lunes, 27 de abril de 2015

De la Alegoría a la Anagoge : la cuestión de la percepción simbólica en un mundo literal. Por Angela Voss.














De la Alegoría a la Anagoge: la cuestión de la percepción simbólica en un mundo literal
Angela Voss, Universidad de Kent (artículo para la Sophia Conference, junio 2003) Versión original en inglés

Traducción de Enrique Eskenazi
Ciertamente debemos estar de acuerdo en que desde Descartes el movimiento general de la vida intelectual occidental ha sido hacia mayor observación objetiva, pensamiento compartimentado y explicación racional. Ya no vivimos en un mundo de misterio. Empero en el corazón de la enseñanza y la práctica astrológica yace un proceso que desafía las expresiones de la mente y es él mismo profundamente misterioso: cómo “ver” simbólicamente. ¿Cómo ayudamos a los consultantes a captar el significado subyacente de sus dilemas vitales concretos, y cómo enseñamos a los estudiantes a comenzar a desplazarse de la acumulación de hechos a la conciencia de un tipo diferente de conocimiento, uno que surge en la interfaz de su alma con el mundo? Este es un desafío con el que nos encontramos tanto en os niveles de graduación como de posgrado en nuestros cursos de Cosmología y Adivinación en la Universidad de Kent, y hoy quisiera presentar un modelo o imagen que facilita un alejamiento del pensamiento “literal” que invade nuestra sociedad con su pragmatismo y hacia un modo más rico, profundo y significativo de enfocar el estudio del simbolismo astrológico y las prácticas adivinatorias. Surgió al comienzo en el contexto de la observación de la Primavera de Botticelli, un cuadro que se presta a múltiples niveles de interpretación. Es central en el cuadro la relación entre Venus y Mercurio, cuya conjunción desposa imaginación e intelecto, amor y razón. En las tradiciones platónicas y herméticas que inspiraron la obra de Botticelli, la fusión de estos dos modos de percepción siempre se ha considerado como la base para un conocimiento humano que sea filosófico en el verdadero sentido, y que se despierta por el poder evocativo de un símbolo. La Primavera también nos da la clave para el modo de conseguir este conocimiento, al cual regresaré.

Al discutir el modelo de los cuatro niveles de interpretación -literal, alegórico, moral y anagógico o místico- ubico la astrología en un principio hermenéutico que nos capacita para articular y entrar en el misterio de la percepción simbólica. Este principio, explícito en la antigua teología cristiana y medieval y en la teología poética de Dante, está implícito en la imagen platónica del Cosmos como esferas ascendentes desde la tierra material hasta el Uno inteligible; y es demasiado tentador tomar literalmente el esquema de este modelo. Pero no hablamos aquí de una jerarquía de niveles discretos donde uno va más y más allá del mundo hacia algún tipo de verdad abstracta inmutable, lo cual es una crítica común al platonismo, sino de un proceso de profundización perceptiva o despliegue de conciencia, como el quitar capas de una cebolla, que gradualmente se aleja de la objetividad causa-efecto, “allí afuera- aquí adentro” de muestro modo habitual de pensar, hacia una conciencia creciente de la unidad de sujeto y objeto, hasta que se alcanza el tipo de conocimiento que sólo puede describirse como espiritual en tanto que abarca tanto lo interno como lo externo, o la realidad psíquica y la material en un solo acto de percepción. Es un modelo que permite que algo se revele como algo que siempre hemos sabido- un conocimiento innato de cómo reflejamos el mundo, de un cosmos interno tan vasto y tan sorprendente como el exterior. Este tipo de conocimiento tiene poco o ningún papel en los programas de nuestras escuelas y universidades.

¿De modo que qué significa ver detrás de lo literal? Comencemos considerando las palabras de San Agustín y de Tomás de Aquino, que escriben específicamente sobre la interpretación alegórica y simbólica de la lectura de la Escritura. Agustín acentúa desde el comienzo que la intuición del significado más profundo de un texto estimula el propio deseo de aprender del estudiante, y que la penetración de este significado es una actividad placentera porque conduce hacia el júbilo último de la unión con Dios. Ciertamente hemos hallado que los estudiantes responden a la “apertura” del simbolismo astrológico con cierta sorpresa, ya que en ninguna otra esfera de sus estudios encuentran este elemento de revelación. Por supuesto, la capacidad del texto, imagen o símbolo para descubrir su significado de este modo es la razón por la que lo consideramos “sagrado” antes que nada.

