Astrología y destino
Hace
poco me preguntaba un lector qué es el destino. Comprendo que cuando
uno lee los pronósticos de esta página puede acabar preguntándose si
nuestra suerte está ya escrita, pues si no lo estuviera en cierto modo,
no se podrían hacer esos mismos pronósticos. Y si hay una determinación
a nivel astral, es lógico pensar que la hay también a nivel individual,
aunque sea menor (el individuo siempre tiene más capacidad de elección
que la masa, como ya nos decía Asimov en La Fundación). Voy a tratar de
contestar a esa pregunta en la medida de mis posibilidades. El problema
es que ésas son escasas: ni tengo formación en filosofía, ni en
esoterismo, ni acabo de entender las cosas y lo que pondré a
continuación tal vez sólo sea una mala digestión de Plotino y de las
enseñanzas de los gnósticos. Además, esas reflexiones me han llevado
por derroteros que pueden hacer dudar a más de uno de mi salud mental o
le llevarán a pensar que tengo una empanada mental brutal. ¡Qué se le va
a hacer! En fin, allá vamos:
Esta
pregunta sobre el destino es quizás de las más difíciles de contestar,
pues el concepto "destino" tiene muchas facetas y tal vez no sea en
absoluto lo que pensamos que es. Además, lo más chocante es que la
gente, cuando se pronuncia sobre ese tema, suele decir: "No creo en el
destino". El mero hecho de utilizar el verbo "creer" sitúa el tema en
el terreno de la fe, no de la experimentación. En este caso sería la fe
en la ciencia para el que no cree en el destino. El hombre suele
rechazar la idea de que existe un destino, porque eso sería admitir que
no controla su vida al 100%. Y eso asusta.
Incluso
los que practican la astrología y tienen una experiencia más directa
del destino suelen introducir cuarenta mil salvedades, que parecen más
excusas inventadas para tranquilizar los propios temores que otra cosa.
Es frecuente que aquellos que practican la astrología psicológica
quieran convencernos de que lo astros determinan el carácter, pero no el
destino, porque eso es determinar demasiado al ser humano. Ese
planteamiento tiene dos objeciones:
-¿Cómo
podrían determinar el carácter y no el destino, si el segundo suele ser
en un 80% el resultado del primero? Uno consigue en la vida lo que ha
creado con su propia acción y carácter, con sus elecciones. Determinar
el carácter es por lo tanto determinar el destino.
-Por
otro lado, el astrólogo predictivo sólo describe al individuo las
posibilidades que podría tener, en cambio el que hace astrología
psicológica le dice cómo es él. ¿No es eso mucho más determinante? Yo
ya sé que hay factores de mi vida sobre los que no tengo capacidad de
decisión (mi altura física, el tener estos padres y hermanos, este
director, haber nacido en tal o cual país y cultura etc.), pero si me
dicen que mi mente está condicionada y que soy así porque así estaban
los astros el día en el que nací, también me están determinando. Porque
ese tipo de afirmaciones no son iguales en boca de un astrólogo que de
un psicólogo. El paciente sabe que el psicólogo hace un análisis de su
carácter concibiéndolo como el resultado de la combinación de
determinados factores genéticos y contextuales (educación, país,
vivencias etc.). Eso deja abierta la puerta a modificar el carácter,
pues si éste ha sido modelado por hechos externos puede ser modificado
de nuevo por otros agentes exteriores o disciplinas. En cambio, si
nuestra forma de ser es el resultado de haber nacido a tal o cual hora,
esto equivale a decirnos que lo más profundo de nuestro ser y,
teóricamente, lo más libre (la mente) está predestinado a ser de ese
modo y las posibilidades de cambiar se reducen mucho. A mí eso me
parece mucho más determinante que decirme que se me va a estropear el
coche.
El concepto de destino se puede concebir como algo per se (tienes el destino que tienes porque sí, porque así te ha tocado) o se puede unir al concepto de karma. Recordemos que el karma es un concepto oriental, la “ley de la retribución”. Es decir: cada acto tiene su consecuencia,
ya sea buena (dharma, la recompensa) o mala (el karma). Esta
retribución se puede recibir en una misma vida o a lo largo de varias
existencias. Algunos filósofos occidentales antiguos (como Jámblico, en
“Los misterios de Egipto”) abundaban en esa idea. Además, según se nos
dice, existe un karma individual, familiar, colectivo, mundial etc.
