Historia de la Astrología: El Gran Imperio de la Mentira.
Autor: Alejandro Fau
Hace poco, en una
fortuita reunión con motivo del cumpleaños de un amigo común, charlaba
con un profesor de una muy reconocida universidad europea sobre la
increíble proliferación de Universidades Públicas en nuestro país en la
última década, y del impacto social que ello constituía en la calidad de
vida de la población. “Creo que es algo muy peligroso”, dijo, “pues hoy
se pierde más de lo que se gana.”, concluyó mientras masticaba
reflexivamente mirando las chispas que ascendían desde el fuego para
perderse entre la negrura profusamente estrellada de la noche
patagónica. Tras una breve pausa para tragar y beberse un trago de vino,
agregó, mostrándome el mutilado Chorizo entre los panes que sostenía en
su mano: “Así, en dos generaciones esta exquisitez desaparecerá para
siempre y será reemplazada por un 'Big Mac' con forma de salchicha. El
mundo necesita más Sabios como el que creó ésto, no más idiotas
titulados que perpetúen las falacias creadas en el pasado para ocultar
la verdad.”
“Solo las mentes pequeñas quieren tener la razón siempre.”
Luis XIV – Rey de Francia (Siglo XVII)
Se presupone que alguien serio,
culto e informado debe reunir ciertas características fundamentales para
ser considerado como tal. Un Académico no es tal si de lo que dice, el
otro, el vulgar profano, entiende inmediatamente más del 40% de sus
palabras, citas, conceptos o nombres de personas que usa como argumentos
para demostrar o referirse a un algo. Un Académico no es tal, si en sus
escritos los pies de página citando antecedentes y fuentes no
constituyen al menos el 75 % del volúmen total del texto que figura en
sus trabajos. Un Académico no es tal, si no tartamudea aunque sea un
poco o, al menos, si su alocusión no suena como si tuviera un puñado de
escarabajos vivos en su boca intentando devorar su lengua. No importa si
habla de Matemáticas, Leyes, Economía, Política, Física de Alta
Energía, de Biología o... de Astrología, si vamos al caso. Cualquiera
que no reúna estas características es, sin lugar a dudas, un mequetrefe
o, a lo sumo, un pobre alucinado que no merece la más mínima atención o
crédito alguno. Lo mismo sucede con su apariencia exterior. Un Académico
es tal solo si está correctamente enfundado en un oscuro traje de tres
piezas y tiene el cuello rígido firmemente atenazado por una sobria
corbata con el emblema de su Universidad o, muy excepcionalmente, por
una triste 'pajarita' que le de un aire de inofensiva inocencia sumisa,
-y si tiene la desgracia de ser mujer, pues es mucho peor, ya que su
apariencia nunca podrá ser alegre o siquiera femenina y deberá de imitar
en todo lo posible la incómoda indumentaria anteriormente descrita para
sus pares masculinos, amén de ser al menos el doble de inteligente (?) y
fanática que ellos- si es que quiere ser tenido en cuenta en cualquier
conversación considerada 'importante'. Un Académico solo puede referirse
a lo que fue y nunca a lo que es a menos que sea igual a lo que ya ha
sido, caso en el cual será asumido no solo como válido sino como
'reveladoramente' cierto cuando se hagan las pruebas y comprobaciones
correspondientes, lo que puede llegar a tardar algunos años. En resumen,
solo se será alguien creíble si se habla de algo de lo que ya mucho se
ha hablado, descrito, escrito, probado y aceptado como “verdadero” antes
de que él mismo naciera sino, es mejor que cierre el pico. Patético
¿verdad? Pues así es como funciona nuestro mundo del conocimiento y
pensar lo contrario es, cuanto menos, pecar de iluso.
¿A
qué obedece que lo anterior sea así? Pues a muchas causas. La principal
es que esa es la “figura de autoridad” que nos fue implantada en el
inconsciente durante casi 2 milenios por quienes históricamente han
detentado el Poder del Conocimiento para poder mantener su posición
dominante eternamente. El mejor modo de que ésto suceda es, pues, que
nada cambie. A menos que sea en provecho de los poderosos, claro. Tal es
el origen y razón de ser de las denominadas Instituciones Fundamentales
de Poder (a saber: Gobierno, Iglesia y Fuerzas Armadas), que se
replican y espejan en cualquiera otra que pueda ser concebida como tal.
¿Se han fijado que si bién en apariencia hemos evolucionado mucho
tecnológicamente, socialmente estamos igual que hace tres milenios?
