histórica, que, si de este modo me atrevo a calificarla, no es
tanto por ánimo de impacto retórico ni de ínfulas grandilocuentes, sino
por hacer justicia a un hecho ampliamente constatable: la dificultad
secular de dar cabal y cumplida respuesta a semejante interrogante (Cor 98),
quizá, apunto yo, porque dicha respuesta ha de desplegarse con la
propia historia que la astrología, desde su característica visión del
mundo, puede ayudar a construir y está esperando ser construida (Nav 02, Nav 03).
Sea como fuere, ¿asume hoy
el colectivo astrológico el reto de replantearse la pregunta, tan
nuclear y radical, acerca de qué puede aportar la astrología y su
práctica a, precisamente, aquello que (según se dice) está llamado el
saber astrológico: el beneficio de la evolución de la humanidad, tanto
en lo individual como en lo grupal?.
3. ¿Tiene la astrología sitio en nuestra cultura?.
Responder la pregunta que
encabeza este apartado es, me temo, de todo punto inviable sin afrontar
la planteada de principio a fin del apartado anterior, pero, aun sin
entrar en semejante tarea, resulta factible llevar adelante ciertas
consideraciones al respecto. Veámoslo.
Para comenzar, dejar bien
sentado que, querámoslo o no, acéptenlo o no sus detractores/as,
percíbanlo o no sus defensores/as, la astrología está profundamente inmersa
en el tejido humano, social y cultural de nuestra civilización
occidental. Por activa o por pasiva, pero indefectiblemente presente.
Como muy bien se deja ver en (Sav 97),
“el mensaje de la educación siempre abarca, aunque sea como anatema, su
reverso o al menos algunas de sus alternativas. Esto es particularmente
evidente en la modernidad”.
Una modernidad que desde la intransigencia cientifista, que no científica (Pop 00), no sólo nos recuerda la existencia de la astrología (Der 99),
sino que, con la dogmática inconsistencia de sus apriorismos, es capaz
de motivar un estudio del saber astrológico libre de prejuicios (Elk 98) y también una defensa crítica de lo que es y significa la astrología (Wes 92).
La presencia, implícita o
explícita, de lo astrológico en los veneros culturales de nuestra
sociedad se concreta, asimismo por activa y por pasiva, en un abanico de
manifestaciones que hacen sitio a lo mejor y a lo peor de sus
posibilidades.
La falta de referentes,
institucionales o consuetudinarios, culturalmente validados hace que
“astrología” y “astrológico” sean términos ambiguos, cuando no
equivalentes a divertimento irrisorio, y suceda otro tanto con el de
“astrólogo”, tantas veces equiparado a personaje risible o/y
ridiculizable que opina “ocurrentemente” sobre el futuro.
Así pues, la astrología
cuenta, en cualquier caso, con un lugar y un papel en nuestra cultura:
ya sea de bufón, ya sea de circo mediático, ya sea de ámbito
desatendido, ya sea de concepción del mundo marginalizada, ya sea de …
¿de qué?.
¿Qué lugar y qué papel,
según las aspiraciones del colectivo astrológico, ha de ocupar y
desempeñar en nuestra cultura ese saber que él dice avalar?.
¿Qué tiempo, energías y
recursos está dispuesto a dedicar dicho colectivo, tanto en lo
individual como en lo grupal, al empeño de potenciar y dignificar tanto
ese lugar como esa actividad?.
En lo humano, los espacios
de libertad no son algo natural y espontáneo, sino que deben ser
conquistados con dedicación y compromiso, con perseverancia tanto mayor
(incluso a lo largo de generaciones) cuanto de mayor enjundia son sus
connotaciones (Sav 97), y las de lo
astrológico apelan, nada menos, si es que estamos de acuerdo en ello, a
toda una visión del universo, sus dinámicas y procesos, incluidos por
supuesto los humanos como integrantes de la realidad universal que
somos.
