Herencia Astral
¿Sabías que algunas de las posiciones astrales más relevantes de
las cartas astrales de los padres las heredan los hijos? Seguro que te
sorprendería saber qué planetas han heredado de ti o de tu pareja tus
hijos o cuáles has heredado de tus padres.
El Sol, la Luna y el Ascendente suelen intercambiarse entre padres e hijos con mucha frecuencia, pero la herencia astral no se limita a un juego entre esos tres puntos clave, sino que, de padres a hijos, se transfieren los planetas que ocupan unos lugares concretos del horóscopo. Aunque no todos los hijos heredan los mismos planetas. Que hereden uno u otro influirá sobre su temperamento en primer lugar, sobre sus inclinaciones o habilidades profesionales, después, y sobre su descendencia finalmente, condicionando su futuro.
Quienes tenemos varios hijos sabemos que no todos son iguales, ni mucho menos, aunque intentemos darles la misma educación, etc. Esto es algo que explica muy bien el asombroso fenómeno de la herencia astral, una de las más notables investigaciones astrológicas del siglo XX –llevada a cabo por el psicólogo francés Michel Gauquelin junto a su esposa Françoise.
Dichosa serendipidad
Mucho antes de graduarse en psicología por la Universidad de la Sorbona, en París, Michel Gauquelin sentía atracción por el mundo de la Astrología. Su padre era dentista, pero con una gran afición a la Astrología. Y el joven Gauquelin empezó a leer aquellos libros que su padre tenía en las estanterías. Sin embargo, veía con ojos críticos las aseveraciones de la mayor parte de los astrólogos, porque –según él- solían basarse en creencias con poco fundamento. El creía que una gran parte de la astrología era una falacia, y decidió aplicar el método científico para despejar dudas.
Las estadísticas ya habían sido utilizadas antes en el mundo astrológico, especialmente por parte de dos astrólogos: el francés Choisnard y el austriaco Kraft, que trabajó al servicio de Hitler. Sin embargo, la falta de rigor en sus trabajos y los pequeños muestreos sobre los que se elaboraron dejaban sus conclusiones como meras anécdotas.
Gauquelin emprendió, por primera vez en la historia, un trabajo estadístico descomunal sobre Astrología, tanto por el enorme muestreo como por el rigor matemático con el que fue realizado. Sin embargo, se encontró con una extraña sorpresa, según confesó él mismo (Los relojes cósmicos, Michel Gauquelin, Plaza y Janés. Barcelona, 1970):
Estos sorprendentes hallazgos y las objeciones de los científicos, como luego veremos, le animaron a continuar. Durante los tres años siguientes, con ayuda de su esposa Françoise Schneider, siguió recopilando datos hasta reunir 25.000 cartas astrales, de varios países (Italia, Alemania, Bélgica y Países Bajos) y distintas profesiones. Los resultados estadísticos fueron abrumadores y se publicaron en 1960 en Les Hommes et les Astres. Este estudio le abrió nuevos horizontes: descubrió que, además de Marte y Saturno, otros planetas también señalaban el éxito en otras profesiones y, además, determinaban el temperamento. Muestra maravillosa de estas investigaciones, sobre las que más tarde profundizaría, es su excelente libro en castellano La Cosmopsicología, Ediciones Mensajero. Bilbao, 1978
.
La herencia astral
Inquietantes preguntas se desprendían de los trabajos de Gauquelin. Una de ellas era: ¿por qué nacemos en un momento dado y no en otro?
La respuesta parece hallarse en que -además de la naturaleza, los animales y las plantas- también los humanos respondemos a una especie de reloj biológico que podría estar en función de la herencia genética manifestada a través de la herencia astral.
Michel Gauquelin escribió en L’hérédité planètaire (Planéte, 1966):
Relojes cósmicos-relojes biológicos
Al margen de estas irrefutables estadísticas, la Astrología nos ofrece otros datos para poder comprobar la existencia de una genética cósmica: es frecuente ver como los signos donde están el Sol, la Luna o el Ascendente -los tres puntos más importantes de una Carta Astral- suelen intercambiarse de padres a hijos. Así, por ejemplo, será fácil tener un hijo cuyo signo del Zodíaco (signo solar) sea el mismo en el que uno de sus padres tenga la Luna o el Ascendente; que su posición lunar corresponda con uno de los Ascendentes de los padres, etc.
Observad estos juegos en vuestras respectivas familias, y os llevaréis unas cuantas sorpresas.
