La recuperación de los antiguos conocimientos babilónicos
Giovanni Schiaparelli
(Publicado originariamente en la revista "Scientia" en 1908)
Los
documentos de la cultura babilónica se hallan escritos en multitud de
tabletas de arcilla, que desde 1843 vienen siendo encontradas en
diferentes yacimientos arqueológicos del suelo mesopotámico, el cual
parece contener ingentes cantidades de ellas. La mayor parte de estas
tablillas forman ya parte de las grandes colecciones de Museos de Europa
y América. En lo que concierne a las tablillas específicamente
astronómicas y astrológicas, la mayor parte de ellas se encuentran en el
Museo Británico, principal lugar de su estudio. Ahí, se encuentran los
restos de una gran enciclopedia astrológica, que había formado parte del
gran archivo literario que el famoso rey Asurbanipal, antepenúltimo rey
de Asina, había creado en Nínive. Ahí se hallan los numerosísimos
informes oficiales de los astrólogos de la corte; ahí se hallan los
testimonios de los grandes avances de la astronomía babilónica,
observaciones, tablas y efemérides. Pero no bastaba poseer los
documentos de la cultura asirio-babilónica, había que leerlos y
entenderlos. No es este el lugar para evidenciar el enorme esfuerzo que
supuso, casi milagroso, de traducir aquellos caracteres cuneiformes
totalmente desconocidos, con la complicación añadida del desconocimiento
de su gramática y demás características filológicas, en lo que sin duda
ha sido uno de los grandes triunfos del ingenio humano durante el siglo
XIX.
En
sus primeros pasos, los patriarcas de la asiriología, Rawlinson y
Hincks, determinaron la naturaleza del calendario usado por los asirios y
los babilonios, lo que había sido objeto hasta ese momento de gran
controversia. El calendario solilunar resultó ser similar al sugerido
por algunos textos bíblicos, y los meses del año en tiempos de
Senaquerib y Nabucodonosor, vienen a ser los mismos que actualmente
existen en Israel. Con el tiempo, diversos asiriólogos, como Oppert en
Francia, Sayce y Brown en Inglaterra, y sobre todo, Jensen y Hommel en
Alemania, dieron los primeros pasos para la interpretación de los
documentos astronómicos babilónicos. Jensen, en su "Cosmología de los
babilonios" (1890) logra establecer una serie de puntos fundamentales.
Pero en estos primeros tiempos, lo cierto es que los expertos
asiriólogos que se vuelcan sobre los textos astronómicos chocan con dos
enormes obstáculos: el desciframiento de los términos técnicos, con los
cuales se calculaban las distancias, etc.; y el desciframiento de los
nombres que los babilonios designaron a los cuerpos celestes.
A
estos obstáculos hay que sumar cierto prejuicio, el cual presuponía que
dada la gran antigüedad de la astronomía babilónica, ésta debía estar
muy por debajo de los grandes sabios de la Grecia antigua, como
Eratóstenes, Hiparco, Ptolomeo y demás de la escuela de Alejandría. Del
archivo literario de Nínive, anterior por tanto a su destrucción en 607
a. C., salieron informes acerca del desconocimiento por parte de los
babilonios de la retrogradación del punto equinoccial (o precesión de
los equinoccios) así como su desconocimiento de la predicción de
eclipses solares. La astronomía desenterrada en Nínive, no mostraba
sustanciales avances en relación a culturas coetáneas, como los Ramsés
egipcios o los monarcas de la India. La gran masa de observaciones
astronómicas acumuladas con anterioridad a la destrucción de Nínive, no
tenían otra función que la de establecer y verificar los presagios
astrológicos; es decir, aparentemente no servían para una finalidad
científica. Asimismo, en tiempos de Nabonasar (747 a.C.) no parece que
se tuviera un cómputo seguro y regular del tiempo [por ejemplo, la
duración exacta de un año]. Lo cual impedía ciertamente que la
astronomía pudiera avanzar.