Por otra parte, el lugar,
es decir los múltiples lugares que la desatención colectiva de lo
astrológico ha ido generando, poco o nada positivos la mayoría de ellos
para la buena imagen y el buen nombre de la astrología, están
enmascarando las más genuinas posibilidades de un reencuentro del saber
astrológico con los niveles de mayor entidad cultural en nuestra
sociedad.
¿Pero entiende el colectivo astrológico como positivo que tales convergencias y reencuentros se produzcan?.
Deberá contarse con que
dichos contactos tienden a modificar los ámbitos que entran en
interacción, apareciendo posibilidades de mutuo avance desde el diálogo
crítico con lo diferente, pero también el riesgo de sufrir degradaciones
por reduccionismo simplificador, simbiosis de conveniencia,
sincretismos acríticos o/y coyunturales fagocitosis.
¿Cuál es el posicionamiento
del colectivo astrológico frente a todo ello?: ¿el aislacionismo
“protector” del ‘ghetto’, la contradependencia autosuficiente, la
autarquia marginal, el aperturismo cauteloso, el diálogo cabal, …?.
Todas y cada una de estas
alternativas (y otras más que puedan considerarse) implican y conllevan
un determinado lugar (o “no-lugar”, según los casos) en nuestra realidad
sociocultural, pero ¿cuál de tales alternativas posibles cuadra con las
preferencias del colectivo astrológico?.
Parece que dirimir esto
último bien merecería un esfuerzo por parte de dicho colectivo, con el
añadido de definir una estrategia para llegar al correspondiente espacio
sociocultural con todas sus consecuencias, sin dejar que sean los
hechos consumados los que, más o menos “ciegamente”, sigan poniendo el
saber astrológico en el lugar, los lugares, “que sea”, tan poco dignos y
saludables para él por lo general.
Además, si estamos en lo
cierto quienes valoramos como positivo el eventual interés del mundo
académico por lo astrológico y el correspondiente acercamiento de la
astrología al âmbito universitário,
fundamentados en un mutuo compromiso de diálogo abierto y
desprejuiciado (algunos ya estamos intentando ponerle ese cascabel al
gato), los beneficios para ambos campos serían incuestionables.
En el ámbito filosófico,
incluso epistemológico, los cambios de perspectiva, convenientemente
asumidos, podrían ser revolucionarios, y otro tanto podría suceder en lo
metodológico, por no hablar de las profundas connotaciones
histórico-culturales de ello derivables para nuestra civilización.
4. Integración, ¿a cambio de qué?.
Pero las cosas no sucede porque sí, ni se obtienen resultados a cambio de nada.
Si se aspira a un lugar de
calidad en nuestro contexto socio-cultural, toda tentativa de
“astrología basura” deberá quedar conveniente y oportunamente
desenmascarada, de manera que los “shows mediáticos” de la
pseudoastrología “a granel” ya no serían un medio de supervivencia (o de
enriquecimiento) impunemente accesible a cualquier “experto/a” (o
advenedizo/a) que esté dispuesto/a a oficiar en ellos, al menos no en la
forma directa y ausente de controles curriculares que actualmente
impera, en contraste con lo establecido para profesiones
institucionalmente reconocidas.
Si el colectivo astrológico
no potencia un cambio deontológico de esa naturaleza, podría fácilmente
entenderse que avala las acusaciones sobre el interés mercantilista,
que no vocacional ni profesional, de las sociedades astrológicas, así
como de sus miembros, cuando su principal criterio de actuación “en
beneficio” de lo astrológico es, no el del rigor conceptual y
metodológico, sino el de “si vende, vale” (Cel 95).
Habré de volver sobre estas
cuestiones al considerar la práctica astrológica, así que, por ello
mismo, voy a orientar ahora mis comentarios en otro sentido.