Una serie de múltiples relojes funcionan constantemente en la naturaleza. La vida es ritmo. Además de las estaciones anuales o la alternancia de las noches y los días, casi todas nuestras funciones y órganos tienen sus ritmos propios, como el corazón, la respiración, la vigilia o el sueño. El ritmo es tan esencial para la vida que un organismo puede morir si es sometido a unos ritmos que no son los suyos. Muchos de estos relojes vienen determinados por la propia evolución del ser humano. Como señala Demetrio Santos en sus dos tomos de Investigaciones sobre Astrología:
Claro que los ritmos biológicos -intimamente relacionados con los cósmicos, como estamos viendo- no son exclusivos de las plantas o los animales. El ser humano tiene una serie de relojes que son imprescindibles para su equilibrio y supervivencia, y muchos de ellos dependen directamente de los relojes cósmicos. Es probable, incluso, que la vida sobre la Tierra llegase desde el espacio, tal y como apuntó Francis Crick con su teoría de la Panespermia, según la cual, podría haber sido un meteorito o cometa el que, al chocar con la Tierra, la hubiera fecundado e inundado de vida cual espermatozoide a un óvulo. Es normal, pues, que vibremos al unísono o en simpatía con el Cosmos. Por otra parte, el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos y el oxígeno que respiramos provienen de las estrellas. No es extraño, pues, que sus ritmos y los nuestros manifiesten ciertos paralelismos y analogías. Los ciclos son propios del Cosmos y del ser humano. La Astrología también nos demuestra que todo es cíclico.
Ya en el siglo XVI Paracelso intuyó la existencia de unos ritmos biocósmicos; por eso procuraría dar los medicamentos a las horas más adecuadas, teniendo en cuenta la sensibilidad cíclica del ser humano. Modernamente, es la cronobiología la especialidad que estudia los ritmos y ciclos del ser humano. Como reconocen los estudiosos de esta especialidad, los animales superiores, lejos de ser indiferentes a su entorno, están en íntima relación con él. De hecho, el ritmo circadiano de 24 horas, o el ritmo nictameral (luz-oscuridad), producidos por la rotación de la Tierra, evidencian que estamos conectados directamente con los movimientos planetarios. Algunas enfermedades cursan de forma periódica, siguiendo unos ritmos circadianos, estacionales, etc., es lo que estudia la cronopatología. También podríamos hablar de cronofarmacología o cronobromatología, la cual estudia la selectividad variable del organismo en la elección de los alimentos según las distintas estaciones o las diferentes horas del día.
Una de las características más sobresalientes de los ritmos biológicos es su carácter hereditario; es decir, que vienen determinados genéticamente. Y ya hemos visto de qué extraordinaria manera la Astrología contempla el factor genético o hereditario. Por otra parte, muchos de los ritmos biológicos son sincronizados por factores externos. Esos factores, denominados sincronizadores son capaces de reajustar el ritmo de un individuo al ciclo externo, y uno de los más conocidos es el ciclo luz-oscuridad
.
El ser humano es un fenómeno cósmico
Estos relevos planetarios de la genética cósmica, por los que de padres a hijos se van transmitiendo las posiciones de las luminarias (Sol y Luna) o del punto zodiacal que se levanta por el horizonte en el momentos y lugar de nacimiento (Ascendente) parecen confirmarse, de algún modo, con los últimos avances científicos acerca del ADN, pues cada vez se están encontrando mayores condicionamientos a nuestra vida que arrancan desde nuestro nacimiento.
De momento, no sabemos que extraña inteligencia puede haber en el Universo para que se produzcan estos “milagros” de la genética cósmica, o, quizá, sea una comunicación biológica entre los padres y los hijos, cuando éstos todavía están en el seno materno, por la que sintonizan o ponen sus respectivos relojes biológicos a la hora adecuada. Pero es evidente que el ser humano es, ante todo, un fenómeno cósmico.
Seguramente, un día la ciencia encontrará una explicación; mientras tanto, la astrología se ha anticipado con unos resultados muy claros a los que no podemos aplicar la técnica del avestruz. Cada día se hace más urgente una revisión total de la relación existente entre el ser humano y el fenómeno cósmico.
Temperamentos planetarios y zonas de máxima intensidad
Astrológicamente estos puntos de Salida y Culminación que describía Gauquelin, reciben el nombre de Ascendente y Mediocielo, respectivamente, y siempre han sido los dos puntos más importantes del Zodiaco en toda carta astral. Representan –de manera aproximada y para que el lector no introducido en el tema se haga una idea- el Este y la parte elevada del cielo para el momento y lugar de nacimiento. Es decir, por donde el Sol se levanta y donde está más elevado sobre nuestras cabezas hacia el mediodía.