El
mérito de haber atraído la atención pública sobre la Astronomía
babilónica se debe asignar al célebre asiriólogo Padre Strassmaier de la
Compañía de Jesús. Este, explorando la copiosa colección de tablillas
recogidas en el Museo Británico, no tardó en apreciar la importancia de
ciertos números dispuestos en múltiples columnas. Tales números u
observaciones, fueron en su época, los que dieron fama a los caldeos
fuera de sus propias fronteras, como por ejemplo, en el mismo mundo
greco-romano. Todas estas observaciones halladas por Strassmaier, eran
del tiempo final del imperio babilónico, es decir, escritas en tiempos
de la dominación de persas, macedonios y partos. Dedicó tiempo y
esfuerzos a su traducción, logrando descifrar 50. No tienen la fabulosa
antigüedad que en algún momento se supuso, pero se hallan datadas en
tiempos de la dinastía aqueménida, en la que reinaron monarcas como
Cambises. Cronológicamente, ocupan un período que dura cinco siglos, del
523 a. C. al 8 a. C. En estas tabletas, queda establecido que en
algunos avances astronómicos, los babilonios precedieron a los griegos,
aunque la mayor parte de los avances de esta ciencia se producen en el
intervalo que va desde Metón hasta Ptolomeo, es decir, desde el 450 a.
C. al 150 d. C., en total, seis siglos.
Strassmaier
se asoció en la parte astronómica con su compañero el Padre Epping, y
del trabajo común salió en 1889 el primer ensayo de tales
interpretaciones bajo el título "Astronomisches aus Babylon" (editado en
la revista "Stimmen aus Maria-Laach", Freiburg im Breisgan, Herder,
1889). Este trabajo fue para historiadores y astrónomos una auténtica
revelación. Del estudio de dos tabletas, que contenían bajo la forma de
efemérides las predicciones de fenómenos celestes para los años 111 y
123 a. C., dedujeron los principales métodos de esta astronomía,
diferentes de los que usaban los griegos de la época, estableciendo de
modo definitivo el significado de muchos nombres propios de planetas y
estrellas, y, lo que resultaba aún más difícil, el significado de gran
cantidad de términos técnicos. Con una sagacidad verdaderamente
admirable no solo tradujeron las interpretaciones, sino que además
crearon instrumentos de interpretación. Como resultado de todo ello, se
logró determinar la duración de la era seléucida según el cómputo
babilónico, así como el inicio del día y su subdivisión. Fue demostrado
que aquellos astrónomos sabían predecir con un cierto grado de
aproximación la estación y la retrogración de los planetas, su elevación
helíaca, su ubicación en relación a las estrellas principales del
zodíaco; también conocían el cálculo de los novilunios y trataron la
predicción de los eclipses. Identificaron cerca de 30 estrellas o grupos
de estrellas zodiacales, entre ellas Sirio, cuya observación helíaca
tuvo especial importancia.
Dada
la repentina y deplorada muerte de Epping, ocurrida en el 1891, durante
algunos años la preciosa copia de los documentos transcritos por
Strassmaier no fue objeto de estudio, hasta que en 1897 el Padre Kugler
recibe el encargo del Superior de la Orden de proseguir la tarea
iniciada por Epping. Kugler actuó con no menor fortuna que sus
predecesores, sumergiéndose en estos conocimientos como astrónomo y como
asiriólogo, combinación profesional muy rara. Fruto de su estudio, en
1899 da a conocer en una monografía, los dos principales sistemas de
cálculo lunar usados por los babilonios, completando con ello la tarea
iniciada por Epping. A esta investigación, siguió otra en 1907, acerca
de la astronomía babilónica durante los dos últimos siglos a. C. En este
estudio, el Padre Kugler se ocupa de explorar cuestiones como: la
astrología, el calendario, la íntima relación de la astronomía y la
astrología con la religión y la mitología.
De
cuanto precede podemos concluir que la historia de la astronomía
babilónica es divisible en dos partes. El primer período, rudimentario,
dura hasta la caída de Nínive, y se caracteriza por la mezcla de
astronomía con ideas religiosas o con la astrología. El segundo período,
coincidente con el imperio caldeo, dura desde Nínive hasta finales de
la era, es decir, seis siglos, y se caracteriza por tratar en sus tablas
numéricas, de leer el curso aparente de los astros, separándose de las
artes predictivas. El primer período puede ser considerado como
histórico, y el segundo, como astronómico.
(Traducción a cargo de José Fernández Quintana. Revista Beroso Nº 1. Barcelona. España. 1º semestre 2000).
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