Abajo quienes trabajan y sufren, por sobre éstos los estudiosos y
sapientes que pergreñan y filtran lo que le “conviene” saber, y lo que
no, al pueblo (los científicos diríamos hoy), luego como barrera de
contención ante cualquier discenso están las fuerzas armadas, y por
encima de ellos quienes gobiernan y disfrutan de todos los beneficios
logrados por el esfuerzo conjunto (los Capitalistas, Reyes -hoy día
también la clase “política” de orden superior- y la Jerarquía Eclesial)
Aquellas instituciones que regulan (y reglamentan) el conocimiento son
solo un ejemplo de esa misma estructura, y son el filtro previo
indispensable a atravesar para acceder a cualquiera de las Instituciones
Fundamentales de la tan mentada “Democracia Moderna”; amén de ser en sí
misma una poderosa herramienta de control de la población retrasando, o
directamente impidiendo, su normal desarrollo intelectual
instruyéndola, y no educándola, hacia lo conveniente. ¿Pero qué es lo
conveniente? Pues, según el estado actual de las cosas en el Mundo, hoy
lo conveniente es... consumir. Consumir, consumir, consumir. No importa
qué o para qué, sino consumir cada vez más y más. El conocimiento real
sigue siempre en manos de unos pocos, y el resto es adoctrinado solo con
retazos de verdades que ayudan a perpetuar la ignorancia y la
obediencia sin ningún tipo de discusión. Los jerarcas de éstas
instituciones son quienes garantizan que nada cambie... ¿Alguna vez se
preguntaron de dónde viene la costumbre esa de usar “togas” en los
graduados universitarios, por ejemplo? Las primeras Universidades
Occidentales fueron creadas allá por el Siglo XII por la Iglesia
Cristiana, históricamente poseedora y guardiana del conocimiento. Una de
las materias obligatorias, y fundamentales por supuesto, era la
Teología (también la Astrología, pero ya volveremos a ello). Por tanto
los “graduados”, los tan mentados primeros “doctores”, eran
indefectiblemente también ordenados como sacerdotes y se los investía
con el uniforme eclesial que los distinguía como propios, y eran de allí
en más considerados como los soldados del ejército intelectual de la
Iglesia que garantizarían la prevalencia de la fe... y de su muy
conveniente dogma, claro. Pues bien, hoy, aunque sagazmente encubierto,
todo ello también sigue exactamente igual que antes.
Muy
cierto es que ha habido grandes avances y cambios en tanto el
pensamiento y el modo en que se encara el conocimiento por parte de las
instituciones a lo largo de la historia. Sin dudas uno muy, pero muy
importante ha sido allá por mediados del Siglo XVII justamente durante
el reinado de quién citamos al inicio de éste artículo, “El Rey Sol”
(Luis XIV de Francia), y que sirvió de disparador para que un siglo más
tarde el tsunami del Iluminismo arrasara a Occidente y que,
literalmente, transformara el Mundo y sus Instituciones (Sí, sí...
Plutón por aquella época estaba en Géminis, ¡casualmente!). Joannes
Baptiste Colbert, Jefe de Gabinete y Ministro de Hacienda del Reino de
Francia, por orden de Le Roi crea la Academia de Ciencias de
Francia con la idea de apartar a la Iglesia del monopolio en la
generación y distribución del Conocimiento que detentara hasta entonces.
Monsieur Colbert era simplemente eso, el Señor Colbert, no era
Conde ni Duque ni Marqués; no era un noble en absoluto, provenía de los
estratos más populares del reino y llegó a ser, oficialmente después
del Rey claro, el hombre más poderoso de Francia. Pero... ¿por qué
ocupaba un puesto tan importante si no pertenecía a la aristocracia?
Pues bien, si debemos creer las propias palabras de Luis XIV, porque era
el hombre más condenadamente inteligente de toda Europa. Todo lo
erudita y astutamente inteligente que pudiera serse en el Siglo XVII,
obviamente, y además, porque odiaba tan profundamente al Estado Papal
como el mismo Rey. (También porque el Reino de Francia, y el propio Rey,
le debían incontables sumas de dinero... pero eso es otra historia) Su
reforma del sistema educativo fue muy muy profunda y radical, con él
comienza la Enseñanza Laica en todo el continente y se prohibe la
enseñanza de la Astrología en las Universidades de Francia (medida que
inmediatamente es asumida en toda Europa Continental e Insular, y
también, paradógicamente, en los Estados Pontificios). Pero la
“Astrología” no desaparece por ello de los claustros totalmente sino
solo parte de ella, aunque sí dejará de enseñarse como un todo de allí
en más. Es desmembrada en tres partes: Matemáticas, Astronomía y
Filosofía, y el “Arte” (aquello que la amalgama y le brinda su profunda
coherencia) fue desterrado y catalogado como mera superstición y
arrojado, junto con todos sus tratados oficiales de estudio, en una
hoguera. ¿Debiéramos condenar como astrólogos a Jean Baptiste por ello?