En realidad, esas dos zonas acabaron ampliándose a cuatro, que son prácticamente los cuatro puntos cardinales respecto al momento y lugar de nacimiento, aunque con una ligera desviación.
No obstante, esas zonas “descubiertas” por Gauquelin no son totalmente nuevas. La Astrología tradicional o clásica siempre ha destacado el relevante papel que juegan los cuatro ángulos, esos cuatro puntos cardinales de toda carta astral: Ascendente, Mediocielo, Descendente y Fondocielo. Algunos autores de la antigüedad, como Vettius Valens, incluso habían señalado que esas zonas sensibles debían abarcar desde unos grados antes hasta unos cuantos después del punto exacto que ocupan cada uno de ellos. Sin embargo, esta idea cayó en desuso para la mayor parte de astrólogos, debido a una mala práctica y una pobre transmisión de la cultura astrológica.
Así pues, Gauquelin tuvo el extraordinario mérito de demostrar estadísticamente algo que, de algún modo, ya habían dicho los antiguos. A ello añadió un enriquecimiento y unos matices extraordinarios en varios aspectos: la amplitud del arco ocupado por esas zonas; la vocación profesional o capacidad de éxito en determinadas profesiones; entender el temperamento de las personas y ese interesantísimo factor hereditario.
La devastadora polémica
La cuestión es que Gauquelin creía que sus trabajos merecían reconocimiento desde el ámbito científico y académico. Quizá por eso, dijo que sus hallazgos no eran una demostración o evidencia de la astrología, sino que se debía a algún otro tipo de influjos celestes. Pero eso no evitó que, en determinados círculos científicos, se desatase una gran polémica. Al fin y al cabo, se ponía sobre el tapete una inquietante pregunta, claramente atentatoria contra recalcitrantes prejuicios y contra un arraigado antropocentrismo: ¿las posiciones de los planetas en el momento y lugar en que nacemos inciden en nuestras vidas? Según demuestran las irrebatibles investigaciones de Gauquelin, la respuesta es un rotundo sí; un sí que incluso a él le costó aceptar en su más amplio sentido, al menos durante muchos años, y que procuró revestir de argumentos científicos y experimentos de laboratorio.
Pero lo verdaderamente importante de la cuestión ya estaba sentenciado: determinadas posiciones planetarias influyen no sólo en nuestro temperamento, sino que marcan también nuestras aptitudes profesionales. Sus investigaciones y hallazgos habían marcado ya uno de los más grandes hitos astrológicos de los últimos siglos. Gauquelin estaba haciendo historia.
Por supuesto, la publicación de sus dos primeros libros le cerraría las puertas para desarrollar sus investigaciones o su trabajo en el marco universitario. En la actualidad, hablar o debatir acerca de astrología sigue estando prácticamente prohibido en la mayor parte de universidades, que prefieren encastillarse en su ignorancia y prepotencia que abrirse a la búsqueda de nuevas verdades o paradigmas. A pesar de su amor por la ciencia y la investigación, Gauquelin tendría que apañárselas pasando consulta, impartiendo cursos, publicando libros… Su camino profesional y personal ya nunca sería fácil y caería víctima de una profunda obsesión que iría destruyendo sus fuerzas hasta el fin de sus días: luchar por el espaldarazo definitivo a sus descubrimientos.
Las investigaciones de Gauquelin abarcaron más de veinte años (1949-1973), gran parte de los cuales tuvo que invertir sus energías en enfrentarse a polémicas y ataques científicos totalmente absurdos. Por supuesto, los científicos no solo nunca lo acogieron en su seno –por aquello de que algo olía a Astrología; eso de que los planetas tengan algún tipo de conexión especial con el ser humano es demasiado sospechoso para la mayoría de ellos-, sino que le hicieron desprecios, al principio, y ataques truculentos y malintencionados al final, como llegaron a denunciar algunos de los propios científicos.
Gauquelin aún publicaría un último libro: “Neo astrology: A Copernican Revolution”, precisamente el mismo año de su muerte (1991), donde finalmente acabaría aceptando que sus resultados eran astrológicos.