Eso supone que uno no sólo tiene que “pagar la cuenta” de sus propios
actos, sino también de los de su familia, país etc. Todo se paga. Es
duro, pero justo. El destino (bueno o malo) sería por lo tanto según
esa teoría la cuenta que te toca pagar en esa vida.
Hace
unos años fui a Francia a dar un curso de astrología y el profesor,
Denis Labouré (especialista en astrología védica), dio otra versión del
karma muy distinta: nos comentó que en el antiguo hinduismo el karma no
era algo individual, tal como se concibe hoy en día, sino que era algo
así como una carrera de relevos: la carga estaba allí y cada uno la iba
recogiendo sucesivamente. Obviamente, eso me pareció tremendamente
injusto. Si otro cometió un asesinato, ¿por qué lo voy a tener que
pagar yo? Descarté la idea por absurda y, sobre todo, desazonante.
Años más tarde participé en constelaciones familiares
y allí sí pude comprobar que existe un “karma” familiar, que va más
allá del individuo (y también de la genética, pues se aplica también a
los hijos adoptivos). Lo que se aprende en las constelaciones
familiares (y se aprende por la práctica, sin resquicio para la duda) es
que todo acto nefasto produce una perturbación de la energía,
lo que ellos llaman “enredo sistémico”, y que aquellos que pertenecen a
ese grupo energético (familia, país, raza) quedan afectados por dicho
enredo. Es como si todos estuvieran en la misma bañera: cada uno tiene
su cuerpo y su mente, pero si uno se mea, salen todos meados.
Algunos
psicólogos tratan de explicarlo como un patrón de conducta que vendría
de la prehistoria (la fusión del grupo por necesidad de supervivencia),
pero lo cierto es que no es sólo un patrón mental: allí hay una energía
colectiva muy superior al individuo. Una energía tan poderosa que si
alguien ajeno a esa familia interpreta en la constelación el papel de
uno de aquellos familiares puede acabar en el suelo porque sus piernas
ya no le aguanten. Y no es sugestión, es físico: he visto derrumbarse a
personas hiperracionalistas que un minuto antes se estaban burlando
abiertamente de los demás. No estamos pues hablando sólo de cosas
mentales, sino de mente y energía como entes unidos entre sí. O de una energía mental que actúa sobre la materia.
Pero
esto tampoco parece seguir la lógica del karma como ley de
retribución. En la ley de karma todo acto tiene su retribución (buena o
mala). Es decir: si ayudo a la humanidad, seré ayudado (si no en esta
vida en otra). En cambio, si daño a la humanidad, seré dañado en la
existencia actual o en una futura. En cambio, en las constelaciones
familiares ves que, por ejemplo, si un miembro de la familia murió
ahogado y la familia no superó aquel trauma, otros miembros de la
familia pueden morir ahogados en otras generaciones. Es un dolor que
resulta tan fuerte que se convierte en una especie de agujero negro para
esa familia, atrapando a inocentes. Esto nos recuerda las antiguas
leyendas griegas (como la de los Atreidas o la de Edipo) en las que las
maldiciones familiares se heredaban generación tras generación. Ahora
bien, en las constelaciones familiares, si uno de los miembros de la
familia consigue romper ese círculo vicioso y librarse él mismo del
dolor, los demás miembros de la misma familia (tanto los vivos como los
muertos) también experimentan en mayor o menor medida una liberación.
Es decir: se comparte el dolor, pero también la curación del dolor. Los límites entre la acción individual y colectiva se borran.
Supongo
que un budista o un hinduista nos diría que los descendientes que
heredan ese dolor no son tan inocentes, pues han nacido en esa familia
porque ellos mismos llevaban un karma idéntico. Pero, si la liberación
que aporta uno la reciben todos en la medida de sus posibilidades, a
pesar de que no es fruto de una acción suya personal, ¿por qué habría
que pensar que el dolor que comparten sí les viene de una acción
personal y no es algo también compartido más allá de los actos de uno
mismo? Si lo bueno es “repartible”, ¿porqué no habría de serlo lo
malo? Si funcionamos a una para una cosa, también funcionamos a una
para otra.
Es imposible saber quién tiene razón, pero lo que sí queda claro de todo ello es que el destino no es algo individual, sino colectivo. Y es colectivo para lo malo y lo bueno.
