lunes, 25 de noviembre de 2013

Astrología y destino. Por Pepa Sanchís.











Astrología y destino

Hace poco me preguntaba un lector qué es el destino.  Comprendo que cuando uno lee los pronósticos de esta página puede acabar preguntándose si nuestra suerte está ya escrita, pues si no lo estuviera en cierto modo, no se podrían hacer esos mismos pronósticos.  Y si hay una determinación a nivel astral, es lógico pensar que la hay también a nivel individual, aunque sea menor (el individuo siempre tiene más capacidad de elección que la masa, como ya nos decía Asimov en La Fundación). Voy a tratar de contestar a esa pregunta en la medida de mis posibilidades. El problema es que ésas son escasas: ni tengo formación en filosofía, ni en esoterismo, ni acabo de entender las cosas y lo que pondré a continuación tal vez sólo sea una mala digestión de Plotino y de las enseñanzas de los gnósticos.  Además, esas reflexiones me han llevado por derroteros que pueden hacer dudar a más de uno de mi salud mental o le llevarán a pensar que tengo una empanada mental brutal. ¡Qué se le va a hacer!  En fin, allá vamos:

Esta pregunta sobre el destino es quizás de las más difíciles de contestar, pues el concepto "destino" tiene muchas facetas y tal vez no sea en absoluto lo que pensamos que es.  Además, lo más chocante es que la gente, cuando se pronuncia sobre ese tema, suele decir: "No creo en el destino".  El mero hecho de utilizar el verbo "creer" sitúa el tema en el terreno de la fe, no de la experimentación.  En este caso sería la fe en la ciencia para el que no cree en el destino. El hombre suele rechazar la idea de que existe un destino, porque eso sería admitir que no controla su vida al 100%.  Y eso asusta.  

Incluso los que practican la astrología y tienen una experiencia más directa del destino suelen introducir cuarenta mil salvedades, que parecen más excusas inventadas para tranquilizar los propios temores que otra cosa.  Es frecuente que aquellos que practican la astrología psicológica quieran convencernos de que lo astros determinan el carácter, pero no el destino, porque eso es determinar demasiado al ser humano.  Ese planteamiento tiene dos objeciones:



-¿Cómo podrían determinar el carácter y no el destino, si el segundo suele ser en un 80% el resultado del primero?  Uno consigue en la vida lo que ha creado con su propia acción y carácter, con sus elecciones.  Determinar el carácter es por lo tanto determinar el destino.

-Por otro lado, el astrólogo predictivo sólo describe al individuo las posibilidades que podría tener, en cambio el que hace astrología psicológica le dice cómo es él.  ¿No es eso mucho más determinante?  Yo ya sé que hay factores de mi vida sobre los que no tengo capacidad de decisión (mi altura física, el tener estos padres y hermanos, este director, haber nacido en tal o cual país y cultura etc.), pero si me dicen que mi mente está condicionada y que soy así porque así estaban los astros el día en el que nací, también me están determinando.  Porque ese tipo de afirmaciones no son iguales en boca de un astrólogo que de un psicólogo.  El paciente sabe que el psicólogo hace un análisis de su carácter concibiéndolo como el resultado de la combinación de determinados factores genéticos y contextuales (educación, país, vivencias etc.).  Eso deja abierta la puerta a modificar el carácter, pues si éste ha sido modelado por hechos externos puede ser modificado de nuevo por otros agentes exteriores o disciplinas. En cambio, si nuestra forma de ser es el resultado de haber nacido a tal o cual hora, esto equivale a decirnos que lo más profundo de nuestro ser y, teóricamente, lo más libre (la mente) está predestinado a ser de ese modo y las posibilidades de cambiar se reducen mucho.  A mí eso me parece mucho más determinante que decirme que se me va a estropear el coche.

Hilvanando conceptos sobre la idea del destino


El concepto de destino se puede concebir como algo per se (tienes el destino que tienes porque sí, porque así te ha tocado) o se puede unir al concepto de karma.  Recordemos que el karma es un concepto oriental, la “ley  de la retribución”.  Es decir: cada acto tiene su consecuencia, ya sea buena (dharma, la recompensa) o mala (el karma).  Esta retribución se puede recibir en una misma vida o a lo largo de varias existencias.  Algunos filósofos occidentales antiguos (como Jámblico, en “Los misterios de Egipto”) abundaban en esa idea.  Además, según se nos dice, existe un karma individual, familiar, colectivo, mundial etc.  Eso supone que uno no sólo tiene que “pagar la cuenta” de sus propios actos, sino también de los de su familia, país etc. Todo se paga.  Es duro, pero justo.  El destino (bueno o malo) sería por lo tanto según esa teoría la cuenta que te toca pagar en esa vida.