No obstante, las conclusiones definitivas sobre los trabajos de Gauquelin aún están con las espadas en alto. Otros investigadores han tomado el relevo. Los alemanes Suitbert Ertel (psicólogo) y Arno Müller (biólogo) han replicado sus hallazgos con estudios sobre miembros de la Academia de Medicina francesa, de escritores italianos, médicos alemanes y varios grupos de deportistas. Y parece que Gauquelin no andaba mal encaminado. Después de su muerte, los trabajos del psicólogo francés están recibiendo un notable espaldarazo.
Carta astral de Michel Gauquelin
Escorpio, como era, pero, además, con una conjunción Marte-Plutón en casa doce, era normal que se dedicase a la investigación, de manera compulsiva y sobre temas tabúes o esotéricos. Había que llegar al fondo de la cuestión. Sería precisamente esta conjunción la que marcaría su vida y su muerte. La primera porque pasó gran parte de su tiempo entre disputas, muchas de ellas soterradas y plagada de trampas y enemigos ocultos. La segunda, porque su muerte se produjo cuando Plutón llegaba por tránsito a la conjunción a su Sol natal.
Su Ascendente Leo le pedía a gritos ocupar un lugar central, bajo los focos, pero que no conseguiría jamás, al menos del modo que él anhelaba. Su Luna en Sagitario, el impulso necesario para seguir tras lo que más le apasionaba, aunque su Sol en Escorpio convirtiera su vida en una dura lucha. Esa Luna y otros planetas en la casa cinco tienen que ver con el Michel deportista, que se mantuvo como uno de los mejores tenistas seniors de Francia hasta su muerte.
Al final, el psicólogo estaba destrozado y exhausto. Tantas décadas de lucha y soledad le pasaron factura. De algún modo, se había autoexcluido del colectivo astrológico -éste siempre lo recibió bien en su seno, pero él no se sentía a gusto- mientras el colectivo científico le había dado con la puerta en las narices, varias veces, y de una manera ruin. Hasta que no pudo más.
Gauquelin acabó suicidándose el 20 de mayo de 1991, precisamente unos meses después de su última aparición televisiva en el programa La Tabla Redonda, de TVE, un maravilloso programa de corte cultural y espiritual, dirigido y presentado por Francisco de Oleza. Un programa en el que tuve el privilegio de reunir a unos cuantos destacados astrólogos internacionales y al que, lógicamente, lo convoqué. Michel y yo nos habíamos conocido unos años antes, a principios de 1984 y, desde entonces, habíamos mantenido contacto esporádicamente. Pero cuando nos vimos en Madrid para grabar el programa ya se le veía distanciado y perdido.
El colectivo astrológico deberá agradecer siempre el descomunal trabajo de este gran investigador.
(Este artículo fue publicado por primera vez en septiembre de 2013 en la revista Tu Suerte, fundada y dirigida por Vicente Cassanya desde 1998 hasta 2015)
El Sol, la Luna y el Ascendente suelen intercambiarse entre padres e hijos con mucha frecuencia, pero la herencia astral no se limita a un juego entre esos tres puntos clave, sino que, de padres a hijos, se transfieren los planetas que ocupan unos lugares concretos del horóscopo. Aunque no todos los hijos heredan los mismos planetas. Que hereden uno u otro influirá sobre su temperamento en primer lugar, sobre sus inclinaciones o habilidades profesionales, después, y sobre su descendencia finalmente, condicionando su futuro.
Quienes tenemos varios hijos sabemos que no todos son iguales, ni mucho menos, aunque intentemos darles la misma educación, etc. Esto es algo que explica muy bien el asombroso fenómeno de la herencia astral, una de las más notables investigaciones astrológicas del siglo XX –llevada a cabo por el psicólogo francés Michel Gauquelin junto a su esposa Françoise.
Dichosa serendipidad
Mucho antes de graduarse en psicología por la Universidad de la Sorbona, en París, Michel Gauquelin sentía atracción por el mundo de la Astrología. Su padre era dentista, pero con una gran afición a la Astrología. Y el joven Gauquelin empezó a leer aquellos libros que su padre tenía en las estanterías. Sin embargo, veía con ojos críticos las aseveraciones de la mayor parte de los astrólogos, porque –según él- solían basarse en creencias con poco fundamento. El creía que una gran parte de la astrología era una falacia, y decidió aplicar el método científico para despejar dudas.
Las estadísticas ya habían sido utilizadas antes en el mundo astrológico, especialmente por parte de dos astrólogos: el francés Choisnard y el austriaco Kraft, que trabajó al servicio de Hitler. Sin embargo, la falta de rigor en sus trabajos y los pequeños muestreos sobre los que se elaboraron dejaban sus conclusiones como meras anécdotas.