Al definir los cuatro niveles, Agustín y Aquino hablan de la literalidad del texto como una realidad material, la historia tomada al pie de la letra. Aquí encontramos el sentido o la significación de las palabras mismas en sus contexto histórico, lingüístico y literario; afirmaciones de hecho, de las cuales Aquino no excluye la metáfora y la analogía. Un ejemplo que da es la afirmación de que “Cristo se siente a la Mano Derecha de Dios”, que es una afirmación ‘literal’ del poder de Dios pero dada como una metáfora. Ambos teólogos aclaran que en este nivel no hay sentido “espiritual”, aunque esto no disminuye su importancia, y debemos advertir que Agustín advierte explícitamente contra los peligros de no creer en la realidad de una verdad histórica y factual subyacente. Podemos quizás definir el discurso literal como “horizontal”, que expande el entendimiento medieval hacia una mesura cuantitativa, comparación, discusión, clarificación, conceptualización y racionalización, lo cual naturalmente tiene su valor. Pero aún queda una demostración de una realidad desde una posición que aún no participa en esa realidad, que no está comprometida en ella sino que permanece aparte; es lo que llamamos “saber”; es como se nos ha enseñado a pensar, a evaluar. Comenzando aquí, empero, con la separación y clarificación de las cosas - la “episteme” de los filósofos- se pone la piedra fundamental para el significado ulterior, para el proceso de descubrir lo que significan las cosas mismas significadas por las palabras. Sto. Tomás de Aquino nos dice: “ese significado por el cual las cosas significadas por las palabras tienen ellas mismas también una significación, se llama el sentido espiritual, que se basa en el literal y lo presupone. Ahora bien, este sentido espiritual tiene una triple división”.

Esto nos lleva al terreno de la alegoría, el “hablar de otra manera” (del griego, allegoria) o, en el caso de las fábulas de los poetas, la verdad “disfrazada” por la metáfora poética. Para Aquino, la alegoría es el primer estadio en el discernimiento del significado “divino” en la Escritura, por ejemplo la “cosa significada” por las palabras puede ser Cristo. El pensamiento académico tradicional no tiene problemas con la alegoría como un artificio literario, porque aún no exige que entremos en el proceso de conocer, o seamos cambiados por él. Como explica Henri Corbin: “La diferencia entre ‘símbolo’ y lo que hoy usualmente se llama ‘alegoría’ es fácil de captar. Una alegoría permanece en el mismo plano de evidencia y percepción, mientras que un símbolo garantiza la correspondencia entre dos universos pertenecientes a diferentes niveles ontológicos: es el medio, y el medio único, de penetrar en lo invisible, en el mundo del misterio, en la dimensión esotérica”.

La alegoría es el modo en que usualmente explicamos la astrología, el símbolo “representando” la emoción, o la persona o el acontecimiento. Pero cuando avanzamos en los dos estadios ulteriores de la interpretación, ya no podemos preservar nuestra distancia. Aquí comienza un proceso de “ver a través” de lo literal o alegórico que despierta la auto-reflexión; Corbin describe este movimiento de la percepción sensible a la simbólica como “una transmutación de los datos inmediatos (los datos literales y sensibles) que los vuelve transparentes”- Es esta misma transparencia que posibilita que tenga lugar la transición, y paradójicamente, permite que se entiendan simultáneamente los sentidos literal y espiritual.

El tercer estadio es llamado Moral o Tropológico, que deriva de la palabra “tropos” o vuelta (turn), y que de hecho forma un punto de conversión (turning point) para los estudiantes. Exige un darse la vuelta (girarse) -convertirse uno mismo a fin de entender, y así tiene implicaciones y efectos que son morales en tanto influencian cómo actuamos. En este punto, entramos en un modo de conocimiento comúnmente llamado esotérico. En contextos cristianos, esta es la interpretación que lleva a una mayor imitación a Cristo. En un contexto astrológico, pone en juego la relación del astrólogo con el consulta y su participación en la circunstancia particular dentro de la cual se “manifiesta” el símbolo. Puede surgir en el momento en que uno se da cuenta de que la carta o tema natal del consultante refleja la propia preocupación actual, cuando uno dice palabras que no pretendían y que le sorprenden con su verdad, o cuando uno se conmueve por la significación de un acontecimiento sincronístico que convoca a la acción. Se experimenta como una revelación que surge en el momento y espontáneamente conecta la vida interior con el acontecimiento o imagen exterior, más allá de la intención consciente. Este es un conocimiento que no aumenta por el esfuerzo humano. Marsilio Ficino lo llama “un don del alma” que depende de la Gracia. Ahora el astrólogo ya no es el observador objetivo de la creación de Dios, sino que se ve desafiado a reconocer esa “mutua connivencia secreta”, como decía Jung, entre sí mismo y el mundo que percibe. No es cómodo, porque supone la ruptura con nuestros supuestos sobre la naturaleza de la realidad; y es muy difícil de aceptar. No todos los estudiantes son capaces de tener un sentido de este tropos, pero la belleza del modelo como un todo es que permite a cualquiera entrar en el mundo de la interpretación simbólica a su propio nivel, incluso si es tan sólo para dar el primer paso del hecho a la metáfora.