Hace unos años fui a Francia a dar un curso de astrología y el profesor, Denis Labouré (especialista en astrología védica), dio otra versión del karma muy distinta: nos comentó que en el antiguo hinduismo el karma no era algo individual, tal como se concibe hoy en  día, sino que era algo así como una carrera de relevos: la carga estaba allí y cada uno la iba recogiendo sucesivamente.  Obviamente, eso me pareció tremendamente injusto.  Si otro cometió un asesinato, ¿por qué lo voy a tener que pagar yo?  Descarté la idea por absurda y, sobre todo, desazonante.

Años más tarde participé en constelaciones familiares y allí sí pude comprobar que existe un “karma” familiar, que va más allá del individuo (y también de la genética,  pues se aplica también a los hijos adoptivos).  Lo que se aprende en las constelaciones familiares (y se aprende por la práctica, sin resquicio para la duda) es que todo acto nefasto produce una perturbación de la energía, lo que ellos llaman “enredo sistémico”, y que aquellos que pertenecen a ese grupo energético (familia, país, raza) quedan afectados por dicho enredo.  Es como si todos estuvieran en la misma bañera: cada uno tiene su cuerpo y su mente, pero si uno se mea, salen todos meados.


Algunos psicólogos tratan de explicarlo como un patrón de conducta que vendría de la prehistoria (la fusión del grupo por necesidad de supervivencia), pero lo cierto es que no es sólo un patrón mental: allí hay una energía colectiva muy superior al individuo.  Una energía tan poderosa que si alguien ajeno a esa familia interpreta en la constelación el papel de uno de aquellos familiares puede acabar en el suelo porque sus piernas ya no le aguanten.  Y no es sugestión, es físico: he visto derrumbarse a personas hiperracionalistas que un minuto antes se estaban burlando abiertamente de los demás.  No estamos pues hablando sólo de cosas mentales, sino de mente y energía como entes unidos entre sí.  O de una energía mental que actúa sobre la materia.

Pero esto tampoco parece seguir la lógica del karma como ley de retribución.  En la ley de karma todo acto tiene su retribución (buena o mala).  Es decir: si ayudo a la humanidad, seré ayudado (si no en esta vida en otra).  En cambio, si daño a la humanidad, seré dañado en la existencia actual o en una futura.  En cambio, en las constelaciones familiares ves que, por ejemplo, si un miembro de la familia murió ahogado y la familia no superó aquel trauma, otros miembros de la familia pueden morir ahogados en otras generaciones.  Es un dolor que resulta tan fuerte que se convierte en una especie de agujero negro para esa familia, atrapando a inocentes.  Esto nos recuerda las antiguas leyendas griegas (como la de los Atreidas o la de Edipo) en las que las maldiciones familiares se heredaban generación tras generación.  Ahora bien, en las constelaciones familiares, si uno de los miembros de la familia consigue romper ese círculo vicioso y librarse él mismo del dolor, los demás miembros de la misma familia (tanto los vivos como los muertos) también experimentan en mayor o menor medida una liberación.  Es decir: se comparte el dolor, pero también la curación del dolor. Los límites entre la acción individual y colectiva se borran.

Supongo que un budista o un hinduista nos diría que los descendientes que heredan ese dolor no son tan inocentes, pues han nacido en esa familia porque ellos mismos llevaban un karma idéntico.  Pero, si la liberación que aporta uno la reciben todos en la medida de sus posibilidades, a pesar de que no es fruto de una acción suya personal, ¿por qué habría que pensar que el dolor que comparten sí les viene de una acción personal y no es algo también compartido más allá de los actos de uno mismo?  Si lo bueno es “repartible”, ¿porqué no habría de serlo lo malo?  Si funcionamos a una para una cosa, también funcionamos a una para otra.