Bueno, pues sí... y no. Porque, aunque les cueste creerlo, también nos
hizo un gran favor haciendo lo que hizo.
A
partir de la Gran Quema de los tratados de estudio y del paso a la
clandestinidad de la Astrología, los nuevos astrólogos debieron
procurarse los textos nuevamente volviendo a las fuentes, y con ello
descubriendo muchas buenas nuevas, otras no tan buenas ni nuevas, y,
como siempre, algunas muy terribles cosas. De entre ellas la más
terrible de todas era que la enseñanza “oficial” del último medio
milenio era, simplemente, basura... Las pruebas de ello las encontraron
tanto en sus viajes a las remotas tierras del Mediterráneo Oriental,
como dentro de las bibliotecas de los mismos monasterios europeos donde
siempre habían estado, esos lugares en donde abnegados monjes en su
mayoría analfabetos copiaban los libros que los traductores les
entregaban para ser distribuídos en las Universidades de Europa. Ante la
desaparición de las copias en latín, que obviamente habían sido
quemadas, aquellos que tenían la capacidad de leer griego, siríaco y
árabe, descubrieron que aún existían textos originales archivados allí
pese a la prohibición que pesaba sobre ellos. Durante este turbulento
período del que hablamos, finales del Siglo XVII y pricipios del XVIII,
tiene origen una fractura importante dentro de la Astrología que
permanece hasta nuestros días. Por un lado quedaron aquellos que
habiendo rescatado de la hoguera los textos “oficiales” se dedican a
perpetuar la fantasía academicista “tradicional y erudita” que continúa
hasta hoy, y que podríamos denominar como la corriente de “los medievalistas católicos”
-aunque no profesen esa religión- y que son los más típicamente
fatalistas (entre ellos los astrólogos predictivos con gran acento e
insistencia en los cálculos matemáticos, puntos virtuales, kármicos, y
etc.); y por el otro lado la corriente de “los herejes”, que
son quienes siguen refinando y desarrollando el saber antiguo y que
paradógicamente son los más modernistas (Los astrólogos humanístas, los
ciencistas, etc.). Es muy fácil identificarlos tanto en aquella antigua
como en ésta moderna época en que vivimos por sus objetivos mundanos con
el arcano Arte: Para los segundos es el ansia del Conocimiento puro y
el lograr el completo desarrollo del Ser Humano; para los primeros,
vincularse estrechamente con el Poder, gobernar sobre la voluntad de
otros, y procurarse para sí una gran fortuna. Una división que también
subyace en tantas otras áreas del conocimiento, por cierto, como en la
denominada “Ciencia” de hoy en día, heredera del conocimiento
academicista universitario post-astrológico; mientras que algunos ven en
cada nuevo descubrimiento el potencial para ayudar a toda la humanidad,
otros solo pueden ver una nueva arma para destruír a sus enemigos o la
oportunidad de ganar muchísimo dinero guardandolo solo para sí...
