Reseña sobre “Los mitos griegos” de Robert Graves
Si buscamos en cualquier enciclopedia o manual información sobre la
mitología griega lo primero que nos dirá es lo grandioso e imaginativo
que era ese pueblo que hizo de los fenómenos naturales los personajes de
los más grandiosos relatos. Se los llama animistas y se suele indicar,
sutilmente claro, la inferioridad racional de estos relatos (incluso con
relación a la religión cristiana que los ha combatido siempre).
Robert Graves, en su libro Los mitos griegos, nos hace cuestionar doblemente esta concepción simplista que todos hemos aprendido en el liceo, sobre todo en la idea de que hubo alguna vez un pasaje del mito al logos, del pensamiento irracional al racional. Y digo doblemente porque este libro es una cuidadosa selección de citas algo alteradas con el fin de presentar un relato ordenado de cada mito, lo cual nos deslumbra por el ingenio y la lógica que cada historia presenta. Y por otro lado, cada mito es seguido de un análisis crítico a cargo del mismo autor.
Para Graves el verdadero mito griego se puede definir como “la reducción a taquigrafía narrativa de la pantomima ritual realizada en los festivales públicos y registrada gráficamente (…) en las paredes de los templos, en jarrones, sellos, tazones, espejos, cofres, escudos, tapices, etc.” Estos registros se convirtieron en las primeras cartas constitucionales y organizaron a las tribus. “Sus temas eran actos de magia arcaicos que promovían la fertilidad o la estabilidad del reino sagrado de una reina o un rey -los de las reinas habían precedido, según parece, a los de los reyes en toda la zona de habla griega- y enmiendas de aquéllos introducidas de acuerdo con lo que requerían las circunstancias”.
Echemos luz sobre esto. Siguiendo un orden cronológico, primero se practicaron ciertos rituales y se registraron en forma muy rudimentaria. Un ejemplo de estas representaciones es la Esfinge y la Quimera (que originalmente representaban un calendario[1] ). Luego esas prácticas se fueron haciendo más reservadas a medida que los caudillos fueron absorbiendo el poder religioso. Posteriormente, redactores que desconocían los misterios de esas prácticas religiosas fueron confeccionando relatos basados en esas representaciones. Esta circunstancia es fundamental para entender la tesis de Graves. Para él, los mitos son relatos deformadores de esas representaciones.
No es de extrañar entonces, que un simple calendario como la Quimera que representaba las tres partes en la que se dividía el año según la religión arcaica (cabra, serpiente y león) sea presentada en los mitos como un animal al cual Belerofonte (caudillo que desafiaba al poder religioso) mató.
Aparece aquí la otra idea fundamental para entender la tesis de Graves. La mayor parte de los mitos griegos son relatos (que además de deformar los símbolos de prácticas religiosas arcaicas) caricaturizan los hechos político-sociales más importantes de la época.
Cabe preguntarse cuál era el hecho de mayor importancia a este respecto.
Los estudios prehistóricos han mostrado que la gran mayoría de los pueblos que vivieron en las costas del mediterráneo y en el norte de África durante el Neolítico comenzaron siendo matriarcales[2] .
Este gratificante hecho, y digo gratificante porque agrada saber que una sociedad no machista fue posible, tiene su origen en una característica humana que siempre da gracia: su seudo-racionalidad. El ser humano es un ser casi inteligente en tanto sus creencias siempre contienen algún tipo de error. El caso es que los pueblos primitivos veían cómo las mujeres podían traer nuevos seres al mundo y los hombres no. Eso continúa siendo así. Pero ellos, al interrogarse sobre el origen de esos niños, llegaron a la conclusión que eran los ríos, los vientos y algunos alimentos los que engendraban en las mujeres esos seres. Entre los fecundadores más importantes se encontraban el viento norte (que también sabía atender a las yeguas que ponían su cuarto trasero en esa dirección) y las habas (que siglos después los pitagóricos evitabancon el fin de no impedir al alma contenida en ellas una posible reencarnación, y además para no tener flatulencias).