A aquellas raras almas que pueden penetrar más allá de la percepción moral, les aguarda la dimensión anagógica o mística. Para Aquino, este nivel, el “sentido más allá”, sólo puede significar la gloria final de la redención, la vida con Cristo en el paraíso. Es acerca de la unión, unión del acto de percepción con lo percibido, unión de literal y simbólico, mundo y psique. El mundo ya no imita a la palabra divina, como en la alegoría, sino que deviene la palabra divina. En este estadio todas las divisiones son trascendidas y abarcadas, en tanto los cuatro niveles devienen contenidos en uno. El neoplatónico Jámblico dice que este es el modo de conocimiento verdadero de la adivinación, “suspendido de los Dioses, espontáneo e inseparable de ellos”.

Al considerar el conocimiento de este modo, se hace claro que no hay una “verdad” desencarnada aparte de la visión del lector o del estudiante. El grado de compromiso de la persona con el símbolo o texto o imagen ES la “verdad” revelada a esa persona en ese momento, y sin embargo siempre es posible ir más al fondo. Comenzamos a darnos cuenta de que, si tomamos en serio a nuestras autores, el mismo proceso de desarrollo de la percepción simbólica tiene profundas implicaciones espirituales. Aquino dice “ha de decirse que la Sagrada Escritura está divinamente ordenada a esto: que mediante ella, pueda hacerse conocida la verdad necesaria para la salvación”; y Ficino remarca que cuando uno penetra en el significado más profundo de un texto, es la palabra de Dios lo que uno oye. Asemeja la naturaleza y la cualidad del “significado” aprehendido mediante las palabras actuales a la presencia del alma en el cuerpo humano: “El alma humana será inmortal e introducida por Dios en nuestro cuerpo, como la significación introducida en el aire por Dios. Si se presta atención a esta significación, lo que uno comprende es el pensamiento de Dios que habla”. Por lo que legítimamente podrías ubicar la astrología dentro de los Estudios Religiosos e incluso, sugeriría yo, entenderla como una práctica iniciatoria.

Quisiera ahora considerar la naturaleza del conocimiento simbólico en relación con el platonismo, pues en las obras de Platón y sus seguidores hallamos mitos y alegorías que hablan claramente a los estudiantes de las diferencias entre pensamiento literal y metafórico. La más directa y poderosa de estas debe ser la alegoría de la caverna, en La República. Aquí Platón hace la distinción entre el mundo literal de la región de las sombras, y el mundo espiritual o inteligible del conocimiento verdadero. La gente en la caverna no tiene libertad de movimiento. Están encadenados, y sólo pueden ver sombras de objetos llevados detrás de ellos, proyectados por la luz de una hoguera en el fondo de la caverna. Cuando se los libera y pueden girarse, entonces ven representaciones de objetos reales que son transportados por un sendero con paredes. Podríamos comparar este estadio a la interpretación alegórica, y es el primer paso hacia ver las cosas “tal como realmente son”. Platónicamente, la hoguera es una imagen del Sol, cuya luz nutre el entendimiento; pero también es algo más. Fuego es pasión, deseo, anhelo, es el poder conmovedor de la imaginación. En las tradiciones platónicas y sufi, uno no es conducido a la percepción anagógica mediante esfuerzos intelectuales, sino que uno es llevado allí por el deseo de unión. Involucración mediante el amor es lo que lleva a una percepción cambiada, como todos sabemos cuando estamos “enamorados”, y por esto Cupido o Eros vuela sobre Venus en La Primavera y está a punto de herir la Gracia Castidad con un amor ardiente por Mercurio, que ha penetrado con su caduceo en cada nivel de realidad. Eros -el hijo de Mercurio y Venus- lo saca a uno del mundo literal mediante el amor y señala al tipo de conocimiento que Platón llama inteligible, que para el Sócrates platónico incluía la contemplación de las estrellas y el sol como la causa de todas las cosas. Esto es, la contemplación de los cielos “reales”, que permanecen bajo las estrellas en reverencia a su majestad. Las estrellas son símbolos supremos precisamente porque sus poderes dadores de vida se manifiestan tan evidentemente en todos los niveles.

