LAS ESTRELLAS COMO DEIDADES
Artículo editado en la revista Ñ cultura. 25 de julio de 2009. Buenos Aires, Argentina.
¿Son
incompatibles la astrología y la religión? ¿La costumbre de ciertos
Papas de consultar horóscopos santifica la ciencia de los astros? Los
argumentos para descalificarla, esgrimidos por religiosos, académicos y
científicos, suelen coincidir. Sin embargo, las predicciones de diversa
procedencia gozan de buena salud gracias al sincretismo new age
contemporáneo.
A comienzos de 1984 el teólogo Gino Concetti escribió en L\'Osservatore Romano,
el periódico del Vaticano, que la astrología y los horóscopos son
contrarios a la moral y la fe católicas. Astrólogos y adivinadores le
respondieron ofendidos. "Yo soy religiosa y creyente -objetó la
astróloga Antonia Bonomi- y con el horóscopo ayudo a la gente a
conocerse mejor, no a escrutar el futuro". Lo mismo pudo haberle
respondido un psicoanalista o un espiritista.
Quienes
se hicieron eco del debate señalaron que ya en los Concilios de Toledo
(447) y Braga (561) la astrología había sido condenada por el
catolicismo (también se condenó el priscilianismo, doctrina cristiana
predicada por Prisciliano en el siglo IV, fundada en los principios de
pobreza y austeridad, acaso porque relacionaba los signos zodiacales con
las diferentes partes del alma); que en el siglo XV el pensador
italiano Giovanni Pico della Mirándola, en Disputaciones adversus astrologiam divina tricem,
retomando premisas de San Agustín de Hipona y Marsilio Ficino, cargó
contra la astrología al encontrarla reñida con las nociones cristianas
de libre albedrío. "La
astrología -escribió Pico- corrompe la filosofía, adultera la medicina,
debilita la religión, favorece la idolatría, hace a los hombres
miserables, ansiosos, fatalistas, esclavos e infelices". Lo mismo pudo haber dicho del psicoanálisis o el espiritismo.
Pero
en el debate de 1984, tal como quedó registrado en varios periódicos
europeos, también se argumentó que por lo menos tres Papas confiaban en
las predicciones astrológicas: Julio II (1443-1513) se coronó el día
sugerido por un grupo de astrólogos; Pablo III (1468-1549) pidió a sus
astrólogos que le recomendaran a qué hora convenía convocar a los
cardenales; León X (1475-1521) nombró a un profesor de astrología en la
Universidad de La Sapienza, creada en 1303 por Bonifacio VIII y hoy la
más grande de Europa.
En
tanto anécdotas reconciliadoras dejaban mucho que desear. Legitimaban
la práctica astrológica desde el punto de vista del catolicismo tanto
como si se hubiera argumentado que cierta vez Benedicto XVI leyó el
horóscopo de un matutino mientras desayunaba, o que una tarde Juan Pablo
II abrió una galleta de la fortuna en un restaurante chino. En sus
inicios el cristianismo tuvo una buena relación con la astrología,
aunque no tardó mucho en asociarla con los judíos, los árabes y los
satanistas. En el Medioevo se estableció una "astrología natural" (la
que formaba parte de las ciencias naturales, como la astrología médica) y
una "astrología judicial" (considerada hereje por la Iglesia Católica).
Al final toda astrología acabó "judicializada", pues dejó de formar
parte del corpus de las ciencias naturales. "Dios
aborrece y advierte seriamente en Su palabra que no se confíe ni en los
astrólogos ni en la astrología -escribió una persona sin identificar en
un portal evangelista, copypasteado
hasta el hartazgo, apoyándose en citas de pastores como Luis Palau o
Josh McDowell-. No debemos consultar ni a adivinos ni a encantadores. Si
Dios lo determina así, será porque no es algo bueno, no viene de El; y
si no viene de El, viene del enemigo". O sea... ¿Árabes? ¿Judíos? ¿Satanistas?
Astros y culturas. La astrología occidental contemporánea descubrió otras astrologías, como la china, la maya o la hindú.