Los planeamientos
astrológicos poseen una marcada impronta ecológica, ampliando el
concepto de “medio ambiente humano” hasta darle una dimensión
interplanetaria, cósmica, subrayando que el marco significativo, a la
vez que nutricio, para la evolución terrestre en general, y la humana en
particular, es el universo como tal, a través de sus pautas cíclicas,
tomando como referencia principal, por su inmediatez espacio-temporal,
las propias del sistema solar que nos alberga.
La naturaleza abierta de
dichos ciclos contradice, por otra parte, el posicionamiento de las
escuelas astrológicas deterministas a ultranza: nunca la trayectoria
asociada a un ciclo astronómico es geométricamente cerrada, antes bien
las curvas trazadas por los cuerpos celestes son abiertas, de manera que
un ciclo no termina, dando lugar al siguiente, exactamente en el lugar
donde comenzó, siendo las “distancias” entre los citados “puntos”, de
hecho, literalmente astronómicas.
Lo astrológico, en su raíz,
antes que a los modelos aristotélicos o estoicos, platónicos o
pitagóricos, hace referencia a un universo dinámico, en proceso de
creación, donde, en determinado “momento”, aparece la especie humana,
presentándonos, dicho en términos actuales, un universo caracterizable
por sus propios procesos evolutivos, una de cuyas resultantes es el
hombre, la humanidad.
Su emergencia es fruto de
esos mismos ciclos, que empujan, no sojuzgan, dicha evolución, y que,
oportunamente leídos, nos desvelan sus características, sus requisitos,
sus riesgos potenciales, sus mejores oportunidades: nuestro destino es,
así, puesto en nuestras manos por el propio proceso evolutivo-creativo
que se nos aparece como universo, tal cual nos dicen, en su lenguaje y
desde sus conceptos por supuesto, las tradiciones recibidas de la
antigua Babilonia (Enu 94).
La concepción de universo
dinámico, evolutivo, con significado humano, preñado de vida y de
inteligencia (al menos de la humana, pero con muchos puntos suspensivos
más al respecto) es una aportación característica de la astrología, a la
que nunca debiera renunciar.
Tampoco debiera renunciar
al diálogo con la cultura, con la espiritualidad, con la ciencia, con el
saber del momento: eso quizá le requeriría renovar su rostro, tan ajado
de siglos de encierro o/y desinterés por el territorio “enemigo”, pero
le ayudaría a renovar el cúmulo de conceptos anquilosados, metodologías
obsoletas, epistemologías caducas, estructuras corroídas, construcciones
inestables que no hacen justicia a la esencia astrológica, sino que
perviven, como poco, por un doble error: no volver a las raíces
conceptuales, históricas, de lo astrológico y vivir de espaldas a las dinámicas culturales dominantes del presente.
¿Hasta dónde está dispuesto
el colectivo astrológico a sacrificar lo accesorio en aras de trasladar
lo esencial al núcleo civilizatorio de nuestra cultura?.
¿Hasta dónde está dispuesto
a aceptar este colectivo que puede aprender (bastante, incluso mucho,
acaso más de lo que le sería grato reconocer) de la cultura dominante
actual, abandonando contradependencias históricas que le impiden ver los
cambios, también históricos, que se están produciendo en el secular
territorio “enemigo”?.
Si, pero la avenencia a la
cultura dominante, se nos recordará certeramente, suele traer consigo la
dependencia del poder, la tendencia de éste al aprovechamiento
controlador, manipulador o/e interesado de todo aquello que, de uno u
otro modo, pueda ser útil a sus intereses, y la astrología, en su pasado histórico más ilustre, estuvo siempre al servicio de los poderosos. Entonces, ¿porqué tropezar dos veces en la misma piedra?.
Mejor sería, efectivamente,
que tal no ocurriera, pero ¿no es cierto que, hoy por hoy, quienes se
hallan en los círculos del poder ya ponen lo astrológico a su servicio?,
entonces, pregunto yo a mi vez, ¿por qué renunciar a aportar lo más
deseable cuando lo menos se halla, en cualquier caso, presente?.