En el pensamiento religioso no se había introducido aún el concepto de paternidad. En consecuencia las mujeres tenían amantes únicamente por placer y ocupaban un lugar dominante en la sociedad. Se ocupaba de los rituales del inicio de la cosecha y la siembra, así como de los rituales propiciatorios de la lluvia. Realizaba las tareas de mayor importancia para su pueblo y cedían al hombre tareas de menor importancia, a saber: la caza, la pesca, la recolección de algunos alimentos, el pastoreo y la ayuda para defender el territorio tribal contra las intrusas.
A su vez, todos estos pueblos poseían una estructura religiosa homogénea, basada en la adoración de la diosa de muchos nombres. Esta diosa, que representaba a la fecundidad femenina, se la empezó a llamar por razones que venían al caso Madre Tierra, Diosa Blanca y se la asociaba tanto con la Luna como con el Sol. Algunos historiadores han llegado al conocimiento de este culto a través de las estatuillas femeninas denominadas “Venus”.
Posteriormente, basados en las tres fases de la Luna que coinciden con las tres fases de las mujeres (doncella, ninfa y mujer) y con los tres grandes períodos del Sol (Primavera, Verano e Invierno) se hizo una tríada de la Gran Diosa. A su vez, para mantener su divinidad, se las representó como una trinidad a cada una de ellas. De ahí la santidad del número 3 y del 9.
Me atrevo a suponer que esta multiplicación pudo afectar la unidad de la Diosa a la vista de los no iniciados y dar lugar a especulaciones sobre la función de cada una y su desmembramiento que termina con las 6 diosas que ocuparon posteriormente el Olimpo.
Con el reconocimiento del papel del hombre en la procreación la situación comenzó paulatinamente a cambiar a favor de éste. La reina elegía a un rey para que la acompañara durante un gran año, al final del cual era sacrificado hacia el invierno y su sangre roseada sobre la cosecha como símbolo de fertilidad. La reina volvía a elegir otro hombre que corría la misma suerte. Era frecuente que su muerte se llevara a cabo durante una carrera de carros (el cual era debidamente preparado para romperse), o con una flecha envenenada en el talón, o mordido por una serpiente.
Pero los hombres comenzaron a sacar ventaja de esta nueva situación. A algunos se les permitió, vistiéndose con la ropa de la reina, presidir algunos rituales. Posteriormente el rey que debía morir comenzó a fingir su muerte la noche anterior a su sacrificio ritual y era enterrado vivo en un ataúd, en su lugar era elegido un rey niño substituto (interrex) el cual era muerto siguiendo la tradición. Luego el Rey viejo resurgía de la tierra como lo hace la vegetación.
Una vez que el rey logró reinar prácticamente durante toda su vida, se le hizo más fácil competir con la reina en el poder religioso. Esta lucha de géneros dio lugar a algunas representaciones afeminadas de los dioses y a algunas representaciones masculinas de las diosas, propias de una etapa de transición.
Estos reyes se convirtieron en caudillos y rivalizaron con los defensores de la antigua organización matriarcal. Los siguientes capítulos de esta historia en lo que respecta a la mujer todos los conocemos.
De esta manera, mitos como el de Edipo, Belerofonte, multitud de símbolos y las relaciones que tienen las parejas olímpicas adquieren una nueva comprensión, pues en el libro todos estos mitos son explicados a la luz de lo expuesto aquí. Ya no son informes involuntarios acerca de acontecimientos psíquicos inconscientes, ni relatos animistas, ni explicaciones simplistas de la naturaleza. Son el testimonio de una revolución político-cultural, el resultado de una lucha de intereses absorbida por el arte religioso.
Al presente creo que todo lo que creemos saber sobre los mitos griegos (y por mínimo que sea todos sabemos algo) está contaminado por la visión positivista de las edades evolutivas de la historia y por las interpretaciones psicoanalíticas.
Esta visión que he esbozado, torpemente quizá, abre una nueva dimensión para los mitos griegos y nos permite estar atentos ante posibles manipulaciones de circunstancias históricas a las que las ciencias sociales tanto suelen recurrir.
[1] Estas representaciones no podían, nos dice Graves, resultar más fantasiosas para los miembros de la tribu que cualquier emblema religioso para nosotros en la actualidad.