Los
horóscopos y el cristianismo, en cualquiera de sus versiones, no se
llevan bien, aunque la mayor parte de los cristianos no estén enterados
de la animosidad ni sepan que Dios dejó constancia de su enfado en el
Antiguo Testamento (Jeremías e Isaías fueron meticulosos portavoces, y
en varios pasajes bíblicos surgen interesantes interpretaciones de por
qué Lily Sullos y Ludovica Squirru arderán en el infierno; por ejemplo,
Deuteronomio, 4:19: "No
sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las
estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado y te inclines a
ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los
pueblos debajo de todos los cielos". Las críticas cristianas hacia
la astrología sostienen que esta última se funda en la irracionalidad y
la ignorancia, que no posee una base científica. Curiosamente la mayor
parte de la comunidad científica coincide con la perspectiva religiosa,
aunque se haya dicho también que la religión -como la astrología- se
funda en la irracionalidad y la ignorancia. Pero siempre se pueden
encontrar amigos entre los enemigos del enemigo.
Astrólogos y curanderos
En
2005 la revista dominical del diario español El País protagonizó un
curioso incidente: se confundieron los términos "astronomía" y
"astrología" en un artículo sobre lo primero. Incluso el título de tapa
anunciaba: "Cazadores de planetas. Astrólogos que rastrean el universo en busca de mundos desconocidos".
Asociaciones profesionales y amateurs de astronomía pusieron el grito
en el cielo. Fue como si hubieran insultado el buen nombre de sus
madres. "En nuestro gremio -escribió en una indignada carta de lectores
un astrofísico de la Universidad de Córdoba- se considera de lo más
ofensivo llamar astrólogo a un astrofísico o a un astrónomo. Sería
equivalente a llamar curandero a un médico".
Tenía
su gracia. Veinte años antes, en septiembre de 1975, casi dos
centenares de científicos y académicos (entre los que se contaban
dieciocho Premios Nobel) firmaron un manifiesto al que llamaron Objeciones contra la astrología, publicado en The Humanist: "Es
sencillamente un error imaginarse que las fuerzas ejercidas por las
estrellas y los planetas en el momento del nacimiento puedan determinar
de manera alguna nuestro futuro. Tampoco es cierto que la posición de
los lejanos astros determine que ciertos días o períodos sean más
favorables para ciertas acciones, o que el signo bajo el cual se nace
decida la compatibilidad o incompatibilidad con otras personas".
Señalaron su preocupación por la creciente aceptación de la astrología
en diversas partes del mundo; sostuvieron que en estos días de luz y
educación no hay necesidad de dejarse seducir por la magia y las
supersticiones. "¿Por
qué la gente cree en la astrología? En estos tiempos inciertos muchos
anhelan la comodidad de tener una guía al tomar decisiones. Les gusta
creer en un destino predeterminado por fuerzas astrales más allá de su
control. Sin embargo, todos debemos enfrentar al mundo, y debemos
entender que nuestro futuro yace en nosotros mismos, y no en las
estrellas".
Ciencia y religión occidental coinciden en que la astrología es una superchería, un pasatiempo inútil en
el mejor de los casos y una estafa peligrosa en el peor de ellos. Y aún
así, buena parte de quienes depositan su fe en la ciencia o la religión
no se privan de curiosear de reojo su signo cuando se topan con el
horóscopo en el periódico. "No creo en la astrología -observó el
escritor Arthur C. Clarke-. Soy de Sagitario y soy escéptico". Aunque
partan de premisas contradictorias entre sí, rezar a alguna deidad,
cuidarse de los microbios y descubrir si esta semana habrá suerte en el
amor conviven en un mismo universo, un universo coherente y sincrético.
Por
ejemplo, una encuesta de 2004 concluyó que el 92% de los
estadounidenses cree en Dios, que el 85% cree en el Cielo y que el 82%
cree en los milagros; también, que el 34% cree en fantasmas, otro 34% en
OVNIS, un 29% en la astrología, un 25%, en la reencarnación y un 24%,
en las brujas.
"Lo
irritante del espíritu new age -escribió el semiólogo Umberto Eco- es
el sincretismo. Y el sincretismo (en su estado puro) no consiste en
creer en una cosa, sino en creer en todas las cosas, aunque sean
contradictorias entre sí". Y agregó: "No siempre dos cosas pueden ser
verdaderas a la vez. Gracias a los alquimistas, Newton nos demostró
precisamente que los alquimistas no tenían razón, lo que no impide que
sigan fascinándonos. Pero también me fascinan Fantomas, Mickey Mouse y
Mandrake, y sin embargo sé perfectamente que no existen".
