TRATADO
DE ASTRONOMIA
Ramón Llull
Traducción y
presentación, L. Playà
¿Tiene alma el cielo?
En el mes de octubre del año 1297
y en la ciudad de París, Ramón Llull terminó su Tractat d’Astronomia,
obra originalmente escrita en catalán y más tarde traducida
al latín. (1)
El tratado se divide en dos
grandes bloques y éstos a su vez, se subdividen en secciones. El
primero estudia los signos y los planetas, así como los
movimientos e influencias de éstos en aquéllos, corroborando,
por sus definiciones, las posturas tradicionales al respecto. En
el segundo es donde aplica los principios y el método de su Ars,
calificando a la Astronomía de «verdadera ciencia» y a los
astrólogos de «verdaderos hombres de ciencia» siempre y cuando,
y ante todo, no ignoren a Dios como principio soberano.
En el capítulo IV de la segunda
parte, Llull nos da cuenta de esta absoluta potestad de Dios
respecto al determinismo astral que rige el mundo sublunar: «Dios,
mediante su poder, su justicia o la gracia que desee aplicar
abajo, cambia la constelación para hacer su gracia o justicia
sobre una región u hombre; por ejemplo, si por naturaleza de
Aries, Júpiter y Marte el hambre o la enfermedad deben reinar en
una región, Dios, mediante la oración y la salud de algún o
algunos hombres, concederá salud (2), lluvia y abundancia de
bienes temporales».
El alma, potencia que forma y
causa los movimientos en el mundo inferior, es apreciable en los
tres reinos, pero ¿tiene el cielo alma? Llull le otorga una,
cuya forma motriz se mueve por ella misma, en ella misma,
circularmente, sin conocer horas, días ni años; es la causa de
todo ciclo vital aquí abajo. Sin este continuo movimiento, que
es al mismo tiempo su reposo, la vida microcósmica no sería
posible; en consecuencia, todos aquellos que ignoren este alma y
se dediquen a la astrología, dice Llull, su trabajo será muy
deficitario y su conocimiento muy insuficiente, pues «quien
ignora la causa no puede conocer la verdad del efecto».
Es interesante comparar la teoría
de Llull sobre el alma con los apartados 33b-37a del Timeo,
donde Platón, explicando la formación del mundo, el cielo y el
alma, habla de ella en estos términos: «El Alma, difundida en
todas direcciones, desde el punto medio hasta los extremos del
cielo, rodeándolo en círculo por la parte exterior, y girando
circularmente en ella misma, sobre sí misma, comenzó con un
comienzo divino su vida inextinguible y razonable, para toda la
duración de los tiempos. De esta manera nacieron, por una parte,
el cuerpo visible del Cielo, y por otra parte, invisible, pero
partícipe del cálculo y la armonía, el Alma, la más bella de
las realidades producidas por el mejor de los seres inteligibles
que existen eternamente».
TRATADO DE ASTRONOMIA
de Ramón Llull (Extractos)
Sobre el alma del cielo
El cielo tiene alma
Se pregunta si el cielo tiene alma
o no. Vamos a probar mediante nueve tipos de cuestiones que tiene
alma, ya que al preguntar qué es el cielo y de qué está hecho,
se pregunta si el cielo tiene alma o no; e igualmente, al pedir
qué es el cielo y las otras cosas, se pregunta cuáles son sus
convenientes e inconvenientes y si las cosas que uno pide existen
o no.
El cielo posee un cuerpo más
extenso y grande que cualquier otro cuerpo; posee bondad,
grandeza y los demás principios (3), tal y como hemos probado.
Por esta razón aquí abajo pueden existir, gracias a él, los
fines naturales que sin él no podrían existir.
El cielo, por naturaleza corporal,
tiene mayor cantidad de bondad y demás principios que ningún
otro cuerpo; lo mismo ocurre con respecto a su movimiento y sus
otras cualidades. Su movimiento es el principio del tiempo. Y en
él se colocan todos los demás cuerpos. Y su manera es la causa
de las maneras corporales que están aquí abajo; y lo mismo para
sus instrumentos. Todas esas cosas son verdaderas, como ya lo
hemos probado.
Consideradas las alturas y
naturaleza del cielo y sus partes, sabemos que tiene alma. Así
como el Sol con su natural resplandor causa el día, el cielo,
por medio de su alma causa, aquí abajo, alma vegetativa y
sensitiva.
Así pues, como el Sol no puede
causar el día sin claridad, por la misma razón el cielo no podría
causar aquí abajo el alma si él no la tuviera, por lo que
deducimos que el alma es forma y perfección del cuerpo: la causa
no puede ser perfección del efecto sin ser perfección de si
misma. Por lo tanto, el cielo tiene alma, y con ella perfección,
siendo la causa de alma vegetativa en los árboles y de
vegetativa y sensitiva en los animales.