Pero
mejor sigamos avanzando con lo nuestro. Entre esos originales que
encontraron nuestros antecesores había tanto textos que nunca fueron
traducidos y que habían sido previamente expurgados y totalmente
prohibidos, como otros que habían sido falseados, mutilados y en parte
re-escritos para adaptarlos al dogma católico y justificar así su divina
autenticidad como única iglesia “verdadera” (algo que ya habían hecho
con muchos libros de historiadores antiguos, por cierto). En nuestros
días debemos pues tener muchísimo cuidado cuando nos decidimos a
estudiar a los Grandes Clásicos de la teoría astrológica helenística
como lo son Claudio Tolomeo (Syntagma -llamado luego Almagesto por los árabes- y el Thetrabiblos) y especialmente a Julius Firmicus Maternus (De Errore Profanarum Religionum -Del error de las Religiones Paganas- y la Mathesis -que en realidad se llamaba: Matheseos Libri VIII,
Los Ocho Libros de la Mathesis-), pues existen muy diferentes versiones
de cada uno de ellos en circulación y debe prestarse mucha atención a
su procedencia si es que en verdad queremos sacar provecho de su
lectura, pues ambos fueron la columna vertebral del Corpus Astrologicum
en que las “Universidades” del Medioevo basaron su enseñanza. Hablaremos
un poco sobre ellos, estos autores y sus obras, de cómo fueron a parar
allí o del porqué fueron eliminados o mutilados algunos de esos textos;
pero primero nos referiremos al contexto en donde ésto sucedió para
comprender mejor el cómo es que la Iglesia Católica Romana está obligada
a abrazar públicamente a la Astrología en sus orígenes; decimos
“públicamente”, porque a nadie escapa hoy en día que es causa oculta de
su mismo origen. La principal razón es que allá por el Siglo IV el ya
decadente Imperio Romano adopta oficialmente la fe Cristiana con
intención de lograr una estabilidad interna que se había desmadrado a
causa de las dimensiones que había adquirido por medio de la conquista y
de la megalomanía de sus gobernantes. Si bien tenía una clara unidad
política con su centro en Roma en cuestiones de prácticas y creencias
religiosas era un calidoscopio de lo más variopinto, lo que generaba una
cada vez mayor ineficiencia económica para las arcas de un Estado
elefantiásico que se volvía más y más oneroso de sostener en el tiempo.
Había que apelar a la voluntad Divina en serio para lograr seguir
estrujando al pueblo y continuar así con la fastuosa orgía por siempre
jamás. Para lograr ésto no era suficiente con elegir alguna de las
tradiciones milenarias existentes, pues ello recrudecería las viejas
rivalidades que acarrearía enormes gastos militares para imponer el
orden y el Imperio no podía ya afrontarlos sin perder más de lo que
ganara con ello. Se decidió pues apelar a la más jóven (para su época),
pues ello era mucho más fácil en vista de su creciente renombre entre
los descontentos de siempre y, debido a su generalizado desconocimiento,
mucho más simple de manipular y adaptar a los fines imperiales sin que
nadie protestara por ello o pudiera discutirlo siquiera. Lamento ser yo
quien los informe tan crudamente de ello, pues sé que muchos/as de
ustedes profesan ésta religión y que todos, absolutamente todos, fuimos
instruídos por ella y su monumental aparato educativo deliberadamente
desinformante, pero la “invención” de la Iglesia Católica Romana
obedeció a una necesidad política de un Imperio que se desmoronaba
económicamente y la de sus líderes que se negaban a perder sus obsenos
privilegios por sobre el pueblo del mundo de Occidente... y ciertamente
su objetivo nunca fue el de lograr la paz y la armonía, sino solo la
sumisa obediencia que garantizara el seguir recaudando y concentrando el
poder fáctico del mundo en pocas manos.
Pero bién, en el Siglo IV con una
Religión totalmente novedosa no se lo consigue todo, también había que
incluírle algo que aceptaran todos y no solo los disconformes, debía
tolerar algunas cosas que ya eran de práctica común. Dentro del Imperio
Romano lo más comúnmente aceptado en cuestiones de creencias era pues...
la Astrología. La Astrología Helenística, si debemos ser más precisos.
Como tantas otras cosas, la astrología llegó a Roma debido a la
influencia griega. Entre los griegos y los romanos, Babilonia o Caldea
se identificaba tanto con la astrología que la "sabiduría caldeana" se
convirtió en sinónimo de videncia a través de los planetas y las
estrellas. Los astrólogos estuvieron muy en boga en la Roma Imperial. En
efecto, al emperador Tiberio se le había predicho su destino al nacer
y, por esta razón, se rodeó de astrólogos como por ejemplo Trasilo de
Mendes, que era su favorito. En palabras de Juvenal, "hay personas que
no pueden aparecer en público, cenar o bañarse, sin haber consultado
primero una efemérides". Doy fe que hoy día hay muchas personas que
padecen de lo mismo siguiendo con esta paranoica costumbre. El Emperador
Claudius, por otra parte, favoreció en Roma todo tipo de augurios y,
por supuesto, a los astrólogos. Así fue que en sus inicios la Nueva
Iglesia toleró la Astrología a instancias del Emperador y de su círculo
de poder para mantener las tradiciones romanas. La dicha duró poco en
verdad, ya que un siglo y medio después, a instancias de Constantino, no
solo se la prohibió, sino que a los astrólogos se les ordenó quemar sus
libros, y fueron perseguidos y ejecutados incluso muchos matemáticos
para evitar que los reescribieran y mejorasen. Una historia oscura la
nuestra, en verdad. Pero en fin, estabamos en las Universidades del
Medioevo creadas por esta misma Iglesia en donde la Astrología era la
única “ciencia” aceptada como tal y debía enseñarse para ser considerado
alguien “culto” y apto para ejercer el Gobierno de las Naciones
Occidentales y Cristianas. Pero... ¿de dónde iba a sacar la Iglesia
Astrólogos de renombre que no hubiese asesinado, torturado o
desacreditado a lo largo de su propia história habiéndolo tachado de
hereje, pagano, demoníaco o blasfemo?