Dejando al margen que, a
título particular o/y de grupo, siempre existe la posibilidad (y con
ello vuelve a hacernos sus guiños la temática deontológica) de no entrar
en las servidumbres al poder establecido, las preguntas recién
planteadas (cuyo número sería fácilmente ampliable, por lo demás)
parecen justificar por sí solas, y hasta sobradamente diría yo, la
oportunidad de un debate colectivo para darles, siquiera mínima,
respuesta.
5. ¿Cómo hacer avanzar el conocimiento astrológico?.
Está claro que una forma de
obtener recursos para llevar adelante cualquier tipo de conocimiento es
ubicarse en el territorio de lo culturalmente reconocido como de
interés.
No voy a ser yo quien
recomiende en ningún caso, y menos aún en el astrológico, vender la
primogenitura por un plato de lentejas: no se trata de eso, sino de la
perentoriedad de dar a conocer la auténtica realidad, el valor potencial
y las posibilidades todavía inexploradas de la astrología.
Pero para conseguir algo
así en el territorio del saber es requisito indispensable que las
aportaciones hechas a tal fin lo sean desde un rigor conceptual y
metodológico del que normalmente, y particularmente por nuestros pagos,
los trabajos de investigación astrológica suelen carecer.
Para ser honesto, debo,
lamentablemente, dar fe de que únicamente desde la organización de
eventos astrológicos (exactamente en dos ocasiones diferentes) se me ha
pedido retirar un trabajo enviado o no presentarlo, porque su nivel era
“excesivo”, más alto de lo deseable, y por tal motivo “inadecuado” para
ser acogido en tales eventos.
En paralelo a ello, aunque
afortunadamente en los últimos años esto está cambiando, hace un tiempo
no era fácil que los trabajos de investigación más proclives al
formalismo académico encontraran un lugar en las publicaciones astrológicas al uso.
Porque a la hora de
investigar no se trata simplemente de llevar adelante la tarea siguiendo
el procedimiento que mejor le cuadre a su autor, para luego enunciar
unas cuantas conclusiones, basadas en unos ciertos resultados, que
muchas veces no se concretan suficientemente ni, menos todavía, se
explicitan los elementos imprescindibles para valorar la consistencia de
los mismos, o para dar la oportunidad de replicar el trabajo con otras
muestras, o para estimar la procedencia de la metodología aplicada,
etc., etc.
Raramente se menciona
siquiera el empleo de los imprescindibles grupos de control para tener
en cuenta las desviaciones de tipo estacional, social, astronómico,
etc., que pueden sesgar, o deformar, o enmascarar, precisamente, lo que
se pretende verificar (o falsar).
Es de sospechar que, muy probablemente, tal silencio sea debido a la falta de empleo de dichos grupos1,
lo cual convertiría la correspondiente “investigación” en mero
divertimento, sin consistência conceptual ni demostrativa alguna.
1 A propósito de ellos en relación con lo astrológico, véase (Gau 01), y para una mínima ilustración de su empleo en la investigación astrológica (Nav 01).
Y esto sin entrar en
cuestiones mucho más especializadas, como, por ejemplo, las relativas a
la validez de las muestras empleadas, o las concernientes a lo poco o lo
mucho significativos que, estadísticamente hablando, puedan ser los
resultados obtenidos.
Por no mencionar la, por lo
general, pobre documentación de los trabajos, particularmente en lo que
se refiere a los antecedentes existentes a propósito de la temática
investigada, la bibliografía empleada, o las referencias y citas
expresas de la misma en la publicación de los oportunos informes,
artículos o/y ponencias.
Amén de ello, cuando
aparecen presentaciones metodológicas explícitas en las correspondientes
publicaciones de resultados, lo que suele suceder es que el lector
medio, poco o nada habituado a semejantes menesteres, salta las páginas
que las recogen y se dedica a “lo que de verdad merece la pena y es de
interés práctico”.