Después de ver eso, la idea del antiguo hinduismo (el karma como una carrera de relevos) me empezó a parecer más lógica: si dejamos un poco de lado el individualismo y vemos a toda la humanidad como un ente colectivo formado por muchos individuos, sí, pero que funciona como un solo ser en un nivel más profundo, se entiende mejor que tanto la perturbación de la energía (el dolor) como la curación afecte a todo el grupo, más allá de la acción personal de cada uno.
Unas cuantas experiencias astrológicas.
A todas estas ideas anteriores sumé unas cuantas experiencias astrológicas. Me pidió una vez una mujer que eligiera la fecha del nacimiento de su bebé, ya que el parto tenía que ser provocado. La ginecóloga dio un plazo de dos semanas a la madre para elegir el día.
Primero me colapsé ante tamaña responsabilidad, pero luego, lo pensé detenidamente y llegué a la conclusión de que no había motivo para angustiarme: se me estaba pidiendo algo imposible.
Me
explico: en una carta natal se ven detalles de todas las personas que
están en el círculo del nativo, ya sean padres, hermanos, parejas,
hijos, amigos, vecinos etc. Y todas esas cartas están sincronizadas
entre ellas, de modo que cuando la carta del nativo indica la
posibilidad de muerte del padre (por ejemplo) la carta del padre augura
un fatal desenlace para el mismo. Una carta de una fecha de nacimiento
elegida por un astrólogo no estaría sincronizada con todas esas cartas.
Por lo tanto, sólo había dos posibilidades: o podía elegir esa fecha de
nacimiento (y eso demostraría que la astrología es falsa) o, eligiera
la fecha que eligiera, el niño nacería cuando tenía que nacer.
Pedí
a la madre los datos natales de los 4 abuelos, padres y hermanos, tíos y
primos. Los 4 abuelos tenían una Luna en Libra aspectada por Marte.
Los padres y hermanos tenían todos una Luna de naturaleza
marcial-saturnina. Por lo tanto, elegí la fecha más bonita, se la di a
la madre y le dije: “Esa es la fecha que he elegido, pero tu hijo no
nacerá ese día. Nacerá con una Luna Marte-Saturno.” Y así fue: hubo
complicaciones, no nació el día elegido, sino otro día, con una Luna
Marte-Saturno. Si no hubiera nacido con la Luna exactamente tal como
preveía, podría haber sido casualidad, pero no lo era.
Pensé
entonces en mi sobrina, que también había nacido en un parto
provocado. Comparé su carta con la del resto de la familia y era
calcada: la carta de esa niña nacida con un parto provocado era, de los
cuatro nietos, la más parecida a la de los abuelos: Luna en Cáncer y con
mal aspecto de Marte y de Saturno. Se ajustaba mucho más al destino
familiar que las cartas de los nietos nacidos a su hora.Mi conclusión fue, por lo tanto, que a pesar de las apariencias, uno siempre nace cuando tenía que nacer y que su destino no es algo autónomo, sino coordinado con el de todos aquellos que en algún momento entrarán en su vida.
Más interrogantes
La pregunta que se plantea ahora es en qué nivel se hace esa “programación”. Yo, como buena neoplatónica, no puedo creer en un Dios que decide algo. Es ilógico. Si Dios decide y actúa es que es cambiante, ya que puede hacer algo (tomar una decisión) que no había hecho un poco antes. Si es cambiante es mutable y dual. Y si es mutable es mortal, porque todo lo que puede cambiar morirá algún día. Entonces Dios no sería Dios.
Para
el neoplatónico Dios simplemente ES. Es la esencia, el SER. De Dios
emana la mente, igual que del fuego emana el calor. El calor no es el
fuego, pero sí es su efecto. La mente tampoco es Dios, es una emanación
suya. Ahora bien, esa emanación se va debilitando poco a poco a medida
que se aleja de su fuente, disminuyendo, hasta el punto de no
existencia.
Según
el neoplatonismo el hombre está en la materia, en ese último peldaño,
allí donde sólo llega la emanación en su estado más débil. Es como si
uno estuviera muy alejado del fuego: le llega ya muy poco calor, y por
eso sufre del frío. Porque la ausencia del Bien no es el vacío, es el
dolor. Si uno intenta pensar en la persona que más ama e imagina su
pérdida para siempre comprenderá que la ausencia del Bien (el amado en
ese caso) es el mayor dolor imaginable. El mal no viene por lo tanto de
Dios, sino de la ausencia de Dios, del alejamiento de la fuente del
Bien.