Por lo tanto, la duda es ésa: ¿Existe un karma-destino personal que pagamos a lo largo de varias existencias y por eso nos reencarnamos en familias con esa misma “onda”, para cumplir a través de ellas nuestro destino?  ¿O bien el dolor es simplemente una perturbación de la energía que se seguirá produciendo, atrapando a todos los que están en ese ámbito, hasta que alguien sea capaz de detener ese disco rayado?
Es imposible saber quién tiene razón, pero lo que sí queda claro de todo ello es que el destino no es algo individual, sino colectivo.  Y es colectivo para lo malo y lo bueno.
Después de ver eso, la idea del antiguo hinduismo (el karma como una carrera de relevos) me empezó a parecer más lógica: si dejamos un poco de lado el individualismo y vemos a toda la humanidad como un ente colectivo formado por muchos individuos, sí, pero que funciona como un solo ser en un nivel más profundo, se entiende mejor que tanto la perturbación de la energía (el dolor) como la curación afecte a todo el grupo, más allá de la acción personal de cada uno.

Unas cuantas experiencias astrológicas.

A todas estas ideas anteriores sumé unas cuantas experiencias astrológicas.  Me pidió una vez una mujer que eligiera la fecha del nacimiento de su bebé, ya que el parto tenía que ser provocado.  La ginecóloga dio un plazo de dos semanas a la madre para elegir el día.
Primero me colapsé ante tamaña responsabilidad, pero luego, lo pensé detenidamente y llegué a la conclusión de que no había motivo para angustiarme: se me estaba pidiendo algo imposible.

Me explico: en una carta natal se ven detalles de todas las personas que están en el círculo del nativo, ya sean padres, hermanos, parejas, hijos, amigos, vecinos etc.  Y todas esas cartas están sincronizadas entre ellas, de modo que cuando la carta del nativo indica la posibilidad de muerte del padre (por ejemplo) la carta del padre augura un fatal desenlace para el mismo.  Una carta de una fecha de nacimiento elegida por un astrólogo no estaría sincronizada con todas esas cartas.  Por lo tanto, sólo había dos posibilidades: o podía elegir esa fecha de nacimiento (y eso demostraría que la astrología es falsa) o, eligiera la fecha que eligiera, el niño nacería cuando tenía que nacer.

Pedí a la madre los datos natales de los 4 abuelos, padres y hermanos, tíos y primos.  Los 4 abuelos tenían una Luna en Libra aspectada por Marte.  Los padres y hermanos tenían todos una Luna de naturaleza marcial-saturnina.  Por lo tanto, elegí la fecha más bonita, se la di a la madre y le dije: “Esa es la fecha que he elegido, pero tu hijo no nacerá ese día.  Nacerá con una Luna Marte-Saturno.”  Y así fue: hubo complicaciones, no nació el día elegido, sino otro día, con una Luna Marte-Saturno.  Si no hubiera nacido con la Luna exactamente tal como preveía, podría haber sido casualidad, pero no lo era.
Pensé entonces en mi sobrina, que también había nacido en un parto provocado.  Comparé su carta con la del resto de la familia y era calcada: la carta de esa niña nacida con un parto provocado era, de los cuatro nietos, la más parecida a la de los abuelos: Luna en Cáncer y con mal aspecto de Marte y de Saturno.  Se ajustaba mucho más al destino familiar que las cartas de los nietos nacidos a su hora.
Mi conclusión fue, por lo tanto, que a pesar de las apariencias, uno siempre nace cuando tenía que nacer y que su destino no es algo autónomo, sino coordinado con el de todos aquellos que en algún momento entrarán en su vida.

Más interrogantes

energia_cosmica.JPG  La pregunta que se plantea ahora es en qué nivel se hace esa “programación”.  Yo, como buena neoplatónica, no puedo creer en un Dios que decide algo.  Es ilógico.  Si Dios decide y actúa es que es cambiante, ya que puede hacer algo (tomar una decisión) que no había hecho un poco antes.  Si es cambiante es mutable y dual.  Y si es mutable es mortal, porque todo lo que puede cambiar morirá algún día.  Entonces Dios no sería Dios.

Para el neoplatónico Dios simplemente ES.  Es la esencia, el SER.  De Dios emana la mente, igual que del fuego emana el calor.  El calor no es el fuego, pero sí es su efecto.  La mente tampoco es Dios, es una emanación suya.  Ahora bien, esa emanación se va debilitando poco a poco a medida que se aleja de su fuente, disminuyendo, hasta el punto de no existencia.
Según el neoplatonismo el hombre está en la materia, en ese último  peldaño, allí donde sólo llega la emanación en su estado más débil.  Es como si uno estuviera muy alejado del fuego: le llega ya muy poco calor, y por eso sufre del frío.  Porque la ausencia del Bien no es el vacío, es el dolor.  Si uno intenta pensar en la persona que más ama e imagina su pérdida para siempre comprenderá que la ausencia del Bien (el amado en ese caso) es el mayor dolor imaginable. El mal no viene por lo tanto de Dios, sino de la ausencia de Dios, del alejamiento de la fuente del Bien.