Gauquelin emprendió, por primera vez en la historia, un trabajo estadístico descomunal sobre Astrología, tanto por el enorme muestreo como por el rigor matemático con el que fue realizado. Sin embargo, se encontró con una extraña sorpresa, según confesó él mismo (Los relojes cósmicos, Michel Gauquelin, Plaza y Janés. Barcelona, 1970):
“Hacia 1950, estaba preparando mi
estudio crítico de la astrología tradicional cuando, muy contra mi
voluntad, me encontré frente a un resultado de lo más extraño. En uno de
mis datos, que consistía en la fecha de nacimiento de 576 miembros de
la Academia Francesa de Medicina, la frecuencia de la posición de
ciertos planetas era completamente inusitada”.
Gauquelin tropezó con la serendipidad, eso que muchas veces les pasa a
los investigadores: buscando algo, encuentran otra cosa. Y no podía
creer lo que estaba viendo, así que decidió ir un paso más allá.
“Este fenómeno inexplicable me
preocupaba; decidí no profundizar demasiado en él, sino repetir la
investigación y ver si tan extraña relación se repetía. Reuní, pues, una
nueva selección de 508 médicos eminentes. …
Al final del segundo estudio, me
encontré ante las mismas conclusiones: igual que el primer grupo, éste
con terca insistencia, acusaba el hecho de que las fechas de nacimiento
de los médicos famosos se arracimaban en torno a la salida o culminación
de Marte y Saturno. Aparecía, pues, una correlación innegable entre la
salida y culminación de estos planetas al nacer el niño y su éxito
futuro como médico”.
El significado estadístico era importante: solo había una posibilidad
entre varios millones de que estos resultados se deberían al azar. Con
estos trabajos publicó, en 1955, su primer libro titulado L’Influence des Astres.Estos sorprendentes hallazgos y las objeciones de los científicos, como luego veremos, le animaron a continuar. Durante los tres años siguientes, con ayuda de su esposa Françoise Schneider, siguió recopilando datos hasta reunir 25.000 cartas astrales, de varios países (Italia, Alemania, Bélgica y Países Bajos) y distintas profesiones. Los resultados estadísticos fueron abrumadores y se publicaron en 1960 en Les Hommes et les Astres. Este estudio le abrió nuevos horizontes: descubrió que, además de Marte y Saturno, otros planetas también señalaban el éxito en otras profesiones y, además, determinaban el temperamento. Muestra maravillosa de estas investigaciones, sobre las que más tarde profundizaría, es su excelente libro en castellano La Cosmopsicología, Ediciones Mensajero. Bilbao, 1978
.
La herencia astral
Inquietantes preguntas se desprendían de los trabajos de Gauquelin. Una de ellas era: ¿por qué nacemos en un momento dado y no en otro?
La respuesta parece hallarse en que -además de la naturaleza, los animales y las plantas- también los humanos respondemos a una especie de reloj biológico que podría estar en función de la herencia genética manifestada a través de la herencia astral.
Michel Gauquelin escribió en L’hérédité planètaire (Planéte, 1966):
“Para demostrar la existencia de la
herencia planetaria hay que probar estadísticamente que existen
semejanzas entre la posición de los planetas al nacer los padres y al
nacer los hijos.
Estudié durante más de cinco años las
partidas de nacimiento de varios distritos de la región de París y
reuní datos sobre más de treinta mil padres y sus hijos. Cuando los
datos fueron sometidos a análisis estadístico, la magnitud de la
semejanza hereditaria era tal que no podía ser atribuida al azar.
Para ser exactos diré que sólo había una posibilidad entre medio millón de casos de que los resultados fueran casuales”.
Los Gauquelin demostraron en este libro sobre la herencia planetaria,
escrito en 1962, pero publicado en 1966, que había correlaciones entre
los planetas predominantes en padres e hijos, en particular con la Luna,
Venus, Marte, Júpiter y Saturno. No obtuvo resultados con los otros
planetas. Sin embargo, esta tendencia hereditaria se rompía cuando el
nacimiento era por cesárea o provocado. Y añadía otras observaciones
fascinantes, como al afirmar que si un niño nace en un día que haya
perturbaciones geomagnéticas, el número de semejanzas hereditarias es el
doble de grande que en días normales, lo que permite pensar que el
campo solar tiene mucho que ver en estas influencias planetarias.Relojes cósmicos-relojes biológicos
Al margen de estas irrefutables estadísticas, la Astrología nos ofrece otros datos para poder comprobar la existencia de una genética cósmica: es frecuente ver como los signos donde están el Sol, la Luna o el Ascendente -los tres puntos más importantes de una Carta Astral- suelen intercambiarse de padres a hijos. Así, por ejemplo, será fácil tener un hijo cuyo signo del Zodíaco (signo solar) sea el mismo en el que uno de sus padres tenga la Luna o el Ascendente; que su posición lunar corresponda con uno de los Ascendentes de los padres, etc.