Para
soportar ese dolor, el ser humano desarrolla estrategias casi siempre
equivocadas que, de tan repetidas, van cobrando fuerza y energía
(negativa), convirtiéndose en entes autónomos. Porque no son las
personas las que tienen ideas, sino que son las ideas las que tienen a
personas. La personalidad individual sería por lo tanto como un ente
energético menor parasitario (algo parecido a las memorias activas de la
psicología, pero con autonomía y capacidad de actuar), que adquiere
rasgos individuales según las experiencias que uno haya afrontado, pero
que no es el verdadero yo en ningún momento. Es un conglomerado de
sentimientos y recursos generados por las experiencias vividas que está
dotado de cierta autonomía y voluntad, pero que no deja de ser una
excrecencia, un parásito deforme de la verdadera energía que nos
alimenta.
Entre
el hombre (situado en el último peldaño de la energía, en la materia
iluminada por le mente, pero ya materia) y el punto de origen de la
emanación hay otros niveles de energía y de conciencia y allí puede
situarse el ente energético “especie humana”. Si la humanidad fuera
realmente así, un ente colectivo energético (en un nivel de energía algo
más alto que el individuo concreto), se resolverían muchas dudas:
-La
teoría del karma ya no tendría sentido, pues si todos somos uno,
víctima y verdugo son la misma cosa. Nadie tiene que pagar lo que se
hace a sí mismo: ya lo pagó con el sufrimiento que se auto infringió.
-Aquello
que se vive en las constelaciones familiares cobraría un nuevo sentido:
igual que el dolor que no se supera se convierte en un disco rayado que
atrapa a los individuos (como una enfermedad en una parte del cuerpo
contamina las células circundantes), la liberación que aporta uno puede
ser la chispa que ayude a los demás a liberarse. Tu dolor es tan mío
como tuyo, pero mi salvación es tan tuya como mía.
-La
“programación” del destino se entendería entonces como una reacción de
ese ente global. Igual que en un cuerpo enfermo se ponen en marcha
automáticamente diversos mecanismos cuando el organismo es atacado
(anticuerpos por ejemplo), el destino no sería ya una maldición o
suerte individual, sino una participación personal en un todo que sufre y
experimenta. A unos les toca la parte buena y a otros la mala, pero,
¿qué más da si la individualidad sólo es aparente y en realidad todo es
el mismo ente?
ConclusionesPor lo tanto, diría que mi experiencia me ha llevado a pensar que sí existe el destino y que no se puede cambiar las líneas maestras externas de nuestra vida por cuanto están sincronizadas con las vidas de los demás . También creo haber entendido que el destino es algo colectivo y que cada uno cumple exactamente su papel. Para bien o para mal, vamos todos en el mismo barco y lo que hace uno afecta a los demás.
No
tengo claro dónde se hace esa “programación” del destino, pero, por
razones filosóficas, no puedo aceptar que venga de un Dios que se
complace en torturarnos. Prefiero pensar que somos un ente colectivo y
que es en ese nivel de la energía donde se reparte a cada cual lo que le
toca. Obviamente, es una elección, no una evidencia.
La
pregunta ahora sería: “¿Se puede librar uno del destino?”.
Obviamente, sí, pero no en el nivel de la personalidad. Si la
personalidad es un conglomerado parasitario energético que se asocia al
alma para vivir en la materia, no se puede resolver las cosas en ese
nivel. Hay que librarse de ella e ir un escalón más arriba. Me parece
entonces que hay dos opciones: o bien se intenta sanar la energía de ese
ente colectivo (la humanidad) para disminuir el dolor propio (y de los
demás), o bien uno debe despojarse de la personalidad y volver a ser
energía mental pura. El hecho de perder la individualidad hace entonces
que la acción personal sea más importante, aunque parezca una
contradicción: al buscar cada uno la propia liberación del destino ayuda
a los demás a liberarse, pues el logro de uno es el logro de todos.
Todo lo que hacemos cobra así una mayor trascendencia.
Se
comprende entonces mejor el afán de los sabios de otros tiempos, como
Tritemio o Ficcino, que querían educar la mente para pensar lo que
pensaba lo que ellos llamaban “el universo” al mismo tiempo que él.
Pues creían que si uno sintoniza su mente con la del “universo” puede
introducir allí información y comunicarla así a otros hombres. ¿Hay
pues una mente colectiva sobre la que se puede influir? Que cada uno
saque sus propias conclusiones…
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