El árbol tiene cuerpo, y su
cuerpo está hecho de forma y materia; su alma, que es la
vegetativa, informa y constituye la forma del cuerpo, y con la
forma del cuerpo constituye la materia del cuerpo. Así pues,
dentro del árbol está la vegetativa, fin y plenitud el árbol,
por esta razón todas sus partes el deseo de vegetar. Lo mismo
sucede con respecto al cielo: tiene un cuerpo compuesto de forma
y materia, ya que sin forma y materia no sería un cuerpo ni
tendría movimiento. Y si el cielo tuviera otra forma que no
fuera la perfección de la del cuerpo, sería el árbol de más
noble condición que el cielo, que naturalmente es su causa, lo
cual es imposible. Así pues, el cielo tiene alma.
La forma del árbol, que junto con
la materia constituye el árbol, no tiene otro deseo que el de
hacer substancia con la materia, ocurriendo lo mismo con la
materia. Cuando el árbol está seco y en él no se halla la
vegetativa, su forma sólo desea ser aquel cuerpo. Pero cuando la
vegetativa está en él, gracias a ella, apetece el fin por el
que existe: multiplicar su naturaleza y su semejanza. Por esto,
si el cielo no tuviera alma, su forma y su materia sólo desearían
restituir el cuerpo a su bondad, grandeza y las otras partes de
que está compuesto, las cuales a su vez, serían imperfectas,
vacías de finalidad y ociosas, pues carecerían de naturaleza y
de deseo de obrar y realizar. El cielo no tendría, por sí mismo,
movimiento natural y sería el instrumento de los fines de abajo
sin ningún otro tipo de deseo; tal como el martillo es al clavo,
que por sí mismo no tiene movimiento y no desea herir al clavo.
Conviene, pues, que el cielo tenga alma que informe la forma de
su cuerpo hacia la finalidad de sus partes y de las substancias
de aquí abajo.
Entre la naturaleza y la esencia
existe una diferencia: mientras la esencia tiende a restituir el
ser, es decir, la humanidad restituye al ser humano la leonidad
al ser del león y la fogosidad al ser del fuego, la naturaleza
tiende a naturar; o sea, que la naturaleza del hombre da deseo de
humanizar, la naturaleza del león, de leonizar y la del fuego,
de calentar.
El fuego no tiene alma, pero sí
el cielo, que mueve el fuego por naturaleza a calentar. Si no
tuviera alma no habría naturaleza con la que moviera el fuego a
naturar, pues la materia y la forma del cielo no tienen otra
intención que la de construir el ser celestial. Pero como el
cielo tiene alma, mueve por ello, al fuego a calentar y elementar
de manera natural, por lo que el fuego sin el alma del cielo
carecería de la naturaleza para naturar la piedra y el oro, así
como las otras cosas, pues su deseo estaría totalmente cerrado
en su ser y en existir tan sólo en esencia.
Hemos probado que el cielo tiene
alma, ahora indagaremos qué es y cuál es su alma, y en primer
lugar probaremos que el cielo no tiene alma vegetativa, sensitiva
ni racional.
El cielo no tiene alma
vegetativa, sensitiva ni imaginativa
El alma vegetativa une la
naturaleza de vegetar, que viene por el húmedo nutridor con la
especie de aquel cuerpo al que está unida; así ocurre como en
el árbol que, con la vegetativa, convierte la tierra y el agua
en hojas, flores y frutos. Lo mismo sucede con el caballo que
convierte la hierba que come, en su especie, es decir, en carne y
sangre de su cuerpo. En lo que respecta al cielo, sus partes no
reciben crecimiento, ni hay en ellas generación ni corrupción;
por lo tanto, el cielo no está animado con alma vegetativa.
En los cuerpos sensibles, la
sensitiva da deseo de sentir, comer, beber, velar, dormir y de
engendrar una substancia sensible a otra substancia de su especie.
Esto no sucede con el cielo, pues el cielo no desea comer ni
beber, éstas son obras para sostener al cuerpo para que no se
corrompa; el cielo no tiene ojos, oídos ni otras partes que
pertenezcan al sentir. Y como el alma sensitiva no puede existir
en el cuerpo sin tales operaciones, queda demostrado que no se
encuentra en el cielo.
El alma racional tiene la
naturaleza de recordar, comprender y amar. Todas sus operaciones
las efectúa con libertad de elección, hace sentir y vegetar al
cuerpo con que se une, hace que se mueva y esté como le plazca,
moviéndolo unas veces hacia Levante, otras hacia Poniente,
Mediodía o Tramontana. Esto no lo hace el cielo. Pues el cielo
está continuamente en movimiento y no tiende por naturaleza a
moverse hacia Oriente, ni su alma hace que su cuerpo gire sobre sí
mismo o sienta. No tiene, pues, el cielo alma racional, ya que si
la tuviera haría con él y con su cuerpo lo que el alma racional
hace aquí abajo con los cuerpos y en los cuerpos con los que está
unida.