Comencemos
haciendo una breve síntesis sobre nuestro tan conocido Tolomeo, ya que
todos hemos oído hablar de él en nuestros estudios escolares básicos
aunque de modo muy vago y ciertamente muy inexacto. Se nos dijo que era
un encumbrado y sabio personaje de la nobleza egipcia, y estudioso
astrónomo de la antigüedad que llevaba la dirección de la famosísima
Biblioteca de Alejandría con el propósito de impresionar nuestras
virginales e ignorantes mentes de pre-púberes, pero esto no es más que
otra de las mentiras que construyó la Iglesia Católica Romana para dotar
de un prestigio que no tenían a esos personajes que debían validar su
dogma. Klaudios Ptolemaios, tal su nombre
real, nació en Tebaida, Egipto, allá lejos en el año 100 de nuestro
calendario (inicio del Siglo II), y si bien provenía de la familia
dinástica de los Ptolomeos (de hecho si Roma no hubiese invadido jamás
egipto hubiese sido el Faraón Ptolomeo XVI si algún primo no lo
asesinaba antes para hacerse con el poder, cosa muy común por aquel
entonces), su familia estaba desde hacía generaciones muy venida a menos
a causa de ser egipto una alejada y empobrecida provincia del
Monumental Imperio Romano. Como hijo de una familia acomodada fue
enviado a estudiar a Alejandría en lo que quedaba de la famosa
Biblioteca, la que ya había sido saqueada e incendiada dos veces
perdiendo algo así como el 95 % de su original contenido durante los dos
siglos anteriores a su llegada. Al concluír sus estudios quedó
trabajando allí como un funcionario segundón dando algunas clases y
haciendo algunas investigaciones que justificaran su estancia ahí. Hoy
diríamos que era un niño de familia rica venida a menos que estudió y
trabajó como mediocre profesor en una Universidad de segundo orden a
causa de la influencia de su familia, porque nadie sabía dónde ponerlo.
Fue un aceptable matemático para su época aunque no muy lúcido, un
astrónomo bastante malo, mejor óptico e intuitivo aunque pésimo
geógrafo. Su mayor logro fue la invención del Teodolito y la idea de un
sistema de coordenadas para la confección y lectura de mapas (aunque su
metodología de calcularlas era horrorosamente inexacta). ¿Por qué
entonces la sagaz Iglesia Católica Romana ensalzó tanto a este
mequetrefe al que nadie hubiera mirado dos veces en su tiempo? Pues...
porque sostenía tozudamente la idea de un Cósmos Geocéntrico. Según su
teoría la Tierra era el Centro de todo lo que existía, estaba
absolutamente inmóvil y todo el Universo giraba a su alrrededor, y ésto
era muy pero que muy conveniente para el dogma judeo-cristiano. Debemos
recordar que Aristarco de Samos unos 400 años antes de que
naciece Tolomeo (en el 280 A.C, Siglo -III) ya había propuesto y
demostrado que la Tierra giraba sobre sí misma y en torno al Sol,
pero... 1) Sus libros se habían quemado durante el primer incendio de la
Biblioteca y el Museión 200 años antes y Tolomeo ignoraba lo todo de
él, aún siquiera su mera existencia; y 2) Aristarco era un maldito
pagano y no debía dársele crédito según la Iglesia, que sí sabía de su
existencia y de lo que hablaba (Recuerden que mandaron asesinar a
Hypatía, primer mujer científica de la historia -astrónoma y
matemática-, por atreverse a postular lo mismo allá por los inicios del
Siglo V) La Teoría y “demostración” del Universo Geocéntrico es de lo
que trata el Almagesto, texto universitario de Astronomía obligatorio en el Medioevo junto con un muy acotado Thetrabiblos
(que es un texto posterior y que habla específicamente de astrología,
principalmente Caldeo-Babilónica) el que habían respetado en un 45%
apróximadamente porque el resto eran solo “vulgares paganismos”, aunque
nadie supo jamás de eso en ese entonces salvo los traductores -Ptolomeo
escribió solo en Griego, aunque las traducciones que se conocen de su
obra provienen del sirio y el árabe pues sus manuscritos se perdieron
incluso antes de su muerte en el tercer incendio que arrasó lo que
quedaba de la biblioteca de Alejandría. Su primer traducción al Latín la
realizó Gerardo de Cremona en el Siglo XII para más datos-. Menuda
censura de un conocimiento ya bastante vapuleado, ¿no les parece? Pues,
la cosa se pondrá aún más interesante todavía...