Por otra parte, si como,
también lamentablemente, he escuchado en algún congreso, “yo me dedico a
esto de la astrología porque las matemáticas se me dan muy mal”, a lo
que luego se ha añadido un “me dedico a investigar lo que puedo sobre
estos temas”, no es de extrañar que los resultados de tales
posicionamientos y actuaciones lleven a científicos, epistemólogos e
historiadores de la ciencia a críticas demoledoras, y tan
apabullantemente justificadas en semejantes casos, acerca de las
pretensiones “demostrativas” de lo astrológico, aunque haya otras
ocasiones en las que, ciertamente, se haya pretendido desvirtuar
fraudulentamente (Wes 92) lo avalado por resultados perfectamente
rigurosos y consistentes.
Amén de ello, siempre habrán de tenerse bien presentes las insidias de los “escépticos” (Elw 01),
cuyos argumentos, con o sin comillas, nos llevarán sistemáticamente a
la “conclusión” de que la astrología “no es creíble” dado que su validez
no ha sido demostrada “por nadie”.
Así y todo, quien aspire a
que sus aportaciones investigadoras cumplan unos mínimos estándares de
validez y credibilidad, habrá de asumir y satisfacer los oportunos
requisitos técnicos y procedimentales.
¿Estamos dispuestos, está
dispuesto el colectivo astrológico, al esfuerzo de adquirir la formación
imprescindible, conceptual y metodológica, que ello implica?. ¿O se
conforman sus miembros con el diletantismo autosuficiente y
autocontenido, mirando hacia otro lado para no verse en la necesidad de
contrastar esa producción investigadora con los estándares de calidad de
nuestro entorno cultural?.
Y si los recursos
institucionales no nos llegan, y es verdad que consideramos
imprescindible la investigación astrológica para avanzar en nuestro
dominio de este saber, ¿no deberían ser aportados los recursos
necesarios por los integrantes del propio colectivo astrológico?.
Quizá un problema al
respecto sería el señalado por aquel aforismo de “no es lo mismo
predicar que dar trigo”, pero, de ser así, ello vendría a indicar un
desinterés de hecho, al margen de las buenas palabras, del colectivo en
cuanto tal a propósito de una actualización rigurosa y profunda,
comprometida y comprometedora, de la astrología.
Y de este modo, si se me
permite la caricatura, tan contentos con el juguetito astrológico,
felices de lo a gustito que se está con él y de lo bien que se pasa
gracias a él.
Pero si se quiere
transmitir que la astrología es bastante más, mucho más, que un
entretenimiento, una actividad marginal, o una dedicación trasnochada y,
por ello, sin trascendencia alguna, ¿por qué la ausencia de un
compromiso investigador conjunto, colectivamente planteado en sus
objetivos, recursos y formalismos?.
¿Por qué el picoteo, tantas
veces sin método, y todas ellas sin referencia a unos estándares
internos de calidad, avalados por el propio colectivo astrológico, con
los que contrastar y validar esfuerzos individualmente emprendidos2?.
2
Bien interesante sería, y particularmente significativo además, que un
compromiso en tal sentido pudiera dar lugar a nuevas aportaciones de la
astrología a la historia de la ciencia, tanto conceptuales como
metodológicas, planteando modelos de referencia, procedimientos y
criterios de validación o/y de trabajo capaces de poner de relieve sus
peculiaridades epistemológicas, en la intención de que acabaran
extendiéndose posteriormente al ámbito científico, máxime existiendo el
precedente del método experimental, de origen claramente alquimista (Bar 96).
Y no sólo contrastarlos y
validarlos, sino también compartirlos y reconocerlos, y apoyarse en
ellos para seguir avanzando, ¿o es que el colectivo astrológico no
considera de interés la génesis de un banco de trabajos y resultados de
investigación de calidad, merecedores del aval colectivo, en que
apoyarse para consolidar, actualizar y profundizar el cuerpo de
conocimiento astrológico?.