El movimiento es el alma del
cielo
Conviene que el alma del cielo sea
la esencia más general a la finalidad por la cual existe
naturalmente; así como la vegetativa es el alma del árbol,
puesto que es la más conveniente a su finalidad, que es la de
dar fruto; lo mismo sucede con la sensitiva, que es el alma de
las bestias, ya que lo más útil para las bestias es el sentir.
Así pues, como el cielo es más útil aquí abajo con su
movimiento que con ninguna otra esencia de sus partes, conviene
por ello que la esencia motriz sea su alma, la cual lo mueve y le
da forma y complexión, de acuerdo con su finalidad.
Y se mueve de esta manera, de
acuerdo con su finalidad, por sí mismo, con su forma motriz, tal
como se mueve el árbol por su vegetativa a vegetar y la bestia
por su sensitiva a sentir.
El cielo se mueve naturalmente por
su forma motriz de Levante a Poniente y mueve el Sol y los otros
planetas de Poniente a Oriente. Esto no lo podría hacer el cielo
si la forma de su alma no fuera motriz; pero como lo es, atrae
con su motricidad el movimiento de ellos, como lo hace la
vegetativa en el árbol sobre el agua y la tierra en cuanto las
convierte en su esencia y especie.
El cielo está sujeto a su
movimiento sin ahora, momento ni tiempo, pues no tiene en sí
horas, días ni años, ya que todo su movimiento existe sin
sucesión de tiempo, tal como su círculo no tiene principio,
medio ni fin, y por ello, causa aquí abajo momentos y tiempos
sucesivos. El cielo no podría hacer esto si su alma no fuera el
movimiento de la forma motriz y causa del movimiento sucesivo que
multiplica el tiempo y sus partes, que son: momentos, días,
horas y años.
El cielo no posee en sí mismo un
lugar hacia el cual se muevan o sean movidas ninguna de sus
partes; si lo tuviera, habría un instante que rompería e
interrumpiría la naturaleza de su círculo; por ejemplo, si a un
círculo de intensa blancura se le pone un punto de color negro,
dicho punto desune el color blanco del círculo. Sabido que el
cielo no posee, en sí mismo, un lugar hacia donde se mueva, sino
que se mueve intensa, continua y circularmente, conviene que esto,
que le da tal naturaleza de movimiento, sea una forma motriz cuya
finalidad esté en su natural movimiento.
Así como el deseo del fuego es
moverse hacia arriba y el de la tierra hacia abajo, ya que desea
el centro, así el deseo del cielo está en el movimiento
circular, y su reposos consiste en moverse a sí mismo sin
ubicación ni centro; por lo que conviene que su alma sea forma
motriz la cual se mueve por sí misma, en sí misma,
circularmente, sin sucesión, instante ni movimiento, de un lugar
a otro dentro de su sujeto, que es el cuerpo del cielo, al cual
mueve circularmente.
Ningún cuerpo en movimiento recto
tiene reposo al ser movido ni al moverse por sí mismo. Por
ejemplo, si en el suelo de París hubiera un agujero que llegara
hasta la superficie de las Antípodas y se tirara una piedra por
él, dicha piedra caería al centro del lugar y no se movería de
allí, pues si lo hiciese convertiría su gravedad en levidad.
Pero el cielo no tiene otro reposo que el de moverse
circularmente, y debido a que su centro es su movimiento circular,
ya que su alma es en sí misma motriz, se mueve circular y
formalmente en su sujeto.
Hemos probado que el cielo está
animado por un alma motriz circular. La intención de haberlo
probado es para que los astrónomos sepan que el cielo está
animado por un alma motriz y conozcan, en sus juicios, que las
causas que acontecen aquí abajo están causadas por el alma
motriz del cielo, que les ordena el instinto y el deseo del
movimiento circular, tanto para la generación y la corrupción
como para la multiplicación del sucesivo movimiento en instantes,
horas, días y años.
_____________
(1)
La traducción
que aquí presentamos, del apartado 3 de la segunda parte del capítulo
I, ha sido realizada a partir del texto en catalán. Ver: Ramón
Llull, "Tractat d’ Astronomia", edición de J. Gayà
y L. Badia, en Textos y estudios sobre astronomía española
en el s. XIII, ed. Por J. Vernet, Universitat Autònoma de
Barcelona, 1981, pp.205-323
(2) En catalán: sanitat.
Esta palabra deriva del latín sanitate, que significa:
salud de cuerpo y espíritu.
(3) Los ocho principios absolutos
que corresponden a los ocho atributos de Dios considerados por R.
Llull: Bondad, Grandeza, Eternidad, Potestad, Sabiduría,
Voluntad, Verdad y Gloria.
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