Observad estos juegos en vuestras respectivas familias, y os llevaréis unas cuantas sorpresas.
Una serie de múltiples relojes funcionan constantemente en la naturaleza. La vida es ritmo. Además de las estaciones anuales o la alternancia de las noches y los días, casi todas nuestras funciones y órganos tienen sus ritmos propios, como el corazón, la respiración, la vigilia o el sueño. El ritmo es tan esencial para la vida que un organismo puede morir si es sometido a unos ritmos que no son los suyos. Muchos de estos relojes vienen determinados por la propia evolución del ser humano. Como señala Demetrio Santos en sus dos tomos de Investigaciones sobre Astrología:
“La aparición de un reloj biológico
interno da como resultado el que éste pueda prever futuras crisis de las
que el sujeto no tiene experiencia, por haberse producido mucho antes,
en la evolución de la especie.”.
El biólogo e investigador Frank A. Brown, citado por Gauquelin en Los Relojes Cósmicos, escribió:
“De hecho, todos los seres vivos que
estudié en nuestro laboratorio durante estos tres años últimos -de
zanahorias a algas y de cangrejos a ostras y ratas- han mostrado esta
capacidad de predecir, con bastante exactitud y de forma que excluye el
azar, el cambio de la presión barométrica con unos dos días de
anticipación.”.
Brown descubrió en la actividad metabólica de las patatas que su
máxima actividad coincidía aproximadamente con la salida del Sol, al
mediodía y a la puesta del Sol. De nuevo encontramos aquí otra
confirmación de la fortaleza de esos puntos en la distribución
geográfico-espacial de los influjos cósmicos. Son esos los puntos que la
tradición astrológica viene observando a través de los tiempos como los
de mayor trascendencia tanto para el carácter como para el destino de
las personas. Los mismos que Gauquelin avaló con sus estadísticas.Claro que los ritmos biológicos -intimamente relacionados con los cósmicos, como estamos viendo- no son exclusivos de las plantas o los animales. El ser humano tiene una serie de relojes que son imprescindibles para su equilibrio y supervivencia, y muchos de ellos dependen directamente de los relojes cósmicos. Es probable, incluso, que la vida sobre la Tierra llegase desde el espacio, tal y como apuntó Francis Crick con su teoría de la Panespermia, según la cual, podría haber sido un meteorito o cometa el que, al chocar con la Tierra, la hubiera fecundado e inundado de vida cual espermatozoide a un óvulo. Es normal, pues, que vibremos al unísono o en simpatía con el Cosmos. Por otra parte, el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos y el oxígeno que respiramos provienen de las estrellas. No es extraño, pues, que sus ritmos y los nuestros manifiesten ciertos paralelismos y analogías. Los ciclos son propios del Cosmos y del ser humano. La Astrología también nos demuestra que todo es cíclico.
Ya en el siglo XVI Paracelso intuyó la existencia de unos ritmos biocósmicos; por eso procuraría dar los medicamentos a las horas más adecuadas, teniendo en cuenta la sensibilidad cíclica del ser humano. Modernamente, es la cronobiología la especialidad que estudia los ritmos y ciclos del ser humano. Como reconocen los estudiosos de esta especialidad, los animales superiores, lejos de ser indiferentes a su entorno, están en íntima relación con él. De hecho, el ritmo circadiano de 24 horas, o el ritmo nictameral (luz-oscuridad), producidos por la rotación de la Tierra, evidencian que estamos conectados directamente con los movimientos planetarios. Algunas enfermedades cursan de forma periódica, siguiendo unos ritmos circadianos, estacionales, etc., es lo que estudia la cronopatología. También podríamos hablar de cronofarmacología o cronobromatología, la cual estudia la selectividad variable del organismo en la elección de los alimentos según las distintas estaciones o las diferentes horas del día.