Ese compromiso y esa
dinámica de calidad, de conseguirse, resultarían conjuntamente, sin duda
alguna, inestimable piedra de toque para ir acallando críticas y
obteniendo reconocimientos en pro de lo astrológico.
6. ¿Cómo transmitir la astrología?.
Como sencilla, pero certeramente, se nos dice en (Sav 97), el sistema educativo sólo transmite lo que socio-culturalmente es considerado valioso.
No habrá, en consecuencia,
mejor verificación de que la astrología ha sido formalmente reintegrada a
la cultura occidental que su reaparición en los ‘curricula’ académicos
y, a partir de ahí, escolares.
Entretanto, parece
razonable que fuese el colectivo astrológico quien tutelase la correcta
transmisión del saber astrológico, estableciendo también en este ámbito
de actuación unos objetivos de formación y unos criterios de mínimos a
cubrir para validar y reconocer la calidad de dicha transmisión.
En tal caso, ¿cuál sería el
nivel exigible para otorgar tal reconocimiento colectivo?, ¿o acaso
sería interesante establecer diferentes grados?.
Pero ¿entiende el colectivo
astrológico como deseable la existencia de una formación mínima sin la
cual nadie debiera ser aceptado como astrólogo/a?.
Si la respuesta a esta
última pregunta fuese afirmativa, para plantear dicha formación, ¿sería
razonable pensar en estratos formativos al estilo del sistema educativo
convencional, o sería preferible remitirnos a los de, por ejemplo, la
psicología genética, o a los de otras escuelas psicopedagógicas?.
En cualquier caso, ¿se sabe
astrología cuando se es capaz de reconocer y manejar sus símbolos?, ¿o
hay que dominar además ciertas técnicas concretas?, ¿o mejor aún ciertos
conceptos filosóficos y epistemológicos específicos?, ¿o todo ello
conjuntamente?.
¿Se puede saber astrología y
ser astrólogo/a sin profundizar en la realidad astronómica a que lo
astrológico hace sistemática referencia?.
¿Se llega a saber astrología y, en consecuencia, a ser astrólogo/a sin hacer trabajo de campo en ella?.
¿Es defendible una formación astrológica que prescinda del milenario legado de la astrología tradicional?.
¿Es adecuada una formación
astrológica si no introduce en su avance curricular materias sobre cuyas
áreas va necesariamente a incidir el trabajo astrológico: psicología,
economía, medicina, sociología, etc., etc.?.
Estas y otras preguntas
relacionadas con las precedentes parecen reclamar respuesta perentoria
por parte del colectivo astrológico, que, por descontado, puede
inspirarse para ofrecerlas en las ya existentes en nuestro entorno,
próximo o lejano, pero que, en la medida de lo posible, debieran ser
creativa e innovadoramente suyas.
Si nos centramos en el
colectivo astrológico español, un buen referente de partida para
proceder, si se está por la labor en el sentido de lo recién planteado,
podría ser, por ejemplo, el conjunto de propuestas formativas existentes
en el propio ámbito astrológico occidental, europeo o americano, aunque
también podrían serlo las de reciente aparición en el ámbito
universitario (Kpc 00, Scb 02) de uno y outro continente.
Estas últimas iniciativas
pueden ser, por lo demás, un arma de doble filo para los colectivos
astrológicos, lo mismo a escalas nacionales que internacionales, pues,
en efecto, van a potenciar tanto el interés por la astrología como su
práctica, es decir su integración sociocultural, pero también están
amenazando con dejar atrás a dichos colectivos en su propio territorio,
si es que tardan en dar respuesta expresa a cuestiones clave para su
existencia: la formativa entre ellas, claro está.