Para soportar ese dolor, el ser humano desarrolla estrategias casi siempre equivocadas que, de tan repetidas, van cobrando fuerza y energía (negativa), convirtiéndose en entes autónomos.  Porque no son las personas las que tienen ideas, sino que son las ideas las que tienen a personas.  La personalidad individual sería por lo tanto como un ente energético menor parasitario (algo parecido a las memorias activas de la psicología, pero con autonomía y capacidad de actuar), que adquiere rasgos individuales según las experiencias que uno haya afrontado, pero que no es el verdadero yo en ningún momento.  Es un conglomerado de sentimientos y recursos generados por las experiencias vividas que está dotado de cierta autonomía y voluntad, pero que no deja de ser una excrecencia, un parásito deforme de la verdadera energía que nos alimenta.

Entre el hombre (situado en el último peldaño de la energía, en la materia iluminada por le mente, pero ya materia) y el punto de origen de la emanación hay otros niveles de energía y de conciencia y allí puede situarse el ente energético “especie humana”. Si la humanidad fuera realmente así, un ente colectivo energético (en un nivel de energía algo más alto que el individuo concreto), se resolverían muchas dudas:

-La teoría del karma ya no tendría sentido, pues si todos somos uno, víctima y verdugo son la misma cosa.  Nadie tiene que pagar lo que se hace a sí mismo: ya lo pagó con el sufrimiento que se auto infringió.

-Aquello que se vive en las constelaciones familiares cobraría un nuevo sentido: igual que el dolor que no se supera se convierte en un disco rayado que atrapa a los individuos (como una enfermedad en una parte del cuerpo contamina las células circundantes), la liberación que aporta uno puede ser la chispa que ayude a los demás a liberarse.  Tu dolor es tan mío como tuyo, pero mi salvación es tan tuya como mía.

-La “programación” del destino se entendería entonces como una reacción de ese ente global.  Igual que en un cuerpo enfermo se ponen en marcha automáticamente diversos mecanismos cuando el organismo es atacado (anticuerpos por ejemplo),  el destino no sería ya una maldición o suerte individual, sino una participación personal en un todo que sufre y experimenta.  A unos les toca la parte buena y a otros la mala, pero, ¿qué más da si la individualidad sólo es aparente y en realidad todo es el mismo ente?
Conclusiones

Por lo tanto, diría que mi experiencia me ha llevado a pensar que sí existe el destino y que no se puede cambiar las líneas maestras externas de nuestra vida por cuanto están sincronizadas con las vidas de los demás .  También creo haber entendido que el destino es algo colectivo y que cada uno cumple exactamente su papel.  Para bien o para mal, vamos todos en el mismo barco y lo que hace uno afecta a los demás.

No tengo claro dónde se hace esa “programación” del destino, pero, por razones filosóficas, no puedo aceptar que venga de un Dios que se complace en torturarnos.  Prefiero pensar que somos un ente colectivo y que es en ese nivel de la energía donde se reparte a cada cual lo que le toca.  Obviamente, es una elección, no una evidencia.

La pregunta ahora sería: “¿Se puede librar uno del destino?”.   Obviamente, sí, pero no en el nivel de la personalidad.  Si la personalidad es un conglomerado parasitario energético que se asocia al alma para vivir en la materia, no se puede resolver las cosas en ese nivel.  Hay que librarse de ella e ir un escalón más arriba.  Me parece entonces que hay dos opciones: o bien se intenta sanar la energía de ese ente colectivo (la humanidad) para disminuir el dolor propio (y de los demás), o bien uno debe despojarse de la personalidad y volver a ser energía mental pura.  El hecho de perder la individualidad hace entonces que la acción personal sea más importante, aunque parezca una contradicción: al buscar cada uno la propia liberación del destino ayuda a los demás a liberarse, pues el logro de uno es el logro de todos.  Todo lo que hacemos cobra así una mayor trascendencia. 
Se comprende entonces mejor el afán de los sabios de otros tiempos, como Tritemio o Ficcino, que querían educar la mente para pensar lo que pensaba lo que ellos llamaban “el universo” al mismo tiempo que él.  Pues creían que si uno sintoniza su mente con la del “universo” puede introducir allí información y comunicarla así a otros hombres.  ¿Hay pues una mente colectiva sobre la que se puede influir?  Que cada uno saque sus propias conclusiones…



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