[2] Matriarcado: De matriarca. 1. m. Organización social, tradicionalmente atribuida a algunos pueblos primitivos, en que el mando residía en las mujeres. 2. fig. Predominio o fuerte ascendiente femenino en una sociedad o grupo.
Robert Graves, en su libro Los mitos griegos, nos hace cuestionar doblemente esta concepción simplista que todos hemos aprendido en el liceo, sobre todo en la idea de que hubo alguna vez un pasaje del mito al logos, del pensamiento irracional al racional. Y digo doblemente porque este libro es una cuidadosa selección de citas algo alteradas con el fin de presentar un relato ordenado de cada mito, lo cual nos deslumbra por el ingenio y la lógica que cada historia presenta. Y por otro lado, cada mito es seguido de un análisis crítico a cargo del mismo autor.
Para Graves el verdadero mito griego se puede definir como “la reducción a taquigrafía narrativa de la pantomima ritual realizada en los festivales públicos y registrada gráficamente (…) en las paredes de los templos, en jarrones, sellos, tazones, espejos, cofres, escudos, tapices, etc.” Estos registros se convirtieron en las primeras cartas constitucionales y organizaron a las tribus. “Sus temas eran actos de magia arcaicos que promovían la fertilidad o la estabilidad del reino sagrado de una reina o un rey -los de las reinas habían precedido, según parece, a los de los reyes en toda la zona de habla griega- y enmiendas de aquéllos introducidas de acuerdo con lo que requerían las circunstancias”.
Echemos luz sobre esto. Siguiendo un orden cronológico, primero se practicaron ciertos rituales y se registraron en forma muy rudimentaria. Un ejemplo de estas representaciones es la Esfinge y la Quimera (que originalmente representaban un calendario[1] ). Luego esas prácticas se fueron haciendo más reservadas a medida que los caudillos fueron absorbiendo el poder religioso. Posteriormente, redactores que desconocían los misterios de esas prácticas religiosas fueron confeccionando relatos basados en esas representaciones. Esta circunstancia es fundamental para entender la tesis de Graves. Para él, los mitos son relatos deformadores de esas representaciones.
No es de extrañar entonces, que un simple calendario como la Quimera que representaba las tres partes en la que se dividía el año según la religión arcaica (cabra, serpiente y león) sea presentada en los mitos como un animal al cual Belerofonte (caudillo que desafiaba al poder religioso) mató.
Aparece aquí la otra idea fundamental para entender la tesis de Graves. La mayor parte de los mitos griegos son relatos (que además de deformar los símbolos de prácticas religiosas arcaicas) caricaturizan los hechos político-sociales más importantes de la época.
Cabe preguntarse cuál era el hecho de mayor importancia a este respecto.
Los estudios prehistóricos han mostrado que la gran mayoría de los pueblos que vivieron en las costas del mediterráneo y en el norte de África durante el Neolítico comenzaron siendo matriarcales[2] .
Este gratificante hecho, y digo gratificante porque agrada saber que una sociedad no machista fue posible, tiene su origen en una característica humana que siempre da gracia: su seudo-racionalidad. El ser humano es un ser casi inteligente en tanto sus creencias siempre contienen algún tipo de error. El caso es que los pueblos primitivos veían cómo las mujeres podían traer nuevos seres al mundo y los hombres no. Eso continúa siendo así. Pero ellos, al interrogarse sobre el origen de esos niños, llegaron a la conclusión que eran los ríos, los vientos y algunos alimentos los que engendraban en las mujeres esos seres. Entre los fecundadores más importantes se encontraban el viento norte (que también sabía atender a las yeguas que ponían su cuarto trasero en esa dirección) y las habas (que siglos después los pitagóricos evitabancon el fin de no impedir al alma contenida en ellas una posible reencarnación, y además para no tener flatulencias).
En el pensamiento religioso no se había introducido aún el concepto de paternidad. En consecuencia las mujeres tenían amantes únicamente por placer y ocupaban un lugar dominante en la sociedad. Se ocupaba de los rituales del inicio de la cosecha y la siembra, así como de los rituales propiciatorios de la lluvia. Realizaba las tareas de mayor importancia para su pueblo y cedían al hombre tareas de menor importancia, a saber: la caza, la pesca, la recolección de algunos alimentos, el pastoreo y la ayuda para defender el territorio tribal contra las intrusas.