Y, por otra parte, frente a
iniciativas de corte académico, no caben contraofertas faltas de
calidad o/y rigor curricular: están condenadas al fracaso.
Quizá pudieran sobrevivir a
(muy) corto plazo, por cuestiones de accesibilidad espacio-temporal o/y
económicas principalmente, pero la formación no presencial es una
realidad en explosivo proceso de expansión que dejará pronto obsoletas
dichas cuestiones de dificultad.
¿Va a hacer algo el
colectivo astrológico frente a todo ello, o dejará que otros enseñen la
astrología y acabe no siendo reconocido (ni en lo colectivo ni, mucho
menos todavía, en lo individual) su nivel de conocimiento o/y de
desempeño astrológico, pudiendo acabar “expulsado” de “su propio
territorio” o/y ámbito de actuación?.
Este interrogante nos
remite, además, a la realidad de la práctica astrológica, tantas veces
tan similar, y tan lamentablemente de nuevo, al río revuelto, del que,
con muy poca “inversión”, no es difícil obtener alguna “ganancia” (Cel 95).
7. ¿Cómo practicar la astrología?.
Al hilo del apartado
anterior, en que he planteado cuestiones acerca de la formación
requerida para alcanzar, por así decirlo, el “grado” de astrólogo, la
primera pregunta a considerar aquí sería, parece obvio, la siguiente:
¿qué nivel de conocimiento y desempeño práctico debería poseer un/a
astrólogo/a para poder postularse y, además, ser reconocido como
astrólogo/a profesional?.
Parece razonable pensar, una vez más, que, ante la ausencia de otras alternativas formales, fuese el colectivo astrológico
quien estableciese unos criterios deontológicos firmes para, en base a
ello, poder precisar si quien practica, o quiere hacerlo,
profesionalmente la astrología cuenta con el reconocimiento colectivo de
su formación y capacidad en tal sentido.
¿Entiende el colectivo astrológico que tales consideraciones son procedentes?, ¿deseables?, ¿imprescindibles?. ¿Bajo qué premisas y consecuencias?.
¿Entiende que son
defendibles como profesionales todas las prácticas que cotidianamente se
suelen ofrecer como astrológicas, que como tales se venden y producen
retornos económicos nada menguados en no pocas ocasiones?.
Antes de responder tales
cuestiones convendrá tener muy en cuenta que, hoy por hoy, la situación
es tal que acaban metidos en un mismo saco el (la) neófito/a que apenas
ha leído algún libro, más o menos convencional, sobre astrología y el
(la) experto/a que atesora lustros de experiencia en asesoría
astrológica, y también que en la presente coyuntura aparecen igualmente
etiquetados como astrólogos/as quienes basan sus aportaciones
recurriendo a un elenco simbólico y técnico astrológico suficientemente
completo, quienes recurren a un mínimo insuficiente para hacerlo y, más
todavía, quienes caricaturizan y degradan lo astrológico reduciéndolo a
un único elemento simbólico desde el que ofrecen conclusiones que,
además, suelen ser muy indebidamente colocadas bajo el epígrafe de
“horóscopo”.
¿Entrará en algún momento el colectivo astrológico
a poner orden en semejante estado de cosas, dejando claro quiénes
deben, y quiénes no, ser considerados astrólogos/as y, más aún,
astrólogos/as profesionales, y ello, para comenzar, ante sus propios
integrantes, deslindando lo que proceda, pero enseguida también ante
quienes desde fuera, pero muy justamente, critican dicho desafuero?.
¿Y qué decir de quienes afirman practicar la astrología “seria” y a la par ejercen de “horoscoperos” mediáticos?.
¿Se puede dignificar la astrología desde semejantes opciones o/y planteamientos?.
¿Cuál es la posición del colectivo astrológico ante todo ello?, ¿o se prefiere la opción de no optar?.
A veces, que todo siga como
está es más cómodo y menos conflictivo que traer luz y taquígrafos para
dar fe de la situación y, a partir de ahí, poner orden y concierto en
ella, pero ¿existe interés en esto último?.