La
astrología, y la forma cotidiana que adopta en el Occidente industrial
(el horóscopo distribuido por medios masivos de comunicación), no tiene
por qué ser tomada en serio para ser aceptada.
En
general no se considera al horóscopo una verdad revelada, observó el
antropólogo Marc Auge en 2007. Incluso se lo mira con ironía y
escepticismo, pero provee cierta seguridad respecto a las cuestiones
importantes (amor, salud, dinero) del futuro inmediato. "Quien
consulta el horóscopo sabe que le acontecerán sucesos más o menos
favorables, pero el hecho de estar prevenido le consiente de negar la
sorpresa. El imprevisto futuro es algo así como neutralizado y, por
ende, más fácilmente manejable. El individuo puede creer que controla lo que está por suceder".
También se puede leer el horóscopo simplemente como rutina: como se
leen las historietas o los clasificados del diario. Se puede prestar
atención en radio o televisión por las mismas razones: "¡Uy! ¿A ver qué
dice de Piscis?". Las historias de vampiros y zombies son fascinantes,
aunque los vampiros y los zombies no existan. Y hoy todos, o casi todos,
saben que los vampiros y los zombies no existen.
En
términos generales todas las sociedades humanas han tenido
conocimientos y creencias astronómicas, si por eso se entiende que
establecieron formas sistemáticas de mirar el cielo para encontrar
pistas, o causas, de los aconteceres terráqueos y su devenir. También
depositaron este conocimiento en un grupo determinado de personas.
Establecieron rituales de adivinación. Trazaron maneras específicas de
acceder a este conocimiento, de distribuirlo, de emplearlo, de
combinarlo con otros tipos de conocimiento, de volverlo parte de la vida
cotidiana o su más extraña excepción.
En
Babilonia y Asiría la astrología constituía el culto oficial de Estado y
de aquí datan los primeros registros documentados (las tablillas
conocidas como Enuma anu enlil).
Tres mil años más tarde, el presidente Ronald Reagan consultaba a la
astróloga Joan Quigley sobre cuál era el mejor momento para dar un
discurso o para encontrarse con mandatarios extranjeros. En mayo de 1988
la revista Time tituló: "¡Dios santo! ¿Una astróloga establece la agenda del presidente?".
Quigley se encogió de hombros. La astrología es una ciencia, afirmó.
Carl Jung hubiese estado de acuerdo, y también Taqi al-Din y Galileo
Galilei.
Existe
una historia legitimada, enciclopédica. En su usanza occidental, los
primeros registros astrológicos proceden de las culturas caldea y
babilónica. En la Antigüedad, se practicó en Egipto, Grecia, India y
Persia. Los griegos aportaron el sistema astrológico que perfeccionarían
los romanos, y los primeros cristianos siguieron la tradición. La
práctica se reintrodujo con fuerza en la Alta Edad Media y alcanzó su
esplendor durante el Renacimiento.
Nicolás
Copérnico, Johannes Kepler, Gerolamo Cardano y Tycho Brahe fueron
algunos de quienes pretendieron darle una base científica. El Siglo de
las Luces se los tragó a todos y por fin la astronomía moderna se
desprendió de la superchería astrológica (unos cientos de años después
de que el astrónomo persa Abu Rayhan Biruni, en el siglo XI,
estableciera una distinción semántica entre astronomía y astrología).
Desapareció y reapareció en los siglos XIX y XX. Entró en los diarios,
la radio, la televisión. En 1975 los Premios Nobel ya objetaban. En el
siglo XXI el sincretismo había triunfado: se puede creer en todo, aunque
se contradiga entre sí.
Acaso
el mayor descubrimiento de la astrología occidental contemporánea sea
la existencia de otras astrologías, propias de sociedades del pasado o
del presente (china, maya, hindú, tibetana, celta, birmana, etc.). El
modo en que estas astrologías conviven, se retacean, combinan y
sincretizan, el modo en que se convierten en baratijas de mercado y se
compran y venden por millones, es fascinante. Qué importa que sean
insostenibles desde cualquier perspectiva empírica, epistemológica o
teórica. Cuando se la coloca bajo el microscopio, como hecho social e
histórico, la astrología es simplemente fascinante.
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