A su vez, todos estos pueblos poseían una estructura religiosa homogénea, basada en la adoración de la diosa de muchos nombres. Esta diosa, que representaba a la fecundidad femenina, se la empezó a llamar por razones que venían al caso Madre Tierra, Diosa Blanca y se la asociaba tanto con la Luna como con el Sol. Algunos historiadores han llegado al conocimiento de este culto a través de las estatuillas femeninas denominadas “Venus”.
Posteriormente, basados en las tres fases de la Luna que coinciden con las tres fases de las mujeres (doncella, ninfa y mujer) y con los tres grandes períodos del Sol (Primavera, Verano e Invierno) se hizo una tríada de la Gran Diosa. A su vez, para mantener su divinidad, se las representó como una trinidad a cada una de ellas. De ahí la santidad del número 3 y del 9.
Me atrevo a suponer que esta multiplicación pudo afectar la unidad de la Diosa a la vista de los no iniciados y dar lugar a especulaciones sobre la función de cada una y su desmembramiento que termina con las 6 diosas que ocuparon posteriormente el Olimpo.
Con el reconocimiento del papel del hombre en la procreación la situación comenzó paulatinamente a cambiar a favor de éste. La reina elegía a un rey para que la acompañara durante un gran año, al final del cual era sacrificado hacia el invierno y su sangre roseada sobre la cosecha como símbolo de fertilidad. La reina volvía a elegir otro hombre que corría la misma suerte. Era frecuente que su muerte se llevara a cabo durante una carrera de carros (el cual era debidamente preparado para romperse), o con una flecha envenenada en el talón, o mordido por una serpiente.
Pero los hombres comenzaron a sacar ventaja de esta nueva situación. A algunos se les permitió, vistiéndose con la ropa de la reina, presidir algunos rituales. Posteriormente el rey que debía morir comenzó a fingir su muerte la noche anterior a su sacrificio ritual y era enterrado vivo en un ataúd, en su lugar era elegido un rey niño substituto (interrex) el cual era muerto siguiendo la tradición. Luego el Rey viejo resurgía de la tierra como lo hace la vegetación.
Una vez que el rey logró reinar prácticamente durante toda su vida, se le hizo más fácil competir con la reina en el poder religioso. Esta lucha de géneros dio lugar a algunas representaciones afeminadas de los dioses y a algunas representaciones masculinas de las diosas, propias de una etapa de transición.
Estos reyes se convirtieron en caudillos y rivalizaron con los defensores de la antigua organización matriarcal. Los siguientes capítulos de esta historia en lo que respecta a la mujer todos los conocemos.
De esta manera, mitos como el de Edipo, Belerofonte, multitud de símbolos y las relaciones que tienen las parejas olímpicas adquieren una nueva comprensión, pues en el libro todos estos mitos son explicados a la luz de lo expuesto aquí. Ya no son informes involuntarios acerca de acontecimientos psíquicos inconscientes, ni relatos animistas, ni explicaciones simplistas de la naturaleza. Son el testimonio de una revolución político-cultural, el resultado de una lucha de intereses absorbida por el arte religioso.
Al presente creo que todo lo que creemos saber sobre los mitos griegos (y por mínimo que sea todos sabemos algo) está contaminado por la visión positivista de las edades evolutivas de la historia y por las interpretaciones psicoanalíticas.
Esta visión que he esbozado, torpemente quizá, abre una nueva dimensión para los mitos griegos y nos permite estar atentos ante posibles manipulaciones de circunstancias históricas a las que las ciencias sociales tanto suelen recurrir.
[1] Estas representaciones no podían, nos dice Graves, resultar más fantasiosas para los miembros de la tribu que cualquier emblema religioso para nosotros en la actualidad.
[2] Matriarcado: De matriarca. 1. m. Organización social, tradicionalmente atribuida a algunos pueblos primitivos, en que el mando residía en las mujeres. 2. fig. Predominio o fuerte ascendiente femenino en una sociedad o grupo.
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