Realmente, de hecho, ¿qué quiere hacer con su futuro el colectivo astrológico?.
Y, séase bien consciente de
ello, de cómo dé, o no dé, respuesta concreta a esta pregunta dicho
colectivo (obras son amores) depende muy directa e inexorablemente no
sólo su futuro sino también el futuro de la astrología: ahí es nada.
Y a este respecto tiene un
peso particular, y es de suponer que lo tendrá cada vez mayor, la imagen
ofrecida por quienes formal, o tácitamente, la representen, pues a
dicha imagen son subsidiarias, en definitiva, la credibilidad social del
saber astrológico, el puesto que pueda ocupar en la dinâmica cultural y
su posible integración en ámbitos de los que actualmente se ve
marginado.
Si efectivamente se desea
cambiar el presente estado de cosas, parece imprescindible una
decantación formal, liderada desde el ámbito colectivo, por parte, como
mínimo, de quienes se postulan públicamente como astrólogos/as
profesionales (mejor de todos/as quienes se dicen, genéricamente,
astrólogos/as), que establezca, sin ambigüedades, linderos, que los hay,
entre la práctica astrológica técnicamente fundamentada y éticamente
defendible y la que, por carecer de tales referentes, caería en el
territorio de lo pseudo-astrológico, lo no-astrológico, o lo
anti-astrológico, y debiera ser, em consecuencia, claramente
identificada como tal y por ello reprobada.
8. Consideraciones finales.
Entiendo que lo hasta aquí
recogido ofrece un amplio número de temáticas, y de amplitud y
profundidad más que suficientes, para abrir multitud de caminos por los
que adentrarse en ese debate clarificador sobre cuya conveniencia,
necesidad de hecho, he venido abundando desde la propia introducción de
esta ponencia.
Ese debate, que habría de
ser razonable, aunque crítico, noble, pero no por ello condescendiente,
debiera comenzar en el seno del propio colectivo astrológico, y generar
en él un consenso de mínimos, pero no mínimo, entiéndase esto bien,
sobre puntos tan cruciales como los revisados en los diferentes
apartados que anteceden.
Un consenso que, a largo
plazo, habría de tener lugar tanto dentro como fuera del ámbito
astrológico, si ha de cumplirse, claro está, el objetivo de reintegrar
la astrología al cauce principal de la cultura en la civilización
occidental.
Pero entiendo que, para
prender fuera, debe haber sido satisfactoriamente obtenido dentro,
haciendo posible a partir de ello su extensión al resto del tejido
social, en la oportuna dinámica de recuperación dignificada de lo
astrológico.
En semejante proceso, tanto
interno como externo al colectivo astrológico, el correspondiente
debate, en realidad la serie encadenada de ellos, habría de tener muy
presentes las certeras palabras del filósofo Fernando Savater (Sav 97),
a propósito de la sacralización de las opiniones y la incapacidad de
practicar la abstracción como sendos obstáculos para la búsqueda
racional de la verdad, que conducen a estas otras citadas a
continuación.
“Aprender a discutir, a
refutar y a justificar lo que se piensa es (…) irrenunciable (…) Para
ello no basta con saber expresarse con claridad y precisión (…) y
someterse a las mismas exigencias de inteligibilidad que se piden a
otros, sino que también hay que desarrollar la facultad de escuchar (…).
Se trata (…) de propiciar
la disposición a participar lealmente en coloquios razonables y a buscar
en común una verdad que no tenga dueño y que procure no hacer
esclavos”.
Es un excelente
recordatorio de cómo podemos y debemos avanzar conjuntamente hacia metas
colectivas que, más allá de nuestros intereses del presente, tienen
profundas implicaciones de futuro, no sólo para nosotros mismos, sino
también para nuestra sociedad, nuestra civilización, la humanidad
entera.
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