Una de las características más sobresalientes de los ritmos biológicos es su carácter hereditario; es decir, que vienen determinados genéticamente. Y ya hemos visto de qué extraordinaria manera la Astrología contempla el factor genético o hereditario. Por otra parte, muchos de los ritmos biológicos son sincronizados por factores externos. Esos factores, denominados sincronizadores son capaces de reajustar el ritmo de un individuo al ciclo externo, y uno de los más conocidos es el ciclo luz-oscuridad
.
El ser humano es un fenómeno cósmico
Estos relevos planetarios de la genética cósmica, por los que de padres a hijos se van transmitiendo las posiciones de las luminarias (Sol y Luna) o del punto zodiacal que se levanta por el horizonte en el momentos y lugar de nacimiento (Ascendente) parecen confirmarse, de algún modo, con los últimos avances científicos acerca del ADN, pues cada vez se están encontrando mayores condicionamientos a nuestra vida que arrancan desde nuestro nacimiento.
De momento, no sabemos que extraña inteligencia puede haber en el Universo para que se produzcan estos “milagros” de la genética cósmica, o, quizá, sea una comunicación biológica entre los padres y los hijos, cuando éstos todavía están en el seno materno, por la que sintonizan o ponen sus respectivos relojes biológicos a la hora adecuada. Pero es evidente que el ser humano es, ante todo, un fenómeno cósmico.
Seguramente, un día la ciencia encontrará una explicación; mientras tanto, la astrología se ha anticipado con unos resultados muy claros a los que no podemos aplicar la técnica del avestruz. Cada día se hace más urgente una revisión total de la relación existente entre el ser humano y el fenómeno cósmico.
Temperamentos planetarios y zonas de máxima intensidad
Astrológicamente estos puntos de Salida y Culminación que describía Gauquelin, reciben el nombre de Ascendente y Mediocielo, respectivamente, y siempre han sido los dos puntos más importantes del Zodiaco en toda carta astral. Representan –de manera aproximada y para que el lector no introducido en el tema se haga una idea- el Este y la parte elevada del cielo para el momento y lugar de nacimiento. Es decir, por donde el Sol se levanta y donde está más elevado sobre nuestras cabezas hacia el mediodía.
En realidad, esas dos zonas acabaron ampliándose a cuatro, que son prácticamente los cuatro puntos cardinales respecto al momento y lugar de nacimiento, aunque con una ligera desviación.
No obstante, esas zonas “descubiertas” por Gauquelin no son totalmente nuevas. La Astrología tradicional o clásica siempre ha destacado el relevante papel que juegan los cuatro ángulos, esos cuatro puntos cardinales de toda carta astral: Ascendente, Mediocielo, Descendente y Fondocielo. Algunos autores de la antigüedad, como Vettius Valens, incluso habían señalado que esas zonas sensibles debían abarcar desde unos grados antes hasta unos cuantos después del punto exacto que ocupan cada uno de ellos. Sin embargo, esta idea cayó en desuso para la mayor parte de astrólogos, debido a una mala práctica y una pobre transmisión de la cultura astrológica.
Así pues, Gauquelin tuvo el extraordinario mérito de demostrar estadísticamente algo que, de algún modo, ya habían dicho los antiguos. A ello añadió un enriquecimiento y unos matices extraordinarios en varios aspectos: la amplitud del arco ocupado por esas zonas; la vocación profesional o capacidad de éxito en determinadas profesiones; entender el temperamento de las personas y ese interesantísimo factor hereditario.
La devastadora polémica
La cuestión es que Gauquelin creía que sus trabajos merecían reconocimiento desde el ámbito científico y académico. Quizá por eso, dijo que sus hallazgos no eran una demostración o evidencia de la astrología, sino que se debía a algún otro tipo de influjos celestes. Pero eso no evitó que, en determinados círculos científicos, se desatase una gran polémica. Al fin y al cabo, se ponía sobre el tapete una inquietante pregunta, claramente atentatoria contra recalcitrantes prejuicios y contra un arraigado antropocentrismo: ¿las posiciones de los planetas en el momento y lugar en que nacemos inciden en nuestras vidas? Según demuestran las irrebatibles investigaciones de Gauquelin, la respuesta es un rotundo sí; un sí que incluso a él le costó aceptar en su más amplio sentido, al menos durante muchos años, y que procuró revestir de argumentos científicos y experimentos de laboratorio.
Pero lo verdaderamente importante de la cuestión ya estaba sentenciado: determinadas posiciones planetarias influyen no sólo en nuestro temperamento, sino que marcan también nuestras aptitudes profesionales. Sus investigaciones y hallazgos habían marcado ya uno de los más grandes hitos astrológicos de los últimos siglos. Gauquelin estaba haciendo historia.
