Fragmento
del texto Introducción a la Astrología. S. Fuzean-Braesch. Editorial
Paidos. Buenos Aires (Argentina). 1991. Páginas 67 y ss.
La
astrología se difundió ampliamente entre los persas, sirios, árabes y
turcos y acompañó a la conquista musulmana. Su historia más interesante
abarca ocho siglos a partir del siglo VIII d.C. y corresponde al periodo
islámico. Toma el nombre de El hakam el noud’joun o “juicio de las estrellas”.
Aunque la intención de Mahoma haya sido eliminar de la fe las supersticiones astrales y las ideas judeocristianas, el Corán no formula expresamente una prohibición de la astrología. El mahometano considera a los astros como voluntad de Dios, pero las predicciones no deben tener un carácter fatídico. Y el hecho es que muchos califas tienen un astrólogo a su servicio.
Es
bien conocido el desarrollo de la astronomía árabe, que favoreció
cierto número de progresos astrológicos. Los principales elementos
técnicos del horóscopo natal árabe son de índole helenística, pero el
sistema de las “partes”, descrito en una única fórmula por Ptolomeo
(parte de la fortuna), está particularmente extendido entre los árabes,
sobre todo en Albumasar (Abu Mas’har al Balkhi), quien establece muchos
otros. Las partes han caído hoy prácticamente en el olvido a pesar de
los esfuerzos realizados por ciertos autores para favorecer su
redescubrimiento.
Los
eruditos árabes aportaron algunas importantes contribuciones
matemáticas a la técnica horoscópica. En primer lugar, la determinación
algebraica exacta de las casas intermedias (mientras que Ptolomeo había
definido con precisión los 4 ángulos). Además construyeron nuevos
astrolabios que permitían leer directamente las cúspides de las casas.
En segundo lugar calcularon la fecha de los acontecimientos celestes
gracias al arco ecuatorial recorrido según el movimiento diurno aparente
de un planeta (rotación del globo terrestre).
Los
árabes practican con precisión la astrología genetlíaca y la astrología
horaria de estudio de los aspectos momentáneos de un cielo. Pero
introducen una técnica nueva, de amplia repercusión en occidente: la
astrología “mágica”. Su principio es la combinación de la influencia de
un planeta con metales o con los signos que le corresponden, que
producen, según ellos, “una fuerza sideral” incrementada. De ahí la
práctica de los amuletos y otros talismanes (del griego télesma), cuya descripción se encuentra, dicen, en el Picatrix, obra de magia árabe que influyó sobre nuestra Edad Media.
Las
relaciones entre el mundo islámico, occidental y judío son
excesivamente complejas para ser expuesta aquí: J. Halbronn consagró una
importante tesis al estudio del “mundo judío y la astrología”, en la
que se examina un fenómeno de hebraización de la astrología por parte de
los filósofos judíos españoles del siglo XII (Ibn Azra = Abu Ezra,
Avenarius en latín, autor de una enciclopedia astrológica escrita en
Beziers, en la primera mitad de este siglo).
La
astrología tuvo, por supuesto, sus adversarios durante este período.
Entre ellos el célebre médico, alquimista y filósofo Avicena (Abû Ali
Al-Hosein Ibn SÎnâ) fue de los más severos; evocaba el Corán, “Sólo Dios
conoce el porvenir”, para condenar la astrología. Ibn Khaldún, en el
siglo XIV, reúne sus conocimientos en su obra Del horóscopo y afirma la falsedad de la astrología.
Cuando
finalmente, con la declinación de la gran expansión islámica, la
astrología deja de ser practicada por los eruditos, pasa a ser, como en
todas partes, una adivinación popular más o menos impregnada de magia.
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