Había
que buscar otro autor antiguo, Cristiano de ser posible, así que se
remontaron a sus primeros orígenes para conseguirlo. El pobre tipo se
llamaba Julius Maternus Firmicus, había sido un buen abogado, y había escrito De Errore Profanarum Religionum
allá por el año 346 por encargo de la Iglesia Imperial; pero que
convenientemente había sido, décadas antes de su conversión al
Cristianismo tras lo cual se le había hecho el encargo que mencionamos,
¡un ferviente entusiasta de la Astrología! (aunque no había sido de
ningún modo astrólogo ni mucho menos, ya que era un pésimo matemático).
Allá por el 334 había compendiado para un amigo y patrón suyo llamado
Lollianus Mavortius (un alto funcionario del gobierno imperial según nos
informa Marcelino, el historiador Amiano -nacido en 330 y muerto en 395
dC- y cuyas promociones registra en una serie de inscripciones en sus
textos), y con el solo fin de ganar sus favores, todo el conocimiento
astrológico helenístico de su época en una especie de Manual
Teórico-Práctico que llamó: Matheseos Libri VIII (Ocho libros
de la Mathesis). Por aquella época en que lo escribió, Julius era un
descreído de todas las religiones e incluso del cristianismo, así que
debían hacerse algunos ajustes. Se la tituló simplemente como Mathesis y
solo se respetaron los libros III, IV y VI, y el resto fue reescrito
para ajustarlo a lo conveniente. Ambas obras eran el fundamento
principal de la materia Astrología en las universidades medievales, con
el apoyo logístico de Tolomeo en cuestiones que tenían que ver con su
fundamento matemático. La obra original de los Ocho Libros de la
Mathesis (escritos desde su origen en latín) no vieron la luz pública en
su forma completa y real hasta 1898, año en que W. Krool y F. Skutsch
la publican en Alemania como “curiosidad” por primera vez. Como vemos,
nuestra tradición “académica” deja mucho que desear; y si a ésto le
sumamos que toda la educación recibida en occidente tiene el mismo
origen pues, yo diría que estamos hasta la coronilla de toda la basura
que han metido en nuestras cabezas durante el último milenio para
decirnos lo que debemos creer o no, sentir o no y ser o no ser, para que
todo siga siendo como siempre fue: Injusto y profundamente desigual...
¿Cómo?
¿Qué? ¿Que qué es entonces lo que pienso yo de la gran proliferación de
Universidades en nuestro país? Pues... que está muy bién, pero que
tampoco es suficiente. Se, como cualquiera que pueda tener el coraje de
aceptarlo, que con nuestro actual sistema económico mundial y nuestra
sociedad cada vez más tecnologizada serán necesarios cada vez más
trabajadores altamente especializados y que el mercado laboral exigirá
que estemos a la altura para poder sobrevivir tanto nosotros como
nuestras familias; también se que sin dudas la práctica del estudio, los
nuevos conocimientos y la agitación intelectual que promoverán los
cláustros, darán a luz a muchos que tendrán la mente lo suficientemente
abierta para lograr torcer el rumbo que venimos siguiendo como modelo
imperial social histórico, y que podrán llegar a tener la oportunidad de
cambiarlo de una vez y para siempre solo si nosotros nos preocupamos de
que así sea. Ya tenemos Universidades Públicas y Gratuitas, y espero
que existan aún muchas más, pero lo que con urgencia necesitamos también
ahora, es garantizar que esas mismas universidades sean
intelectualmente independientes y totalmente libres sino, a lo sumo,
solo llegaran a ser una más eficiente máquina de fabricación de
esclavos.
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