Por supuesto, la publicación de sus dos primeros libros le cerraría las puertas para desarrollar sus investigaciones o su trabajo en el marco universitario. En la actualidad, hablar o debatir acerca de astrología sigue estando prácticamente prohibido en la mayor parte de universidades, que prefieren encastillarse en su ignorancia y prepotencia que abrirse a la búsqueda de nuevas verdades o paradigmas. A pesar de su amor por la ciencia y la investigación, Gauquelin tendría que apañárselas pasando consulta, impartiendo cursos, publicando libros… Su camino profesional y personal ya nunca sería fácil y caería víctima de una profunda obsesión que iría destruyendo sus fuerzas hasta el fin de sus días: luchar por el espaldarazo definitivo a sus descubrimientos.
Las investigaciones de Gauquelin abarcaron más de veinte años (1949-1973), gran parte de los cuales tuvo que invertir sus energías en enfrentarse a polémicas y ataques científicos totalmente absurdos. Por supuesto, los científicos no solo nunca lo acogieron en su seno –por aquello de que algo olía a Astrología; eso de que los planetas tengan algún tipo de conexión especial con el ser humano es demasiado sospechoso para la mayoría de ellos-, sino que le hicieron desprecios, al principio, y ataques truculentos y malintencionados al final, como llegaron a denunciar algunos de los propios científicos.
Gauquelin aún publicaría un último libro: “Neo astrology: A Copernican Revolution”, precisamente el mismo año de su muerte (1991), donde finalmente acabaría aceptando que sus resultados eran astrológicos.
No obstante, las conclusiones definitivas sobre los trabajos de Gauquelin aún están con las espadas en alto. Otros investigadores han tomado el relevo. Los alemanes Suitbert Ertel (psicólogo) y Arno Müller (biólogo) han replicado sus hallazgos con estudios sobre miembros de la Academia de Medicina francesa, de escritores italianos, médicos alemanes y varios grupos de deportistas. Y parece que Gauquelin no andaba mal encaminado. Después de su muerte, los trabajos del psicólogo francés están recibiendo un notable espaldarazo.
Carta astral de Michel Gauquelin
Escorpio, como era, pero, además, con una conjunción Marte-Plutón en casa doce, era normal que se dedicase a la investigación, de manera compulsiva y sobre temas tabúes o esotéricos. Había que llegar al fondo de la cuestión. Sería precisamente esta conjunción la que marcaría su vida y su muerte. La primera porque pasó gran parte de su tiempo entre disputas, muchas de ellas soterradas y plagada de trampas y enemigos ocultos. La segunda, porque su muerte se produjo cuando Plutón llegaba por tránsito a la conjunción a su Sol natal.
Su Ascendente Leo le pedía a gritos ocupar un lugar central, bajo los focos, pero que no conseguiría jamás, al menos del modo que él anhelaba. Su Luna en Sagitario, el impulso necesario para seguir tras lo que más le apasionaba, aunque su Sol en Escorpio convirtiera su vida en una dura lucha. Esa Luna y otros planetas en la casa cinco tienen que ver con el Michel deportista, que se mantuvo como uno de los mejores tenistas seniors de Francia hasta su muerte.
Al final, el psicólogo estaba destrozado y exhausto. Tantas décadas de lucha y soledad le pasaron factura. De algún modo, se había autoexcluido del colectivo astrológico -éste siempre lo recibió bien en su seno, pero él no se sentía a gusto- mientras el colectivo científico le había dado con la puerta en las narices, varias veces, y de una manera ruin. Hasta que no pudo más.
Gauquelin acabó suicidándose el 20 de mayo de 1991, precisamente unos meses después de su última aparición televisiva en el programa La Tabla Redonda, de TVE, un maravilloso programa de corte cultural y espiritual, dirigido y presentado por Francisco de Oleza. Un programa en el que tuve el privilegio de reunir a unos cuantos destacados astrólogos internacionales y al que, lógicamente, lo convoqué. Michel y yo nos habíamos conocido unos años antes, a principios de 1984 y, desde entonces, habíamos mantenido contacto esporádicamente. Pero cuando nos vimos en Madrid para grabar el programa ya se le veía distanciado y perdido.
El colectivo astrológico deberá agradecer siempre el descomunal trabajo de este gran investigador.
(Este artículo fue publicado por primera vez en septiembre de 2013 en la revista Tu Suerte, fundada y dirigida por Vicente Cassanya desde 1998 hasta 2015)
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