martes, 24 de enero de 2017

"Sólo aceptando el sinsentido uno puede ser libre y alegre”. Entrevista a Oriol Quintana.







“Sólo aceptando el sinsentido uno puede ser libre y alegre”





Oriol Quintana, profesor de filosofía y ensayista
 
Tengo 42 años. Barcelonés. Soy doctor en Humanidades. Adjunto a la cátedra de Ética del IQS. Estoy casado y tengo tres hijos. Soy socialista: tenemos el deber de crear un mundo en el que a nadie le falte lo necesario. Soy católico practicante. Publico ‘Filosofía para una vida peor’ (Punto de Vista
"Sólo aceptando el sinsentido uno puede ser libre y alegre”

Reflexiones de calado

Fue siete años jesuita, doce profesor de filosofía de secundaria y ahora lo es de ética en el IQS. Pese al título de su ensayo, Filosofía para una vida peor, en el que sirviéndose de autores como Cioran, George Orwell, Simone Weil, el existencialismo de Heidegger y Sartre o las reflexiones de los supervivientes de Auschwitz Primo Levi y Viktor Frankl, refuta el optimismo facilón y la promesa del éxito tras el esfuerzo de la mayoría de libros de autoayuda. Nos adentra en el pesimismo existencial que entiende las limitaciones humanas y no quiere olvidar que somos seres desvalidos. No niega la ansiedad que nos producen los otros ni cierto sinsentido de la vida, y, a pesar de todo, conviene decir sí a la vida.
Yo fui jesuita de los 20 a los 27 años, pero me enamoré y lo dejé. Quería llevar una vida normal, ya sabe: trabajo, matrimonio, hijos...
Y lo consiguió.
Sí. Doce años después decidí escribir un libro sobre lo dura que es la vida normal, uno se enfrenta a una crisis de sentido muy fuerte. Frente a ello existe la literatura de autoayuda.
Que usted hace trizas...
Porque propone un optimismo facilón. Su premisa es que uno siempre puede mejorar, que el esfuerzo es recompensado, que en realidad no existen las dificultades, existen los retos.
Y si no consigues tus objetivos es porque tu empeño no ha sido suficiente.
Así es. Esa ideología dominante del triunfo es muy peligrosa, agresiva y poco compasiva: ante el hecho habitual de que las cosas no salgan como quieres, tendemos a culparnos a nosotros mismos, y la angustia vital se ensancha.
Para los pesimistas, ¿la vida es un fraude?
Entre los pensadores pesimistas existe la conciencia de que poseemos una capacidad para vivir en plenitud que la vida cotidiana no llena. Todos tenemos, aunque sea fugazmente, la experiencia de que lo que amamos, en realidad, no es ni puede ser tan valioso. Pero casi luchamos contra ese tipo de lucidez.
Lo archivamos en un rincón de la mente.
Tenemos modelos de felicidad grabados en la mente: la feliz comida de Navidad con toda la familia..., pero que nunca es como debería ser, no responde al estereotipo de las películas. Yo creo que la plenitud es posible, pero no de la forma que se nos propone.
No es lo que postulan los pesimistas.
Su objeción hacia esta vida es la incompatibilidad entre ser, consciencia y alegría.
¿Y la posibilidad de aislarse?
En 1984, de George Orwell, el protagonista pretende a través de su diario crearse un mundo propio y aislarse, pero el sistema le alcanza y llega a transformar su interior.
Un pesimista considera la posibilidad de que las cosas vayan a peor.
Sí, que se imponga el mal. Verdades que tenemos delante pero que preferimos no ver. La escala de destrucción y crueldad del siglo XX fue tan enorme que debería haber convertido al XXI en un siglo más humilde.
Esa barbarie no la tenemos presente.
Los pensadores pesimistas son conscientes de esa realidad: de la guerra, la tortura, el hambre y el horror, y lo son por tanto del desamparo en el que vivimos. Un pesimista es alguien que ha alcanzado un grado de lucidez sobre la falta de valor y lo absurdo de la existencia, y no ha querido expulsar esa idea de la conciencia, sino explorarla a fondo.
Pero vivir con ese peso...
Los pensadores pesimistas no desesperan. En realidad, son los que defienden las cosas buenas que hay porque saben que son improbables. Frente a la manifestación de la vida como algo carente de sentido, ellos defienden que no hay que huir y refugiarse en falsos consuelos.
Uno no debe mentirse.
Sólo a partir de la aceptación del sinsentido y el sufrimiento uno consigue cierta libertad y cierta alegría verdadera, y también la capacidad de ser compasivo y útil a los demás.
Todo es muy aleatorio, incluso tu suerte...
La solidaridad viene de saber que tú has caído en el lado bueno del mundo por suerte. Sólo entendiendo que somos seres desvalidos podemos vivir con cierta alegría.
Entonces, ¿conciencia y felicidad no son incompatibles?
A menudo entendemos la felicidad como una especie de olvido. Emil Cioran decía que tendría que haber una felicidad que integrara esa falta de sentido, y esa es la más difícil de alcanzar. La lucidez nos lleva a la aceptación de las propias limitaciones. Fíjese en el matrimonio.

Uno se casa con una ilusión que el día a día va desgastando, la aceptación te otorga una alegría más gris, pero ir enamorándote continuamente y cambiando de pareja es vacuo.
El pesimismo no es motor.
El ideal del pesimista es Orwell, extremadamente lúcido sobre la situación social y política que le tocó vivir, pero que jamás dejó de actuar.
¿Cómo conseguir que esa lucidez del pesimista no se convierta en parálisis?
Una de las maneras de ser un hombre o una mujer de acción es estar convencido de tus ideas, pero eso no le puede hacer bien a nadie. Yo creo que la clave está en construir cierta humildad en nuestro interior que implica la admisión de las propias limitaciones.
No reconocerlas es locura...
Orwell lo expresaba diciendo que uno tiene que estar dispuesto a estar derrotado por la vida. Saber que tus proyectos no saldrán exactamente como quieres o que la ayuda que intentas dar a los demás puede que sea insuficiente.
¿Qué te puede activar si sabes que al final serás derrotado?
La decencia común, es decir: a pesar de todo hay ciertas cosas que son correctas. Si uno ha hecho un proceso de lucidez, tiene mayor libertad de actuar decentemente. Igual no transformarás el mundo, pero no responder a la altura de lo que te piden las situaciones es mezquino.
Siempre nos quedará el ejemplo de Viktor Frankl.
Estoy de acuerdo: a pesar de todo, conviene decir sí a la vida.


 http://www.lavanguardia.com/lacontra/20170124/413640677247/solo-aceptando-el-sinsentido-uno-puede-ser-libre-y-alegre.html



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