El pensamiento positivista moderno ahora toma las sombras de la caverna de Platón por el mundo “real” y reduce sus Ideas a meras abstracciones. El mundo más allá de lo literal se vuelve sombrío, jerga y mescolanza supersticiosa, inevitablemente, en tanto que no puede revelar su significado en la luz cruda del experimento científico o el análisis racional. Si queremos enseñar astrología en la Universidades, tendremos que exigir nuestra base, la base sobre la cual nos deleitamos en el misterio con el “divino entusiasmo” de los magos neoplatónicos. En el nivel intelectual o anagógico de percepción puede no haber distinción entre nuestro pensamiento y el pensamiento del Cosmos; pero en el simbólico entramos en la vida intermedia, ya sea mediante el uso de una imagen o un acto de adivinación. El lenguaje de la astrología, poesía, arte y música ES el lenguaje de este reino medio, equilibrado entre el intelecto puro y la percepción sensorial y, a la vez, abarcándolos a ambos; inspirándose en la realidad anagógica y desplegándola a los sentidos mediante la belleza de sus múltiples formas. La “metáfora poética” de la astrología, como diría Ficino, no ha de confundirse con “razón o conocimiento”. Cuando enseñamos astrología seguramente estamos activando lo que Henri Corbin llama “la imaginación cognitiva”, un órgano de verdadera percepción que refleja las Imágenes del mundo arquetipal. Darse cuenta de esto ayuda a los estudiantes a liberarse de la tendencia de nuestra sociedad a arrastrar la astrología, gritando, a un mundo literal al que no pertenece, un mundo en el que la visión es opaca, donde lo imaginal se reduce a mero imaginario.

Quizás más importante aún, el modelo de los cuatro niveles da a los estudiantes un marco de referencia dentro del cual referir los enormes temas de Fatalidad o Destino que han de plantearse en cualquier estudio de astrología, cosmología o magia. Ya he acentuado la premisa esencial del platonismo -y de la alquimia- de que el alma humana tiene la capacidad innata de desarrollar un modo de conocimiento que progresa desde una clara separación del conocedor y lo conocido a una experiencia del mundo y de sí mismo como una unidad, y que esto es una búsqueda espiritual. Se entendía que cuando se alcanzaban las profundidades de la percepción anagógica el alma lograba la inmortalidad de los dioses. Desde esta perspectiva, una inclinación a o una práctica de la adivinación que permanezca en el nivel “literal” de causa y efecto, inevitablemente originará las limitaciones de las pronunciaciones destinales, y el cumplimiento de estas pronunciaciones por el mundo “ahí fuera”. Los astrólogos que dan juicios puramente por inferencia racional y los libros de reglas son los “ogros malos” que Ficino despreciaba, porque meramente tratan con las sobras en la caverna y por ello mantienen encadenados a los prisioneros. Es posible vivir en este mundo y funcionar por sus leyes, pero eso no lo liberará a uno.

El modelo Ptolomaico de astrología es literal y alegórico, pero no va más allá, en tanto intenta asumir el manto de la ciencia natural aristotélica. El modelo platónico puede ir más allá precisamente porque acepta el misterio de la imagen simbólica, y la posibilidad de que algo de otro orden de realidad pueda revelarse a los seres humanos. En el nivel de entendimiento moral, la predicción astrológica se acerca a la profecía y la fatalidad deviene destino en tanto el astrólogo se conmueve por el símbolo y el consultante reconoce su propio deseo y libertad de elección. Finalmente, anagógicamente, el tiempo linear deja de imperar y el alma profética percibe pasado, presente y futuro como uno. El Pseudo Ptolomeo, Ficino y William Lilly nos dicen que el verdadero juicio astrológico proviene de una fusión de “la oportunidad divina” del alma “volviéndose” hacia su propia sabiduría con estudio diligente y práctica, y el mismo Lilly señala que “mientras más santo eres... más puro el juicio que darás”. Nuestro mundo literal no reconoce “la divina oportunidad” porque depende de la captación del significado de un signo, la “mera coincidencia”, el sueño, el momento en que nuestro sueño se revela. Pero la misma palabra deseo -desidere (de la estrella)- nos remite a las estrellas, y si somos capaces de evocar este deseo en los corazones de nuestros alumnos, entonces realmente podemos comenzar a estudiar astrología con ellos. Plotino habla de la divinidad presente en el mundo literal, concreto, material como una “atracción” o “anzuelo” para encantar y atraer la gente a una percepción espiritual. “El mundo está lleno de signos”, dice, y “el hombre sabio es aquél que en una cosa lee otra”. Sugeriría que la misma astrología puede actuar como tal anzuelo para estudiantes hambrientos de un significado más profundo en sus estudios, precisamente porque los planetas existen literalmente pueden percibirse mediante la vista. A partir de allí pueden comenzar y los cuatro niveles hermenéuticos les capacita para moverse en un proceso de interiorización de modo que pueden integrar, más que simplemente aprender acerca de, el significado de un símbolo. Esto con seguridad tiene implicaciones profundas, porque podría comenzar a revolucionar los presupuestos de un método académico que separa el conocimiento del conocedor, el pensamiento del ser, la concepción de la realidad de su experiencia.






 

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